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Sacados de la prensa policial

SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado mayo 2015 en Poesía General
El caso del cartonero suertudo

Recuerdo el caso del cartonero
que luego de su recorrida nocturna
ya de regreso en su humilde ranchito
se encontró con varios fajos de dólares
(sumaban 50 mil según la denunciante)
prolijamente ordenados
entre los desperdicios juntados por la calle.
¿Qué hubiera hecho uno?
Sencillo, elemental: antes de empezar a gastar
¡mudate de ciudad!
Pero no: el muy pelotudo se compró
una casa, dos autos y se montó un kiosquito
allí mismo a pocas cuadras
de lo de la ahorrista descuidada.
Una sirvienta que trabajaba
para la septuagenaria
(estos cabecitas negras están tanto en la génesis
como en el apocalipsis de los quilombos)
había sacado cosas viejas a la calle,
entre las que estaba una caja con los verdes
ahorrados por su patrona
durante años de esforzada evasión impositiva.
La señora se enteró
(¿existirá alguna vez la eugenesia anti-chusma?)
de ese cartonero que antaño pasaba por su vereda
tirando de un carrito
y que se había vuelto platudo de repente
(cualquiera con dos dedos de frente lo hubiera notado,
pero para el cabeza cartonero era mucho calcular)
corrió a constatar sus ahorros
y luego corrió a hacerle un juicio.
La opinión pública comenzó a preguntarse
(tocándose rítmicamente el mentón con un índice)
de quién era lo que estaba en la calle,
mientras los 5 pibes del cartonero
morfaban todos los días
y seguían los debates
por la tevé recién comprada
gracias a los dólares
de la desatención
pequeñoburguesa.
«1

Comentarios

  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    Epílogo

    Diez años después
    dos periodistas viajan a buscar
    al cartonero famoso.
    Su ex abogado les informa
    “busquenló en el basural”.
    Y allí lo encuentran
    subido a una montaña
    de bolsas multicolor
    revisando los desperdicios.
    Se disculpa de no saludar
    a los cronistas dándole la mano.
    “No soy un delincuente” y
    “ojalá nunca hubiera encontrado esa plata”.
    Es todo lo que le dice
    a los enviados especiales.
    Ha perdido el juicio.
    La Justicia lo ha esquilmado
    otra vez pero para el que nunca nada tuvo
    es como si no se notara.
    Autos, plazos fijos, la mercadería
    del kiosquito, todo le quitó
    la señora de la venda.
    Menos la casa, donde aún vive.
    “No soy un delincuente” y
    “ojalá nunca hubiera encontrado esa plata”
    vuelve a repetir como un mantra
    frente a la grabadora.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    Un bosque de ojos
    Hace unos minutos nomás
    en la tevé mañanera
    un movilero relata
    la pequeña gran “odisea”
    que vivió un pequeñoburgués
    (que está parado y silencioso ahí al lado)
    con su familia:
    Le robaron la rueda
    a su auto en el bosque de Palermo.
    (La delantera derecha, aclaran y muestran.)
    Pasaron un domingo a puro
    deporte y vida al aire libre
    en un club privado de por ahí.
    Y cuando salieron, esto:
    el dolor de ya no tener,
    o de tener un triciclo
    de cuatro lados
    habiendo dejado un automóvil.
    Luego hay un responso express donde
    el propietario se indigna,
    el movilero se indigna,
    el conductor desde estudios se indigna.
    Es este último quien le pregunta
    al cronista si no hay cámaras de seguridad
    instaladas por allí.
    El camarógrafo aprovecha
    y hace un paneo del nada bucólico bosque
    que los rodea.
    No, dice más indignado aún
    el movilero en solidaridad
    con el amo del coche mutilado.
    Y es entonces cuando
    entre los tres nace una nueva utopía
    de la sociedad de control:
    Una cámara de seguridad por árbol,
    ¡un bosque de ojos!
    parecieran reclamarle
    a las autoridades.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    Por el nombre te detendrán
    Se llamaba Miguel y tal vez
    un tocayo suyo
    sindicalista combativo y
    reventador de los neumáticos
    del Poder,
    le dio la idea.
    Su negocio no daría los frutos
    de acuerdo a las expectativas
    que él había depositado
    en su gomería.
    Por eso habría empezado
    a enroscar dos fierritos
    entre sí para fabricar los
    famosos clavos “Miguelito”.
    Se pasaría la noche en la
    trastienda de la gomería
    y saldría a la mañana tempranito
    con su auto
    a esparcir sus diminutivos homónimos
    por el asfalto de la ruta provincial
    que lleva a los veraneantes hacia la costa.
    Después atendería a sus víctimas
    con muecas de fingida preocupación
    “porque una pinchadura a más de cien
    puede hacerte volcar el auto”
    y los padres de familia reconocerían
    “que estamos vivos de milagro”.
    Cobraría el recambio y el emparchado
    con el recargo lógico del precio de turista.
    Hasta que ayer, informa el matutino
    la policía sorprendió al gomero
    con las manos en la masa:
    Miguel viajaba con miguelitos.
    Podemos imaginarlo como un muchacho
    ambicioso y decidido
    que no soportaría tener que esperar a que
    los peligros de la ruta hicieran sus negocios
    con calmosa indiferencia.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    A self-made reality

    Informa el cable
    llegado desde los Estados Unidos
    que un joven de 17 años
    fue detenido en un hospital
    por hacerse pasar por ginecólogo.
