Permíteme pensar
que somos
una mota
de polvo
sobre una mesa
cualquiera
y que
un paño
atrapapolvo
nos hace
desaparecer
un lunes
de nuestro
mundo
horizontal.
Esta mañana engullí mucha poesía,
tragué
sin pensar en un empacho o mala
digestión,
sin saber que podría pasar de no digerir tanto
sentimiento atrapado
en redes de poetas.
Cada poema leído
se adentraba,
se perdía en laberínticas vénulas,
en capilares y en los vasos sanguíneos
de mis ojos.
Hasta que no pude más
y vomité versos de desamor y estrofas
de muertes arrítmicas.
La palidez de mi rostro
indica
sobredosis de tristeza.
- "Mota de polvo" y "paño atrapapolvo" no me funcionan al mismo tiempo.
- El ritmo, aunque sea entrecortando de forma sorprendente (no sé si tenías alguna intención al hacerlo así), me resulta demasiado regular.
Lo de que un agente externo nos haga trascender de nuestro plano de percepción me gusta bastante expresado de forma tan doméstica.
No sé si he transmitido la verticalidad del mundo horizontal y se ha quedado en un intento... La regularidad en el ritmo que encuentras, es la esencia de la caída y la desaparición sin ofrecer resistencia... simplemente ocurre... son unos segundos de percepción lineal y su angustia plana...
En cuanto a lo de mota de polvo y paño atrapapolvo que no te funcionan al mismo tiempo... El paño atrapapolvo simboliza aquello ajeno a nosotros que no se puede controlar y que te lleva por delante...
¡Jolines, con lo sencillito que es el poema y cuánto polvo levanta! La próxima vez aparecerá el aspirador y no quedarán ni las migas...
La poesía es un pájaro interesado.
Abro mis manos con migas
de sentimientos
y acude hambriento.
Tras comer, se va,
no sin antes picotear la víscera
de mi corazón,
beberse mis lágrimas
y dejar algún excremento
entre gorjeos
de satisfacción.
El espejo es un invento venenoso.
Hoy me ha dicho que tengo ojeras,
que han pasado los años
y que hay arrugas con nombre de
sufrimiento
que no se irán jamás.
Le he contestado con una sonrisa.
No apto para amantes de la Navidad y niños (por dentro)
Todo huele a muerte en Navidad, y los ojos
traen a los muertos
de vuelta a casa, posándose en las fotografías.
Se acercan días en los que quisiera correr muy lejos,
ser un pájaro que busca un nido
en lo alto de El Árbol del No. Me gusta El Árbol del No, nunca
entran los Sí intentando hacerme cambiar de opinión
con una sonrisa de la vida sigue,
ven a cantar un villancico y déjate
contagiar del espíritu navideño;
y mira los escaparates y las luces
parpadeantes,
hipnóticas,
son las pastillitas para que sueñes
con anuncios
de perfumes.
Pero pienso en otros espíritus con luces apagadas.
Cuando regresen los muertos por Navidad, no
me hallarán en casa.
No me encontrarán por un tiempo,
quizás siempre. Mientras exista El Árbol del No.
Mientras no le caiga un rayo, o alguien lo tale,
destrozando el nido donde me recojo
estos días; hasta que
también me pose
en una fotografía sin salida
y haya encontrado mi último nido, mi último vuelo.
Y las sillas vacías en las mesas opulentas.
Se van amontonando.
Y todos parecen felices con sus huequecitos por dentro.
La calle se traga mis pasos.
Y he de desear Felices Navidades porque es lo que se suele hacer
en estos casos.
Ya sé que no vendrá mucho a cuento, y espero no estropearte el hilo.
Ayer leí un artículo de Luís Herrero y me acordé de ti. Las sillas vacías.
Adolfo Suárez me contó una vez que en la Navidad de 1982, recién desembarcado el PSOE en la playa del poder, Felipe González le llamó por teléfono para preguntarle si, en su opinión, debía mantener la tradición de poner un Nacimiento en el Palacio de la Moncloa. El líder socialista había conseguido dos meses antes una mayoría absoluta formidable –202 escaños de un total de 350– gracias en buena parte a que los ciudadanos vieron en él la encarnadura de un estilo ético. Adolfo le dijo, o por lo menos él me dijo que se lo dijo, que los valores que defiende el cristianismo son universales –ahora tal vez hubiera dicho transversales– y que no entraban en contradicción con las promesas electorales del PSOE. El amor al prójimo, el deseo de paz, de justicia y de hacer las cosas bien ya formaban parte de los mensajes navideños mucho antes, casi dos mil años antes, de que se inventaran los partidos políticos. Así que le aconsejó que mantuviera la tradición del Nacimiento porque haciéndolo ningún conmilitón debería sentirse ofendido y no haciéndolo podría herir la sensibilidad de más de un ciudadano de buena voluntad. Ya no recuerdo si Felipe González le hizo caso o no, me suena vagamente que sí, pero de lo que sí me acuerdo es de que algunos años después el líder socialista ya no era visto por la mayoría de los españoles como la encarnadura de un estilo ético y de que los valores que impulsaron su acción de gobierno, sobre todo desde finales de los 80, tenían muy poco que ver con los que el cristianismo vuelve a proponer a la humanidad entera cada vez que llega una nueva Navidad.
Poco a poco se ha ido fraguando un raro consenso en torno a la idea de que la Navidad es un tiempo triste. Hemos dado por bueno que el poder de las ausencias, de los familiares y los amigos muertos, puede más que el poder de las presencias; que una silla vacía mueve más a la nostalgia de lo que mueven los nuevos familiares y los nuevos amigos a la esperanza. Yo siempre he creído que ese es un diagnóstico demasiado superficial. No se trata, a mi juicio, de que echemos de menos a las personas que ya no están con nosotros, sino que echamos de menos el amor que les teníamos y que nos hacía ser, o al menos lo proponía, un poco mejores. No creo que lloremos por ellos, lloramos por nosotros. La fuerza que nos impulsa a ser buenas personas, esa ley de la naturaleza humana que cada hombre siente como propia con independencia de credos, culturas y particularismos geográficos y que nos impide dar patadas a las viejecitas, jalear a los cobardes o amar la mentira no anida en el ámbito de la relación de uno consigo mismo, sino en la de uno con los demás. Son ellos quienes piden lo mejor de nosotros, ya sea la amabilidad, la paciencia, la sabiduría o la fortaleza. Cuando perdemos a un ser querido perdemos una razón para mejorar y lo que nos entristece es darnos cuenta de que, en realidad, no lo somos en absoluto. De que los deseos de paz, de justicia, de amor al prójimo y de hacer las cosas bien que tratamos de renovar las Navidades pasadas han vuelto a convertirse, un año después, en empeños fracasados. Somos tan idiotas que creemos que nos bastamos por nosotros mismos.
