Intención
Si la realidad es su percepción
dear Immanuel,
entonces le cantaré
con voz ronca
a las sensaciones me que llegan
desde esa fantasmagoría insondable
llamada mundo.
Mi cuerpo es un campo de batalla
mi escritura es un atento
cronista de guerra.
Pasemos a los hechos.
Comentarios
¿Cuándo empezó el otoño para él?
¿Hace un mes y medio, según calendario gregoriano?
¿O hace un rato, con ese cambio mínimo de la piel?
Luego de la lluvia, que duró un día y medio
(desde hacía meses que no llovía con ganas)
él salió al patio a pispear las nubes en desbandada
y sintió en los brazos desnudos por la remera veraniega
una pátina de agujitas que le laceraban la epidermis,
quiero decir, que tuvo frío. Y por primera vez en el año.
Entró en su habitación, abrió la puerta del roperito,
y luego de sacar un suéter liviano, de entrecasa, se lo puso.
Con ese gesto nimio fue cuando, con precisión suiza,
pudo decir que dio por inaugurado
un nuevo otoño en su vida.
Se sentó en el escaloncito
que sobresalía de la vidriera del comercio,
(la cortina baja le quitaba aún más espacio
a la saliente no pensada para posadera)
mientras esperaba que su compañera de estudios
terminara de dar su examen.
Habrá sido una media hora de estar
sentado en esa postura incómoda
(las rodillas elevadas, las nalgas casi contra el piso).
Cuando ella salió del instituto, él
se paró, no sin esfuerzo debido a lo
cerca que estaba del suelo,
y sintió un ardor en la entrepierna.
La sensación no era nueva, aunque sí
inoportuna: la piel del prepucio se le había
corrido hacia atrás y ahora la carne hipersensible
del glande, al quedar liberada, rozaba la tela
de su calzoncillo, produciéndole un dolor
que ante su compañera, él debía fingir
pues cómo explicar una cosa tan íntima de varones.
El ardor que llegaba desde allá abajo
le llevó aplacarlo tres cuadras de caminata,
porque ese tiempo se demoró, por decirlo así,
el capuchón en volver a proteger la punta del bolígrafo.
Luego sí, al fin pudo concentrarse en el
relato triunfal de la chica.
Mar de Ajó, para su memoria emotiva
es sinónimo de candentes ardores.
Muchos y por todas partes, como una invasión
dirigida por un estratega torpe.
En la cabeza, cuando arrugaba la frente
había un punzar de corona de espinas
pues no se dio cuenta
de que llevar el pelo cortado casi al ras
lo dejaba a merced del fariseo sol.
En varias islas de su espalda, pues
iba solo a la playa y donde no llegaba
él mismo a untarse la crema bloqueadora,
allí quedaba un traicionero hueco
cual piel de Siegfried y la negada sangre de Fafner.
(Pedirle que le pasaran el ungüento, algo tan íntimo,
a un extraño varón, sonaría
a peligrosa pulsión maricona,
pedírselo a una mujer, a atrevimiento.)
En la entrepierna, pues el no secarse pronto
el agua salada de los muslos regordetes
le produjo la típica paspadura que se
hacía recordar con cada paso dado.
En fin, que muchos ardores
para alguien tan desapasionado.
No se puede mirar fijo al sol.
No. O seré yo, quiero decir
mis ojos glaucómicos
quizá sean los que no pueden
enfrentar, bien alto sobre el cenit
a esa bola incandescente
que, dicen, da y quita vida.
Un ardor lacera
las becquerianas pupilas
y hay que desviar la vista
con el gesto que denota
tal vez la vergüenza por
no poder, no, sostenerle
la mirada ni un segundo,
sin parpadear y sentir
que algo quema
dentro de uno
como esa estrella monstruosa
que de tan próxima
da curiosidad.
Se durmió boca abajo
con un brazo bajo su propio cuerpo
y en la madrugada se despierta
por el aturdimiento de la carne.
A la mañana siguiente recuerda que lo sintió
como muerto y que antes de volver a dormirse
pensó que era una señal siniestra
la que le mandaba su brazo diestro.
No sentirlo, por un segundo,
aterido por su propio peso,
verlo así, colgante, desfallecido
en la confusión de la duermevela
él lo vivió como un negro presagio.
... ah, no, no, no: lo que ocurre es que, cuando se aprieta un miembro, por ejemplo un brazo, se corta la circulación tanto de la sangre como del fluido de los nervios, motivo por el que el doble etérico - el éter químico en concreto - sale de su posición, incluso cuelga del resto del brazo el trozo afectado y, en el mundo del astro, durante el sueño, el durmiente muy bien puede ver cómo el trozo de brazo le cuelga pero sin saber interpretar qué está ocurriendo; en este caso, lo ha interpretado - parece ser - como un mal presagio, si bien me atrevo a decirle con seguridad que deseche tal cosa porque lo ocurrido es absolutamente normal en todas las personas cuando se oprime un miembro; cuando estamos despiertos, a vecers sin darnos cuenta, por iuna mala postura también ocurre y decimos que "se nos ha dormido" y luego sentimos como un hormigueo hasta que el éter químico vuelve a resituarse debidamente y los nervios a funcionar. Luego nada de sueño sensitivo, eh...? de eso nada de nada; normal del todo; Saludos.
El de la ropa de un tío,
que siempre hedía a naftalina.
Es increíble cómo un hábito
se adhiere a la memoria sensorial:
él no puede recordarlo sin oler
a ese ahuyentador natural de polillas
como si fuera el aroma que despedía su piel.
También se lo imagina con
su sempiterno saco marrón de gabardina
que usaba verano e invierno.
Pero la fragancia a naftalina... era su tío.
Mi madre, como toda madre
calculaba la temperatura de la bañera
antes de sumergir a mi hermanito,
y como todo gesto maternal
lo hacía metiendo su codo
en esa pila cargada
con el agua profana de la red.
¿Y por qué no con las yemas
o el reverso de la mano?
¿Qué tiene de sensible
un codo para ser centinela
y garante de la sensatez materna?
¿Cómo confiar en esa punta
huesuda, útil sólo para el codazo
artero que pega un defensor
cuando el árbitro no lo ve?