    Durante todo un mes el muchacho
    se revistió con un guardapolvos blanco
    e hizo uso y abuso
    de sus privilegios como galeno
    sin que nadie percibiera
    que el imberbe actor
    participaba de las sesiones
    visuales y táctiles
    irreemplazables en el oficio
    para dar un correcto diagnóstico
    a la paciente.
    Pero luego desaparecía,
    desinteresado de repente
    por el posterior tratamiento
    o la evolución de los síntomas.
    Lo delató tanta juventud
    y su reality a medida le duró
    justo un mes, más tiempo
    de lo que duran algunos en la tevé.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    La pérdida de la inocencia
    De chico jugábamos
    a la búsqueda del tesoro
    o más bien nos obligaban
    a participar del evento escolar
    nuestras abnegadas maestras.
    Horas y horas deambulando
    por las calles de tierra y los pastizales
    sudando por el ejercicio veraniego
    para salir premiados
    con un alfajor o una pelota de goma.
    Hoy me entero que en San Francisco
    un millonario esconde sobres con billetes
    y deja pistas por Twitter
    para estimular a la gente a que recorran
    los rincones menos favorecidos de la ciudad.
    No es un samaritano, aclara
    sino un empresario del ámbito inmobiliario
    que invierte en áreas deprimidas de la zona
    por la crisis económica.
    Un búsqueda del tesoro
    interesada por reactivar el mercado
    con inversores y auspiciantes.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2015
    Veraniego panóptico
    Entro en un supermercado de una cadena internacional.
    Por fuera no difiere de los muchos erigidos en serie para el
    buen fluir de la sociedad de consumo.
    Pero por dentro es una fortaleza hiper vigilada
    que supera en su desemesura a las otras sucursales:
    agentes de seguridad privada
    cámaras de circuito cerrado en cada pasillo
    repositores y supervisores enfrascados en sus
    responsabilidades pero que también miran
    más dos o tres policías de la provincia
    que llamativamente custodian el espacio privado.
    Claro: es enero y estoy en una ciudad de veraneo.
    La localidad ha triplicado su población con turistas
    y las fuerzas del orden han quintuplicado las suyas
    con imberbes oficiales recién entrenados.
    Sus pecheras de refrescante verde fluor se esparcen
    de a pares por esquinas y plazas
    como un veneno con sabor a menta.
    Pero volviendo al supermercado
    (del que nunca me había ido)
    y a pesar de que tanta coerción intimidatoria logra,
    efectivamente, intimidarme
    aún así encuentro la manera
    de deleitarme con un chocolate suizo importado
    en un punto ciego de este arduo, excitante
    panóptico carcelario
    del que dear Jeremy estaría orgulloso.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Aberturas
    Él sobrevivó
    a las muchas aberturas
    enrejadas de la cárcel:
    una tras otra tras otra
    las puertas y ventanas
    corredizas de fierro se
    sucedían por los pasillos del penal.
    Sus socios, desde afuera, creían
    que él no resistiría la condena a cinco años.
    Pero salió caminando,
    cruzó las muchas rejas indemne
    hacia la calle y por un tiempo
    pareció reencauzarse gracias
    al evangelismo y la carpintería.
    Pero pronto volvió a sus andanzas,
    y la noticia llegada desde Misiones
    me cuenta de un joven que murió
    asfixiado por la presión de un ventiluz
    varios talles más estrecho
    que sus ilusiones.
    Los peritos conjeturan
    que quiso entrar en la casa deshabitada
    distante a media cuadra de la de sus padres
    “con fines de hurto”:
    se tentó con la ramera abertura
    pero no pudo penetrarla.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    El suicida extrovertido
    De noche, tarde, veo por tevé
    un compilado de suicidas o distraídos
    atropellados por trenes
    que captaron las cámaras públicas.
    De ese montaje letal hay un personaje
    que me shockea:
    es un joven que sale corriendo de detrás
    de un tapialcito a escasos metros
    del paso a nivel y se para
    en medio de las vías
    de brazos y piernas abiertas
    como un joker ungido
    frente a la vieja locomotora diesel
    que en un segundo lo borra del cuadro
    empujándolo a hacer mutis por el foro.
    ¿Habrá elegido ese lugar, a sabiendas de la cámara?
    ¿Habrá sido su última pulsión escénica
    suicidarse ante la lente de la municipalidad?
    Si así planeó su extrovertida aniquilación deberé decir
    que este criminal introvertido llegó lejos pues
    yo me entero de su performance justamente
    porque la cámara le tomó el acting en todo su
    dramático esplendor y lo envió
    a este casting postmortem de un
    programa de noticias
    de la televisión abierta.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    El testigo introvertido
    En el mismo compilado
    de accidentes ferroviarios
    otra cámara que por ley
    debe llevar la locomotora en su fachada
    capta el momento en que
    un conductor al que su camioneta
    se le había detenido
    justo sobre las vías
    cruzada de lado a lado
    se baja corriendo y se salva de milagro.
    Reconozco el lugar, el mediodía:
    yo viajaba en ese tren.
    Desde arriba, en el último vagón,
    el impacto fue mínimo, el tren se detuvo
    uno metros antes de la estación
    y cuando bajé vi al tipo en estado de shock
    siendo calmado (le palmaba el hombro)
    por un peatón que esperaba para cruzar.
