Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)
"Poemas del manicomio de Mondragón" 1987
Leopoldo Maria Panero
Carta al padre
Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos,
caídos frente a él y viendo
detrás del cristal la vida como lluvia, tras del cristal asombrados
por los demás, por aquellos Vous êtes combien? que nos sobreviven
y dicen conocernos, y nos llaman
por nuestro nombre grotesco, ¡ah el sórdido, el
viscoso templo de lo humano!
Y sin embargo
solos los dos, y unidos por el frío
que apenas roza brillante envoltura
solos los dos en esta pausa
eterna del tiempo que nada sabe ni quiere, pero dura
como la piedra, solos los dos, y amándonos
sobre el lecho de la pausa, como se aman
los muertos
«amó», dijiste, autorizado por la muerte
porque sabías de ti como de una tercera persona
bebió dijiste, porque Dios estaba (Pound dixit)
en tu vaso de whiski
amo bebió, dijiste, pero ahora espera
¿espera? y en efecto la resurrección
desde un cristal inválido te avisa
que con armas nuestra muerte florece
para ti que sólo
sabías de la muerte. Aquí
¿debajo o por encima?
de esta piedra
tú que doraste la sobrenatural dureza y el
dolor sobrenatural de los edificios desnudos
¿en qué perspectiva
—dime— acoger la muerte?
en la mesa de disección
tú que danzaste
enloquecido en la plaza desierta
tropezando
hiriéndote las manos en el trapecio del silencio
en pie contra las hojas muertas que
se adherían a tu cuerpo, y contra la hiedra que tapaba
obsesivamente tu boca hinchada de borracho,
danzas, danzaste
sin espacio, caído, pero
no quiero errar en la mitología
de ese nombre del padre que a todos nos falta,
porque somos tan sólo hermanos de una invasión de lo imposible
y tus pasos repiten el eco de los míos en un largo
corredor donde
retrocedo infatigable, sin
jamás moverme
¡ah los hermanos, los hermanos invisibles que florecen,
en el Terror! ¡Ah los hermanos, los hermanos que se defienden
inútilmente de la luz del mundo con las manos,
que se guardan del mundo por el Miedo, y cultivan en la sombra
de su huerto nefasto la amenaza de lo eterno, en
el ruin mundo de los vivos! ¡Ah los hermanos,
Y el ave,
el ave que vuela sobre el mundo en llamas, diciendo solo
a los mortales que se agitan debajo, diciendo
solo: ABISMO, ABISMO!
Abismo, sí, tibia guarida
de nuestro amor de hermanos, padre.
¡Pero tan solos!
¡Tan solos! Fantasmas que hace visible la hiedra
—como hiedramerlín como niñadecabezacortada como
mujermurciélago la niña que ya es árbol—
crecen hojas
en la foto, y un florecer te arranca
de los labios caníbales de nuestra madre Muerte, madre
de nuestro rezo
florecen los muertos florecen
unidos acaso por el sudor helado
muerto de muchas cabezas hambrientas de los vivos
te esperamos ave, ave nacida
de la cabeza que explotó al crepúsculo
ave dibujada en la piedra y llena
de lo posible de la dulzura, de su sabor
ajeno que es más que la vida, de su crueldad
que es más que la vida
¡ira
de la piedra, ira que a la realidad insulta,
que apalea
a la cabaña torpe de la mentira con verbos
que no son, resplandecen, ira
suprema de lo mudo!
(te esperamos
en la delgada orilla de lo que cae, en el prado
nocturno que atraviesan lentos
los elefantes)
percibís el frío
la
conspiración de las algas,
gelatina, escamas, mano
que sobresale de la tumba
manos que surgen de la tierra como tallos
surcos arados por la muerte,
cabezas de ahorcados que echan flor:
decapitados que dialogan
a la luz decreciente de las velas,
¡oh quién nos traerá la rima
la música, el sonido que rompa la campana
de la asfixia, y el cristal borroso
de lo posible, la música del beso!
De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra.
[OCULTAR]Mi padre comenzó a morirse un 24 de diciembre y terminó de hacerlo un 09 de enero de hace tres años. La Navidad me trae estos momentos.[/OCULTAR]
Algo sobre la muerte del Mayor Sabines
Primera parte
1.
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.
Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga que cuando no dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.
[OCULTAR]A veces pienso que fui huérfano antes de nacer.[/OCULTAR]
I
Padre, me voy:
voy a jugar en la muerte,
padre me voy.
Dile adiós a mi madre,
y apaga la luz de mi cuarto:
padre, me voy.
Dile a aquel niño que allá ríe,
no sé de qué, si de la vida,
mi nombre, sólo mi nombre.
Pon mis juguetes en buen orden
oso con oso, pon al perro
con el pájaro, en cuanto al pato
déjalo solo, al pato:
padre, me voy: voy a jugar con la muerte.
Había una llama, sí, en mis ojos,
porque velaron tantas noches
y no logró nadie cerrarlos
sino yo; perdona, padre, que no hubiera
nadie, sino yo: me voy,
me voy solo a jugar con la muerte.
II
Padre, estoy muerto, ya, y qué oscuro
es todo esto:
no hay luna aquí, no hay sol ni tierras,
padre, estoy muerto.
Somos los muertos como enfermos
y el cementerio el hospital
para jugar aquí a los médicos
sábana blanca y bisturí
y tantas tumbas como lechos
para soñar: y son tan blancos esos huesos
padre tan blancos: como soñar.
Dicen los otros, los más muertos
los que ya llevan tiempo y tiempo
aquí vengándose de Dios
que vendrá el Diablo, el buen Diablo
que vendrá el Diablo con más flores
de las que nadie pueda traer.
Padre, estoy muerto, no estoy solo
padre, estoy muerto, tengo amigos
con quien jugar.
III
Madre, esos besos que en la tumba
aún me das
son despertar, son nuevo frío;
estuve vivo, ya lo supe
ahora déjame olvidar.
IV
Padre, estoy muerto, y es la tumba
una cuna mucho mejor
padre, no hay nadie, ya estoy solo
padre, si alguna vez de nuevo
vuelvo a vosotros, padre, si otra
vez yo vivo, no sé con qué voy a soñar.
Escuchaba música en la azotea.
Me enseñaba el cielo. Sonreía.
Siempre sonríe la madre mirando las estrellas.
