A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936
Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.
Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.
Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.
No se pone triste ni alegre ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.
A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta que aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.
Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.
Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.
Francisco Ruiz Udiel(Estelí, 1977 - Managua, Nicaragua, 2010)
Todas las noches son sabias, en un tiempo que todo lo olvida.
Son inocentes las pintarrajeadas en paredes de altos muros y la luna vacía.
Las fértiles entrañas de mis ojos van escupiendo muertos por la calle.
Destacando de la muchedumbre, nuestras vidas se desestructuran
con la tranquilidad del aire recogido, como una madre triste alumbrando vidas.
Las luces de la noche parecen estrellas que brillan un momento en el cielo
y se precipitan irremisiblemente hacia la nada, entre convulsiones húmedas
de frío.
Es, cuando entonces estábamos como pieles de gallina, desintegrando
la materia con nuestras propias manos, volando el búho de Minerva.
Se hace tarde ya.
¡Venga! Que tenemos que marcharnos a enterrar a nuestros muertos.
Para secar la sangre de las frentes de las piedras. Yo he visto a esas piedras
abandonarse como se abandonan los niños, contando cuentos grotescos,
de soles frágiles y días sin remedio. Y Saturno negándose a comer hígados.
Genitor eclíptico de cristales rotos. Después de haberme dejado solo,
quiero creer como creen los niños, aunque la sonrisa no volverá a su sitio.
Hoy, soy un pájaro libre de plumas calladas, misteriosas, que dije lo que nadie
dijo, entremezclándome en abismos de lágrimas y burbujas de sueños.
-Seguiría engendrando palabras que significan poco.-
Ya se suicidó el último sentimiento que me quedaba de ti.
De repente, los muertos se pusieron a cantar,
y pájaros-piedras-plumas aplaudiendo a los lobos que matan, a la pena
por sí sola.
(Te ves nacer, te ves morir y resucitas...)
La vida de uno continúa sobre la muerte de otro. Y seguimos viviendo Alejandra.
[OCULTAR]I m p r e s i o n a n t e, Quinti.
Lo voy a secuestrar para ir leyéndomelo en más ocasiones durante el día... No son palabras para leer con prisas...
Eres la definición de poeta... [/OCULTAR]
Carta a mí misma
¿Recuerdas
cuando era el teléfono un pájaro
cantando en el alambre... ?
Nunca creíste
que sólo se trataba de un vil artefacto.
Eras insoportable.
Por eso hasta quisiste un lunes
regalarte.
Tenías la mirada llena de barcos.
Dabas de comer
a los perros del parque
y te sabías de memoria el número
de árboles,
a fuerza de ser viento,
de ser hoja,
de husmear
no sé qué estrella entre las ramas.
Eras
un raro espécimen,
una degeneración futura,
un grifo siempre yéndose,
ya ni sé qué decirte,
eras
algo bastante feo que me gustaba.
Te pregunto,
por preguntarte,
porque sí,
porque llueve
y algún entremetido te ha empujado:
¿Qué harías si te dejara libre,
si de un manotón quitara la montaña...?
De ley
irías a refugiarte en la ternura,
a estrellarte en el borde de un retrato.
A escabar en el suelo un sucio anillo
del que nacieron rosas,
lombrices,
telarañas.
Tú,
siempre serás tú.
No habrá abracadabra que te cambie.
No habrá
reencarnación que te libre del lodo de los sueños.
No habrá forma
de librarse de ti
ni estrangulándote.
Oye:
no vayas
a suicidarte.
Me es indispensable tu presencia:
triste,
desafiante.
Terminada en punta
-como una hoja-
detrás de la ventana.
Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.
La oscuridad te lame igual
los grandes ojos huecos
con que mirás,
me doy cuenta;
lo digo por tus negras ojeras
que te denuncian el resquicio
húmedo con olor, no a pupila mojada,
sino a terror,
a frágil cúmulo de carne
en una habitación con colillas tóxicas,
de muerte dentro de un trofeo,
a vasta soledad con vendas gastadas,
a lágrima derramada sobre un poema tuyo
que te recuerda a vos misma
estrujada por un abominable pasado.
Maquilláte el rostro Eu,
así la gente no sabrá
que todo este tiempo
te estuvo carcomiendo el llanto.
Ser cartógrafa de una casa implica conocer sus objetos
secretos: una red agujereada de pesca en el depósito
de las herramientas, señuelos con dibujos de peces
rojos y negros, el cuadrante roto de una brújula
que marca siempre el norte, olor a humedad que recuerda
imperfectamente el mar. Como si alguien de la familia
hubiera fallado en los preparativos de una travesía larguísima
y ahora te tocara reconstruir el itinerario de esa expedición
que nunca se hizo.
Se debería partir cuando el mapa esté completo,
cada ciudad en su sitio y de cada una los datos necesarios:
la velocidad máxima de sus vientos, la profundidad de sus ríos,
su época de tormentas. A veces pensaste en diseñar
un mapa deliberadamente errático, por la sola belleza
de extraviarte en dibujos que no llevan a ninguna parte.
O tal vez para obligarte a permanecer en el mismo sitio
preparando para siempre una partida,
tu propia vida el lugar donde aprender la palabra viaje.
Todas las cosas hermosas, al principio, son palabras.
¿Viste alguna vez cómo el sol atraviesa
el ala de un insecto en vuelo? ¿Con qué delicado
y fugaz dibujo la rellena? Así hubieras querido que se viera
tu cuerpo en la transparencia de la tarde:
una chispa de azufre, azulada. Materia inflamable
que al menor roce recuerda su pertenencia a los volcanes,
su ansia de desprenderse y arder en el aire.
¿Adivinaste ya que no es ese tu oficio? ¿Pudo tu cuerpo
amar lo que le ha sido encomendado? Que otros se vayan.
Lo tuyo es escribir la historia de ese viaje.
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
A Mía le da asco su cuerpo.
A Mía le interesan los árboles.
Sus escuetos y largos troncos
delgados, delgados
como la muerte encapuchada
de los dibujos animados.
Amiga televisión, tardes secas en el armario.
A Mía le han dicho: “todo lo que tocas se pudre”
y “por más que te masturbes
no te enamorarás del espejo”;
Y es tan triste verla morder la almohada
deseando despertar detrás de la cortina
en el mundo libre
en el mundo sarpullido de bosques,
de erotómanos y erotómanas.
Sin embargo, el viento flamea fuerte la cortina,
tan fuerte. Se la lleva lejos.
¿Cómo llegar ahí si ya no hay cortina?
Mía entiende, pero le importa un bledo.
Mía sabe que todo lo que toca se hace oro
o se pudre
pero nada queda igual.
“Bulliciosas locuras siembran esas raras pastillas
que el doctor recetó a Mamá;
De esos doctores que se ganan algún sencillo vendiendo recetas a los pastrulos
¡y que quede claro que mamá no es ninguna pastrula!