    Su camioneta gris estaba adelante y me pareció
    que la locomotora se había pegado un bigote canoso
    de plástico, de esos que se venden en las jugueterías.
    Es todo lo que vi. Y a la distancia pues
    las conglomeraciones de curiosos reunidos
    tras la tragedia me incomodan.
    Hay un morbo espectacular en los que
    pronto hacen ronda alrededor
    de un cadáver o unos fierros retorcidos.
    Por eso busqué enseguida salirme de las vías
    y caminé hasta mi casa algunas cuadras de más.
    Eso fue todo.
    Recuerdo que en las cercanías de las sirenas
    melodramáticas que ya empezaban a escucharse
    una viejita me preguntó
    con voz de actriz de reparto, qué había pasado.
    Nada señora, le dije, el hombre está sano y salvo.
    Y seguí caminando.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    El denunciante escrupuloso
    Acaba de ser el promotor
    de la detención de dos
    adolescentes en intento de robo.
    Pero los detalles del hecho
    prefiere salteárselos:
    a la distancia no supo que eran
    chicos y cuando los vio esposados
    boca abajo en la vereda deseó
    no haber llamado al 911.
    Pero lo que importa para esta crónica
    es que está en el despacho de un
    oficial, en la comisaría número 39 de la ciudad capital
    prestando declaración como denunciante.
    El policía que transcribe su testimonio
    golpea el teclado de la computadora como si fuera
    una vieja máquina de escribir.
    El denunciante relojea cómo redacta el oficial:
    “¿sabrá que existe el punto y aparte?”
    “¿No ve que hice una pausa para que pusiera una coma?”
    “¿No escuchó hablar de las tildes y las minúsculas?”
    Pero hay algo que horroriza los escrúpulos
    del redactor-denunciante: escribe tez con “s”.
    Está a punto de corregir al uniformado que
    del otro lado del escritorio
    azota las teclas negras como cifra
    de la sociedad de control.
    Pero se censura. Sería peligroso:
    juega de visitante,
    mejor quedarse piola.

    Al regreso, y como lo levantaron
    así como había bajado para ayudar,
    en shorts y ojotas
    y sin un peso ni para el colectivo
    pide si algún patrullero lo puede acercar
    hasta su departamento.
    Viaja en el asiento de atrás y mientras
    escucha los chismes de la pareja de uniformados
    ahí adelante no puede dejar de pensar
    “qué mal que quedó redactado el texto”.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Menos por menos igual más
    El caso ocurrió hace unos años.
    No pude hallar la fuente
    pero lo recuerdo bien.
    Un jubilado tuvo la idea
    de esconder sus ahorros
    entre las chapas del techo de su casa.
    Cuesta imaginar un lugar
    menos confiable, más torpe pero tal vez
    el septuagenario ahorrista recordó
    el consejo que da Monsieur Dupin
    en la carta robada:
    “cuanto más expuesto, más oculto”.
    La cuestión es que unos vecinos lo vieron
    caminando muy a menudo sobre las chapas de cinc
    y no tardaron en robarle lo que escondía
    no “bajo” sino “sobre” su techo.
    Los imbéciles, cebados por los ingresos extra,
    compraron un costoso equipo de música
    y la cumbia empezó a escucharse
    desde toda la manzana pues estos cabecitas
    creen que de nada sirve tener si no se ostenta.
    Visto el faltante, y alertado
    por los tambores de la barbarie,
    el jubilado los denunció a la policía,
    y el hecho se volvió noticia.
    No sé el final de la historia,
    que se habrá continuado en un juzgado.
    Sí sé el corolario para esta crónica:
    Menos por menos igual más.
    La fórmula traducida sería:
    “imbécil con imbécil se anulan entre sí”.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Interludio: García Helder sobre la poesía objetivista

    Pero esta poética objetivista se inscribe
    -en mi propia experiencia formativa y en mi afán revisionista-
    en una corriente realista y antirromántica que en poesía tiene un origen
    moderno y remoto en los poemas en verso y en prosa de Baudelaire.
    Dejando de lado por obvios a autores como Balzac, Flaubert y Zola,
    Proust, Joyce, Faulkner, etc., creo que las
    que dejaron en nosotros una impronta más específica en lo que respecta
    a esta corriente realista y objetivista fueron las lecturas de
    los poetas norteamericanos (Eliot, Pound, Moore, Williams, Creeley, etc.)
    y la poesía rosarina del 70 (Hugo Diz, Eduardo D’Anna, Isaías, Francisco Gandolfo, etc.),
    la narrativa de Arlt, Quiroga, Onetti, Di Benedetto y Saer paralelamente a Robbe-Grillet y
    los ensayos que le dedica Barthes, Juan L. Ortiz, “Trabajar cansa” y “El oficio de poeta” de Pavese,
    Girri como poeta y traductor, Montale, Rilke, Giannuzzi, Perec, etc.

    La del realismo como se sabe es una problemática crónica en la historia
    de las corrientes estéticas, y las distintas épocas y sociedades inspiran
    en sus autores diversas modalidades de representación;
    el lenguaje poético, que corre la misma suerte respecto de las condiciones
    históricas, demanda periódicamente un reajuste en su dicción para dar cuenta
    más fielmente de lo que pasa, sea por la calle, por la cabeza o por la televisión.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Necrológicas
    De Mar del Plata llega el cable.