Un proceso parecido al que ocurre en las personas, creo yo, ocurre en los grupos sociales, y por lo tanto también en los países. Cuando las ilusiones que remueven la esperanza de los ciudadanos acaban convertidas en promesas incumplidas, banderas arriadas, principios abandonados, esfuerzos fútiles o ejemplos deplorables, el país entero se vuelve más fúnebre, por mucho que las luces navideñas, los niños de San Ildefonso o el turrón de Jijona le inviten a tocar la zambomba y la pandereta. En 2014, a los socialistas se les ha muerto Rubalcaba, y con él una nueva oportunidad de reconstruir el estilo ético que un día llevó a Felipe González a inundar de ilusión por un cambio a mejor las calles españolas. A los comunistas se les ha muerto Cayo Lara, y con su muerte descarrila el último tren hacia elsorpasso de la izquierda. A los populares se les ha muerto Mariano Rajoy, aunque él todavía no lo sabe, y con él se prejubila la machada aznarista de haber metido a la derecha en el circuito de las alternancias. Y a todos se nos ha muerto el Rey Juan Carlos y con él un modelo político que hace aguas por los cuatro costados. No nos hacen llorar sus sillas vacías, sino la fracasada oportunidad que cada uno de ellos dieron, a unos y a otros, para formar parte de una España mejor.
Honradamente no creo que sean muchos los ciudadanos que, estas Navidades, canalicen sus ilusiones colectivas a través de esas vías tan desprestigiadas. Habrá quien siga transitándolas, sin duda, incluso votándolas, qué remedio, pero no porque esperen mucho más de ellas que el simple hecho de evitar males mayores. La única ventana de aire nuevo es la de Podemos. De ahí su éxito. Por ella se cuela la única corriente de ilusión ciudadana, que según los indicadores atmosféricos de las encuestas empieza a tener naturaleza huracanada. Ya hay predicciones científicas, se supone, que colocan a losIglesia's boyspor encima de los cien escaños, codo con codo con el PP y varios puntos por delante del PSOE. Si alguien creía que sus desvaríos programáticos o la ofensiva del sistema contra sus siglas iban a esquilmarles el brillante porvenir, se equivocaba. Puede ser que un aire nuevo no sea un aire mejor, razona una buena porción del electorado, pero difícilmente puede ser peor del que ahora respiramos. El razonamiento que se impone es de cajón: o abrimos esa ventana y dejamos que se ventile el tugurio en que se ha convertido la política española, aun a riesgo de que no sirva para nada, o nos condenamos a la asfixia.
No comparto el razonamiento, pero lo entiendo. El problema estriba en que darle a Podemos la capacidad de abanderar los valores de nuestro futuro inmediato, a la vista de lo que propone que hagamos con los que jalonaron la travesía de la Transición, puede llevarnos en poco tiempo a la Navidad más triste de este siglo. Menos mal que, aunque eso suceda, al año siguiente una nueva Navidad llegará puntual a su cita de diciembre. Nunca es tarde para la redención.
Ya sé que no vendrá mucho a cuento, y espero no estropearte el hilo.
...
A cuento cuento sí que viene... a "Cuento de Navidad" de Dickens... Yo sería algo así como Ebenezer Scrooge y tú el Fantasma de las Navidades Presentes actualizado, que en vez de mostrarme escenas de mi vida, me muestras artículos de periódicos ... Como ha cambiado el cuento...
Seriando, me ha gustado mucho el artículo, Quinti. Como anécdota, decir que cada día cuando me levanto y salgo de la habitación, lo primero que me encuentro es un nacimiento (¡Jesús, María y José!, sí). El abuelo construyó uno hace muchos años, de esos con muchos detalles, y decidió dejarlo fijo para siempre (a ver quién es el valiente que le habla de desmontarlo sin que le de un telele... estuvo trabajando unos años vendiendo figuritas de belenes y le marcó forever). Además, el abuelo se llama Jesús y nació el día de Navidad. Parece un chiste navideño, pero es real... palabrita del Niño Jesús que esto no es un relato de ficción
Pienso que la Navidad divide a unos y otros en la forma de sentirla, como los partidos políticos... y ahora me viene a la mente la frase de "Todo es política", hasta la Navidad, visto el artículo...
Sobre el egoísmo de recrearse en la nostalgia de las sillas vacías... puede que sea tan sencillo como lo cuenta Luís Herrero.
El símil con la actualidad política que estamos viviendo es muy acertado... Se nos han ido muriendo figuras relevantes del nacimiento, y algunos se sienten perdidos, sin darse cuenta de que se han colocado nuevas figuras en la representación. Nuevos rostros que pasan inadvertidos por aquellos que gustan de llorar sillas vacías ¿no?. Es cierto que estamos siendo partícipes de un cambio, que lo tenemos aquí, con nuestras dudas, y que en nuestras manos está el abrir las ventanas y dejar que entre el aire todavía no enturbiado por la corrupción... La ilusión es Pablo Iglesias y Podemos, hace tiempo que lo tengo claro... aunque nos revolucione el nacimiento y nos lo ponga patas arriba... Lo veo necesario...
También es cierto que nos contagiamos unos a otros, que es difícil no dejarse llevar por las corrientes de pensamiento generalizado. Una Navidad triste con vistas a sillas vacías puede alimentar nuestra ansía de romper con lo establecido, con el pasado... con la tradición... con la casta... Vamos hacía un ¡Se armó el Belén! : -))
No sé si te perdonaré las vueltas que le voy a dar al artículo :rolleyes: Dice mucho de la situación... pero de ahí a redimirme y decir eso de paz y amor, turrón y ferreros hummmm no sé no sé... Déjame que piense un poco en mi nido de El árbol del No... Aún estoy en época de negación... y mi espíritu navideño está renegón...
Y tú no puedes estropear un hilo. Por ponerte un ejemplo tonto: Un hilo es como un programa de la tele al que vienen artistas invitados... Entonces sube el arroz, las audiencias, y hay quien sintoniza el programa, no por lo que ofrece su formato, sino por la estrella invitada... ¡Con todos ustedes....! ¡Quintiliano! Juas estoy como una chota Ahora le darán al mando a distancia y seré carne de reposición...