Y que quede claro que yo pertenezco a otro cielo;
a otra física y a otra química.
Nunca es tarde para emigrar al rincón más oscuro del Multiverso”.
Yo no descanso nunca. Yo no tengo reposo
porque me estoy haciendo y deshaciendo.
Soy la lengua incesante del mar que anuncia el éter y el abismo.
Mi palabra anda en boca de todos los amantes
que descuartizan su alma por los besos
para honrar con su llama la acción de la semilla.
¿Por qué veo a los hombres en catástrofe?
¿Por qué los veo presos
si siempre fueron libres, con las alas cortadas?
¿No soy hijo del hombre? ¿No soy parte del día?
¿No soy sobreviviente de otros ojos vaciados,
ojos que hace mil años se abrieron en el niño
que era mi propio cuerpo?
¿No heredarán mis ojos los hijos de mi canto
hasta hacerse otra vez un niño misterioso
que llorará ante el mar sin poder comprenderlo?
Me paseo furioso,
cortado en dos mitades milenarias,
como el gran mar que tiene dos cabezas erguidas
para mirar arriba y abajo la tormenta.
¿Dónde empieza y termina la pasión de mi cuerpo,
libre de la mentira? ¿Es mi sangre la estrella
del movimiento, sol de doble filo,
en que lo obscuro mata a lo confuso?
Me alimento de sangre.
Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras,
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse.
¿Es la pasión la forma de mi conocimiento?
¿Son mis ojos las manchas
del aire? ¿O es el aire padre de la mentira?
El sol, todo este sol que me desvela al fondo de las últimas formas
con su estallido inexplicable,
me está poniendo ciego de mirar lo perdido.
Yo veo por mis actos mucho más que a través de mis visiones
que mi ceguera es parte de la total videncia,
cuya luz me fascina con sólo obscurecerme
debajo de esos soles ociosos y enredados
que componen los días de este mundo.
Mi obscuridad se sale de madre para ver
toda la relación entre el ser y la nada,
no para hacer saltar el horizonte,
ni para armar los restos de lo que fué unidad,
ni para nada rígido y mortuorio,
sino por ver el método de la iluminación
que es obra de mi llama.
Así vivo en lo hondo de mis cinco sentidos
mil años boca arriba y otros mil boca abajo,
pues necesito entrar a saco en cada cosa,
sembrar allí un volcán y dejarlo crecer
hasta que estalle solo.
Yo no explico las causas como si fueran flores
encima de una mesa llena de comensales,
mientras suena la música.
Oh miseria del hombre,
desde hace miles de años
la mentira es el único cadáver
que contamina el éter de las cosas:
el cadáver sin fin, ese pelo infinito
que aparece en el punta de la lengua.
Ese pelo de muerto que cae de la noche,
nuestro peor cuchillo,
que nos corta los ojos con dulzura.
Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.
Ya madura el jugo de la tarde.
Coloración rosada, asco intenso del que odia las libélulas.
Cuánto fermento: se inició la noche,
ebrios con paracaídas en su gota de whisky,
y ya es.
Se hubo: caminar un poco, el condimento de la piedra
simplemente el paso.
Oh, noche de alubias y de estrellas,
fuga del corazón de la ciudad en la vieja Chevrolet,
y Franz y su mujer y nuestra amiga.
La que vive en un poblado hacia el norte, rumbo a casa.
Era en el caer de la sombra no soportar nuestros desnudos.
El brillo de los ojos a túnica en el piso,
la liviandad de la piel jalándose hasta el cielo,
y algo Franz para fumar.
Tan débil respirar bajo el caudal de la penumbra,
carretero.
Línea continua para rebasar la idea de Dios,
que viaja lento y diurno.
Y ella, la yaciente en la piedra de sus ojos,
la de un callar miel y hortelano,
nos habló en silencio de las fiestas del dónde.
En el surco abierto en nuestras voces tropezaba el kilómetro.
Secos de garganta
pero húmedos de espíritu, de regreso a.
Tres contra la bóveda estrellada,
nadábamos de pecho en la piscina de.
Signos zodiacales para meter en un frasco de vidrio,
y darlos de regalo.
Zodiacales cloruros de no saber ya nuestro nombre:
inmadurez de la muerte aún no en verbo decantada.
La muerte preguntaba por nosotros en la línea quebrada del camino.
Y no sabíamos de; no dimos con la luz antiniebla.
Perezosos a todo aquello que no es vida,
rimábamos al herbazal a orillas del camino: sencillez de lo finito.
Un alto obligado.
Acaso la muerte, dijo uno de nos, un eco de nos,
acaso ella
tan pura como:
el orín caía entre nuestras piernas, rompiendo el silencio
y varias grietas en la tierra.
Muerte ámbar volviendo a las arenas y a lo fresco de la noche,
usando de Moisés nuestras rodillas abiertas.
Después del esfínter, el sopor oculta la otredad.
Hacía frío.
Cuando veíamos la ciudad de nuevo,
notó Franz que mis mejillas eran grandes, y mis
ojos más pequeños y rasgados.
Ya en los suburbios, algo picante de cenar:
acompañado de un café muy negro, casi noche.
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.
Para escribir
utilizo un cuaderno
tamaño cuartilla
como el que los niños
utilizan para ir
al colegio.
Me gusta
porque es barato,
cómodo
y tiene rayas
- nunca me gustó
escribir en folio -.
Pero lo más importante
de todo
es su tapa,
porque en un recuadro
está escrita la marca,
GUERRERO,
y yo,
a la hora de enfrentarme
a algunos poemas,
me lo creo.
.......................................
NOCHEBUENA
En las fotos
de la cena de Navidad,
entre huevos rellenos,
platos de jamón,
paté y salmón,
destaca una cara
entre todas,
la de mi padre,
con 5 meses y medio
de enfermedad
a sus espaldas,
y en cambio,
40 kilos
menos de peso.
Fue una
de las pocas veces
que pudo cenar
algo sólido
y no basar su alimentación
en batidos especiales
con sabor
a plátano.
Lo que sorprende
al ver
el resto de las caras,
es que ninguna
muestra
el más mínimo
signo
de tristeza,
todo son risas,
felicidad,
como cualquier
otro año.