    En “las inmediaciones de la necrópolis local”
    y “a altas horas de la noche”
    la policía detuvo a “tres femeninos”
    de 21, 41 y 45 años
    “en actitud sospechosa”:
    cargaban inmensas y pesadas
    bolsas de arpillera.
    Requisadas, se encontró
    mucho bronce en forma de
    candelabros, placas y floreros.
    Era claro que estas NN el bronce
    no lo acumulaban en su piel
    por efecto del sol sino
    sobre los hombros por efecto
    del saqueo.
    Quizás las delató que el
    empleado municipal
    las había visto varias veces
    merodeando las bóvedas
    y los panteones más lujosos.
    Cualquiera lo sabe:
    a la “ciudad feliz”
    y más aún en febrero
    y más aún siendo joven
    se va a divertir o a delinquir.
    Es obvio que ninguna vacación
    se pasa
    lloriqueando entre las tumbas.
    Qué falta de tacto.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Cuestión de terminología
    Escuchado en el tren:
    Dos adolescentes viajan juntos
    y se comentan futuras andanzas.
    Nada serio, de hecho
    lo hacen sin preocuparse
    por las orejas de sus vecinos de asiento.
    El más chico (tendrá unos 13 años)
    lo quiere al otro para una sociedad,
    sopesa diferentes actividades y
    proyecta “desvalijar autos”.
    El otro (unos 16 años) le hace ver
    que abrir un coche es mucho riesgo
    para tan poca cosa.
    El menor insiste: “les tirás unos pesos
    a esos muertos de hambre y listo”.
    El mayor quiere demostrarle
    su experiencia en el metier e insiste
    sobre los trastornos de terminar
    en un correccional de menores
    por culpa de una campera o una billetera.
    Y aprovecha para corregirlo:
    “Las casas se desvalijan
    los autos se desmantelan”,
    le remarca con aire erudito.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Los policías también se ríen
    Jamás bromeé con un
    oficial de las fuerzas del orden.
    Es un temor atávico que llevo
    desde que mi madre me amenzaba
    con el policía de la cuadra
    si seguía en la calle dando vueltas en la bici
    a esas horas de la noche.
    Pero este verano me animé.
    En un pueblito costero, estando de veraneo
    me topé con una pareja de uniformadas
    jóvenes y atractivas.
    Bienvenida sea, recuerdo que pensé
    esta nueva estrategia de selección de personal.
    Caminaban a la par, aburridas, por esa cuadra
    de casas quintas alquiladas, cruzándose turistas
    con sus bártulos a cuesta que iban o venían de la playa.
    Recaí que sus bermudas de uniforme de verano
    dejaban ver unos zoquetes verde flúor muy chic
    haciendo juego con el chaleco.
    Cuando a mitad de cuadra me las crucé
    le pregunté a la no teñida de rubio
    si esa prenda en sus pies se vendía a los civiles.
    No, me dijo algo desconcertada la otra,
    son para uso exclusivo de las Fuerzas (del bien, claro).
    Ah, agregué yo, porque me serían muy útiles para
    hacer dedo en la ruta: imposible que un automovilista
    no te vea con semejantes luciérnagas en los pies.
    Mientras que la teñida mantuvo su acartonada circunspección
    de miembro de la institución represiva por antonomasia,
    a la otra, con mi exabrupto no punible,
    le saqué una risa alegre que la volvió más humana
    y menos robocop por lo menos por un instante.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Dos simulaciones
    Dice Debord que en la sociedad de consumo
    se ha pasado del ser al tener, y de allí al simular tener.
    Me cuentan del caso de una familia
    que habiéndose empobrecido
    por las crisis y los malos negocios
    se encerraba dos semanas en su casa
    durante el verano
    para que sus vecinos creyeran que
    se habían ido de vacaciones.
    Como en un refugio anti bombas
    ellos acumulaban provisiones
    y se despendían de la sociabilidad
    simulando ser los consumidores de antaño.
    También me entero de que en un país vecino
    los empleados de un supermercado no entendían
    por qué a menudo aparecían changuitos
    cargados pero huérfanos de clientes,
    abandonados entre las góndolas
    como madres a punto de parir
    en un oscuro callejón.
    Investigaron y verificaron que muchos
    querían, deseaban, se desvivían por comprar
    pero ante la falta de “poder adquisitivo”,
    se conformaban con simular hacer las compras
    ante sus pares de clase
    y luego huían con las manos vacías
    de bolsas, de cargas, llenos de la sensación
    de ya no ser.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Sus dudosos costados
    Cuando entre varones alguien se refiere
    a “su costado femenino”
    lo hace sin dudas en broma.
    Ante un ademán refinado
    o un gritito demasiado agudo
    enseguida viene el auto chascarillo
    y es chascarrillo porque es auto
    pues sólo uno mismo puede reírse de esto,
    dicho por un tercero se lo tomaría
    como un cuestionamiento a la propia
    orientación sexual, motivo que alcanza
    para terminar a las trompadas.
    Esta noche veo un programa de tevé
    con hechos policiales filmados desde el patrullero.
    Dentro de la galería de atrocidades
    el show baja sus decibeles con
    la sección “humorística”.
    Hoy el circo muestra a dos travestis
    en medio de la calle, peleándose a piñas y patadas.
    Al principio, antes de trenzarse,
    se habían quitado sus zapatos de taco aguja
    y se habían arrancado las pelucas rubias.