El olor a comida viaja desde hace dos o tres días
de una ventana a otra.
Los aromas crean vínculos
hasta formar un mezcladillo muy raro
que inunda las habitaciones con primer, segundo
y tercer plato
(más el postre).
Se acerca la Nochebuena. Es esta noche.
Las cocinas huelen a tradición llevada con el esfuerzo
de muchas madres
sobrepasadas de trabajo.
Hay cosas que no cambian por más años que pasen.
Las mujeres
siguen llevando casi todo el peso entre fogones
y microondas en estas fechas.
Conozco tan pocas excepciones... quizás alguna ayudita
con nombre de Pepe Noel
y alguna colaboración que otra con nombre de Ángel.
Se me olvidaba,
también están los Reyes Pacos, encantadores.
El peso de la tradición tiene esencia de
mujer, son las responsables de que sigan adelante
las reuniones familiares,
afirmaría.
Se la conoce como La Navidad y no El Navidad,
supongo que será por eso... es femenina
y con esencia de madre.
Mi madre y sus canelones con esa bechamel cocinada
con tanta lentitud... los relojes se paran
en momentos así. El tiempo es suyo. Le pertenece.
Hace un pacto con el amor,
solo de esta manera se entiende tanta delicia
en una mesa, tanto calor.
(Y sigo sin entender esta predisposición... fabricada
para que la estructura familiar siga funcionando
en apariencia con sus estereotipos).
Pero los tiempos cambian...
Aunque tarden y les cueste... y en muchos casos se hagan
los locos...
Hace el típico frío de una madrugada de invierno.
Este sería el principio de un día cualquiera de diciembre, tras un festivo.
El silencio se come los crujidos, chasquidos, zumbidos,
fragores (una palabra que me suena a suavidad en un equívoco), (...)
A esta hora suele darse el banquete, engullendo
los sonidos de la vida. Mastica sin hacer ruido,
con una perfecta fisonomía silenciosa, una maquinaria precisa.
El teclado irrumpe con un ruidito al escribir. No sé si el silencio
tendrá la capacidad y el poder de enfadarse conmigo,
por intentar acabar con su reino antes de tiempo. Soy una especie
de intrusa, un virus para este, a derrocar de su territorio.
Me lo imagino
con un florete en las manos, defendiéndose del alboroto
que va provocando mi presencia:
El ruido de los pasos, el del microondas calentando el café con leche,
la cisterna, un grifo abierto,
la cucharilla dando vueltas...
Hasta el run run de mi pensamiento
podría llegar a molestar a alguien como él, tan sensible,
con tanta facilidad para romperse.
Tendría que llevar un cartel encima que dijese:
Cuidado, frágil, puedo perderme en un microsegundo.
En un ya, me esfumo.
El silencio puede guardarse, crearse, alimentarse, ¿insonorizarse?,
¿podría el silencio apagarse a sí mismo?, ¿vislumbrarse?
¿ver su propia muerte acercándose con la madrugada?
Ahora, de tener forma y vida, sustancia y florete,
estaría defendiéndose de la nevera y su rugido molesto e insistente
(el grillo de toda cocina, o el león, según el tipo de frigorífico).
Y de pronto, sin previo aviso
¡Touché!
yazco sobre el teclado muerta de ruido, asesinada de silencio.
(¡Shsss! Se escuchan los primeros trinos)
El silencio empieza a morir.
Su florete en el suelo.
Cae abatido mirando el amanecer.
Dulce transición hacia una muerte.
Cuando llegue mi momento, quiero irme como él.
Ante un amanecer, ir desapareciendo dócil y plácida,
sin resistencia, dejándome llevar a la luz.
Padre ha dejado de ser el que era.
Le han cortado la vida.
Le han metido en una cueva
de recuerdos
y los han mezclado.
Pasado y presente, juegan
ahora
una partida de cartas.
Padre está ausente todo el día.
Habla como si estuviese
hablando
con otra persona,
con su madre fallecida
con su padre fallecido
con su hermana fallecida
con su hermano ausente
con cualquiera al que su mente
trae hacia su mundo.
Conversa con fantasmas.
Padre no puede comer
sin atragantarse.
No puede andar sin caerse,
le evade el equilibrio.
Escucha mucha música.
Le gusta el blues, el jazz,
el swing, algo de rock,
y los mariachis.
Llega la Navidad,
y en un descuido
se ha comido
una caja de polvorones.
A la mierda la dieta
recomendada
por el médico.
En el suelo, la caja
hecha trizas.
En su cara, una sonrisa.
Sentado en el sillón,
con su ea ea ea constante,
no recuerda la travesura.
Su jersey lleno de restos
de delito.
Y la mirada perdida
en algún camino.
Padre no puede vivir
sin ayuda.
Se ha amotinado
su cerebro.
Es un barco sin capitán.
Es un marinero a la deriva
cuya vela
ciega sus ojos errantes.
Es mi padre,
el que me robaron.
No me conoce
más que a ratos,
cuando en sus viajes
hace una parada en
mi recuerdo.
Es un viajero del tiempo.
No ha vuelto
de su último trayecto,
en la Navidad
de hace tres años.
He sido su copiloto
sin que se diera cuenta,
y hemos viajado
juntos.
No pude acompañarlo
esta vez.
Se fue solito en su nave
a un lugar llamado
muerte.
Yo estaba al otro lado,
despidiéndome
con nuestro walkie talkie,
con la esperanza
de que me oyera.
He dejado la lluvia.
He dejado el paraguas olvidado
en una esquina,
solo,
cerrado.
He dejado el caparazón de alambre
y tela
que me separaba de ella.
Y la he dejado a ella,
a la lluvia.
La observo,
sin afectarme el tacto
acuoso
de lágrima de cielo.
La miro y no nos vemos.
Hemos pasado
a la transparencia
de la nada.
Ella cae a su abismo, y mis pasos
van alejándose
de la caída
buscando olvidarla.
La lluvia
persigue como si fuese
la muerte
(con la lluvia en los talones).
Sin dejar atrás, adelanta,
y abre
el mundo horizontal
en su vertical
suicidio.
Llueve en una muerte.
Muere la lluvia.
Los zapatos, llenos de ataúdes,
van caminando entre fosas
de agua.
La lluvia muere y llueve
mientras tanto.
Se acaba el año. Me merezco el cielo. Completo.
Nada de a plazos y por partes.