Una tarde dejó su anillo en la tumba de Chopin.
Debe estar brillando, todavía.
Un círculo de oro tan infinito
que enciende el firmamento dentro de la tierra
y la música
y la brasa del corazón de la madre,
mientras, desquiciada, enorme
se mueve la noche
en su mausoleo
libre y oscuro.
Nos dábamos la espalda
ese sonido ahogado
madre, qué era:
por primera vez te escuchaba llorar,
me quedé quieta
apreté la almohada contra la oreja
la almohada con el olor de tu pelo
no pregunté
no me di vuelta
esperé que pasara pero crecía
tu llanto
entre las dos.
Hicimos lo que pudimos, quedarnos
cada una en su lugar
y en algún momento dormirnos.
Dejadme ya con ellos, con mis muertos.
Con tía Franca y su tímida sonrisa
dentro del marco oval de oro falso,
que se angustia las veces que no acudo
a la cita habitual de cada sábado.
Debajo está tía Gina que ha llegado
en enero de este año a mi despecho,
sin avisarme se marchó en el día
del bautismo de Alessio. No debías
hacerme esta injusticia. Te he llorado
encerrado en mi cuarto en Espinardo
mientras comían paella con mariscos
y brindaban con cava catalán.
Un poco más arriba están mis padres,
él con trinchera y el cabello espeso,
ella con traje negro, demacrada.
Finalmente, lindando con el techo,
reunidos todos en el mismo nicho,
la madre y dos hermanos de las tías,
el abuelo Michele que leía,
para pasar el tiempo, la Gaceta
mascando caramelos que compraba
con el diario en el bar de calle Roma.
Para ti hemos guardado el mejor sitio,
a la vista de todos, en el centro.
Faltan sólo la lápida y la foto.
Madre
dile a tus hijos que no sigan mi camino
dile a tus hijos que no escuchen mis palabras
lo que significan
lo que dicen
Madre.
Madre
¿puedes mantenerlos en la oscuridad de por vida?
¿puedes ocultarlos del mundo que está esperando?
Oh madre.
Padre!
voy a llevarme a tu hija esta noche
voy a mostrarle mi mundo
Oh padre!
No estás a punto de ver tu luz
pero si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
hasta que estés sangrando
no estás a punto de ver tu luz
y si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
Madre
dile a tus niños que no tomen mi mano
dile a tus niños que no comprendan
Oh madre
Padre
¿Quieres golpear cabezas conmigo?
¿quieres sentirlo todo?
Oh padre.
No estás a punto de ver tu luz
pero si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
hasta que estés sangrando
no estás a punto de ver tu luz
y si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
Mi madre ya no ha ido
al mar
lleva una buena cantidad de años
tierra adentro,
un siglo de interioridad
cumpliéndose.
Se ha resecado de sus hijos
y vive lejos
en toros consanguíneos.
Es como una escultura de sí misma
y sólo el mar
que quita el fárrago
acumulado en la ciudad
puede acercarla a su pasado,
hacia su muerte verdadera,
y hacer que crezca nuevamente.
Mi madre necesita algún
estruendo entre los pies,
Una monótona insistencia en los oídos,
una palabra adversa
y simple que la canse,
y necesita que la llamen,
oír su nombre en otros labios,
pedir perdón
y hacer promesas,
ya no se tropieza
en nada sustantivo.
Y yo tengo que armarme de valor
para llevarla al mar
armarme de mis años
que he olvidado,
reunirme con mi madre en otro tiempo,
con un yo mismo que enterré
y que ella guarda
sin decirme nada.
Tengo que armarme de valor
para perder confianza
en lo que sé,
tengo que regresar al día
en que mi risa quedó trunca
entre las páginas de un libro,
cerrar el libro y completar la risa,
cerrar todos los libros y reírme,
cerrar todos los ojos que he ido abriendo
para que nadie me agrediera.
Estuvo bien ya de crecer,
es hora de desdibujarme,
lo que aprendí enhorabuena,
lo que olvidé también,
es hora de ser hijo de alguien
y de tener un hijo
y un esqueleto para ir al mar,
para morir
con cada hueso sin pedir ayuda.
Salí hace años a rodearla a ella
para volver al mar más solo
o acaso fui a rodear el mar
para ser hijo de otro modo de mi madre,
ya no me acuerdo qué buscaba,
nadie recuerda lo que busca,
mi madre ya no ha ido
al mar,
es todo lo que sé,
y no llevarla es no reconciliarme
con el mar, no ver el mar
como se ve después de niño,
también no ver cómo es mi madre
ahora, no saber nada de mí mismo.
TOMA en tus manos
este jersey tejido en nudos de memoria.
Consérvalo, porque algún día
recordarás las manos desgastadas
que lo tejieron en las noches de tu infancia.
Y no podrás volver. Y tendrás frío
cuando descubras que vivir
a veces es llorar.
Abrígate con el amor que en el jersey está trenzado:
lo que nos quita el tiempo
ha sido el tiempo quien lo ha urdido
en formas misteriosas y sencillas
que hilvanan nuestras vidas a otras tramas.
Es imposible amar fuera del tiempo,
nada infinito hay que se alcance sin su hebra
aunque la hechura de su amor
nos muestre su belleza en sacrificio
sólo al perder a quien más hondo nos ha amado.
No pienses, como Eliot,
que sólo el tiempo vence al tiempo,
porque el tiempo es invencible.
Más bien realiza hazañas cotidianas: piensa en mamá, aprende a tricotar
tus horas en ofrenda:
-punto de arroz,
ochos perdidos,
espigas que se cruzan
con las agujas de la vida...-
Ponte el jersey
y teje otro jersey para tus hijos.
Madre sorpréndeme cantando, cantando como un loco gozando de su cordura. No estudio cuando escapo de los deberes diciendo que lo haré, oh madre, sorpréndeme también por eso. Canto porque mi voz ha sido arrebatada por el tiempo, tajoneada por eso que llaman madurar, como ir a un lugar mejor que quizá no es mejor. Madre, mírame el sudor que cae cuando caigo y me lastimo de ti, del viejo, del desorden de mi cuarto que es, créeme, lo que mejor me explica en la calma. ¿Si muriera un tipo que ha corrido cansado? ¿Muere o descansa?