    No tienen mucha técnica, es cierto,
    pero ponen el corazón en cada arremetida.
    Como los perros, ellas marcan su territorio
    y lo defienden a muerte.
    Yo dudo sobre la verdadera faceta de estos pugilistas:
    ¿abandonaron su costado femenino
    o sacaron a relucir su costado masculino?
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Peccatum peccatoris
    La crónica policial esta vez
    abrevó en la pila bautismal
    del arzobispado porteño.
    La misma sede religiosa
    que ocupaba hasta no hacía mucho
    el hoy papa francisco.
    Ayer domingo tres “masculinos”
    asistieron a la misa de las 18
    que se celebraba en la catedral metropolitana
    pero cuando el rito terminó
    ellos se quedaron dentro del templo
    para luego colarse sigilosamente
    dentro de “las dependencias del arzobispado”.
    Después de “reducir a un guardia de seguridad”
    amenazaron a 5 religiosos y se llevaron 100 mil pesos,
    “además de alcancías y otros objetos de valor”.
    Una fuente no revelada dio la pista de un posible entregador
    pues los cacos “sabían a quién buscaban, conocían
    el nombre del cura que tenía el dinero”.
    Presiono rewind en la historia
    pues quiero verlos en plena misa.
    Desde arriba (pues estos ámbitos
    ameritan un plano picado)
    los tres parecen
    desconcertados intimidados
    por las fastuosas alturas
    de la catedral céntrica
    como los tres chiflados en las trincheras
    de la segunda guerra mundial
    ansiosos por pasar a la acción
    siguiendo a duras penas
    por imitación del entorno
    como unos aprendices de zeligs
    los cánticos los rezos las gestos
    de la pequeñafeligresía bienintencionada.
    ¿Y en el momento cúlmine del saludo de la paz?
    Los imagino besándose abrazándose entre ellos
    con candorosa fraternidad,
    dándole la mano tal vez
    a sus vecinos de banco
    sonrientes y quizás hasta emocionados
    por los efectos colaterales
    de su ingenioso plan.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Dos crónicas borgeanas
    Georgie escribió cuentos policiales
    y sus relatos están poblados de muerte.
    La biblioteca cifra en sus versos
    el ámbito de la episteme, el refugio calmo
    para los hombres de letras a los que sin embargo
    como le ocurrió a Marcelo Yarmolinsky,
    a veces los alcanza la crónica policial.
    Estos dos hechos de la vida “real”
    que voy a cronicar
    tienen resonancias borgeanas, quiero decir,
    que la praxis vitae del argentado argentino
    se vuelven, por extraños retorcimientos,
    casos policiales bien asentados
    con actas, declaraciones, jueces
    denunciantes y denunciados.
    ¿Qué hubiera dicho el célebre Homero sudamericano
    ante estos dos delitos que lo tuvieron como inspiración?

    Creo que el primero lo hubiera aburrido:
    recuperaron una primera edición de “Luna de enfrente”
    poemario de 1925, compuesto cuando el
    enciclopedista que luego sería aún no ahogaba
    los versos sencillos de un recién llegado Adán
    cuyos ojos empezaban a descubrir el mundo.
    Pero volviendo al caso policial, el relato explicita que
    el ejemplar rescatado, dedicado de puño y letra
    y obsequiado a su amigo Ricardo Güiraldes,
    está valuado en 10 mil dólares
    y hace poco había aparecido ofertado en internet.
    Esto encauzó la investigación de la policía
    que los llevó hasta un coqueto departamento
    de Palermo, barrio porteño en donde el poeta
    vivía casualmente por aquellos años en que
    escribió esos versos de juventud.
    El inversor-coleccionista, aseguran las fuentes,
    recuperó su reliquia y ya la ha reincorporado
    a su galería de cadáveres disecados.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    El segundo caso de la crónica borgeana, en cambio,
    hubiera maravillado a Georgie:
    Un hombre “morocho y con colita
    vestido con un elegante traje gris y con sobretodo oscuro”
    se presentó en una humilde biblioteca suburbana
    y amenzando con un arma de fuego
    a la desconcertada bibliotecaria
    le informó que se llevaría todos los títulos (unos 50)
    de un autor clasificado en la letra B del anaquel
    etiquetado como “Literatura argentina”.
    "¿No entendés? Me llevo los libros de Borges,
    por las buenas o por las malas", dijo la empleada que le dijo el ladrón,
    mientras sacaba un revólver de su bolso y se lo mostraba.
    Después metió en un bolso los volúmenes y salió de la biblioteca
    teniendo el cuidado de elevar el cargamento por sobre los sensores
    de la puerta para evitar que sonara la alarma.
    Los investigadores especularon con un robo por encargo
    hecho por algún coleccionista.
    Lo extraño es que "ninguno de esos libros tenía un valor especial.
    Podrían haberse llevado enciclopedias más caras, las computadoras,
    el televisor o la videocasetera. Pero no, ellos querían a Borges",
    comentó al cronista el desconcertado director de la biblioteca pública.
    Creo que el hecho policial le hubiera dado food for thought
    a quien alguna vez se ganó el pan como bibliotecario
    para escribir uno de esos cuentos que cruzan libros y cuchilleros,
    civilización y barbarie, lectura y vida,
    pues debe haber un misterio “a la Poe” bien escondido
    en este caso borgeano sacado de la crónica policial.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado abril 2015
    Están hasta divertidas:)
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Langostas
    El presentador amateur
    del noticiero local está indignado.