He sufrido bastante y me han dicho que tiene
su recompensa,
la contraprestación.
Lo he leído en el Contrato de la Vida (página
tropocientas, párrafo uno, del capítulo Estás Jodida)
He dicho.
Otra cosa será, que en vez de esto,
me envíen por correo
un suéter con estrellas de
purpurina (que sepáis que no dará el pego
y no me resigno).
No entiendo a la purpurina, tan brillante, tan menuda,
tan llamativa. Como si su vida consistiese
en llamar la
atención por donde pasa.
La purpurina es histriónica, sin duda.
Ya sé como llamar a fulanita cuando se pone
insoportable, sin que se enfade:
"Gran hija de la purpurina".
(Pensará que he soltado algo bonito.
Estará equivocada. Es un galimatías complicado.
Será un secreto conmigo, a solas, sin intermediarios).
Y quiero el cielo que me merezco: azul noche,
luna completa, asteroides y planetas
(bajo amenaza
de seguir escribiendo
poesía
de no recibirlo).
Ellos mismos (a quien pertoque). Es un arma letal, una plaga,
solo tengo
que tocar el teclado...
He esperado mucho,
demasiado,
llegamos al 2015, y hemos pasado
la Odisea Espacial y la peseta. Y hasta se cayó un muro
no hace mucho, entre otras cosas
(no quiero extenderme).
Ya toca.
Quiero mi cielo.
O escribiré poesía el año que viene.
Han pasado casi nueve meses desde el último. No pensaba volver a este hilo, pero aquí es como que me siento más, no sé, ¿intima? ¿por realizar poéticamente?
Me surgió un poema sobre Nancys. De pequeña, recuerdo que cuando se les salía la cabeza no había dios que la volviese a su sitio, la muñeca pasaba a mejor vida -(
entonces eran momentos traumáticos, intentando que todo volviese atrás, a cuando la cabecita lucía sobre los hombros de mi Nancy...
Muñecas sin cabeza
La niña observa el imposible desde otros ángulos.
En una mano chica, la cabecita de muñeca.
En la otra, el cuerpo vacío de entraña, con una falda acampanada y
blusa de cuadritos entre verdes y azules.
- Antes del accidente, ibas a algún sitio, baby,
no dio tiempo a coger el bolso de flecos de tu armario mini -
Intentando sobornarla de ternura:
"muñeca guapa, muñeca linda, muñeca de mis juegos de infancia"
El pelo revuelto entre los dedos,
mechones como de cristal hilado en sueños color de bronce.
Imagina, construir una peluquería de cabezas sueltas.
- Los ojos sintéticos
miran vacíos
porque están inertes-
y no sufren por ti, niña,
aunque tenga la mirada tintes azulados de cariño de juguete.
Y decides no jugar con trozos desmembrados de muñeca,
mientras te consuma de tristeza una cancioncilla fúnebre.
En un futuro cargado de quizás, podrás perder la cabeza,
como tu Nancy,
marcada descabezada, enamorada hasta los órganos.
Encontrarás la diferencia entre piel y dolor de plástico,
Descubrirás que aquella sonrisa, era prefabricada
y demasiado quieta.
Y que en el filo de las cuencas no existían lágrimas,
a no ser que las inventaras
con un pañuelito y agua salada.
Después, conoció a alguien que tenía una cabeza de Madelman
colgada de un jeep de juguete.
estrofa, me pasa lo mismo. No sé por qué, en este foro ahora casi inactivo, estoy más tranquilo, me atrevo a más. En mi caso, atreverme a más, es atreverme con la poesía sin el seguro del sarcasmo. Parece que aquí da menos vergüenza tomárselo en serio.
Y como tú, parece que lo dejo, que no vuelvo. Pero sí vuelvo, de vez en cuando. A veces sólo me asomo. Y otras, como con los buenos amigos que se dispersan, siento la obligación de confirmar los votos cada cierto tiempo, cada vez más largo. Creo que a ti te pasa lo mismo.
Me ha gustado mucho tu último poema, el de la muñeca; y otros poemas. Es hermoso el espacio que has ido construyendo aquí. No lo dejes. Aunque sólo sea porque gente como yo lo compartimos aunque no digamos nada. Porque no sabemos escribir poesía como tú y necesitamos que alguien haga de portavoz.
estrofa, me pasa lo mismo. No sé por qué, en este foro ahora casi inactivo, estoy más tranquilo, me atrevo a más. En mi caso, atreverme a más, es atreverme con la poesía sin el seguro del sarcasmo. Parece que aquí da menos vergüenza tomárselo en serio.
Y como tú, parece que lo dejo, que no vuelvo. Pero sí vuelvo, de vez en cuando. A veces sólo me asomo. Y otras, como con los buenos amigos que se dispersan, siento la obligación de confirmar los votos cada cierto tiempo, cada vez más largo. Creo que a ti te pasa lo mismo.
Me ha gustado mucho tu último poema, el de la muñeca; y otros poemas. Es hermoso el espacio que has ido construyendo aquí. No lo dejes. Aunque sólo sea porque gente como yo lo compartimos aunque no digamos nada. Porque no sabemos escribir poesía como tú y necesitamos que alguien haga de portavoz.
Un abrazo.
Gracias, Perplejo, por sentir que es hermoso el espacio que voy construyendo a base de poesía :-O Y por todo lo que escribes. Me seguiré yendo y volviendo, como es costumbre por estos lares :-) No dejes los haikus, que se te dan de maravilla.
"Ha refrescado"
Ella comenta, tras un silencio que vuelve
sin la necesidad de despedirse.
La chaqueta abraza, delicada, las líneas de su cuerpo, y él, observa
en la penumbra del deseo que no cesa...
pasa una mano por el pelo
mientras escucha la voz conmoviéndole a ratos
que retornan
sin acabar de irse nunca.
"es como un circulo"
"es como un circulo indefinido"
"es como un circulo indefinido y una contradicción constante"
Y el círculo, coge la dirección opuesta a las horas, retrocede
hacia el principio, enlaza
con el ahora, rompe con el tiempo y difumina
los recuerdos que formaban las heridas.
Los dos se preguntan sobre el amor verdadero...
y la presencia de un letargo melancólico
buscando no ahogarse en la mirada del otro,
dejar de perecer en cada intento de llegar al espejo,
descansar en el reflejo. Sin lucha.
"¿Por qué siento este cielo único
desplomarse sobre nosotros? Es impiadoso, y
está tan abierto, que estremece."