Madre, he sentido los dientes de mi voz clavándome en la cabeza como cuando un cachorrito es llevado por su madre a un lugar lejos de la lluvia. Pero mi voz también es la lluvia, de colores, de distintos tonos rojos, ay la sangre, un accidente del sueño, de la mañana, del sol, un accidente aéreo mi voz, atrápame cantando me emborrachaba entre sus brazos, ella nunca bebía ni la vi llorando.
Madre quiero ser cantante precisamente porque no puedo cantar, porque mi voz es atroz pero quizá haya algo hermoso bajo esa tragedia, un gusanito de ojos conmovidos que aletea sus alas vacías e irreales. Por favor sólo quiero matarla, a punta de navajas, besándola una vez más.
¿Sabes lo que soñé el viernes pasado? Que me masturbada frenéticamente y que luego, ah no, espera, eso pasó antes de estar dormido. Bueno, estaba parado en algo parecido a un escenario, todo iluminado de bombillas púrpuras. En el fondo un tipo que era el baterista dio una señal que no comprendí y de golpe de alguna sombra agonizante un guitarrista agitó su guitarra a manotazos, parecía una tontería pero oía a épico, luego el bajista tocó y yo al medio detrás de un micro que tenía pinta de antiguo y abrí la boca un poco y explotó el estadio, porque estaba en un estadio o algo parecido, algo más grande quizá y la gente enloquecía y era la peste del amor y la pasión y la fe. Y canté, para sorpresa mía, con mi voz real y nadie se espantaba, ¿me oyes? Nadie. Yo creo que fue una revelación.
En el gran patio cuadriculado
peleaban los ejércitos
simbólicas batallas
(eso lo entendí después)
Yo estaba preocupada
no veía sangre
pero sabía
que estaba en lo cierto
Largas horas
combatieron los guerreros
el motivo
lo olvidaron hace tiempo
La gran campana de oro
le llevé a mi madre
En el patio el cerezo florecía
y entre las flores tejían las arañas.
Sé que mi madre lavaría mi cuerpo si muriera
y pondría bajo el sol
las primeras palabras que dije
de modo que la luz
y un hambre de insectos
las volvieran otra cosa
(invisible)
con el paso de los días.
Llamaría por mi nombre
al árbol que trepaba cuando no usaba zapatos
o el limón más amargo
del primer junio que yo le faltara.
Tendería mis camisas por la noche
esperando que el viento
los gatos o la vieja lechuza blanca
(que anidaba en el dátil de un patio contiguo)
las llevaran a otro sitio.
Mordería el pan de diario
con la esperanza intacta de hacerlo sangrar.
Sabría que mi polvo
vale menos o lo mismo que esa tierra
levantada por tibios remolinos
frente al párpado cerrado de Dios.
Recordaría la vieja discusión que tuve
con el perro que vivió a unos metros de la casa
donde mi abuela celaba sus flores de durazno.
Arrojaría mis dibujos
al cesto de basura o la memoria de un pájaro.
Diría que una espina
le impuso en silencio un halo frío
a la débil ceremonia de poner la mesa para nadie.
Mi madre
–que verá en mis huesos la marca inútil de su sed–
sabría que trajo al mundo un cadáver
(indeciso y pobre)
que apenas supo estar para siempre en otra parte.
[... en estricta apariencia, y sin saber por qué,
vidas de niños se convierten de pronto en execrables historias;
quiebran, pues, las normas y los ritmos adulterando y destronando al tiempo,
y una pléyade de piedras cae montaña abajo intimidando
con rudeza el poso de la edad, la fe y el corazón]
- madre ¿ por qué canta la luz... ?
- hijo ¿ la luz canta... ?
- sí, sí cantó, madre; cuando llorabas se acercó a tus ojos
y cantó una canción muy hermosa, yo la oí;
- cariño, papá ha muerto ayer y tendremos que irnos...
- ¿ a dónde, a dónde, madre... ?
- no lo sé, cariño, no lo sé; pero ven y no llores, no llores, amor;
- madre, mira, la luz está cantando otra vez, mírate en el espejo;
escucha, escucha ¿ la oyes ahora... ? ¿ la oyes, madre ... ?
[OCULTAR]... del libro "Acompañante luz".[/OCULTAR]
Sobre el océano de cabezas bamboleantes
baila la Sibila.
Embriagada por el rastro cristalino de espíritus
que pueblan este microuniverso,
es traspasada,
penetrada,
violada una y otra vez
por la Madre que vocifera en las alturas
MAE calipigia,
pandémica,
altitonante.
Chispazos como balas fulgentes
a cientos
a millares
le derriten el cerebro,
que se hace uno con el sudor, con el ardor
del ritual.
La pista hierve, se encrespa, espumea
de saliva reseca y ron con cola.
El pueblo grita el nombre de la Madre,
se postra ante su mesa de mezclas hasta
la bancarrota, hasta
el crimen.
La Sibila en su baile frenético
no es ya la Sibila,
es el rostro de la Gran Reina del Infierno
dando órdenes,
es cascada de sangre contaminada
de speed, coca y ketamina,
es vidente del calor abrasador
de la testosterona
y de los diablos negros colgados
de nuestros estómagos.
Mientras la Sibila baile,
rabiosa en su éxtasis,
aún nos quedará una certeza:
que existe la noche,
que existe nuestro Dios.
