Era sibilino como él solo. No hablaba más que lo indispensable para pedir y pedía mucho así que su conversación eran una serie de mandatos o de desprecios si alguien no cumplía sus mandatos o simplemente le caía mal porque de él no podría obtener nada. En las discos se puso hasta arriba de farlopa y de pastillas con amigos tan sádicos como él. Ahora que había llegado a los treinta y cuatro tacos, se sentía viejo ya, triste y se quería casar con una mujer dulce como la que había visto en una película que hacía todo lo que le mandaba el marido. Como no había estudiado, trabajaba en el mercadona y había tenido una hija natural con una chica igual de drogata que él pero no se había casado. Su boda sería cojonuda. Habría ostras y caviar, como en las películas. Era muy aficionado al cine porque en el cine veía cómo vivían los ricos, a los que él aspiraba, a lo que él se merecía. Él mataría a todos los gachupines que vienen a España a robar y mataría a todas las feministas asquerosas que piden derechos para las mujeres. Le duele en el alma tener que pagar a una gachupina que le limpie la casa pero ha de hacerlo por tener la casa decente. Él se va a casar, lo sabe, por eso invierte tanto en ropa de marca y cuando se case desaparecerá esa tristeza que tiene en el alma o en el cuerpo, no sabe bien. Bueno. Me toca coger la furgoneta y estamos a miércoles. El viernes iré al concierto de moda y a ver si pesco una dulzura para mí.
Comentarios
Al final un giro brusco, pero
aceptable.
Saludos
Emilio