Porque
el regalo
que todos
recibimos ese año,
fuera de objetos materiales
y dinero,
fue
compartir esa cena
con él,
prepararla a su lado,
verle sonreír,
y por una vez,
ganarle la partida
a un cáncer de estómago,
aunque
solamente diez días
más tarde
nos demostrase
a lo que había venido.
la paliza me la debías
-no preparé a tiempo la cena
merecía el latigazo con el cinturón de cuero
-era cierto que me habían visto con otro
era tu deber saltarme un diente
-no me acosté con él pero deseé hacerlo
era justo que me jodieras dos costillas
-encontraste la cama sin preparar
y la comida deshecha
tenías derecho a abrirme el labio
-a pesar de tus gritos no pedí perdón
ni grité hijoputa mientras me molías a palos
no lloré al ver de nuevo sangre en mi camisa
no pedí perdón
ni grité
ni lloré tampoco
cuando alejándote de
espaldas te rompí la cabeza con
el horrible jarrón que
nos regaló tu madre por navidad.
Puto jarrón.
Me corté en un dedo con
su horrible cerámica pintada con
flores azules.
La rosa esculpe
sus violentos colores en el frío,
y no es sino quimera de la rosa
en la nieve, rosa de invierno,
agua helada, blanco en lo blanco,
ofreciéndose .
La rosa crepita en la llama,
y en la desolación de la nieve
no hay deshielo demasiado lento.
El más grave error de quien olvida
es creer que el olvidado hará lo mismo.
Imagino, pues, tu rostro,
su expresión de sorpresa
o más bien desconcierto,
o mejor ira sorda,
al saberte vencida en la batalla,
que al muerto que mataste
aún le resta podredumbre de amor
para vivir.
La nota has recibido,
qué tal, qué haces, cómo sigues,
esencia de victoria y destrozado,
soy feliz.
Antonio Daganzo Castro es poeta madrileño (1976-)
.
.
.
Los Reyes Magos olvidarán tu dirección.
No habrá estrellas sobre tu cabeza.
Acaso sólo el ronco bramido del viento
escuches como en otros tiempos.
A tus hombros cansados les quitarás la sombra,
cuando apagues la vela, antes de acostarte,
pues el calendario nos promete
más días que velas.
¿Qué es esto? ¿Tristeza? Tal vez sea tristeza.
Una canción que te sabes de memoria.
Que se repite. Pues que se repita.
Que se repita desde ahora.
Que suene también a la hora de la muerte,
como gratitud de labios y ojos,
hacia lo que, a veces, nos obliga
a perder la mirada en la lejanía.
Y mirando en silencio al techo,
porque el calcetín, claro, está vacío,
comprenderás que la avaricia sólo es garantía
de que eres demasiado viejo.
De que ya es tarde para creer en milagros.
Y lanzando tu mirada al cielo,
sentirás de repente que tú mismo
eres un regalo sincero.
Joseph o Iosif Alexándrovich Brodsky fue poeta ruso (1940-1996)
.
.
.
Ayer he recordado un día de claro invierno. He recordado
un puente sobre el río, un río robándole azul al cielo.
Mi amor era menos que nada en ese puente. Una naranja
hundiéndose en las aguas, una voz que no sabe a quién llama,
una gaviota cuyo brillo se deshizo entre los pinos.
Ayer he recordado que no se es nadie sobre un puente
cuando el invierno sueña con la claridad de otra estación,
y se quiere ser una hoja inmóvil en el sueño del invierno,
y el amor es menos que una naranja perdiéndose en las aguas,
menos que una gaviota cuya luz se extingue entre los pinos.
Lo indica esa montaña cubierta de edificios.
Ni un solo palmo de tierra limpia para la siembra.
Un descampado, a veces, interrumpe el paisaje
vertical de ventanas.
Un descampado es una tierra podrida;
ningún loco pretende ahondar bajo sus piedras
y enterrar la semilla de la fruta del miedo.
Aquí se invierte el mundo:
él cosecha entre hombres, agujas y cristales,
protege de miradas a los cuerpos urgentes.
A veces un cuchillo amenaza los juegos
de los niños que ignoran el temblor
de las venas cansadas de estar rotas.
Y algo nace quebrado si no hay tierra
tan limpia que podría morderse.
Se arrojan las semillas, sin mirar, a la acera,
esperando que el viento las proteja en su marcha.
Se extinguió de entusiasmo y murió de pereza;
si vive es por olvido; no ser en una pieza
él mismo y su querida fue su única tristeza.
No nació de ningún modo;
va donde el viento le deja;
es cual bazofia compleja,
mezcla adúltera de todo.
Hecho de “qué se yo”. Un lince
en cuanto a vista. Oro y poco dinero.
Muchos alimentos y...un esguince
si el brío ha de ser duradero.
Un alma inmensa para quien no tiene violón.
Demasiado amor para un mal garañón.
Muchos hombres y...ninguna demostración.
Todo el mundo
parece enfermo últimamente
o tiene
un funeral en perspectiva
El cielo cerró por vacaciones
y ya no es
sol
volantín
ni vía láctea
sólo un trapo desteñido
surcado por aviones
y pájaros de Hitchcock
No sé por qué ni a dónde
emigraron los deseos
las velas y las flores
por gracia concedida
La calle me parece indescifrable
incluso las palabras de los ciegos transeúntes
Todo huele a humo últimamente
a hoguera a cigarrillo
voy vestida de cenizas
dándole
la extremaunción a las cunetas
No resisto
la solemnidad de los paraguas
los anónimos zapatos
que corren hacia el Metro
Detesto
la nata de esta leche
y el bostezo miserable que circunda
Creo
que necesito una navaja
Te arrancas el disfraz y vuelves a tus orígenes. Estamos cerca, muy cerca, jugamos a la Vida reconociéndonos cada uno en el cuerpo del otro. Me recorres, me bebes y te sumerges en el agua clara de un mundo propio. Tuyo. Nuestro. Un mundo que inicia y termina en la puerta frágil de madera oscura que quisiera caerse a cada instante.
Te quedas quieto con los ojos abiertos, asombrados de ti mismo y de nuestros cuerpos juntos uno frente al otro, sobre el otro, entre el otro.
Te quedas quieto velándome el sueño, me cuentas cuentos. Me cuentas cuentos recién inventados y me bañas de flores y de palabras.
Y perdemos hasta el nombre.
Somos entonces las parejas antiguas de todos los tiempos, somos nosotros mismos recién nacidos: recién inventados inventando mundos alternos para retozar
desnudos como niños
desnudos como viejos
desnudos como amantes
como siempre
como ahora
como antes.
Te quedas quieto grabando mi cara atrás de tus ojos como talismán contra la mala memoria. Reconoces mi boca con tus manos, mis piernas con tus manos, mi cara con tus manos. Los bautizas. Les das nuevo nombre y el nombre es bueno.
Y vio Dios que era bueno.
Te reconstruyo. Abro los ojos y te reclamo. De nuevo me tocas. De nuevo nuestros cuerpos se tocan y de nuevo el espacio desaparece, se transforma y se multiplica. Y de nuevo nada existe.
Renacemos al mundo limpios y conversos, como recién paridos.
¿Y vio Dios que era bueno?
