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La batalla de Fuerte Tulsen (Arex-8)

JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado marzo 2013 en Fantástica
Tras sus aventuras en Tierras Baldías, entre los reinos de Kaurán y Aristán, Arex regresa a la pequeña aldea de Vanaheim donde se crió. Durante un tiempo se divierte contando sus aventuras a sus familiares y amigos de la infancia, pero pronto se cansa. La vida en la aldea y sus habitantes, de talante frío y hosco como el clima del lugar, le aburren. Así que, cuando oye rumores sobre un posible levantamiento de los pictos para reconquistar las tierras que décadas atrás les arrebató Micosia, se une a un pequeño grupo de compatriotas que pretenden alistarse en el ejército micosiano.


PROLOGO

Los trabajadores del puerto de Duncarc, ciudad costera de Micosia, se prepararon para recibir al Orgullo de Ägir, un carguero procedente de Vanaheim. El carguero llevaba dos días fondeado a dos millas del puerto en espera de un hueco para poder descargar, ya que la mayor parte del puerto estaba ocupado por los bajeles de guerra de la flota micosiana.

En el momento de tocar puerto, desembarcaron cinco hombres que habían viajado como pasajeros. Todos eran altos, de cuerpos musculosos, vestían cotas de mallas y llevaban grandes espadas colgando de sus caderas. Cuatro de ellos eran muy jóvenes, diecisiete o dieciocho años, y lucían largas melenas rubias recogidas en dos trenzas. El quinto era algo mayor, aparentaba unos veinticinco años, su pelo era rojo y lo llevaba suelto, sus compañeros parecían tratarlo con el respeto debido a un líder.

Uno de los jóvenes se acercó al pelirrojo y le dio una palmada en la espalda que habría derribado a un hombre más débil.

-Oye, Arex. ¿Qué tal si vamos a probar ese vino micosiano del que tan bien nos has hablado?

-Ya tendrás tiempo de visitar todas las tabernas de Duncarc, Balder-respondió el aludido.- Lo primero es ir a la oficina de alistamiento.

Dos horas más tarde, los cinco vestían el uniforme de legionario y se encaminaban a sus cuarteles.

-¡No puedo creerlo! ¿Arex? ¿De verdad eres tú, maldito norteño?

Los cinco se giraron para identificar al que había emitido esas palabras. Vieron a un hombre bajo, en comparación con ellos, de gran musculatura, piel bronceada y ojos rasgados.

-¿Hagib?

-Puedes apostar por ello. No te veía desde nuestro encuentro con ese maldito ídolo-lobo (1). ¿Como te ha ido desde entonces?

-No tan bien como a ti por lo que veo. -respondió Arex estrechando la mano de su antiguo compañero. -¿De verdad eres centurión o le has robado ese casco a su legítimo dueño?

-Es una larga historia. ¿Son amigos tuyos estos muchachos?

-Son compatriotas, hemos hecho el viaje hasta aquí juntos. Son buenos muchachos, hábiles con la espada y el hacha de guerra.

Hagib observó a los jóvenes con mirada crítica e hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.

-Si sois la mitad de buenos que vuestro pelirrojo amigo sois bienvenidos. ¿Donde os han destinado?

-Segunda cohorte, tercera manípula.

-¡Vaya! Entonces estáis bajo mis ordenes, venid, os asignaré vuestras literas y después iremos a la taberna, quiero saber en que líos te has metido desde nuestro último encuentro.

(1)Ver: “El dios licántropo”



I

Gracus despertó con un terrible dolor de cabeza, sentía como si mil tambores resonaran en el interior de su cráneo. Sacudió la cabeza para librarse del ruido, pero los tambores siguieron sonando. Intentó estirar los brazos para librarse de la sensación de anquilosamiento que sentía en todo su cuerpo y descubrió que no podía moverse. Por fin, se decidió a abrir los ojos y descubrió que su inmovilidad se debía a que estaba atado a un poste, también descubrió que los tambores eran reales.