La tierra se ha quedado negra y sola: que el viento con gran aliento expire y que la mar no mueva ni una ola. Fernández Moreno, el Viejo La Crucifixión ah tú querías esta eternidad pero querías más las niñas de tus ojos reír y sonreír los valses la mujer vivir al descuido cada minuto recordarlo después con rigor implacable palpar la materia su vida febril oculta afirmarte sobre la vereda y fatigar la selva de baldosas con un movimiento de conquista
pero ya tenías mucha soledad de pronto se te puso perfecta he aquí las cosas huérfanas como yo tus hijas, mis hermanas cómo escuchar una bocina fiesta exclusiva para tus tímpanos una cucharita me hace llorar una tranquera me parte el alma dios me libre de la calle Florida cómo estrellas sin tu retina dónde están tus sentidos la célula central en que desembocan el nervio que volvía derecho a la mano la mano que escribía sobre cualquier mesa
yo no puedo aguantar que hayas estado vivo el tiempo es demasiado tolerante los padres no debieran adentrarse tanto en la edad de sus hijos deberían morir al principio o bien no morir nunca por qué dividir así una vida ser hijo durante tantos años y de pronto no proyectado de pronto hacia fuera trastabillar enceguecido irse de espaldas
yo no tengo la obligación de estar muerto ya lo sé pero cómo pude haber sido tan distinto tu hijo y no tú mismo qué lejos nos pusieron yo debí haber nacido contigo y no de ti haber llegado juntos a la adolescencia hubiéramos vivido en aquel Chascomús jóvenes médicos los dos recorriendo de noche las huellas apartadas rompiendo al caminar los opacos terrones tras el alambrado de un hilo la masticación musical de un caballo el club social lejano insistía con sus luces
tu querías un hijo literal una astilla pura un hijo como un órgano como un miembro y yo hubiera querido yo quiero ahora ser ese órgano y ese miembro ahora que pasa esto esta burda diferencia yo vivo y tú no vives explícame ahora perdóname ahora estas imágenes que se me forman en los ojos esta piel que se me besa con el mundo esta respiración que se me mueve en el pecho perdóname cada mañana por despertar por beber por mi garganta en el momento supremo en que se cierra sobre cada sorbo perdóname este discurso tú querías que te cantara las canas y ya ves te canto los huesos de nuevo llego tarde
¿nunca te volverá a tomar el pulso yo no detallarás mis hijas en sílabas contadas nunca más jugaremos al póquer y pedirás tres no caminaremos hasta Rivadavia bajo los plátanos no competirás conmigo en estar enamorado nunca te quedarás agarrotado de angustia y yo me voy con Claudio a ver una película musical nunca vendremos solos a Buenos Aires en verano ni exploraremos las demoliciones nunca me volverás a tomar el pulso y resolverás que falte al colegio no me regalarás aquel librito rojo donde Robinson construye una chalupa no deberé jugar despacio mientras duermes la siesta ni me cortarás el pelo por primera vez ya no me comprarás aquella cuna de mimbre nunca me engendrarás?
esto es nacer ya soy un hombrecito terminé de crecer estoy cabal ya soy puro principio y fin sin intermediario con lo anterior sin mediador con lo siguiente la vida tiene en mí su punto de partida y la muerte su punto de llegada ahora me toca a mí nadie se me adelante en seguidita voy la muerte no es tan práctica no hay otra forma de achatar el tiempo.
¿Dónde está aquella lumbre que tenía la casa caldeada? ¿Eras tú, madre? ¿Eras tú la cocina, el comedar, la sala? ¿Era tan sólo tu alegría lo que hacía habitable el mundo?
¿Dónde está aquella alfombra, ese calor, esa limpieza?
¿No los tuve también en otra casa, en aquella mujer que era un Paseo de acacias florecidas? De poco me sirvieron mis estudios y los trabajos que emprendí. Como Gogol repito: "tengo frío".
Comentarios
Carta al padre
Solos tú y yo, e irremediablemente
unidos por la muerte: torturados aún por
fantasmas que dejamos con torpeza
arañarnos el cuerpo y luchar por los despojos
del sudario, pero ambos muertos, y seguros
de nuestra muerte; dejando al espectro proseguir en vano
con el turbio negocio de los datos: mudo,
el cuerpo, ese impostor en el retrato, y los dos siguiendo
ese otro juego del alma que ya a nada responde,
que lucha con su sombra en el espejo-solos,
caídos frente a él y viendo
detrás del cristal la vida como lluvia, tras del cristal asombrados
por los demás, por aquellos Vous êtes combien? que nos sobreviven
y dicen conocernos, y nos llaman
por nuestro nombre grotesco, ¡ah el sórdido, el
viscoso templo de lo humano!
Y sin embargo
solos los dos, y unidos por el frío
que apenas roza brillante envoltura
solos los dos en esta pausa
eterna del tiempo que nada sabe ni quiere, pero dura
como la piedra, solos los dos, y amándonos
sobre el lecho de la pausa, como se aman
los muertos
«amó», dijiste, autorizado por la muerte
porque sabías de ti como de una tercera persona
bebió dijiste, porque Dios estaba (Pound dixit)
en tu vaso de whiski
amo bebió, dijiste, pero ahora espera
¿espera? y en efecto la resurrección
desde un cristal inválido te avisa
que con armas nuestra muerte florece
para ti que sólo
sabías de la muerte. Aquí
¿debajo o por encima?
de esta piedra
tú que doraste la sobrenatural dureza y el
dolor sobrenatural de los edificios desnudos
¿en qué perspectiva
—dime— acoger la muerte?
en la mesa de disección
tú que danzaste
enloquecido en la plaza desierta
tropezando
hiriéndote las manos en el trapecio del silencio
en pie contra las hojas muertas que
se adherían a tu cuerpo, y contra la hiedra que tapaba
obsesivamente tu boca hinchada de borracho,
danzas, danzaste
sin espacio, caído, pero
no quiero errar en la mitología
de ese nombre del padre que a todos nos falta,
porque somos tan sólo hermanos de una invasión de lo imposible
y tus pasos repiten el eco de los míos en un largo
corredor donde
retrocedo infatigable, sin
jamás moverme
¡ah los hermanos, los hermanos invisibles que florecen,
en el Terror! ¡Ah los hermanos, los hermanos que se defienden
inútilmente de la luz del mundo con las manos,
que se guardan del mundo por el Miedo, y cultivan en la sombra
de su huerto nefasto la amenaza de lo eterno, en
el ruin mundo de los vivos! ¡Ah los hermanos,
Y el ave,
el ave que vuela sobre el mundo en llamas, diciendo solo
a los mortales que se agitan debajo, diciendo
solo: ABISMO, ABISMO!
Abismo, sí, tibia guarida
de nuestro amor de hermanos, padre.
¡Pero tan solos!
¡Tan solos! Fantasmas que hace visible la hiedra
—como hiedramerlín como niñadecabezacortada como
mujermurciélago la niña que ya es árbol—
crecen hojas
en la foto, y un florecer te arranca
de los labios caníbales de nuestra madre Muerte, madre
de nuestro rezo
florecen los muertos florecen
unidos acaso por el sudor helado
muerto de muchas cabezas hambrientas de los vivos
te esperamos ave, ave nacida
de la cabeza que explotó al crepúsculo
ave dibujada en la piedra y llena
de lo posible de la dulzura, de su sabor
ajeno que es más que la vida, de su crueldad
que es más que la vida
¡ira
de la piedra, ira que a la realidad insulta,
que apalea
a la cabaña torpe de la mentira con verbos
que no son, resplandecen, ira
suprema de lo mudo!