El humo, perdiéndose entre los balcones...
apaga el cigarrillo, se sienta, como si la vida
le pidiera calma.
Comentarios
Esta mañana engullí mucha poesía,
tragué
sin pensar en un empacho o mala
digestión,
sin saber que podría pasar de no digerir tanto
sentimiento atrapado
en redes de poetas.
Cada poema leído
se adentraba,
se perdía en laberínticas vénulas,
en capilares y en los vasos sanguíneos
de mis ojos.
Hasta que no pude más
y vomité versos de desamor y estrofas
de muertes arrítmicas.
La palidez de mi rostro
indica
sobredosis de tristeza.
- "Mota de polvo" y "paño atrapapolvo" no me funcionan al mismo tiempo.
- El ritmo, aunque sea entrecortando de forma sorprendente (no sé si tenías alguna intención al hacerlo así), me resulta demasiado regular.
Lo de que un agente externo nos haga trascender de nuestro plano de percepción me gusta bastante expresado de forma tan doméstica.
Gracias, Il Sogno... Me gusta tu nick... me recuerda a El sueño de una noche de verano
:rolleyes2: Nada por aquí... nada por allá... No hay...
No sé si he transmitido la verticalidad del mundo horizontal y se ha quedado en un intento... La regularidad en el ritmo que encuentras, es la esencia de la caída y la desaparición sin ofrecer resistencia... simplemente ocurre... son unos segundos de percepción lineal y su angustia plana...
En cuanto a lo de mota de polvo y paño atrapapolvo que no te funcionan al mismo tiempo... El paño atrapapolvo simboliza aquello ajeno a nosotros que no se puede controlar y que te lleva por delante...
¡Jolines, con lo sencillito que es el poema y cuánto polvo levanta! La próxima vez aparecerá el aspirador y no quedarán ni las migas...
Gracias, Perplejo.
La palabra muda me ha llenado por dentro
Ahora, soy un eco de la palabra anterior
La poesía es un pájaro interesado.
Abro mis manos con migas
de sentimientos
y acude hambriento.
Tras comer, se va,
no sin antes picotear la víscera
de mi corazón,
beberse mis lágrimas
y dejar algún excremento
entre gorjeos
de satisfacción.
El espejo es un invento venenoso.
Hoy me ha dicho que tengo ojeras,
que han pasado los años
y que hay arrugas con nombre de
sufrimiento
que no se irán jamás.
Le he contestado con una sonrisa.
El viernes
es un día lleno de
ilusión volcada
en un fin de semana.
Lástima que todo acabe
desembocando
en un lunes.
Tengo el placer al alcance de mi mano
Si añado amor, la cosa se complica
¡Adéntrate!
Y cuando quieras salir,
tendrás un largo recorrido
por delante.
Si tú me dices miaaauu
miraré a tus ojos, intensa,
buscando una respuesta.
Maduré cuando me dijeron que se había acabado
el bizcocho.
Ahora estoy en edad de merecer(me) (todo)
los dedos
en un enchufe."
Demasiado tarde.
Nadie me advirtió del amor
y de su alto voltaje.
Y lo metí todo.
(Y a la inversa)
¿Te metieron enchufes en los dedos como si fueran alianzas de oro con fecha grabada en su interior?
.
.
.
Todo huele a muerte en Navidad, y los ojos
traen a los muertos
de vuelta a casa, posándose en las fotografías.
Se acercan días en los que quisiera correr muy lejos,
ser un pájaro que busca un nido
en lo alto de El Árbol del No. Me gusta El Árbol del No, nunca
entran los Sí intentando hacerme cambiar de opinión
con una sonrisa de la vida sigue,
ven a cantar un villancico y déjate
contagiar del espíritu navideño;
y mira los escaparates y las luces
parpadeantes,
hipnóticas,
son las pastillitas para que sueñes
con anuncios
de perfumes.
Pero pienso en otros espíritus con luces apagadas.
Cuando regresen los muertos por Navidad, no
me hallarán en casa.
No me encontrarán por un tiempo,
quizás siempre. Mientras exista El Árbol del No.
Mientras no le caiga un rayo, o alguien lo tale,
destrozando el nido donde me recojo
estos días; hasta que
también me pose
en una fotografía sin salida
y haya encontrado mi último nido, mi último vuelo.
Y las sillas vacías en las mesas opulentas.
Se van amontonando.
Y todos parecen felices con sus huequecitos por dentro.
La calle se traga mis pasos.
Y he de desear Felices Navidades porque es lo que se suele hacer
en estos casos.
Pero las palabras me evitan y se evaden.
Irá pasando.
Irá pasando y haciendo menos daño.
(Eso dicen)
Ayer leí un artículo de Luís Herrero y me acordé de ti.
Las sillas vacías.
Adolfo Suárez me contó una vez que en la Navidad de 1982, recién desembarcado el PSOE en la playa del poder, Felipe González le llamó por teléfono para preguntarle si, en su opinión, debía mantener la tradición de poner un Nacimiento en el Palacio de la Moncloa. El líder socialista había conseguido dos meses antes una mayoría absoluta formidable –202 escaños de un total de 350– gracias en buena parte a que los ciudadanos vieron en él la encarnadura de un estilo ético. Adolfo le dijo, o por lo menos él me dijo que se lo dijo, que los valores que defiende el cristianismo son universales –ahora tal vez hubiera dicho transversales– y que no entraban en contradicción con las promesas electorales del PSOE. El amor al prójimo, el deseo de paz, de justicia y de hacer las cosas bien ya formaban parte de los mensajes navideños mucho antes, casi dos mil años antes, de que se inventaran los partidos políticos. Así que le aconsejó que mantuviera la tradición del Nacimiento porque haciéndolo ningún conmilitón debería sentirse ofendido y no haciéndolo podría herir la sensibilidad de más de un ciudadano de buena voluntad. Ya no recuerdo si Felipe González le hizo caso o no, me suena vagamente que sí, pero de lo que sí me acuerdo es de que algunos años después el líder socialista ya no era visto por la mayoría de los españoles como la encarnadura de un estilo ético y de que los valores que impulsaron su acción de gobierno, sobre todo desde finales de los 80, tenían muy poco que ver con los que el cristianismo vuelve a proponer a la humanidad entera cada vez que llega una nueva Navidad.