Se encontraba en el centro de un poblado picto. Su mente se fue aclarando y recordó como había llegado allí. Había salido de Fuerte Tulsen con tres compañeros en misión de exploración, para intentar averiguar que planes tenían los pictos, cuando fueron sorprendidos en medio de la selva por un grupo de esos salvajes. Se defendieron bien, pero acabaron sucumbiendo ante la superioridad numérica del enemigo. Lo último que recordaba era que había recibido un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.

Eso había sucedido dos horas antes del ocaso, ahora la luna llena brillaba directamente sobre su cabeza.

Echó un vistazo a su alrededor y reconoció la típica distribución de un poblado picto. Varias construcciones de madera con techumbre de paja dispuestas en círculos concéntricos alrededor de una gran plaza central en cuyo centro ahora ardía una gran hoguera. A un lado un grupo de hechiceros adornados con tocados de plumas de pavo tocaban los tam-tam sagrados cuyo sonido le había despertado. En el lado opuesto habían levantado un estrado sobre el que varios jefes bebían y hablaban entre ellos, Gracus reconoció gracias a las pinturas con que se adornaban a los líderes de los clanes del lobo, del cuervo y del león, los otros cuatro llevaban símbolos que no reconoció y supuso que pertenecían a otros clanes desconocidos para el.

Alrededor de la hoguera cientos de guerreros danzaban y aullaban haciendo aún más ensordecedora la algarabía producida por los tambores. Eran hombres de piel morena y de baja estatura, pero Gracus sabía que no debía menospreciarlos por ello, sabía por propia experiencia que eran temibles guerreros. Algunos de ellos llevaban corazas hechas de cuero endurecido que protegían sus torsos, pero la mayoría iban desnudos, a excepción de un taparrabos. Todos ellos portaban lanzas y escudos de cuero y largas espadas que pendían de sus cinturas, cubrían sus cuerpos sudorosos con pinturas de guerra que a la luz de la hoguera les daba el aspecto de diablos.

De pronto se escuchó un grito que se elevó por encima del sonido de los tambores y los aullidos de los guerreros y que provocó que se hiciera el más absoluto silencio.

De entre el grupo de hechiceros un hombre se puso en pie y se encaminó hacia el estrado donde departían los jefes. Se trataba de un hombre de extrema delgadez, parecía tener solo piel y huesos, una multitud de arrugas surcaban su cuerpo y rostro y su larga melena era completamente blanca. Parecía tan viejo como el mundo. Gracus no le había visto nunca, pero reconoció al hombre del que todos hablaban con temor reverencial. Era Morn McTarg, el más poderoso hechicero de su raza, de quién se decía que podía hacerse obedecer por los animales de la selva.

Morn se detuvo frente al estrado y pronunció unas palabras con voz gutural. Uno de los jefes se puso en pie y le respondió. Ambos hablaban en un dialecto que Gracus no había oído nunca por lo que la conversación fue completamente incomprensible para él. Morn respondió al jefe elevando la voz y haciendo grandes aspavientos mientras señalaba al prisionero. El rostro del jefe mostró una expresión de cansancio o hastío, como si hubieran tenido esa conversación mil veces en el pasado. Finalmente, respondió con un monosílabo mientras hacía un gesto con el brazo y se sentó de nuevo.

Morn dio media vuelta y se encamino al centro de la plaza, se detuvo a escasa distancia de la hoguera, levanto los brazos y entonó una extraña salmodia.

En ese momento se hizo el silencio en la selva sumándose esta al silencio del poblado, ya solo podía oírse la voz gutural de
Morn McTarg que no cesaba en su cántico.

Pocos minutos después, Gracus pudo observar unas sombras que salían de la oscuridad de la selva y se internaban en el poblado y que al quedar iluminadas por la hoguera identificó como un grupo de lobos. Contó siete animales en total que se internaron en el poblado sin acercarse a ninguno de sus habitantes. Morn habló al que parecía su líder y señalo a su prisionero.