(te esperamos
en la delgada orilla de lo que cae, en el prado
nocturno que atraviesan lentos
los elefantes)
percibís el frío
la
conspiración de las algas,
gelatina, escamas, mano
que sobresale de la tumba
manos que surgen de la tierra como tallos
surcos arados por la muerte,
cabezas de ahorcados que echan flor:
decapitados que dialogan
a la luz decreciente de las velas,
¡oh quién nos traerá la rima
la música, el sonido que rompa la campana
de la asfixia, y el cristal borroso
de lo posible, la música del beso!
De ese beso, final, padre, en que desaparezcan
de un soplo nuestras sombras, para
asidos de ese metro imposible y feroz, quedarnos
a salvo de los hombres para siempre,
solos yo y tú, mi amada,
aquí, bajo esta piedra.
Leopoldo María Panero
.
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Algo sobre la muerte del Mayor Sabines
Primera parte
1.
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.
Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga que cuando no dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.
Jaime Sabines
I
Padre, me voy:
voy a jugar en la muerte,
padre me voy.
Dile adiós a mi madre,
y apaga la luz de mi cuarto:
padre, me voy.
Dile a aquel niño que allá ríe,
no sé de qué, si de la vida,
mi nombre, sólo mi nombre.
Pon mis juguetes en buen orden
oso con oso, pon al perro
con el pájaro, en cuanto al pato
déjalo solo, al pato:
padre, me voy: voy a jugar con la muerte.
Había una llama, sí, en mis ojos,
porque velaron tantas noches
y no logró nadie cerrarlos
sino yo; perdona, padre, que no hubiera
nadie, sino yo: me voy,
me voy solo a jugar con la muerte.
II
Padre, estoy muerto, ya, y qué oscuro
es todo esto:
no hay luna aquí, no hay sol ni tierras,
padre, estoy muerto.
Somos los muertos como enfermos
y el cementerio el hospital
para jugar aquí a los médicos
sábana blanca y bisturí
y tantas tumbas como lechos
para soñar: y son tan blancos esos huesos
padre tan blancos: como soñar.
Dicen los otros, los más muertos
los que ya llevan tiempo y tiempo
aquí vengándose de Dios
que vendrá el Diablo, el buen Diablo
que vendrá el Diablo con más flores
de las que nadie pueda traer.
Padre, estoy muerto, no estoy solo
padre, estoy muerto, tengo amigos
con quien jugar.
III
Madre, esos besos que en la tumba
aún me das
son despertar, son nuevo frío;
estuve vivo, ya lo supe
ahora déjame olvidar.
IV
Padre, estoy muerto, y es la tumba
una cuna mucho mejor
padre, no hay nadie, ya estoy solo
padre, si alguna vez de nuevo
vuelvo a vosotros, padre, si otra
vez yo vivo, no sé con qué voy a soñar.
Leopoldo María Panero
.
.
.
Escuchaba música en la azotea.
Me enseñaba el cielo. Sonreía.
Siempre sonríe la madre mirando las estrellas.
Una tarde dejó su anillo en la tumba de Chopin.
Debe estar brillando, todavía.
Un círculo de oro tan infinito
que enciende el firmamento dentro de la tierra
y la música
y la brasa del corazón de la madre,
mientras, desquiciada, enorme
se mueve la noche
en su mausoleo
libre y oscuro.
Leopoldo "Teuco" Castilla (Argentina, 1947)
.
.
.
Nos dábamos la espalda
ese sonido ahogado
madre, qué era:
por primera vez te escuchaba llorar,
me quedé quieta
apreté la almohada contra la oreja
la almohada con el olor de tu pelo
no pregunté
no me di vuelta
esperé que pasara pero crecía
tu llanto
entre las dos.
Hicimos lo que pudimos, quedarnos
cada una en su lugar
y en algún momento dormirnos.
Silvina López Medin
Con tía Franca y su tímida sonrisa
dentro del marco oval de oro falso,
que se angustia las veces que no acudo
a la cita habitual de cada sábado.
Debajo está tía Gina que ha llegado
en enero de este año a mi despecho,
sin avisarme se marchó en el día
del bautismo de Alessio. No debías
hacerme esta injusticia. Te he llorado
encerrado en mi cuarto en Espinardo
mientras comían paella con mariscos
y brindaban con cava catalán.
Un poco más arriba están mis padres,
él con trinchera y el cabello espeso,
ella con traje negro, demacrada.
Finalmente, lindando con el techo,
reunidos todos en el mismo nicho,
la madre y dos hermanos de las tías,
el abuelo Michele que leía,
para pasar el tiempo, la Gaceta
mascando caramelos que compraba
con el diario en el bar de calle Roma.
Para ti hemos guardado el mejor sitio,
a la vista de todos, en el centro.
Faltan sólo la lápida y la foto.
Emilio Coco es poeta italiano, (1940-)
.
.
.
Madre
dile a tus hijos que no sigan mi camino
dile a tus hijos que no escuchen mis palabras
lo que significan
lo que dicen
Madre.
Madre
¿puedes mantenerlos en la oscuridad de por vida?
¿puedes ocultarlos del mundo que está esperando?
Oh madre.
Padre!
voy a llevarme a tu hija esta noche
voy a mostrarle mi mundo
Oh padre!
No estás a punto de ver tu luz
pero si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
hasta que estés sangrando
no estás a punto de ver tu luz
y si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
Madre
dile a tus niños que no tomen mi mano
dile a tus niños que no comprendan
Oh madre
Padre
¿Quieres golpear cabezas conmigo?
¿quieres sentirlo todo?
Oh padre.
No estás a punto de ver tu luz
pero si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
hasta que estés sangrando
no estás a punto de ver tu luz
y si quieres encontrar el infierno conmigo
yo puedo enseñarte como es eso
Danzig
.
..
.
al mar
lleva una buena cantidad de años
tierra adentro,
un siglo de interioridad
cumpliéndose.
Se ha resecado de sus hijos
y vive lejos
en toros consanguíneos.