Poco a poco se ha ido fraguando un raro consenso en torno a la idea de que la Navidad es un tiempo triste. Hemos dado por bueno que el poder de las ausencias, de los familiares y los amigos muertos, puede más que el poder de las presencias; que una silla vacía mueve más a la nostalgia de lo que mueven los nuevos familiares y los nuevos amigos a la esperanza. Yo siempre he creído que ese es un diagnóstico demasiado superficial. No se trata, a mi juicio, de que echemos de menos a las personas que ya no están con nosotros, sino que echamos de menos el amor que les teníamos y que nos hacía ser, o al menos lo proponía, un poco mejores. No creo que lloremos por ellos, lloramos por nosotros. La fuerza que nos impulsa a ser buenas personas, esa ley de la naturaleza humana que cada hombre siente como propia con independencia de credos, culturas y particularismos geográficos y que nos impide dar patadas a las viejecitas, jalear a los cobardes o amar la mentira no anida en el ámbito de la relación de uno consigo mismo, sino en la de uno con los demás. Son ellos quienes piden lo mejor de nosotros, ya sea la amabilidad, la paciencia, la sabiduría o la fortaleza. Cuando perdemos a un ser querido perdemos una razón para mejorar y lo que nos entristece es darnos cuenta de que, en realidad, no lo somos en absoluto. De que los deseos de paz, de justicia, de amor al prójimo y de hacer las cosas bien que tratamos de renovar las Navidades pasadas han vuelto a convertirse, un año después, en empeños fracasados. Somos tan idiotas que creemos que nos bastamos por nosotros mismos.
Un proceso parecido al que ocurre en las personas, creo yo, ocurre en los grupos sociales, y por lo tanto también en los países. Cuando las ilusiones que remueven la esperanza de los ciudadanos acaban convertidas en promesas incumplidas, banderas arriadas, principios abandonados, esfuerzos fútiles o ejemplos deplorables, el país entero se vuelve más fúnebre, por mucho que las luces navideñas, los niños de San Ildefonso o el turrón de Jijona le inviten a tocar la zambomba y la pandereta. En 2014, a los socialistas se les ha muerto Rubalcaba, y con él una nueva oportunidad de reconstruir el estilo ético que un día llevó a Felipe González a inundar de ilusión por un cambio a mejor las calles españolas. A los comunistas se les ha muerto Cayo Lara, y con su muerte descarrila el último tren hacia el sorpasso de la izquierda. A los populares se les ha muerto Mariano Rajoy, aunque él todavía no lo sabe, y con él se prejubila la machada aznarista de haber metido a la derecha en el circuito de las alternancias. Y a todos se nos ha muerto el Rey Juan Carlos y con él un modelo político que hace aguas por los cuatro costados. No nos hacen llorar sus sillas vacías, sino la fracasada oportunidad que cada uno de ellos dieron, a unos y a otros, para formar parte de una España mejor.
Honradamente no creo que sean muchos los ciudadanos que, estas Navidades, canalicen sus ilusiones colectivas a través de esas vías tan desprestigiadas. Habrá quien siga transitándolas, sin duda, incluso votándolas, qué remedio, pero no porque esperen mucho más de ellas que el simple hecho de evitar males mayores. La única ventana de aire nuevo es la de Podemos. De ahí su éxito. Por ella se cuela la única corriente de ilusión ciudadana, que según los indicadores atmosféricos de las encuestas empieza a tener naturaleza huracanada. Ya hay predicciones científicas, se supone, que colocan a los Iglesia's boys por encima de los cien escaños, codo con codo con el PP y varios puntos por delante del PSOE. Si alguien creía que sus desvaríos programáticos o la ofensiva del sistema contra sus siglas iban a esquilmarles el brillante porvenir, se equivocaba. Puede ser que un aire nuevo no sea un aire mejor, razona una buena porción del electorado, pero difícilmente puede ser peor del que ahora respiramos. El razonamiento que se impone es de cajón: o abrimos esa ventana y dejamos que se ventile el tugurio en que se ha convertido la política española, aun a riesgo de que no sirva para nada, o nos condenamos a la asfixia.
No comparto el razonamiento, pero lo entiendo. El problema estriba en que darle a Podemos la capacidad de abanderar los valores de nuestro futuro inmediato, a la vista de lo que propone que hagamos con los que jalonaron la travesía de la Transición, puede llevarnos en poco tiempo a la Navidad más triste de este siglo. Menos mal que, aunque eso suceda, al año siguiente una nueva Navidad llegará puntual a su cita de diciembre. Nunca es tarde para la redención.
[OCULTAR]http://www.libertaddigital.com/opinion/luis-herrero/las-sillas-vacias-74353/[/OCULTAR]
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A cuento cuento sí que viene... a "Cuento de Navidad" de Dickens... Yo sería algo así como Ebenezer Scrooge y tú el Fantasma de las Navidades Presentes actualizado, que en vez de mostrarme escenas de mi vida, me muestras artículos de periódicos ... Como ha cambiado el cuento...
Seriando, me ha gustado mucho el artículo, Quinti. Como anécdota, decir que cada día cuando me levanto y salgo de la habitación, lo primero que me encuentro es un nacimiento (¡Jesús, María y José!, sí). El abuelo construyó uno hace muchos años, de esos con muchos detalles, y decidió dejarlo fijo para siempre (a ver quién es el valiente que le habla de desmontarlo sin que le de un telele... estuvo trabajando unos años vendiendo figuritas de belenes y le marcó forever). Además, el abuelo se llama Jesús y nació el día de Navidad. Parece un chiste navideño, pero es real... palabrita del Niño Jesús que esto no es un relato de ficción
Pienso que la Navidad divide a unos y otros en la forma de sentirla, como los partidos políticos... y ahora me viene a la mente la frase de "Todo es política", hasta la Navidad, visto el artículo...
Sobre el egoísmo de recrearse en la nostalgia de las sillas vacías... puede que sea tan sencillo como lo cuenta Luís Herrero.
El símil con la actualidad política que estamos viviendo es muy acertado... Se nos han ido muriendo figuras relevantes del nacimiento, y algunos se sienten perdidos, sin darse cuenta de que se han colocado nuevas figuras en la representación. Nuevos rostros que pasan inadvertidos por aquellos que gustan de llorar sillas vacías ¿no?. Es cierto que estamos siendo partícipes de un cambio, que lo tenemos aquí, con nuestras dudas, y que en nuestras manos está el abrir las ventanas y dejar que entre el aire todavía no enturbiado por la corrupción... La ilusión es Pablo Iglesias y Podemos, hace tiempo que lo tengo claro... aunque nos revolucione el nacimiento y nos lo ponga patas arriba... Lo veo necesario...