Lo último que pudo ver Gracus antes de abandonar este mundo fueron las fauces del lobo líder antes de que se clavaran en su garganta.

Comentarios

  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado febrero 2013
    II

    El sol naciente teñía de rojo las aguas del océano cuando las diez naves que transportaban a la tercera legión partieron del puerto de Duncarc dando la sensación de que estas se deslizaban sobre un mar de fuego líquido.

    Sobre la cubierta de una de esas naves, Arex y Hajib conversaban con la mirada fija en el horizonte.

    -Hace treinta años, el rey Gaélicus decidió ampliar su reino invadiendo las islas pictas- explicaba Hajib.- Envió tropas para conquistar las islas, pero los pictos resultaron irreductibles. Tras diez años de lucha, las legiones apenas se habían internado unos cien kilómetros en el territorio y a costa de gran pérdida de tropas. Gaélicus murió y cuando su heredero, el actual rey Gaélicus II se coronó, decidió dar fin a la invasión. El gasto en tropas y recursos empleados en conquistar aquel miserable pedazo de terreno había sido excesivo. Retiró a las tropas de la isla y dejo solo una guarnición en Fuerte Tulsen para proteger a los pocos colonos que se habían instalado en la costa.

    La guarnición se ha defendido bien desde entonces de los ataques de diferentes clanes. Pero ahora corren rumores que uno de los jefes a conseguido unir a todos los clanes para un ataque definitivo y recuperar el territorio perdido ante Micosia.

    -¿Crees que son ciertos esos rumores?

    -Es difícil de decir. Los pictos son muy territoriales, siempre hay algún enfrentamiento entre diferentes clanes. Si esos rumores son ciertos, el hombre que ha conseguido unir a las distintas facciones debe ser un líder formidable.

    -¿Qué sabes de los pictos, qué clase de gente son?

    -Son gente menuda, de piel y cabellos oscuros, pero no debes menospreciarlos por su tamaño, no encontrarás guerreros más fieros, cuando luchan no dan ni piden cuartel, matar o morir, ese es su lema.


    Conn McCrow, jefe del clan del Cuervo, despertó a causa de las insistentes llamadas a la puerta de su cabaña.

    -¿Quién es?

    -Soy Morn, tenemos que hablar.

    -Vuelve mañana, hechicero, estoy ocupado.

    -No, debemos hablar ahora.

    Conn hizo una mueca de disgusto. Se incorporó y miró al muchacho que compartía su lecho, una sonrisa floreció en su rostro.

    -No te preocupes, Danar,- dijo acariciándole el rostro -no dejaré que ese brujo te moleste.

    Se incorporó, se puso el taparrabo y una capa de piel de lobo y abandonó la cabaña.

    -¿Qué quieres, Morn? Sabes lo que me disgusta que me molesten en la intimidad de mi casa.

    -Tus preferencias sexuales no me interesan, Conn. Estoy aquí por otro tema. Quiero que me entregues a uno de los prisioneros.

    -¿Para qué?

    -Necesito su sangre para preparar uno de mis hechizos.

    -Ya me estoy cansando de tus brujerías, viejo.

    -¿Tengo que recordarte que sin mi ayuda nunca habrías conseguido reunir a todos los clanes?

    -Está bien, tú ganas, pero es la última vez. La próxima tendrás que capturar tú mismo una víctima para tus negros experimentos.

    -Bien, sabía que serías razonable.

    Conn no replicó al irónico comentario del hechicero, se dio la vuelta y entró de nuevo en la cabaña. El joven Danar le esperaba en la cama. Conn lo abrazó, besó sus labios con ternura y se metió de nuevo en la cama.

    -¿Donde nos habíamos quedado antes de esta inoportuna interrupción?


    Era ya mediodía cuando las naves atracaron en la costa picta.

    El puerto de la colonia consistía en apenas una docena de cabañas de pescadores que ahora se encontraban vacías ya que sus habitantes se habían refugiado en el fuerte.