    Se le nota en el semblante impostado.
    Él, como sus colegas de
    “las grandes ligas” no puede
    no opinar, no puede no “editorializar” un poco,
    sería canallesco de su parte no pontificar,
    antes de dar la desafortunada noticia.
    “Sus vecinos”, (pues aclara que él también
    camina las calles de la ciudad como nosotros
    los telespectadores) o más específicamente
    los habitantes del barrio El trébol
    “saquearon vergonzosamente”
    “como una manga de langostas”,
    (no duda en calificarlos así el periodista
    delante del tosco panel que hace de coreografía
    en este noticiario del canal de cable local),
    a un infausto comerciante.
    Ya fue suficiente como prolegómeno.
    Ahora con voz neutral, las manos entrelazadas
    sobre la mesa de utilería, el presentador pasa
    a relatar los hechos:
    “en horas de la tarde de ayer, el comerciante N.N.,
    distribuidor de fiambres y quesos, que había venido
    en su camioneta desde una localidad vecina a visitar
    a varios clientes de la zona, fue arrollado por el tren
    proveniente de Mercedes, en un paso a nivel sin barreras
    cuyas vías dividen dos barrios ‘populares’. Y los vecinos
    del lugar, sin el más mínimo respeto por el desafortunado
    comerciante cuyo cadáver aún tibio, seguía tirado ahí
    entre los fierros retocidos de su vehículo,
    se robaron toda la mercadería en cuestión de minutos”.
    Tan eficaz fue la depredación de esta gente
    sin códigos morales que no habían dejado ni un solo fiambre
    (a excepción del del dueño de la camioneta, claro)
    cuando recién llegaron las fuerzas públicas hasta el lugar:
    autobomba, patrullero y ambulancia.
    Antes de pasar a otro tema, el indignado periodista y
    vecino, remata repitiendo: “como una manga de langostas”,
    mientras mueve levemente la cabeza hacia los costados
    para remarcar su indignación, con la debida precaución
    para no salirse de cuadro.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2015
    Hormiguitas laboriosas
    El profesor nos lleva a visitar un neuropsiquiátrico
    de más de 100 años, en medio del campo.
    El pueblito cercano se fundó y creció al ritmo
    de este centro asistencial “para alienados” como
    reza en una placa institucional rescatada de la voracidad
    de los mismos empleados y exhibida en una piecita
    que hoy funciona como museo cuyas piezas recolectó
    con fines antropológicos el mismo profesor.
    Nuestro improvisado guía nos cuenta que el piso de las aulas
    que funcionan en la entrada y donde él enseña
    Historia nacional, “hace como veinte años,
    cuando yo empecé a trabajar acá como
    empleado administrativo, era de madera de pinotea”.
    Yo le pregunto cómo los empleados pudieron robarse un piso
    y él me dice “todos los días un poquito y
    con el tiempo, sin que nadie lo note, ahí tenés
    las consecuencias: no dejaron nada”.
    Es cierto: la devastación de esta institución pionera
    en el país en el tratamiento de enfermos mentales
    “a puertas abiertas”, tal la moda del higienismo
    de la época, se nota desde la entrada.
    “El famoso robo hormiga”, acoto yo y el profesor,
    cuya panza descomunal apunta hacia la caída del sol,
    reflexiona: “hormiguitas trabajadoras, que para eso sí
    que se esforzaban”.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Un Zelig funambulesco
    Esto que cronicaré ocurrió en una cárcel de Córdoba
    no la Sultana sino la sudaca y es parte hoy
    de las noticias “divertidas” del noticiero vespertino.
    Un preso quiso escaparse del penal vestido de mujer.
    Y su transformismo tuvo cierto éxito pues
    bajo su costado femenino a flor de piel
    logró atravesar el primer control
    (¿habrá recibido piropos del guardiacárcel?)
    “pero fue descubierto por un vigilador antes de superar
    el umbral de ingreso al edificio carcelario”.
    Como ese personaje de Woody Allen
    apodado el camaleón
    cuyas metamorfosis querían hacerlo quedar bien
    ante los demás, este recluso puso demasiado
    empeño en su trans-vestismo:
    “A su chaqueta ajustada, sumó una peluca negra
    que le cubría los hombros, un collar plateado,
    sombra celeste en los párpados, rubor en los pómulos
    y lápiz labial rojo”, informa la voz en off,
    mientras exhiben en dos fotos, un “antes y después”
    del seductor reo que buscaba escabullirse
    entre madres, esposas e hijas de la visita.
    “El guardiacárcel que lo descubrió dijo que le llamó la atención
    su vestimenta, demasiado producido para un sitio marginal”,
    completa el informe con música circense como telón de fondo.
    Y si nos detenemos en la foto del “después”, es cierto,
    al preso se le fue la mano con el rímel
    como a un Zelig desmesurado.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Un Hermes agarofóbico
    De Córdoba no la Sultana sino
    la sudaca llega la noticia.
    Fue por casualidad que la policía
    le allanó la casa por un robo
    a un empleado del correo
    y encontró en una de las habitaciones
    más de 7 mil cartas sin entregar.
    El introvertido coleccionista
    de los mensajes ajenos
    está detenido por
    “robo de documentaciones privadas”.
    Eso es todo lo que informan.