Es como una escultura de sí misma
y sólo el mar
que quita el fárrago
acumulado en la ciudad
puede acercarla a su pasado,
hacia su muerte verdadera,
y hacer que crezca nuevamente.
Mi madre necesita algún
estruendo entre los pies,
Una monótona insistencia en los oídos,
una palabra adversa
y simple que la canse,
y necesita que la llamen,
oír su nombre en otros labios,
pedir perdón
y hacer promesas,
ya no se tropieza
en nada sustantivo.
Y yo tengo que armarme de valor
para llevarla al mar
armarme de mis años
que he olvidado,
reunirme con mi madre en otro tiempo,
con un yo mismo que enterré
y que ella guarda
sin decirme nada.
Tengo que armarme de valor
para perder confianza
en lo que sé,
tengo que regresar al día
en que mi risa quedó trunca
entre las páginas de un libro,
cerrar el libro y completar la risa,
cerrar todos los libros y reírme,
cerrar todos los ojos que he ido abriendo
para que nadie me agrediera.
Estuvo bien ya de crecer,
es hora de desdibujarme,
lo que aprendí enhorabuena,
lo que olvidé también,
es hora de ser hijo de alguien
y de tener un hijo
y un esqueleto para ir al mar,
para morir
con cada hueso sin pedir ayuda.
Salí hace años a rodearla a ella
para volver al mar más solo
o acaso fui a rodear el mar
para ser hijo de otro modo de mi madre,
ya no me acuerdo qué buscaba,
nadie recuerda lo que busca,
mi madre ya no ha ido
al mar,
es todo lo que sé,
y no llevarla es no reconciliarme
con el mar, no ver el mar
como se ve después de niño,
también no ver cómo es mi madre
ahora, no saber nada de mí mismo.
Fabio Morábito (Egipto/México, 1955)
TOMA en tus manos
este jersey tejido en nudos de memoria.
Consérvalo, porque algún día
recordarás las manos desgastadas
que lo tejieron en las noches de tu infancia.
Y no podrás volver. Y tendrás frío
cuando descubras que vivir
a veces es llorar.
Abrígate con el amor que en el jersey está trenzado:
lo que nos quita el tiempo
ha sido el tiempo quien lo ha urdido
en formas misteriosas y sencillas
que hilvanan nuestras vidas a otras tramas.
Es imposible amar fuera del tiempo,
nada infinito hay que se alcance sin su hebra
aunque la hechura de su amor
nos muestre su belleza en sacrificio
sólo al perder a quien más hondo nos ha amado.
No pienses, como Eliot,
que sólo el tiempo vence al tiempo,
porque el tiempo es invencible.
Más bien realiza hazañas cotidianas:
piensa en mamá, aprende a tricotar
tus horas en ofrenda:
-punto de arroz,
ochos perdidos,
espigas que se cruzan
con las agujas de la vida...-
Ponte el jersey
y teje otro jersey para tus hijos.
Antonio Praena Segura es poeta granadino (1973-)
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.
Madre, he sentido los dientes de mi voz clavándome en la cabeza como cuando un cachorrito es llevado por su madre a un lugar lejos de la lluvia. Pero mi voz también es la lluvia, de colores, de distintos tonos rojos, ay la sangre, un accidente del sueño, de la mañana, del sol, un accidente aéreo mi voz, atrápame cantando me emborrachaba entre sus brazos, ella nunca bebía ni la vi llorando.
Madre quiero ser cantante precisamente porque no puedo cantar, porque mi voz es atroz pero quizá haya algo hermoso bajo esa tragedia, un gusanito de ojos conmovidos que aletea sus alas vacías e irreales. Por favor sólo quiero matarla, a punta de navajas, besándola una vez más.
¿Sabes lo que soñé el viernes pasado? Que me masturbada frenéticamente y que luego, ah no, espera, eso pasó antes de estar dormido. Bueno, estaba parado en algo parecido a un escenario, todo iluminado de bombillas púrpuras. En el fondo un tipo que era el baterista dio una señal que no comprendí y de golpe de alguna sombra agonizante un guitarrista agitó su guitarra a manotazos, parecía una tontería pero oía a épico, luego el bajista tocó y yo al medio detrás de un micro que tenía pinta de antiguo y abrí la boca un poco y explotó el estadio, porque estaba en un estadio o algo parecido, algo más grande quizá y la gente enloquecía y era la peste del amor y la pasión y la fe. Y canté, para sorpresa mía, con mi voz real y nadie se espantaba, ¿me oyes? Nadie. Yo creo que fue una revelación.
J. Estiven Medina Ortiz (1995).
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En el gran patio cuadriculado
peleaban los ejércitos
simbólicas batallas
(eso lo entendí después)
Yo estaba preocupada
no veía sangre
pero sabía
que estaba en lo cierto
Largas horas
combatieron los guerreros
el motivo
lo olvidaron hace tiempo
La gran campana de oro
le llevé a mi madre
En el patio el cerezo florecía
y entre las flores tejían las arañas.
Qué belleza dijo mi madre
Qué crueldad
dije yo.
Yona Wallach (Israel, 1941-1985)
Sé que mi madre lavaría mi cuerpo si muriera
y pondría bajo el sol
las primeras palabras que dije
de modo que la luz
y un hambre de insectos
las volvieran otra cosa
(invisible)
con el paso de los días.
Llamaría por mi nombre
al árbol que trepaba cuando no usaba zapatos
o el limón más amargo
del primer junio que yo le faltara.
Tendería mis camisas por la noche
esperando que el viento
los gatos o la vieja lechuza blanca
(que anidaba en el dátil de un patio contiguo)
las llevaran a otro sitio.
Mordería el pan de diario
con la esperanza intacta de hacerlo sangrar.
Sabría que mi polvo
vale menos o lo mismo que esa tierra
levantada por tibios remolinos
frente al párpado cerrado de Dios.
Recordaría la vieja discusión que tuve
con el perro que vivió a unos metros de la casa
donde mi abuela celaba sus flores de durazno.
Arrojaría mis dibujos
al cesto de basura o la memoria de un pájaro.
Diría que una espina
le impuso en silencio un halo frío
a la débil ceremonia de poner la mesa para nadie.
Mi madre
–que verá en mis huesos la marca inútil de su sed–
sabría que trajo al mundo un cadáver
(indeciso y pobre)
que apenas supo estar para siempre en otra parte.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970-)
.