    Tomaron un camino que se abría paso a través de la selva y tras cuarenta kilómetros de marcha llegaron a Fuerte Tulsen, cuatro hectáreas de terreno rodeadas de una fuerte empalizada doble donde se emplazaban treinta barracones capaces de albergar a una legión completa. Cuando la guarnición, cerca de un centenar de hombres, y los colonos refugiados los vieron llegar, respiraron aliviados.

    Al acabar el día, la tercera legión ya se había instalado y Hajib encomendaba a Arex su primera misión.

    -El pretor Celsius a ordenado enviar exploradores al interior para averiguar qué hay de cierto sobre esa unión de los clanes. Creo que tu y tus compatriotas sois los mas adecuados.

    -Esta selva no es muy diferente de los grandes bosques de mi país. Creo que los chicos lo harán bien. ¿Cuando partimos?

    -Inmediatamente.

    III

    Conn McCrow corría abriéndose paso a través de la maleza, huyendo de la jauría que le perseguía. Había salido de caza esa madrugada cuando se vio sorprendido por esa manada de lobos. Era un comportamiento extraño, los lobos no suelen atacar al hombre. Sentía como los animales iban rodeándolo poco a poco, pudo vislumbrar a algunos de ellos corriendo por sus flancos para cerrar el círculo. Debían ser entre doce o quince ejemplares y estaban liderados por un enorme ejemplar de pelaje blanco.

    Cuando el círculo estaba a punto de cerrarse llegó a un zona donde la jungla se aclaraba, apoyo la espalda contra un árbol para que no pudieran atacarle por atrás y, dado que perdió su lanza durante la carrera, desenvainó la espada y se dispuso a vender cara su vida.

    Los lobos salieron lentamente de la espesura y formaron un semicírculo alrededor de Conn mientras el líder albino se quedaba atrás. El primero de los lobos saltó hacia él, pero con un hábil movimiento de su espada lo ensartó dándole muerte. El segundo lobo lo atacó antes de que pudiera liberar su espada, ya se daba por muerto cuando una daga certeramente lanzada surgió de la espesura acabando con el animal.

    Conn miró hacia el punto donde había surgido la daga y vio aparecer a la carrera a un gigante de pelo rojo, vestido con cota de mallas que blandía una enorme espada. El gigante acabó con dos de los lobos con sendos mandobles antes de que Conn reaccionara y atacara a su vez. Cuatro lobos más cayeron antes de que el resto huyera a través de la oscura jungla, todos excepto su líder.

    Era el lobo más grande que Conn había visto en su vida y se acercaba lentamente a él con las fauces abiertas. De reojo vio al gigante pelirrojo acercarse con la espada en alto.

    -¡No! Este es mio.

    El otro se detuvo a prudente distancia pero se mantuvo alerta con la espada en alto.

    La bestia saltó buscando la garganta de Conn pero este describió un brillante arco con su espada y el animal cayó con la cabeza separada de su cuerpo.

    Así que toco el suelo, la bestia sufrió una transformación y su cuerpo se convirtió en el de un humano. Conn agarró la cabeza por su larga melena blanca.

    -¡Morn McTarg! Hechicero del demonio, sabía de tus ansias de poder, pero no imaginé que llegarías al extremo de atacarme. Bien, ahora tienes lo que te mereces, espero que te pudras en el infierno.

    Lanzó lejos la cabeza del hechicero y se giró hacia el hombre que le había ayudado.

    -Soy Conn McCrow, jefe del clan Cuervo.

    -Soy Arex de Vanaheim.

    -No quisiera parecer desagradecido, pero...¿Porqué me has ayudado? Vistes el uniforme de la legión, eres mi enemigo.

    -He visto a un hombre atacado por los lobos. Nadie merece morir así, ni siquiera un enemigo.

    Conn envainó su espada y tendió su mano a Arex que respondió del mismo modo estrechando con su mano la que el otro le tendía.

