Entonces un día tienes que llevar contigo todas esas jodidas tarjetas de propaganda. De modo que caminas, te haces con el vecindario, pateas arriba y abajo, llamas a todas las puertas. Eso quiere decir todas y cada una de las puertas de mierda.
- Hola, publicidad.
- ¿Qué publicidad?
- Floristería.
- Métete las flores por el culo, aquí nadie quiere flores y tú eres un maricón.
Pruebas con el siguiente:
- Hola, publicidad.
- ¿Quién es?
- Publicidad, señora, abra la puerta.
- ¿Ernesto?
- No soy Ernesto. Publicidad, si hace el favor...
- ¡Ni se te ocurra, Ernesto! ¡Te portaste muy mal! Me hiciste mucho daño...
Renuncias y pasas al siguiente:
- Hola, publicidad.
- Déjala en el buzón, cariño, y sube aquí. No puedo con mi vida.
- ¿Perdone?
- Mete eso en el buzón y coge el ascensor, hijo de puta. Cuarto piso, puerta D. No tardes demasiado.
En un situación así nunca haces caso, si de verdad sabes lo que te conviene. Cuando una zorra loca se te ofrece tan fácil lo más probable es que su marido esté con ella arriba, esperando para rebanarte los cojones. Más vale olvidarlo. Que me den por el culo, dejé la bolsa junto a los buzones y cogí el ascensor. La puerta estaba abierta. El piso a oscuras. Di dos o tres pasos, a tientas. Sentí entonces como una puñalada en los cojones y temí por mi vida. Luego tiraron de mi pijo hacia atrás y desde abajo. La tenía a mi espalda, a cuatro patas, su brazo entre mis piernas, la palma de su mano izquierda sosteniéndome las bolas al peso. De alguna manera alcancé a darme la vuelta y caí sobre ella. La dejé maniobrar, se colocó boca arriba y volvió a apretarme los cojones, ahora con la derecha. Yo intentaba aflojarme el jodido cinturón sin perder el equilibrio sobre las rodillas. Su mano allí era como si alguien estuviese tratando de hacer picadillo de mis huevos. Dolía lo suficiente. Solté el puño abajo y al frente. Sentí el impacto de su boca contra mis nudillos. Al momento dejó de triturarme las pelotas. Tuve el tiempo justo de bajarme la bragueta, me atrajo hacia sí trabándome de las caderas con su buen par de muslos llenos como colchonetas. Busqué su boca y le enterré la lengua, debió ser hasta el fondo. La oí gemir. Seguí jugando con mi lengua dentro mientras apartaba el raso de sus bragas con un par de dedos. Arqueó la espalda sobre el suelo y soltó un gemido más intenso esta vez, distinto. Deslicé los dedos dentro aún más rápidamente, subí el ritmo y noté como ajustaba su respiración al movimiento. La mantuve así un tiempo, luego saqué de allí los dedos y metí el canario. Me apretó contra su cuerpo y clavó las uñas en mi espalda. Volvía a doler. Tuve que sacudirle. "¡Jodido cabrón, oh, oh, jodido hijo de perra!"- chilló- "¡Cómo me gusta eso!" Pensé que estaba loca. Aquello consiguió que la verga me creciera todavía dos o tres centímetros, incluso en pleno tajo y así, en caliente. Más o menos ahí la sentí correrse como se escancia el agua de una presa: saliendo a borbotones. Nadie encendió la luz. No dije nada y ella tampoco. Salí de allí con la bragueta abierta. En el ascensor me ajusté el cinturón y pulsé el cero. Antes de pisar la calle me paré frente a los buzones y repartí los almanaques.
A ella le dejé veinte.
Comentarios
¿Publicidad política?
Lo que está claro es que repartir almanaques es menos esforzado que subir bombonas de butano, y si las ventajas son las mismas...
Arañazos!
:cool: