Siempre intentó demostrar que vivía en la realidad cotidiana, aunque cada palabra y pensamiento que dejaba caer desnudaba su más recóndito resentimiento con el mundo que lo hacía parte. Era una persona taciturna y silenciosa. Le gustaba perderse en los senderos de cipreses de aquellos parques, de esos que ponderaban la tristeza de su alma. Salíamos por los bares más oscuros y clandestinos de la ciudad. Su tez era blanca y sus ojos grandes y marrones. Poseía una dentadura brillante, y sus labios marcados, sombreados por una nariz recta y engrosada. Militante activo de las sociedades contra el maltrato animal, daba por confirmado que había nacido en el tiempo equivocado. Un ser anacrónico y a veces marchito. Áspero a las multitudes y, sobre todo, un soñador empedernido. Poseedor de una biblioteca vasta y para nada selectiva. Lo encontraba perdido entre versos de Neruda, el realismo de Juan Rulfo, los ensayos de Miguel de Unamuno y las variables de Haroldo Conti.
Por decantación familiar, se consideraba un apolítico en formación. Le costaba y le dolía aceptar la realidad. Se mantenía al lado del camino, inventando mundos en sus sueños más extraños, que solía parirlos al amanecer junto a su taza diaria de café colombiano.
En sus salidas vespertinas por las calles de Buenos Aires, aplastaba el tiempo pululando por las góndolas de las librerías más tradicionales de la ciudad. Hojeaba libros de todo rango, dimensión, precio y época. Lograba adquirirlos a mitad de precio los fines de semana en el parque más famoso de la actividad. Se auto describía como un ser natural y de sueños utópicos. Muchas veces, dejaba caer una idea viable, y al instante se arrepentía y la borraba de la faz de la tierra. Recuerdo haber escuchado, en una noche de copas y colillas de cigarros, decir qué perseguía el sueño de cambiar de piel, mudarse de mundo, sin mapas y hasta estallar: estaba ebrio, pero su convicción, me asustaba.
Nació un cinco de marzo, bajo el techo de un hospital porteño y con los ojos abiertos. Cuenta la crónica de ese día, que el calor era sofocante y penetraba hasta por la comisura de los labios. Creció bajo las costumbres milenarias de la capital de Siria, Damasco. Desde la otra orilla, lo sacudieron las modalidades y peripecias del sur de Italia. Padeció cambios de hábitat, rumbos diáfanos y distintos climas. Solía decir que el invierno le envolvía el corazón y lo arrojaba al mundo.
De forma veloz, y sin aviso, borro su estirpe de la tierra.
Recorrí aquellos senderos, bares de mala muerte, y todo aquel punto donde quedaba todavía algún rastro de su tristeza, sin resultado alguno.
Comentarios
Según mi criterio has compuesto un excelente trabajo.
Saludos cordiales.
Ariel, tu aprobación me motiva y me tranquiliza aún más para seguir escribiendo.
Nuevamente agradezco tu tiempo y comentario.
Cordiales saludos!
Claudine: muchisimas gracias por tomarte un tiempito para lleer mi texto.
Tu opiniòn es de gran estìmulo para mi.
Saludos