    -Enemigo de mi pueblo o no, ahora tengo una deuda de vida contigo, Arex de Vanaheim.

    -Olvidalo.

    -No puedo, para un picto una deuda de vida es sagrada.

    -Como quieras.

    -Supongo que eres un espía.

    -Si, mi misión es averiguar que hay de cierto en esos rumores sobre una unión de clanes y, de ser ciertos, vuestros planes de ataque.

    -Bien, puedes informar a tus jefes que la unión picta es un hecho y que diez mil guerreros atacarán dentro de dos noches, con la luna llena.

    -¿Y me lo dices así, por las buenas?

    -Te estoy dando la oportunidad de recoger tus cosas reunir a los tuyos y largarte de estas tierras antes del ataque.

    -¿Crees que así pagarás tu deuda de vida? Sabes bien que la legión no abandonará el fuerte sin lucha.

    -Lo he intentado, haz lo que quieras. Suerte en la batalla, Arex. Adiós.

    -Adiós, Conn del clan Cuervo. Suerte en la batalla.

    Arex se quedó observando al pequeño guerrero hasta que desapareció entre la espesura, dio media vuelta y volvió sobre sus pasos hacia Fuerte Tulsen.
  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado febrero 2013
    IV

    El silencio reinaba en Fuerte Tulsen mientras los hombres de la tercera legión esperaban el ataque de los pictos. No se apreciaba movimiento en el bosque que circundaba la explanada que rodeaba el fuerte, pero todos sabían que el enemigo estaba allí, situándose para el inminente ataque.

    Arex estaba de pie en lo alto de la empalizada, escudriñando la oscura selva. A su lado, sentado con la espalda apoyada en el muro, Balder jugueteaba con su arco. Hajib estaba con ellos.

    -No te pongas nervioso joven Balder- dijo.- Eso es lo que pretenden.

    Se acercó a Arex y le habló en susurros.

    -Espero que lo que te dijo ese picto sea cierto y el ataque sea esta noche, porque de no ser así esta noche en vela solo servirá para crispar los nervios de los hombres.

    -Parecía sincero. Además, ¿para qué mentirme?

    En ese momento, una infinidad de puntos luminosos surcaron el cielo.

    -¡Flechas incendiarias, cubríos!- gritó alguien.

    La lluvia de proyectiles se cobraron las primeras víctimas de la noche y muchas de ellas se clavaron en las edificaciones de madera del fuerte.

    Los primeros conatos de incendio fueron sofocados gracias a la rápida intervención de los colonos refugiados que se apresuraron a rociarlos con cubos de agua. Pero a la primera oleada de flechas le siguió una segunda y una tercera. Poco después las edificaciones del fuerte ardían iluminando la noche.

    -Que nadie dispare hasta que no los tengamos a la vista- gritaban los centuriones.- no podemos malgastar flechas.

    Las tropas pictas surgieron de la selva con enorme griterío. Portaban lanzas, espadas y hachas de guerra.

    Los defensores descargaron una lluvia de proyectiles, flechas, lanzas y piedras. Causaron muchas bajas entre los atacantes, pero estos avanzaron imparables y pronto las primeras escalas estuvieron apoyadas contra el muro del fuerte. La tercera legión detuvo la primera oleada de atacantes no sin sufrir muchas bajas. De pronto se escuchó un fuerte estruendo.

    -¡Traen un ariete!- gritó alguien.-¡Que refuercen ese punto de inmediato!

    Dos centurias completas se movilizaron para reforzar la defensa de las puertas y dificultar el trabajo del ariete, pero finalmente las puertas cayeron y los pictos entraron en el fuerte.

    Los hombres abandonaron los arcos y echaron mano de las espadas y el aire se llenó con el chocar de las espadas, los gritos de guerra y los lamentos de los heridos.

    La ventaja numérica de los atacantes se impuso y tres horas después de que empezara la batalla, solo unos cuarenta hombres entre los que se encontraban Arex, Balder y Hajib formaban un círculo en el centro del fuerte dispuestos a hacerles pagar caras sus vidas a los pictos.

