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Tres de siete (2/2)

FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
editado octubre 2009 en Narrativa
(continuación de Tres de siete 1/2)

Crucé la calle y me senté en la terraza de un bar. Pedí un café. En menos de diez segundos un sonriente camarero, a quien parecía que le habían dado cuerda, puso la taza humeante sobre la mesa. Mientras bebía decidí rápidamente lo que iba a contar y marqué el número de la oficina.
-Hola, Marisa, cof, cof. Oye, ¿ha llegado ya, cof, Gerardo? (...) Sí, cof, cof, estoy más caliente, cof, que la caldera de un vapor del Misisipi, cof, cof, cof (…) ¿Ruido?, ah, sí, cof, cof, acabo de salir del médico, cof, y estoy esperando un taxi que me lleve a casa (...) Nada, de garganta, mañana estaré mejor, cof. Oye, guapa, mira, cof, tengo el informe de ventas en el ordenador, cof, cof. Dile a Mauri que lo imprima, cof, cof, y se lo dé a Gerardo (…) Sí, él sabe mi contraseña, cof (…) Gracias, guapa, y tú que lo veas, cof, cof. Hasta mañana.
A la vez que saboreaba el último sorbo de café me pregunté qué habría tras esos balcones señoriales, aunque sobre todo, detrás de cuál estaría la chica. Pensé que Paula era un nombre perfecto para ella, tan menuda, tan frágil de aspecto. La imaginé cuidando de una abuelita menesterosa de compañía. Mientras disfrutaba de su voz entonando a la perfección un poema de Neruda, el autor favorito de la anciana, algo hizo chocar súbitamente la mesa contra la pared. Una gigantesca señora había tropezado con una de las patas. Lejos de disculparse, me dedicó una mirada poco afable y entró en el bar. Cuando el tintineo del menaje sobre la mesa calló volví a mis pensamientos.
Después de tres cafés, un vermut de grifo, una crema de calabacín, un escalope, dos cañas, un flan casero, un poleo, una copa de licor de hierbas, un té, una porción de tarta de manzana y dos gin-tonic, observé que la florista guardaba sus macetas y comencé a oír los cierres metálicos de los locales aledaños. Ni rastro de la chica. En lugar de su delicada carita, me despedí del lugar con la imagen del camarero complaciente diciéndome adiós desde la puerta. Abatido y con el abdomen a punto de explotar me marché a casa.
Las mañanas siguientes en el trabajo fueron horribles. Ansiaba el momento de volver a encontrarme con Paula. Una de esas tardes, como todas las demás, cuando terminé en el trabajo volví a la misma terraza, deseando como siempre que mi espera fuera más fructífera que en las jornadas anteriores. En los últimos días había desatendido todas mis obligaciones, así es que yendo por el segundo café recordé que mi nevera estaba totalmente vacía. Pagué y me dirigí a un mercado cercano. Me resultaba difícil pensar en otra cosa que no fuera ella. Así, absorto, llegué hasta el puesto de pescado. Había siete u ocho personas. No había “turnomatic”, así es que pedí la vez y esperé mi turno. Mientras el pescadero atendía a los clientes una segunda persona colocaba unas cajas de espaldas a nosotros. Era una mujer de estatura media-baja y bastante delgada. Cuando se quitó el gorro blanco que recogía su pelo el corazón casi me agujereó la caja torácica. Una melena negra, abundante y desordenada cubrió sus hombros.
-¡Dios mío! –exclamé.
A la vez que el resto de compradores me miraban con extrañeza una señora de tamaño descomunal se abría paso a empujones pisándome un pie. La miré sin ocultar mi dolor mientras ella se alejaba tranquilamente del puesto. Cuando se encontraba a cuatro o cinco metros volvió la cabeza y nuestras miradas se cruzaron durante un segundo. Me giré de nuevo hacia el mostrador y comprobé con gran decepción que la ayudante del pescadero, quien ya se había dado la vuelta, no era Paula. Después de un buen rato cogí los boquerones y el filete de emperador y me dirigí a la carnicería. Mi todavía dolorido pie me recordó el ataque de la apisonadora.
-Ni siquiera me ha pedido disculpas –refunfuñé.
-¿Qué le pongo, señor? -Medio kilo de chuletas de lechal, por favor.