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[... en estricta apariencia, y sin saber por qué,
vidas de niños se convierten de pronto en execrables historias;
quiebran, pues, las normas y los ritmos adulterando y destronando al tiempo,
y una pléyade de piedras cae montaña abajo intimidando
con rudeza el poso de la edad, la fe y el corazón]
- madre ¿ por qué canta la luz... ?
- hijo ¿ la luz canta... ?
- sí, sí cantó, madre; cuando llorabas se acercó a tus ojos
y cantó una canción muy hermosa, yo la oí;
- cariño, papá ha muerto ayer y tendremos que irnos...
- ¿ a dónde, a dónde, madre... ?
- no lo sé, cariño, no lo sé; pero ven y no llores, no llores, amor;
- madre, mira, la luz está cantando otra vez, mírate en el espejo;
escucha, escucha ¿ la oyes ahora... ? ¿ la oyes, madre ... ?
[OCULTAR]... del libro "Acompañante luz".[/OCULTAR]
Orion de Panthoseas
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Sobre el océano de cabezas bamboleantes
baila la Sibila.
Embriagada por el rastro cristalino de espíritus
que pueblan este microuniverso,
es traspasada,
penetrada,
violada una y otra vez
por la Madre que vocifera en las alturas
MAE calipigia,
pandémica,
altitonante.
Chispazos como balas fulgentes
a cientos
a millares
le derriten el cerebro,
que se hace uno con el sudor, con el ardor
del ritual.
La pista hierve, se encrespa, espumea
de saliva reseca y ron con cola.
El pueblo grita el nombre de la Madre,
se postra ante su mesa de mezclas hasta
la bancarrota, hasta
el crimen.
La Sibila en su baile frenético
no es ya la Sibila,
es el rostro de la Gran Reina del Infierno
dando órdenes,
es cascada de sangre contaminada
de speed, coca y ketamina,
es vidente del calor abrasador
de la testosterona
y de los diablos negros colgados
de nuestros estómagos.
Mientras la Sibila baile,
rabiosa en su éxtasis,
aún nos quedará una certeza:
que existe la noche,
que existe nuestro Dios.
Javier Gato
.
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.
Mi madre cumplía 9
cuando Vallejo escribía "Masa"
Y yo no me formaba todavía
cuando ella veía "Zorba el Griego"
en el cine "Imperio" de la capital
Yo no sé bien lo que esto significa
Los doctores no han dado aún
con el número que nos explique a todos
Juego de naipes / Golpe de dados
Vallejo murió un año después
que su cadáver se levantara "triste, emocionado"
y mi madre cumplirá 70 el próximo noviembre
Jesús Sepúlveda
la oscuridad
la niña se sienta en la ventana
y canta
Las mismas canciones
una y otra vez
o simplemente lalalá
Sin cesar
ahuyenta a esta otra madre
que no es la verdadera
a esta madre distinta
a la que teme
a esta extraña
sin rostro
que está aquí sentada
respirando al otro lado de la pared
suspirando en el silencio
de la noche
Y la niña canta
En voz alta
protege sin cesar
a aquella que no regresa
lalalá
lalalá
Canta
para que la verdadera
siga viva
Viola Fischerová
Sus cabellos chispean,
sol domesticado en una casa.
Sol vagabundo
Errante de cuarto en cuarto
Entibia nuestras almas.
Su casa abierta a todos los vientos,
ráfagas de lluvia perfuman,
trombas de nieve hielan.
festín de los mendigos y los perros.
Sus pasos largos
prolongan las cuerdas infinitas
de la música.
Helena Paz Garro
La tierra se ha quedado negra y sola
La tierra se ha quedado negra y sola:
que el viento con gran aliento expire
y que la mar no mueva ni una ola.
Fernández Moreno, el Viejo
La Crucifixión
ah tú querías esta eternidad
pero querías más las niñas de tus ojos
reír y sonreír
los valses la mujer
vivir al descuido cada minuto
recordarlo después con rigor implacable
palpar la materia su vida febril oculta
afirmarte sobre la vereda
y fatigar la selva de baldosas
con un movimiento de conquista
pero ya tenías mucha soledad
de pronto se te puso perfecta
he aquí las cosas huérfanas como yo
tus hijas, mis hermanas
cómo escuchar una bocina
fiesta exclusiva para tus tímpanos
una cucharita me hace llorar
una tranquera me parte el alma
dios me libre de la calle Florida
cómo estrellas sin tu retina
dónde están tus sentidos
la célula central en que desembocan
el nervio que volvía derecho a la mano
la mano que escribía sobre cualquier mesa
yo no puedo aguantar que hayas estado vivo
el tiempo es demasiado tolerante
los padres no debieran adentrarse tanto en la edad de sus hijos
deberían morir al principio
o bien no morir nunca
por qué dividir así una vida
ser hijo durante tantos años
y de pronto no
proyectado de pronto hacia fuera
trastabillar enceguecido
irse de espaldas
yo no tengo la obligación de estar muerto
ya lo sé pero cómo pude
haber sido tan distinto
tu hijo y no tú mismo
qué lejos nos pusieron
yo debí haber nacido contigo y no de ti
haber llegado juntos a la adolescencia
hubiéramos vivido en aquel Chascomús
jóvenes médicos los dos
recorriendo de noche las huellas apartadas
rompiendo al caminar los opacos terrones
tras el alambrado de un hilo
la masticación musical de un caballo
el club social lejano insistía con sus luces
tu querías un hijo literal una astilla pura
un hijo como un órgano como un miembro
y yo hubiera querido
yo quiero ahora ser ese órgano y ese miembro
ahora que pasa esto
esta burda diferencia
yo vivo y tú no vives
explícame ahora perdóname ahora
estas imágenes que se me forman en los ojos
esta piel que se me besa con el mundo
esta respiración que se me mueve en el pecho
perdóname cada mañana por despertar
por beber
por mi garganta en el momento supremo
en que se cierra sobre cada sorbo
perdóname este discurso
tú querías que te cantara las canas
y ya ves te canto los huesos
de nuevo llego tarde
¿nunca te volverá a tomar el pulso
yo no detallarás mis hijas en sílabas contadas
nunca más jugaremos al póquer y pedirás tres
no caminaremos hasta Rivadavia bajo los plátanos
no competirás conmigo en estar enamorado
nunca te quedarás agarrotado de angustia
y yo me voy con Claudio a ver una película musical
nunca vendremos solos a Buenos Aires en verano
ni exploraremos las demoliciones
nunca me volverás a tomar el pulso
y resolverás que falte al colegio
no me regalarás aquel librito rojo
donde Robinson construye una chalupa
no deberé jugar despacio mientras duermes la siesta
ni me cortarás el pelo por primera vez
ya no me comprarás aquella cuna de mimbre
nunca me engendrarás?
esto es nacer ya soy un hombrecito
terminé de crecer estoy cabal
ya soy puro principio y fin
sin intermediario con lo anterior
sin mediador con lo siguiente
la vida tiene en mí su punto de partida
y la muerte su punto de llegada
ahora me toca a mí nadie se me adelante
en seguidita voy
la muerte no es tan práctica
no hay otra forma de achatar el tiempo.