    Sobre los motivos de tal proceder
    de este Hermes agarofóbico
    el comisario a cargo del inesperado hallazgo
    le responde al cronista que “nada puede
    informar” y aunque el periodista arriesgue
    algunas interpretaciones freudianas
    el uniformado vuelve a despegarse
    de lo que “ya dirán las pericias psiquiátricas”.
    Mejor, me digo, así puedo especular
    frente a este espejo enmarcado entre
    signos de pregunta:
    ¿Fue por vergüenza de tocar timbres
    y presentarse ante sus vecinos
    (en los pueblitos todos se conocen)
    disfrazado en uniforme amarillo y azul?
    ¿Fue por dejadez, por aburrimiento,
    por tristeza, por espíritu de secuestrador
    o por sufrir de agorafobia que este inenarrable
    cartero de interiores acumuló tantas palabras
    en un cuartito de su casa?
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Pesadillas balzacianas
    De noche, tarde, me quedo viendo
    una reemisión de El Bonaerense
    film que relata con crudeza la realidad
    de las fuerzas policiales
    de la provincia de Buenos Aires,
    la misma que yo habito sin querer;
    de hecho, hay una sucursal de ellas
    que está acá nomás
    dando la vuelta a la manzana.
    (¿Esa proximidad espacial de una comisaría
    debería hacerme sentir más tranquilo
    o más preocupado? Cuántas veces
    me he hecho esta pregunta imposible por
    impensable en un país serio...)
    Pero volviendo al film
    tan pero tan realista que acaso
    supere a la misma realidad
    con maestría wildeana
    y verifique eso de que
    la naturaleza imita al arte,
    hay una escena donde el
    protagonista, desempleado
    devenido en oficial de calle,
    mantiene relaciones sexuales con una
    compañera de trabajo dentro del patrullero,
    olvidados ambos de la vigilancia
    de esa esquina del conurbano bonaerense,
    y sí vigilantes a las posiciones más convenientes
    de sus órganos genitales.

    Esta escena me recordó a esta otra
    de la vida real en la que una parejita
    de uniformados-enamorados
    fue echada de la institución luego de que
    unas escuchas de “asuntos internos”
    los sorprendiera dando rienda suelta a sus más bajos
    instintos dentro de la garita de vigilancia
    de (nada menos que) el palacio legislativo provincial.
    Claro, en este caso supervisora y subalterno
    habían desatendido el cuidado de poderosos políticos
    que gastan millones en su seguridad personal,
    como que son los dueños del feudo que habitan.
    ¿Pero acaso estos tórtolos de azul, me pregunto,
    no completaban sus pulsiones primarias que a diario
    les daban de comer en el trabajo sostenido
    de la represión de las conductas desviadas?
    “Haz el amor, no la guerra”, les susurraría por la ventanilla
    de la garita algún jipi viejo y demodé que los descubriera.
    “Atentos para hacer la guerra, no hay tiempo para el amor”,
    les recordó el Poder represor por antonomasia,
    cuando les comunicó que ahora eran simples civiles
    desocupados con todo el tiempo libre para fornicar.
    Y qué quieren: si debo elegir yo me quedo con la ficción.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Candidatura declinada
    (Dicen que los verdaderos poetas nacen
    cuando van más allá de esa pulsión ingenua
    de emborronarle versitos cursis a su amada o amado
    y se ponen a escribir en serio pensando
    en el lenguaje y no en sus sentimientos y hormonas.
    De allí que la tradición lírico-romántica
    haya naturalizado su modulación
    como la poesía “verdadera”.
    Tal vez eso pasó con este individuo
    que de jugar a los pistoleros en el
    patio de su casa, una mañana cargó el arma
    y salió a la calle.)

    Es hora del almuerzo y miro las noticias con mi padre
    en el informativo del mediodía.
    Un movilero, de pie “en plena avenida Cabildo”
    muestra el manchón de sangre que dejó
    el infortunado transeúnte.
    Un desequilibrado mental sacó su arma
    y empezó a disparar a mansalva
    hasta vaciar el cargador,
    luego se subió a un colectivo
    como si nada y desapareció.
    (Hoy la prensa lo apoda
    “el tirador de Belgrano”
    y la justicia lo ha declarado inimputable
    por sus trastornos psicológicos.)
    “El saldo”, como dicen en la jerga,
    (¿quién lleva el balance contable de los cadáveres?)
    fue de un muerto y cuatro heridos.

    Hace unos pocos meses que he regresado
    de mi estadía capitalina y, mientras escuchamos
    los hechos narrados in situ, le comento a mi padre
    que yo vivía a unas tres cuadras de esa vereda
    cuyos baldosones ensangrentados
    hacían de patética escenografía
    frente a la coqueta fachada de un banco español.
    “Yo pude andar por ahí a esa hora”,
    le digo a mi padre a sabiendas de lo
    impresionable que él es para estas tragedias:
    nunca viajó a visitarme y la gran metrópoli capitalina
    es para mi sexagenario progenitor
    un caos de violencia difícil de entender.
    Vuelve a mirar el zócalo que en la pantalla
    informa sobre un desquiciado que abrió fuego
    entre pacíficos ciudadanos que pasaban por ahí,
    (allí están tres baldosones grises barnizados de rojo
    dando fe de lo sucedido)
    y mueve la cabeza ante mi revelación
    sin poder verbalizar el torbellino que le pasa
    por detrás de su frente.
