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Se abre la tarde con lenta torpeza
el signo que en sus horas lleva escrito
no tiene ningún nombre, tampoco el mío.
Simplemente ninguno.
Acude la noche sosegada y profunda,
corazón de sombras, en sus latidos
no hay ningún destino.
¿Como esperar una mañana
si no estás conmigo?
Así dejando que los días continuen siendo
a su albedrío,
voy en la iluminada calma
de mi propio vacío.
Prescindiendo de mí al fin vivo.
El curso de la luna siempre es distinto.
Ni el dolor, ningún imposible
sin pensar nada inútil sonrío.
Las manos del viento se llevaron
fantasías, ensueños, el frontispicio
de ideas y afanes celosamente construido.
( Todos arrastramos nuestro oculto narciso.)
Cuando al fin soy ya nada,
ni soledad tengo,
recorro el mejor de los caminos:
La libertad siempre en mí mismo.
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