Me imagino y pienso y me parezco a ti, a lo que sientes, porque soy tu sentimiento, tu sueño tranquilo y tu respiración en mi espalda, tu espalda, esos días que se repiten en el tiempo y el espacio y que no mueren, que no se van porque son tuyos.
Regina Swain (Monterrey, Nuevo León, 1967-).
.
.
.
Esta noche me largo. Un vuelo en primera al fin del mundo: África, Asia, América, todos los desiertos con palmeras, grandes cenas en grandes trasatlánticos. Una noche en Oslo, otra en Santiago de Chile. Una tarde en Pekín, otra en Kiev, exprimiendo este mundo hasta la última gota de vida. Esta noche me largo. Hoteles, taxis, bares, casas, ciudades de la tierra, voy a vosotras. Una mañana en Tokio, una noche en Ciudad del Cabo, el calor, el fuego, el descontento, la sed, una vuelta por el mundo; esta noche, me largo esta noche. Templos, museos, lavabos, banderas, escaleras, barrios perdidos, farolas muertas en ciudades horrorosas. Las playas, los calamares a la romana, los pobres, los ricos, la nada, el barro, el sol, la luna. Este mundo. No es inhóspito. Las faldas azules de las camareras de los hoteles. Las nubes desde la estrecha ventana del avión, Dios encima de una nube, descansando, abajo los inertes océanos con el vientre lleno de ballenas, de pulpos, de rodaballos, de sardinas tristes a la deriva, de viciosos peces transparentes. Esta noche viajaré en un avión gigantesco, a la velocidad de la sangre, quiero ver este mundo que se muere, las naciones bajo mis pies sucios, las cárceles, los gobiernos, las lenguas, las patrias, y yo arriba, al lado de Dios, al lado del sol y de las almas gastadas. Me gusta el hedor moral de este maravilloso mundo. Esta noche me largo. Mucho amor en el aire humedecido. Mucha felicidad en las manos radiantes. Mucha santidad en los ojos. Esta noche me largo.
La mirada ocre agonizando cuando cae una tarde desafortunada
y el sonido de las hojas trituradas por botas embarradas
agoniza en algún inhóspito lugar del desierto de árboles
que sirve de refugio a una bestia humana con ojos azules.
Hay ramas manchadas de sangre seca y cortezas de árbol violadas
por orines rancios
de decenas de víctimas enfrentadas al miedo...
... a una afilada hoja de cuchillo de carnicero que roza el cuello
y juguetea con el sabor de la muerte próxima
que resbala
entre unos dedos enormes, siniestros, torpemente diseñados...
Movimiento violento para que cuchillo arrancavidas reviente
en una explosión triunfal contra la frágil muralla de un corazón
pletórico de sangre, que estalla hacia dentro como explosión nuclear
creando un crepúsculo artificial que sólo disfruta
el atormentado cerebro de una mente enferma,
que obliga a su cuerpo a pasear penosamente por un bosque extraño,
muerto...
por un bosque próximo a su casa,
a la de sus padres,
a la de su niñez...,
ellos han muerto; padre tardó algo más: era una mala bestia,
pero el alambre de espino trenzado alrededor de la garganta
obra milagros en el pescuezo más resistente...
(crack, crack, crak)
y, de nuevo, el sonido de las ramas y las hojas al ser pisadas...
...y el sonido de las risas inocentes acercándose
a través de la espesura maliciosa del bosque asesino
Hace tanto frío aquí, y todo
es yermo y gris, ninguna piel da calor
a otra piel, ninguna mano acaricia
otra mano.
Pero hoy, cuando cavábamos la zanja
junto a la alambrada, me ha parecido que
me sonreías.
Y he visto que era cierto: cuando se han llevado
el cuerpo tenías un gesto plácido en
los labios.
Chile no es mi patria
ni la tierra es mi planeta
ni la tierra pertenece al sistema solar
ni el sistema solar pertenece a la Vía Láctea
ni la Vía Láctea pertenece al universo
ni el universo pertenece a dios
ni dios pertenece al vacío
ni el vacío pertenece a mi mente
ni mi mente pertenece a mi carne
ni mi carne pertenece a mi cuerpo
ni mi cuerpo pertenece a mi alma
ni mi alma pertenece a mi muerte.
Comentarios
Un tigre salta de la piedra.
Vuela un ave que ignora la angustia del vacío.
Ciego es el pez, su pupila es el agua
y muere herido por el aire.
La lombriz puede ser reina de la altura
y deshacerse el árbol
en el vientre insaciable del insecto.
A la cruz del comienzo clavado sigue el hombre.
Sangra. Puede ver aún el rostro de los otros.
Ni dios, ni ventanas azules,
ni el inocente ojo del antílope.
Waldo Leyva
A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936
Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.
Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.
Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.
No se pone triste ni alegre ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.
A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta que aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.
Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.
Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.
Francisco Ruiz Udiel (Estelí, 1977 - Managua, Nicaragua, 2010)
Todas las noches son sabias, en un tiempo que todo lo olvida.
Son inocentes las pintarrajeadas en paredes de altos muros y la luna vacía.
Las fértiles entrañas de mis ojos van escupiendo muertos por la calle.
Destacando de la muchedumbre, nuestras vidas se desestructuran
con la tranquilidad del aire recogido, como una madre triste alumbrando vidas.
Las luces de la noche parecen estrellas que brillan un momento en el cielo
y se precipitan irremisiblemente hacia la nada, entre convulsiones húmedas
de frío.
Es, cuando entonces estábamos como pieles de gallina, desintegrando
la materia con nuestras propias manos, volando el búho de Minerva.
Se hace tarde ya.
¡Venga! Que tenemos que marcharnos a enterrar a nuestros muertos.
Para secar la sangre de las frentes de las piedras. Yo he visto a esas piedras
abandonarse como se abandonan los niños, contando cuentos grotescos,
de soles frágiles y días sin remedio. Y Saturno negándose a comer hígados.
Genitor eclíptico de cristales rotos. Después de haberme dejado solo,
quiero creer como creen los niños, aunque la sonrisa no volverá a su sitio.
Hoy, soy un pájaro libre de plumas calladas, misteriosas, que dije lo que nadie
dijo, entremezclándome en abismos de lágrimas y burbujas de sueños.
-Seguiría engendrando palabras que significan poco.-
Ya se suicidó el último sentimiento que me quedaba de ti.
De repente, los muertos se pusieron a cantar,
y pájaros-piedras-plumas aplaudiendo a los lobos que matan, a la pena
por sí sola.
(Te ves nacer, te ves morir y resucitas...)
La vida de uno continúa sobre la muerte de otro. Y seguimos viviendo Alejandra.
Quintiliano ( yo mismo)
.
.
.
Lo voy a secuestrar para ir leyéndomelo en más ocasiones durante el día... No son palabras para leer con prisas...