También es cierto que nos contagiamos unos a otros, que es difícil no dejarse llevar por las corrientes de pensamiento generalizado. Una Navidad triste con vistas a sillas vacías puede alimentar nuestra ansía de romper con lo establecido, con el pasado... con la tradición... con la casta... Vamos hacía un ¡Se armó el Belén! : -))
No sé si te perdonaré las vueltas que le voy a dar al artículo :rolleyes: Dice mucho de la situación... pero de ahí a redimirme y decir eso de paz y amor, turrón y ferreros hummmm no sé no sé... Déjame que piense un poco en mi nido de El árbol del No... Aún estoy en época de negación... y mi espíritu navideño está renegón...
Y tú no puedes estropear un hilo. Por ponerte un ejemplo tonto: Un hilo es como un programa de la tele al que vienen artistas invitados... Entonces sube el arroz, las audiencias, y hay quien sintoniza el programa, no por lo que ofrece su formato, sino por la estrella invitada... ¡Con todos ustedes....! ¡Quintiliano! Juas estoy como una chota Ahora le darán al mando a distancia y seré carne de reposición...
La nostalgia se puede revertir... Siempre...
El olor a comida viaja desde hace dos o tres días
de una ventana a otra.
Los aromas crean vínculos
hasta formar un mezcladillo muy raro
que inunda las habitaciones con primer, segundo
y tercer plato
(más el postre).
Las cocinas huelen a tradición llevada con el esfuerzo
de muchas madres
sobrepasadas de trabajo.
Hay cosas que no cambian por más años que pasen.
Las mujeres
siguen llevando casi todo el peso entre fogones
y microondas en estas fechas.
Conozco tan pocas excepciones... quizás alguna ayudita
con nombre de Pepe Noel
y alguna colaboración que otra con nombre de Ángel.
Se me olvidaba,
también están los Reyes Pacos, encantadores.
El peso de la tradición tiene esencia de
mujer, son las responsables de que sigan adelante
las reuniones familiares,
afirmaría.
Se la conoce como La Navidad y no El Navidad,
supongo que será por eso... es femenina
y con esencia de madre.
con tanta lentitud... los relojes se paran
en momentos así. El tiempo es suyo. Le pertenece.
Hace un pacto con el amor,
solo de esta manera se entiende tanta delicia
en una mesa, tanto calor.
(Y sigo sin entender esta predisposición... fabricada
para que la estructura familiar siga funcionando
en apariencia con sus estereotipos).
Pero los tiempos cambian...
Aunque tarden y les cueste... y en muchos casos se hagan
los locos...
Se me ocurre el silencio...
Hace el típico frío de una madrugada de invierno.
Este sería el principio de un día cualquiera de diciembre, tras un festivo.
El silencio se come los crujidos, chasquidos, zumbidos,
fragores (una palabra que me suena a suavidad en un equívoco), (...)
A esta hora suele darse el banquete, engullendo
los sonidos de la vida. Mastica sin hacer ruido,
con una perfecta fisonomía silenciosa, una maquinaria precisa.
El teclado irrumpe con un ruidito al escribir. No sé si el silencio
tendrá la capacidad y el poder de enfadarse conmigo,
por intentar acabar con su reino antes de tiempo. Soy una especie
de intrusa, un virus para este, a derrocar de su territorio.
Me lo imagino
con un florete en las manos, defendiéndose del alboroto
que va provocando mi presencia:
la cisterna, un grifo abierto,
la cucharilla dando vueltas...
Hasta el run run de mi pensamiento
podría llegar a molestar a alguien como él, tan sensible,
con tanta facilidad para romperse.
Tendría que llevar un cartel encima que dijese:
En un ya, me esfumo.
El silencio puede guardarse, crearse, alimentarse, ¿insonorizarse?,
¿podría el silencio apagarse a sí mismo?, ¿vislumbrarse?
¿ver su propia muerte acercándose con la madrugada?
Ahora, de tener forma y vida, sustancia y florete,
estaría defendiéndose de la nevera y su rugido molesto e insistente
(el grillo de toda cocina, o el león, según el tipo de frigorífico).
Y de pronto, sin previo aviso
Su florete en el suelo.
Cae abatido mirando el amanecer.
Dulce transición hacia una muerte.
Cuando llegue mi momento, quiero irme como él.
Ante un amanecer, ir desapareciendo dócil y plácida,
sin resistencia, dejándome llevar a la luz.
y sin interruptor)
La enfermedad de Padre
Padre ha dejado de ser el que era.
Le han cortado la vida.
Le han metido en una cueva
de recuerdos
y los han mezclado.
Pasado y presente, juegan
ahora
una partida de cartas.
Padre está ausente todo el día.
Habla como si estuviese
hablando
con otra persona,
con su madre fallecida
con su padre fallecido
con su hermana fallecida
con su hermano ausente
con cualquiera al que su mente
trae hacia su mundo.
Conversa con fantasmas.
Padre no puede comer
sin atragantarse.
No puede andar sin caerse,
le evade el equilibrio.
Escucha mucha música.
Le gusta el blues, el jazz,
el swing, algo de rock,
y los mariachis.
Llega la Navidad,
y en un descuido
se ha comido
una caja de polvorones.
A la mierda la dieta
recomendada
por el médico.
En el suelo, la caja
hecha trizas.
En su cara, una sonrisa.
Sentado en el sillón,
con su ea ea ea constante,
no recuerda la travesura.
Su jersey lleno de restos
de delito.
Y la mirada perdida
en algún camino.
Padre no puede vivir
sin ayuda.
Se ha amotinado
su cerebro.
Es un barco sin capitán.
Es un marinero a la deriva
cuya vela
ciega sus ojos errantes.
Es mi padre,
el que me robaron.
No me conoce
más que a ratos,
cuando en sus viajes
hace una parada en
mi recuerdo.
Es un viajero del tiempo.
No ha vuelto
de su último trayecto,
en la Navidad
de hace tres años.
He sido su copiloto
sin que se diera cuenta,
y hemos viajado
juntos.
No pude acompañarlo
esta vez.
Se fue solito en su nave
a un lugar llamado
muerte.
Yo estaba al otro lado,
despidiéndome
con nuestro walkie talkie,
con la esperanza
de que me oyera.
He dejado la lluvia...
He dejado la lluvia.
He dejado el paraguas olvidado
en una esquina,
solo,
cerrado.
He dejado el caparazón de alambre
y tela
que me separaba de ella.
Y la he dejado a ella,
a la lluvia.