¿Dónde está aquella lumbre
que tenía la casa caldeada?
¿Eras tú, madre?
¿Eras tú la cocina, el comedar, la sala?
¿Era tan sólo tu alegría
lo que hacía habitable el mundo?
¿Dónde está aquella alfombra,
ese calor, esa limpieza?
¿No los tuve también en otra casa,
en aquella mujer que era un Paseo
de acacias florecidas?
De poco me sirvieron mis estudios
y los trabajos que emprendí.
Como Gogol repito: "tengo frío".
Pero aún no aprendí a conservar el fuego.
José Luis Parra
Rosana Acquaroni
Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo
a darte con el alma el mudo abrazo
que no te pude dar en tu agonía;
a desahogar en tu glacial regazo
la pena aguda que en el pecho tengo
y a darte cuenta de la ausencia mía.
Madre, aquí estoy; en alas del destino
me alejé de tu lado una mañana
en pos de la fortuna
que para ti soñé desde la cuna;
mas, ¡oh suerte inhumana!
Hoy vuelvo, fatigado peregrino,
y sólo traigo que ofrecerte pueda
esta flor amarilla del camino
y este resto de llanto que me queda.
Bien recuerdo aquel día,
que el tiempo en mi memoria no ha borrado;
era de Marzo una mañana fría
y cerraba los cielos el nublado.
Tú en el lecho aún estabas,
triste y enferma y sumergida en duelo,
que con alma de madre contemplabas
el hondo desconsuelo
de verme separar de tu regazo.
Llegó la hora despiadada y fiera,
y con el pecho herido
por dolor hasta entonces no sentido,
fui a darte, madre, mi postrer abrazo
y a recibir tu bendición postrera.
¡Quién entonces pensara
que aquella voz angelical en mi oído
nunca más resonara!
Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,
dijiste al estrecharme contra el pecho:
“Tengo un presentimiento que me dice
que no he de verte más bajo este techo”.
Con supremo esfuerzo desliguéme
de los amantes lazos
que me formaban en redor tus brazos,
y fuera me lancé como quien teme
morir de sentimiento…
¡Oh terrible momento!
Yo fuerte me juzgaba,
mas, cuando fuera me encontré y aislado,
el vértigo sentí de pajarillo
que en la jaula criado,
se ve de pronto en la extensión perdido
de las etéreas salas,
sin saber dónde encontrará otro nido
ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.
Desató el sollozar el nudo estrecho
que ahogaba el corazón en su quebranto,
y se deshizo en llanto
la tempestad que me agitaba el pecho.
Después, la nave me llevó a los mares,
y llegamos al fin, un triste día
a una tierra muy lejos de la mía,
donde en vez de perfumes y cantares,
en vez de cielo azul y verdes palmas,
hallé nieblas y ábregos, y un frío
que helaba los espacios y las almas.
Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,
mas suavizaba el sufrimiento impío
la esperanza de verte
un tiempo no lejano al lado mío.
¡Ay del mortal que ciego
confía su ventura a la esperanza!...
La ley universal cumplióse luego,
y vi en el alma presta,
la mía disiparse
cual mira en lontananza
torcer el rumbo en dirección opuesta
el náufrago al bajel que vio acercarse.
Bien recuerdo aquel día
que el tiempo en mi memoria no ha borrado
era de Marzo otra mañana fría
y los cielos cerraban otro nublado.
Triste, enfermo y sin calma,
en ti pensaba yo cuando me dieron
la noticia fatal que hirió mi alma,
lo que sentí decirlo no sabría…
sólo sé que mis lágrimas corrieron
como corren ahora, madre mía.
Después al mundo me lancé, agitado,
y atravesé océanos y torrentes,
y recorrí cien pueblos diferentes;
tenue vapor del huracán llevado,
alga sin rumbo que la mar flagela,
viento que pasa, pájaro que vuela.
Mucho, madre. He adquirido
mucha experiencia y muchos desengaños,
y también he perdido
toda la fe de is primeros años.
¡Feliz quien como tú ya en esta vida
no tiene que luchar contra la suerte
y puede reposar en la seguida,
inalterable calma de la muerte;
sin ver ni padecer el mal eterno
que nos hiere doquier con saña cruda,
ni llevar en el pecho el frío interno
de la indomable duda!.
¡Feliz quien como tú, con altiveza
reclinó para siempre la cabeza
sobre los lauros del deber cumplido,
cual la reclina, por la muerte herido,
tras el combate rudo
risueño, el gladiador sobre su escudo!.
Esa, madre, es tu gloria
y la alta recompensa de tu historia,
que el premio solo del deber sagrado
que impone el cristianismo
está en el hecho mismo
de haberlo practicado.
Madre, voy a partir: mas parto en clama
y sin decirte adiós, que eternamente
me habrás de acompañar en esta vida;
tú hs muerto para el mundo indiferente,
mas nunca morirás, madre del alma,
para el hijo infeliz que no te olvida.
Y fuera el paso muevo,
y desde su alto y celestial palacio,
su brillo siempre nuevo
derrama el sol cerúleo espacio…
Ya lejos de los tumultos me encuentro,
ya me retiro solitario y triste;
mas ¡ay! ¿a dónde voy? si ya no existe
de hogar y madre el venturoso centro? …
¿a dónde ---¡a la corriente de la vida,
a luchar con las ondas brazo a brazo,
hasta caer en su mortal regazo
con alma en paz y con la frente erguida!.
Juan Antonio Pérez Bonalde