Eres la definición de poeta... [/OCULTAR]
Carta a mí misma
¿Recuerdas
cuando era el teléfono un pájaro
cantando en el alambre... ?
Nunca creíste
que sólo se trataba de un vil artefacto.
Eras insoportable.
Por eso hasta quisiste un lunes
regalarte.
Tenías la mirada llena de barcos.
Dabas de comer
a los perros del parque
y te sabías de memoria el número
de árboles,
a fuerza de ser viento,
de ser hoja,
de husmear
no sé qué estrella entre las ramas.
Eras
un raro espécimen,
una degeneración futura,
un grifo siempre yéndose,
ya ni sé qué decirte,
eras
algo bastante feo que me gustaba.
Te pregunto,
por preguntarte,
porque sí,
porque llueve
y algún entremetido te ha empujado:
¿Qué harías si te dejara libre,
si de un manotón quitara la montaña...?
De ley
irías a refugiarte en la ternura,
a estrellarte en el borde de un retrato.
A escabar en el suelo un sucio anillo
del que nacieron rosas,
lombrices,
telarañas.
Tú,
siempre serás tú.
No habrá abracadabra que te cambie.
No habrá
reencarnación que te libre del lodo de los sueños.
No habrá forma
de librarse de ti
ni estrangulándote.
Oye:
no vayas
a suicidarte.
Me es indispensable tu presencia:
triste,
desafiante.
Terminada en punta
-como una hoja-
detrás de la ventana.
Ana María Iza (Ecuador, 1941)
(Basado en el film de Wim Wenders)
Me gustaría contarte lo que veo, hablarte
de los hoteles abandonados apareciendo de la nada
en el medio de la carretera como castillos solitarios
cuyos puentes levadizos hubieran sido
dinamitados hace tiempo. Me gustaría
contarte lo que veo pero es imposible
hallar un dolor que condescienda
a ser narrado. ¿Vale la pena entonces,
emprender tan largo viaje para ir de un extremo
a otro del silencio? También es imposible
callar por completo: sé que terminaré por llamarte,
como se llama a alguien cuando se está a oscuras,
sin el auxilio de la voz, un estremecimiento
semejante al de esas luciérnagas
que al chocar contra un parabrisas en la ruta,
se deshacen esparciendo una nube pequeña
de polvo y luz, y ésa -quizás- es su idea
de un encuentro.
Claudia Masin (Argentina, 1972)
A Eunice Shade
La oscuridad te lame igual
los grandes ojos huecos
con que mirás,
me doy cuenta;
lo digo por tus negras ojeras
que te denuncian el resquicio
húmedo con olor, no a pupila mojada,
sino a terror,
a frágil cúmulo de carne
en una habitación con colillas tóxicas,
de muerte dentro de un trofeo,
a vasta soledad con vendas gastadas,
a lágrima derramada sobre un poema tuyo
que te recuerda a vos misma
estrujada por un abominable pasado.
Maquilláte el rostro Eu,
así la gente no sabrá
que todo este tiempo
te estuvo carcomiendo el llanto.
Francisco Ruiz Udiel
Ser cartógrafa de una casa implica conocer sus objetos
secretos: una red agujereada de pesca en el depósito
de las herramientas, señuelos con dibujos de peces
rojos y negros, el cuadrante roto de una brújula
que marca siempre el norte, olor a humedad que recuerda
imperfectamente el mar. Como si alguien de la familia
hubiera fallado en los preparativos de una travesía larguísima
y ahora te tocara reconstruir el itinerario de esa expedición
que nunca se hizo.
Se debería partir cuando el mapa esté completo,
cada ciudad en su sitio y de cada una los datos necesarios:
la velocidad máxima de sus vientos, la profundidad de sus ríos,
su época de tormentas. A veces pensaste en diseñar
un mapa deliberadamente errático, por la sola belleza
de extraviarte en dibujos que no llevan a ninguna parte.
O tal vez para obligarte a permanecer en el mismo sitio
preparando para siempre una partida,
tu propia vida el lugar donde aprender la palabra viaje.
Todas las cosas hermosas, al principio, son palabras.
¿Viste alguna vez cómo el sol atraviesa
el ala de un insecto en vuelo? ¿Con qué delicado
y fugaz dibujo la rellena? Así hubieras querido que se viera
tu cuerpo en la transparencia de la tarde:
una chispa de azufre, azulada. Materia inflamable
que al menor roce recuerda su pertenencia a los volcanes,
su ansia de desprenderse y arder en el aire.
¿Adivinaste ya que no es ese tu oficio? ¿Pudo tu cuerpo
amar lo que le ha sido encomendado? Que otros se vayan.
Lo tuyo es escribir la historia de ese viaje.
Claudia Masin (Argentina, 1972)
Mi alma es la ventana donde muero.
Mi alma es una danza maniatada.
Mi alma es un paisaje con murallas.
Mi alma es un jardín ensangrentado.
Mi alma es un desierto entre la niebla.
Mi alma es una orquesta de topacios.
Mi alma es una rueda sin reposo.
Mi alma son mis labios que se abren.
Mi alma es una torre en una playa.
Mi alma es un rebaño de suplicios.
Mi alma es una nube que se aleja.
Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.
Mi alma es el naranjo azul que arde.
Mi alma es la paloma enajenada.
Mi alma es una barca que regresa.
Mi alma es un collar de vidrio y llanto.
Mi alma es esta sed que me devora.
Mi alma es una raza desolada.
Mi alma es este oro en que florezco.
Mi alma es el paisaje que me mira.
Mi alma es este pájaro que tiembla.
Mi alma es un océano de sangre.
Mi alma es una virgen que me abraza.
Mi alma son sus pechos como astros.
Mi alma es un paisaje con columnas.
Mi alma es un incendio donde nieva.
Mi alma es este mundo en que resido.
Mi alma es un gran grito ante el abismo.
Mi alma es este canto arrodillado.
Mi alma es un nocturno y hay un río.
Mi alma es un almendro de oro blanco.
Mi alma es una fuente enamorada.
Mi alma es cada instante cuando muere.
Mi alma es la ciudad de las ciudades.
Mi alma es un rumor de acacias rosas.
Mi alma es un molino transparente.
Mi alma es este éxtasis que canta
golpeado por armas infinitas.
J. E Cirlot
El ángel desconocido
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
Rafael Alberti
A Mía le da asco su cuerpo.
A Mía le interesan los árboles.
Sus escuetos y largos troncos
delgados, delgados
como la muerte encapuchada
de los dibujos animados.
Amiga televisión, tardes secas en el armario.
A Mía le han dicho: “todo lo que tocas se pudre”
y “por más que te masturbes
no te enamorarás del espejo”;
Y es tan triste verla morder la almohada
deseando despertar detrás de la cortina
en el mundo libre
en el mundo sarpullido de bosques,
de erotómanos y erotómanas.