    Por suerte hace unos meses decliné mi candidatura
    a escribir mi nombre en la lista de las víctimas
    que la prensa imprime y de donde yo alimento
    estos poemas tan asépticos como esas mismas crónicas.
    Pues ahí estoy, almorzando con él de cuerpo presente,
    del otro lado de la mesa
    y no allá, en esa ciudad inconcebiblemente infernal
    para su sensibilidad de hombre de pueblo,
    pasando por detrás del manchón de sangre
    y del movilero insistidor que estira la salida de exteriores
    buscando testimonios entre los comerciantes del lugar.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Un Kill Bill telúrico
    La prensa nacional ya lo apodó
    “el samurai cordobés”.
    El hombre, que estaba siendo asaltado
    por tres “malvivientes” en su propia casa
    aprovechó un descuido
    para agarrar su katana o “espada japonesa”
    y empezar a “repeler a sablazos”
    el ataque con otro ataque,
    tal como me enseñaron en el ajedrez.
    Mientras los cacos en plena
    cacofonía de la huida
    no acertaban a subirse al auto,
    las arremetidas de este Tarantino de entrecasa
    convocaban a varios donantes de sangre.
    Y escapando de su propio robo
    chocaron contra un poste de luz.
    “Los agentes, siguiendo el reguero de sangre,
    irrumpieron en una casa de la zona, propiedad
    de la pareja de uno de los ladrones y detuvo
    a tres hombres y una mujer”.
    De allí fueron trasladados al hospital
    mientras los vecinos reclamaban alrededor
    “dejenlón que se desangren ahí nomá
    a esos hijo `e puta”.
    “Según relató una hermana del delincuente-víctima
    a la radio local, el hombre reaccionó después de que
    los asaltantes se llevaran a su mujer a otro sector
    de su vivienda de donde estaba él”.
    Exoticidades que llaman la atención
    de la maculada prensa amarillista,
    tanto como los tonos del overol
    que usaba Beatrix
    en sus andanzas hollywoodenses.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    El fugitivo
    Otro caso de mi ingenuo
    cuasi prontuario personal.
    Ocurrió en la ciudad capital, yo volvía de almorzar
    caminando de regreso a la oficina cuando al doblar
    en una esquina vi que un policía de calle
    retenía contra la pared a un joven
    por supuesto ejercicio del punguismo.
    El uniformado buscaba testigos a su alrededor
    y me vio que pasaba caminando
    por la vereda de enfrente.
    Cruzó la calle y me preguntó si llevaba
    el documento de identidad conmigo.
    No oficial, le dije, salí a comer.
    El uniformado volvió a mirar a su alrededor
    sin decidirse sobre mi situación procesal.
    Seguíamos ahí parados. Yo aguardaba directivas, sumiso.
    Sin decirme nada volvió a cruzarse de vereda,
    perdiéndose entre el grupito de curiosos que ya rodeaban
    al esposado, quien esperaba al patrullero sentado contra
    la cortina de chapa de un local en alquiler.
    No me había dicho que me fuera, tampoco que me quedara.
    Yo de a poco empecé a alejarme hacia la esquina.
    Un pasito y después otro, sin mirar hacia atrás,
    como un orfeo nada angustiado por su Eurídice punitoria,
    la Justicia pequeñoburguesa.
    Llegué a la esquina y doblé, entonces
    empecé a caminar ligerito,
    pero sin correr, claro, para no delatarme
    como un Richard Kimble en pleno dribling policial.
    En esa fuga de juguete me imaginé testigo:
    despachos, pasillos y escaleras,
    jueces, secretarios y albaceas,
    citaciones, salas de espera y declaraciones.
    Apreté el paso, me quedaban escasos cien metros
    para volver al trabajo ese mediodía de lunes.
    Recuerdo que esa vez
    el escritorio, los papeles, el jefe
    en fin mi mamadera burocrática
    me resultaron entrañables
    como el mal menor.
  • SilenusSilenus Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado mayo 2015
    Chicos y chiquitajes
    El juguetero de mi infancia,
    hoy me vende dólares.
    Recuerdo que de chico me
    saludaba con un efusivo
    “cómo andás campeón” ante
    la mirada de mi madre que era
    la garante material de mis antojos.
    Tal vez las ruinas de su vieja
    juguetería sean hoy una simple fachada
    para su floreciente negocio cambiario.
    Aunque algunos juguetes
    se le han escapado hasta la puerta
    en caleidoscópica coreografía
    todos en el pueblo huelen verde
    cuando pasan por la vereda
    y relojean el interior oscuro.
    Yo necesito dos franklins pues
    su adusta cara enmarcada en un óvalo
    es el mejor espejo
    en el que se mira a diario
    el rengueante ahorrista argento
    en la carrera inflacionaria.
    Antonio desaparece en la trastienda
    cargando dieciocho papelitos violetas
    y vuelve, liviano, con dos verdes.
    Va a entregármelos pero nota que un tipo
    de pie frente a la puerta de su comercio
    semblantea las muñecas de plástico.
    Pará un poquito me dice, y cuando el extraño
    sigue viaje me alcanza los billetes
    aclarándome que no quisiera ir preso
    “por este chiquitaje”.
    Graciosa palabrita pensé (y no comenté):
    simula venderle a los chicos
    pero hace negocio con el chiquitaje de los grandes.
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