La observo,
sin afectarme el tacto
acuoso
de lágrima de cielo.
La miro y no nos vemos.
Hemos pasado
a la transparencia
de la nada.
Ella cae a su abismo, y mis pasos
van alejándose
de la caída
buscando olvidarla.
La lluvia
persigue como si fuese
la muerte
(con la lluvia en los talones).
Sin dejar atrás, adelanta,
y abre
el mundo horizontal
en su vertical
suicidio.
Llueve en una muerte.
Muere la lluvia.
Los zapatos, llenos de ataúdes,
van caminando entre fosas
de agua.
La lluvia muere y llueve
mientras tanto.
Para mí, el cielo (por pedir que no quede)
Se acaba el año. Me merezco el cielo. Completo.
Nada de a plazos y por partes.
He sufrido bastante y me han dicho que tiene
su recompensa,
la contraprestación.
Lo he leído en el Contrato de la Vida (página
tropocientas, párrafo uno, del capítulo Estás Jodida)
He dicho.
Otra cosa será, que en vez de esto,
me envíen por correo
un suéter con estrellas de
purpurina (que sepáis que no dará el pego
y no me resigno).
No entiendo a la purpurina, tan brillante, tan menuda,
tan llamativa. Como si su vida consistiese
en llamar la
atención por donde pasa.
La purpurina es histriónica, sin duda.
Ya sé como llamar a fulanita cuando se pone
insoportable, sin que se enfade:
"Gran hija de la purpurina".
(Pensará que he soltado algo bonito.
Estará equivocada. Es un galimatías complicado.
Será un secreto conmigo, a solas, sin intermediarios).
Y quiero el cielo que me merezco: azul noche,
luna completa, asteroides y planetas
(bajo amenaza
de seguir escribiendo
poesía
de no recibirlo).
Ellos mismos (a quien pertoque). Es un arma letal, una plaga,
solo tengo
que tocar el teclado...
He esperado mucho,
demasiado,
llegamos al 2015, y hemos pasado
la Odisea Espacial y la peseta. Y hasta se cayó un muro
no hace mucho, entre otras cosas
(no quiero extenderme).
Ya toca.
Quiero mi cielo.
O escribiré poesía el año que viene.
Me surgió un poema sobre Nancys. De pequeña, recuerdo que cuando se les salía la cabeza no había dios que la volviese a su sitio, la muñeca pasaba a mejor vida -(
entonces eran momentos traumáticos, intentando que todo volviese atrás, a cuando la cabecita lucía sobre los hombros de mi Nancy...
Muñecas sin cabeza
La niña observa el imposible desde otros ángulos.
En una mano chica, la cabecita de muñeca.
En la otra, el cuerpo vacío de entraña, con una falda acampanada y
blusa de cuadritos entre verdes y azules.
no dio tiempo a coger el bolso de flecos de tu armario mini -
Intentando sobornarla de ternura:
El pelo revuelto entre los dedos,
mechones como de cristal hilado en sueños color de bronce.
Imagina, construir una peluquería de cabezas sueltas.
miran vacíos
porque están inertes-
aunque tenga la mirada tintes azulados de cariño de juguete.
Y decides no jugar con trozos desmembrados de muñeca,
mientras te consuma de tristeza una cancioncilla fúnebre.
En un futuro cargado de quizás, podrás perder la cabeza,
como tu Nancy,
marcada descabezada, enamorada hasta los órganos.
Encontrarás la diferencia entre piel y dolor de plástico,
Descubrirás que aquella sonrisa, era prefabricada
y demasiado quieta.
Y que en el filo de las cuencas no existían lágrimas,
a no ser que las inventaras
Después, conoció a alguien que tenía una cabeza de Madelman
colgada de un jeep de juguete.
Y como tú, parece que lo dejo, que no vuelvo. Pero sí vuelvo, de vez en cuando. A veces sólo me asomo. Y otras, como con los buenos amigos que se dispersan, siento la obligación de confirmar los votos cada cierto tiempo, cada vez más largo. Creo que a ti te pasa lo mismo.
Me ha gustado mucho tu último poema, el de la muñeca; y otros poemas. Es hermoso el espacio que has ido construyendo aquí. No lo dejes. Aunque sólo sea porque gente como yo lo compartimos aunque no digamos nada. Porque no sabemos escribir poesía como tú y necesitamos que alguien haga de portavoz.
Un abrazo.
Gracias, Perplejo, por sentir que es hermoso el espacio que voy construyendo a base de poesía :-O Y por todo lo que escribes. Me seguiré yendo y volviendo, como es costumbre por estos lares :-) No dejes los haikus, que se te dan de maravilla.
S:)nrisas
Pobre muñeca negrita... Quizás hubo una niña que la rescató en otro lugar del río y acabó siendo su compañera de juegos... y le dio mimitos por ti
Mi poesía es
como una nube en el cielo de la noche
como un pétalo esperando en silencio la caída
es el trueno que se adentra en mis entrañas
y del que salen estos rayos
casi luminosos
es el estrépito del que desprenderse
es un valle tembloroso
del que nacen margaritas
deshojando las dudas
es un perdóname
por escribir de esta manera
tan poco ceremoniosa
tan informal y libre de forma
tan desesperada a veces
cuando mis versos dejan de ser míos
para no ser de nadie
tan solo del olvido
de un instante
de una carrera ciega de meta
invisible
de una nube
en el cielo de la noche de incógnito
intentando desentrañarse
Episodios I
"Ha refrescado"
Ella comenta, tras un silencio que vuelve
sin la necesidad de despedirse.
La chaqueta abraza, delicada, las líneas de su cuerpo, y él, observa
en la penumbra del deseo que no cesa...
pasa una mano por el pelo
mientras escucha la voz conmoviéndole a ratos
que retornan
sin acabar de irse nunca.
Y el círculo, coge la dirección opuesta a las horas, retrocede
hacia el principio, enlaza
con el ahora, rompe con el tiempo y difumina
los recuerdos que formaban las heridas.
Los dos se preguntan sobre el amor verdadero...
y la presencia de un letargo melancólico
buscando no ahogarse en la mirada del otro,
dejar de perecer en cada intento de llegar al espejo,
descansar en el reflejo. Sin lucha.
"¿Por qué siento este cielo único
desplomarse sobre nosotros? Es impiadoso, y
está tan abierto, que estremece."
El humo, perdiéndose entre los balcones...
apaga el cigarrillo, se sienta, como si la vida
le pidiera calma.