Sin embargo, el viento flamea fuerte la cortina,
tan fuerte. Se la lleva lejos.
¿Cómo llegar ahí si ya no hay cortina?
Mía entiende, pero le importa un bledo.
Mía sabe que todo lo que toca se hace oro
o se pudre
pero nada queda igual.
“Bulliciosas locuras siembran esas raras pastillas
que el doctor recetó a Mamá;
De esos doctores que se ganan algún sencillo vendiendo recetas a los pastrulos
¡y que quede claro que mamá no es ninguna pastrula!
Y que quede claro que yo pertenezco a otro cielo;
a otra física y a otra química.
Nunca es tarde para emigrar al rincón más oscuro del Multiverso”.
Willni Dávalos
.
.
.
Yo no descanso nunca. Yo no tengo reposo
porque me estoy haciendo y deshaciendo.
Soy la lengua incesante del mar que anuncia el éter y el abismo.
Mi palabra anda en boca de todos los amantes
que descuartizan su alma por los besos
para honrar con su llama la acción de la semilla.
¿Por qué veo a los hombres en catástrofe?
¿Por qué los veo presos
si siempre fueron libres, con las alas cortadas?
¿No soy hijo del hombre? ¿No soy parte del día?
¿No soy sobreviviente de otros ojos vaciados,
ojos que hace mil años se abrieron en el niño
que era mi propio cuerpo?
¿No heredarán mis ojos los hijos de mi canto
hasta hacerse otra vez un niño misterioso
que llorará ante el mar sin poder comprenderlo?
Me paseo furioso,
cortado en dos mitades milenarias,
como el gran mar que tiene dos cabezas erguidas
para mirar arriba y abajo la tormenta.
¿Dónde empieza y termina la pasión de mi cuerpo,
libre de la mentira? ¿Es mi sangre la estrella
del movimiento, sol de doble filo,
en que lo obscuro mata a lo confuso?
Me alimento de sangre.
Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras,
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse.
¿Es la pasión la forma de mi conocimiento?
¿Son mis ojos las manchas
del aire? ¿O es el aire padre de la mentira?
El sol, todo este sol que me desvela al fondo de las últimas formas
con su estallido inexplicable,
me está poniendo ciego de mirar lo perdido.
Yo veo por mis actos mucho más que a través de mis visiones
que mi ceguera es parte de la total videncia,
cuya luz me fascina con sólo obscurecerme
debajo de esos soles ociosos y enredados
que componen los días de este mundo.
Mi obscuridad se sale de madre para ver
toda la relación entre el ser y la nada,
no para hacer saltar el horizonte,
ni para armar los restos de lo que fué unidad,
ni para nada rígido y mortuorio,
sino por ver el método de la iluminación
que es obra de mi llama.
Así vivo en lo hondo de mis cinco sentidos
mil años boca arriba y otros mil boca abajo,
pues necesito entrar a saco en cada cosa,
sembrar allí un volcán y dejarlo crecer
hasta que estalle solo.
Yo no explico las causas como si fueran flores
encima de una mesa llena de comensales,
mientras suena la música.
Oh miseria del hombre,
desde hace miles de años
la mentira es el único cadáver
que contamina el éter de las cosas:
el cadáver sin fin, ese pelo infinito
que aparece en el punta de la lengua.
Ese pelo de muerto que cae de la noche,
nuestro peor cuchillo,
que nos corta los ojos con dulzura.
Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.
Gonzalo Rojas (Chile, 1917-2011)
Hada
Se alimenta de carne de venado, de hojas grandes y
Voy a decirlo de otro modo: la Sordomuda pasa con su
Con su pasamontañas se desliza.
Clava sus espolones y mi lengua aterida se
Ahora está en la pendiente: “no hay palabras, es
podría leerle los labios a un muñeco de nieve.
Jorge Boccanera (Argentina, 1952)
Ya madura el jugo de la tarde.
Coloración rosada, asco intenso del que odia las libélulas.
Cuánto fermento: se inició la noche,
ebrios con paracaídas en su gota de whisky,
y ya es.
Se hubo: caminar un poco, el condimento de la piedra
simplemente el paso.
Oh, noche de alubias y de estrellas,
fuga del corazón de la ciudad en la vieja Chevrolet,
y Franz y su mujer y nuestra amiga.
La que vive en un poblado hacia el norte, rumbo a casa.
Era en el caer de la sombra no soportar nuestros desnudos.
El brillo de los ojos a túnica en el piso,
la liviandad de la piel jalándose hasta el cielo,
y algo Franz para fumar.
Tan débil respirar bajo el caudal de la penumbra,
carretero.
Línea continua para rebasar la idea de Dios,
que viaja lento y diurno.
Y ella, la yaciente en la piedra de sus ojos,
la de un callar miel y hortelano,
nos habló en silencio de las fiestas del dónde.
En el surco abierto en nuestras voces tropezaba el kilómetro.
Secos de garganta
pero húmedos de espíritu, de regreso a.
Tres contra la bóveda estrellada,
nadábamos de pecho en la piscina de.
Signos zodiacales para meter en un frasco de vidrio,
y darlos de regalo.
Zodiacales cloruros de no saber ya nuestro nombre:
inmadurez de la muerte aún no en verbo decantada.
La muerte preguntaba por nosotros en la línea quebrada del camino.
Y no sabíamos de; no dimos con la luz antiniebla.
Perezosos a todo aquello que no es vida,
rimábamos al herbazal a orillas del camino: sencillez de lo finito.
Un alto obligado.
Acaso la muerte, dijo uno de nos, un eco de nos,
acaso ella
tan pura como:
el orín caía entre nuestras piernas, rompiendo el silencio
y varias grietas en la tierra.
Muerte ámbar volviendo a las arenas y a lo fresco de la noche,
usando de Moisés nuestras rodillas abiertas.
Después del esfínter, el sopor oculta la otredad.
Hacía frío.
Cuando veíamos la ciudad de nuevo,
notó Franz que mis mejillas eran grandes, y mis
ojos más pequeños y rasgados.
Ya en los suburbios, algo picante de cenar:
acompañado de un café muy negro, casi noche.
Daniel Bencomo (San Luis Potosí, 1980-)
.
.
.
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.
Jorge Teillier (Lautaro, Chile 1935-1996)
En la frente besar -penas borrar.
Beso la frente.
En los ojos besar, -el insomnio quitar.
Beso los ojos.
En los labios besar -dar de beber.
Beso los labios.
En la frente besar -la memoria borrar.
Beso la frente.
Marina Tsviétaieva
Para escribir
utilizo un cuaderno
tamaño cuartilla
como el que los niños
utilizan para ir
al colegio.