    -¡Alto, cesad el ataque!

    Los pictos se detuvieron ante aquella orden que se elevó por encima del sonido de la batalla. La muchedumbre que rodeaba a los supervivientes se apartó para dejar paso a la figura que profirió esa orden. Se trataba de un jefe picto, vestido solo con un taparrabos y una capa de piel de lobo y un yelmo que cubría su cabeza.

    El jefe picto se acercó a los pocos defensores que quedaban, se detuvo frente a Arex y se quitó el yelmo.

    -¡Conn McCrow! Así que tú eres ese misterioso jefe que ha unido los clanes.

    -Así es, Arex.

    -¿Y bien, qué piensas hacer con nosotros?

    -Tú y tus compañeros sois libres.

    -Comprendo, saldas así tu deuda de vida.

    -En efecto. Ahora estamos en paz. Por la mañana subiréis a una de las naves que os a traído hasta aquí y marchareis para no volver. Ahora deponed vuestras armas, se os devolverán cuando esteis en vuestra nave.


    EPÍLOGO

    El Halcón del Mar partió al amanecer de las costas pictas con los cuarenta y siete supervivientes de la tercera legión rumbo al continente.

    -Cuarenta y siete hombres, Hajib. La tercera legión estaba formada por seis mil hombres a los que hay que sumar a la guarnición del fuerte y a los colonos y nosotros somos todo lo que queda.

    -Y hemos escapado de la muerte gracias a ti. Si no fuera por esa deuda de vida que Conn McCrow contrajo contigo ahora también estaríamos muertos. Los hombres lo saben y por eso creo que te aceptarán como líder.

    -¿Su líder?

    -Todo grupo necesita un líder. Ahora están desorientados, se sienten perdidos, necesitan alguien que les diga que deben hacer a continuación, tú serás ese alguien.

    -Está bien, reúnelos, les haré una arenga.

    -Así me gusta.

    Hajib los reunió en cubierta y Arex se paseó un rato entre ellos, estrechando sus manos o golpeando amistosamente sus hombros, por fin se decidió a hablar.

    -Escuchad hombres. Supongo que todos comprendéis que no podemos volver a Micosia. Acabamos de perder las tierras que ese país poseía en las islas. El rey estará furioso y podría descargar esa furia en nosotros. Todos sabéis lo que eso significa. Además, solo cuatro de nosotros son micosianos y podrían tener algún deseo de volver. Veo aquí gente de Herconia, Kritein y Opar, de lugares lejanos como Vanaheim, Somoria o Kaurán. ¿Alguno desea volver para rendir cuentas ante Gaelicus?

    Todos respondieron negativamente.

    -¿Que haremos ahora, Arex. A donde iremos?

    -Tenemos un barco y somos guerreros experimentados. Sugiero que nos dediquemos a la piratería. Haríamos nuestras propias leyes y no rendiríamos cuentas ante nadie. Lo que ganemos con el filo de nuestras espadas y la fuerza de nuestros brazos será solo para nosotros. ¿Qué decís?

    Un grito unánime apoyó sus palabras.

    -¿A qué esperáis entonces? ¡Izad la mayor, poned rumbo al oeste! Asolaremos las costas del continente, dejaremos un rastro de sangre y fuego y pronto nuestros nombres serán pronunciados con temor. Adelante, compañeros libres. Convirtámonos en los reyes del mar.


    FIN
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2013
    Casi que acaban hasta con el nido de la perra, 47 apenas, que tristeza:rolleyes:
  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado marzo 2013
    Creo que ahora que se han convertido en piratas, esos 47 van a dar bastante guerra. Estoy consultando los polvorientos pergaminos de Skeletos buscando pistas sobre la vida de Arex como pirata. Cuando haya descifrado esos extraños manuscritos y os contaré.

    Gracias, una vez más, por seguir mis relatos.
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