Me gusta
porque es barato,
cómodo
y tiene rayas
- nunca me gustó
escribir en folio -.
Pero lo más importante
de todo
es su tapa,
porque en un recuadro
está escrita la marca,
GUERRERO,
y yo,
a la hora de enfrentarme
a algunos poemas,
me lo creo.
.......................................
NOCHEBUENA
En las fotos
de la cena de Navidad,
entre huevos rellenos,
platos de jamón,
paté y salmón,
destaca una cara
entre todas,
la de mi padre,
con 5 meses y medio
de enfermedad
a sus espaldas,
y en cambio,
40 kilos
menos de peso.
Fue una
de las pocas veces
que pudo cenar
algo sólido
y no basar su alimentación
en batidos especiales
con sabor
a plátano.
Lo que sorprende
al ver
el resto de las caras,
es que ninguna
muestra
el más mínimo
signo
de tristeza,
todo son risas,
felicidad,
como cualquier
otro año.
Porque
el regalo
que todos
recibimos ese año,
fuera de objetos materiales
y dinero,
fue
compartir esa cena
con él,
prepararla a su lado,
verle sonreír,
y por una vez,
ganarle la partida
a un cáncer de estómago,
aunque
solamente diez días
más tarde
nos demostrase
a lo que había venido.
Javier Das (1980-) es poeta madrileño.
.
.
.
la paliza me la debías
-no preparé a tiempo la cena
merecía el latigazo con el cinturón de cuero
-era cierto que me habían visto con otro
era tu deber saltarme un diente
-no me acosté con él pero deseé hacerlo
era justo que me jodieras dos costillas
-encontraste la cama sin preparar
y la comida deshecha
tenías derecho a abrirme el labio
-a pesar de tus gritos no pedí perdón
ni grité hijoputa mientras me molías a palos
no lloré al ver de nuevo sangre en mi camisa
no pedí perdón
ni grité
ni lloré tampoco
cuando alejándote de
espaldas te rompí la cabeza con
el horrible jarrón que
nos regaló tu madre por navidad.
Puto jarrón.
Me corté en un dedo con
su horrible cerámica pintada con
flores azules.
Marta Zafrilla Díaz es poeta murciana, (1982-)
.
.
.
La rosa esculpe
sus violentos colores en el frío,
y no es sino quimera de la rosa
en la nieve, rosa de invierno,
agua helada, blanco en lo blanco,
ofreciéndose .
La rosa crepita en la llama,
y en la desolación de la nieve
no hay deshielo demasiado lento.
Rosa Lentini
El más grave error de quien olvida
es creer que el olvidado hará lo mismo.
Imagino, pues, tu rostro,
su expresión de sorpresa
o más bien desconcierto,
o mejor ira sorda,
al saberte vencida en la batalla,
que al muerto que mataste
aún le resta podredumbre de amor
para vivir.
La nota has recibido,
qué tal, qué haces, cómo sigues,
esencia de victoria y destrozado,
soy feliz.
Antonio Daganzo Castro es poeta madrileño (1976-)
.
.
.
En la hora profunda del alma,
en la profunda de la noche...
(Paso gigante del alma,
del alma en la noche).
Ahora gobierna, alma,
los mundos, donde deseas
reinar, la morada del alma,
alma, gobierna.
Enmohece los labios, las pestañas
empolva con nieve.
(Suspiro atlante del alma,
alma en la noche...)
En esa hora, alma, haz oscuros
los ojos donde, Vega,
surgirás...El dulcísimo fruto,
alma, acerba.
Oscurece y acerba:
crece: gobierna.
M. Tsvietáieva
1 de enero de 1965
Los Reyes Magos olvidarán tu dirección.
No habrá estrellas sobre tu cabeza.
Acaso sólo el ronco bramido del viento
escuches como en otros tiempos.
A tus hombros cansados les quitarás la sombra,
cuando apagues la vela, antes de acostarte,
pues el calendario nos promete
más días que velas.
¿Qué es esto? ¿Tristeza? Tal vez sea tristeza.
Una canción que te sabes de memoria.
Que se repite. Pues que se repita.
Que se repita desde ahora.
Que suene también a la hora de la muerte,
como gratitud de labios y ojos,
hacia lo que, a veces, nos obliga
a perder la mirada en la lejanía.
Y mirando en silencio al techo,
porque el calcetín, claro, está vacío,
comprenderás que la avaricia sólo es garantía
de que eres demasiado viejo.
De que ya es tarde para creer en milagros.
Y lanzando tu mirada al cielo,
sentirás de repente que tú mismo
eres un regalo sincero.
Joseph o Iosif Alexándrovich Brodsky fue poeta ruso (1940-1996)
.
.
.
Ayer he recordado un día de claro invierno. He recordado
un puente sobre el río, un río robándole azul al cielo.
Mi amor era menos que nada en ese puente. Una naranja
hundiéndose en las aguas, una voz que no sabe a quién llama,
una gaviota cuyo brillo se deshizo entre los pinos.
Ayer he recordado que no se es nadie sobre un puente
cuando el invierno sueña con la claridad de otra estación,
y se quiere ser una hoja inmóvil en el sueño del invierno,
y el amor es menos que una naranja perdiéndose en las aguas,
menos que una gaviota cuya luz se extingue entre los pinos.
Jorge Teillier (Lautaro, Chile. 1935 – 1996)
Algo nace quebrado.
Lo indica esa montaña cubierta de edificios.
Ni un solo palmo de tierra limpia para la siembra.
Un descampado, a veces, interrumpe el paisaje
vertical de ventanas.
Un descampado es una tierra podrida;
ningún loco pretende ahondar bajo sus piedras
y enterrar la semilla de la fruta del miedo.
Aquí se invierte el mundo:
él cosecha entre hombres, agujas y cristales,
protege de miradas a los cuerpos urgentes.
A veces un cuchillo amenaza los juegos
de los niños que ignoran el temblor
de las venas cansadas de estar rotas.
Y algo nace quebrado si no hay tierra
tan limpia que podría morderse.
Se arrojan las semillas, sin mirar, a la acera,
esperando que el viento las proteja en su marcha.
La respuesta es el tronco que crece sin raíces.
José García Obrero
.
.
.
Se extinguió de entusiasmo y murió de pereza;
si vive es por olvido; no ser en una pieza
él mismo y su querida fue su única tristeza.
No nació de ningún modo;
va donde el viento le deja;
es cual bazofia compleja,
mezcla adúltera de todo.
Hecho de “qué se yo”. Un lince
en cuanto a vista. Oro y poco dinero.
Muchos alimentos y...un esguince
si el brío ha de ser duradero.
Un alma inmensa para quien no tiene violón.
Demasiado amor para un mal garañón.
Muchos hombres y...ninguna demostración.
Tristan Corbière
Todo el mundo
parece enfermo últimamente
o tiene
un funeral en perspectiva
El cielo cerró por vacaciones
y ya no es
sol
volantín
ni vía láctea
sólo un trapo desteñido
surcado por aviones
y pájaros de Hitchcock
No sé por qué ni a dónde
emigraron los deseos
las velas y las flores
por gracia concedida
La calle me parece indescifrable
incluso las palabras de los ciegos transeúntes
Todo huele a humo últimamente
a hoguera a cigarrillo
voy vestida de cenizas
dándole
la extremaunción a las cunetas
No resisto
la solemnidad de los paraguas
los anónimos zapatos
que corren hacia el Metro
Detesto
la nata de esta leche
y el bostezo miserable que circunda
Creo
que necesito una navaja
Hay que hacerle una autopsia a este vacío
Carmen Gloria Berríos (Santiago, Chile, 1954)
Te arrancas el disfraz y vuelves a tus orígenes. Estamos cerca, muy cerca, jugamos a la Vida reconociéndonos cada uno en el cuerpo del otro. Me recorres, me bebes y te sumerges en el agua clara de un mundo propio. Tuyo. Nuestro. Un mundo que inicia y termina en la puerta frágil de madera oscura que quisiera caerse a cada instante.
Te quedas quieto con los ojos abiertos, asombrados de ti mismo y de nuestros cuerpos juntos uno frente al otro, sobre el otro, entre el otro.
Te quedas quieto velándome el sueño, me cuentas cuentos. Me cuentas cuentos recién inventados y me bañas de flores y de palabras.
Y perdemos hasta el nombre.
Somos entonces las parejas antiguas de todos los tiempos, somos nosotros mismos recién nacidos: recién inventados inventando mundos alternos para retozar
desnudos como niños
desnudos como viejos
desnudos como amantes
como siempre
como ahora
como antes.
Te quedas quieto grabando mi cara atrás de tus ojos como talismán contra la mala memoria. Reconoces mi boca con tus manos, mis piernas con tus manos, mi cara con tus manos. Los bautizas. Les das nuevo nombre y el nombre es bueno.
Y vio Dios que era bueno.
Te reconstruyo. Abro los ojos y te reclamo. De nuevo me tocas. De nuevo nuestros cuerpos se tocan y de nuevo el espacio desaparece, se transforma y se multiplica. Y de nuevo nada existe.
Renacemos al mundo limpios y conversos, como recién paridos.
¿Y vio Dios que era bueno?
Me imagino y pienso y me parezco a ti, a lo que sientes, porque soy tu sentimiento, tu sueño tranquilo y tu respiración en mi espalda, tu espalda, esos días que se repiten en el tiempo y el espacio y que no mueren, que no se van porque son tuyos.
Regina Swain (Monterrey, Nuevo León, 1967-).
.
.
.
Esta noche me largo. Un vuelo en primera al fin del mundo: África, Asia, América, todos los desiertos con palmeras, grandes cenas en grandes trasatlánticos. Una noche en Oslo, otra en Santiago de Chile. Una tarde en Pekín, otra en Kiev, exprimiendo este mundo hasta la última gota de vida. Esta noche me largo. Hoteles, taxis, bares, casas, ciudades de la tierra, voy a vosotras. Una mañana en Tokio, una noche en Ciudad del Cabo, el calor, el fuego, el descontento, la sed, una vuelta por el mundo; esta noche, me largo esta noche. Templos, museos, lavabos, banderas, escaleras, barrios perdidos, farolas muertas en ciudades horrorosas. Las playas, los calamares a la romana, los pobres, los ricos, la nada, el barro, el sol, la luna. Este mundo. No es inhóspito. Las faldas azules de las camareras de los hoteles. Las nubes desde la estrecha ventana del avión, Dios encima de una nube, descansando, abajo los inertes océanos con el vientre lleno de ballenas, de pulpos, de rodaballos, de sardinas tristes a la deriva, de viciosos peces transparentes. Esta noche viajaré en un avión gigantesco, a la velocidad de la sangre, quiero ver este mundo que se muere, las naciones bajo mis pies sucios, las cárceles, los gobiernos, las lenguas, las patrias, y yo arriba, al lado de Dios, al lado del sol y de las almas gastadas. Me gusta el hedor moral de este maravilloso mundo. Esta noche me largo. Mucho amor en el aire humedecido. Mucha felicidad en las manos radiantes. Mucha santidad en los ojos. Esta noche me largo.
Manuel Vilas
.
.
.
La mirada ocre agonizando cuando cae una tarde desafortunada
y el sonido de las hojas trituradas por botas embarradas
agoniza en algún inhóspito lugar del desierto de árboles
que sirve de refugio a una bestia humana con ojos azules.
Hay ramas manchadas de sangre seca y cortezas de árbol violadas
por orines rancios
de decenas de víctimas enfrentadas al miedo...
... a una afilada hoja de cuchillo de carnicero que roza el cuello
y juguetea con el sabor de la muerte próxima
que resbala
entre unos dedos enormes, siniestros, torpemente diseñados...
Movimiento violento para que cuchillo arrancavidas reviente
en una explosión triunfal contra la frágil muralla de un corazón
pletórico de sangre, que estalla hacia dentro como explosión nuclear
creando un crepúsculo artificial que sólo disfruta
el atormentado cerebro de una mente enferma,
que obliga a su cuerpo a pasear penosamente por un bosque extraño,
muerto...
por un bosque próximo a su casa,
a la de sus padres,
a la de su niñez...,
ellos han muerto; padre tardó algo más: era una mala bestia,
pero el alambre de espino trenzado alrededor de la garganta
obra milagros en el pescuezo más resistente...
(crack, crack, crak)
y, de nuevo, el sonido de las ramas y las hojas al ser pisadas...
...y el sonido de las risas inocentes acercándose
a través de la espesura maliciosa del bosque asesino
José Manuel Vara
.
.
.
Hace tanto frío aquí, y todo
es yermo y gris, ninguna piel da calor
a otra piel, ninguna mano acaricia
otra mano.
Pero hoy, cuando cavábamos la zanja
junto a la alambrada, me ha parecido que
me sonreías.
Y he visto que era cierto: cuando se han llevado
el cuerpo tenías un gesto plácido en
los labios.
Anna Rossell
ni la tierra es mi planeta
ni la tierra pertenece al sistema solar
ni el sistema solar pertenece a la Vía Láctea
ni la Vía Láctea pertenece al universo
ni el universo pertenece a dios
ni dios pertenece al vacío
ni el vacío pertenece a mi mente
ni mi mente pertenece a mi carne
ni mi carne pertenece a mi cuerpo
ni mi cuerpo pertenece a mi alma
ni mi alma pertenece a mi muerte.
Claudio Bertoni.
.
..
.