Después de pasar por la frutería y la charcutería volví a la terraza para disfrutar del tercer café y observar de nuevo el portal.
Pasaron varias semanas y yo seguía sin saber de Paula. Afortunadamente las jornadas en el trabajo resultaban algo más llevaderas, dado que ya no tenía que fingir una tos provocada por una enfermedad inexistente. Una tarde, estando sentado en el bar habitual, se acercó una mujer del tamaño de un armario ropero, me quitó una silla sin mediar palabra y se sentó en una mesa contigua. Me quedé patidifuso. Pidió un chocolate con churros y comenzó a ojear una revista del corazón. De no haber sido porque superaba mi edad en al menos veinte años le hubiera dicho cuatro cosas, pero uno, aún en mi peculiar estado, sigue siendo un caballero. No pude evitar mirarla en varias ocasiones. Después de un rato caí en la cuenta.
-¡Coño!, pero si es la mujer que me desintegró el pie; y la que casi me empotra en la pared; y la de las acelgas del autobús.
De repente un sonido chirriante seguido de un choque metálico hizo girar mi cabeza hacia la avenida que me separaba del edificio. Dos coches habían colisionado. Más allá del barullo ocasionado por el siniestro un grupo de personas salía del portal. Eran cuatro hombres de mediana edad y una mujer joven. Aquella visión hizo que el pulso se me disparara, la tensión arterial subiera hasta martillear mis sienes, la boca se me secara y se formara un nudo en mi garganta. Era ella. Raudo crucé la calle aprovechando que el tráfico había quedado paralizado por el accidente. Seguí sus pasos hasta una ferretería muy cercana. No quería que me viera, así es que cuando se disponía a salir de la tienda con una bolsa en la mano, corrí de nuevo hacia el portal con la esperanza de que volviera allí con su compra. Después de un minuto, que ocupé disimulando frente a un escaparate de una tienda de cortinas, mi deseo se vio cumplido. Saludó al portero, que charlaba en la calle con una pareja, y entró en el portal. El hombre parecía muy entretenido con la conversación, por lo que no se percató de mi presencia cuando traspasé la puerta del edificio. El ascensor se puso en marcha en el mismo momento en que llegué al vestíbulo. Lo seguí por las escaleras hasta que se detuvo en la tercera planta. Yo, agazapado como un animalillo asustado, preferí quedarme en el rellano del segundo piso. No oí ninguna puerta cerrarse. Tras gastar unos segundos intentando decidir qué hacer, subí hasta el tercero. Una de las puertas estaba entreabierta. Supuse que era la casa en la que Paula se encontraba. Dudé un momento y después entré sigilosamente. Un silencio sepulcral inundaba el espacio, hasta que oí un híbrido entre canto y oración proveniente de una de las habitaciones. De repente las voces pararon.
-Ven, Anacleto. Tú no lo sabes, pero te estábamos esperando –dijo una dulce voz femenina.
Sentí miedo, no obstante, irracionalmente, me adentré en el pasillo. Dos hombres me aferraron por los brazos y me introdujeron en la habitación hasta el centro de un círculo humano. Forcejeé durante unos segundos mientras me tumbaban en el suelo. Miré a Paula a la vez que alguien le entregaba la pulsera de la piedra morada. Repentinamente una calma indescriptible me embargó. Sentí el frío contacto del metal en mi garganta. Aquella sensación se tornó de inmediato en humedad caliente y pegajosa.
-Pensaba que a este gato le quedaban todavía cinco vidas –susurré, con un finísimo hilo de voz.
La inmensa señora de las acelgas me sonrió afablemente y mis ojos se cerraron.


FIN

Comentarios

  • betobbetob Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado agosto 2009
    Muy interesante el cuento.
    En un primer momento dudé en continuar la lectura, no obstante proseguí y en forma muy sutil el personaje con sus pensamientos y desviaciones me obligó a seguir sus pasos.
    El texto original, bien confeccionado, con un cierto colorido picaresco, lleva al lector a un supuesto viaje, quizás imaginario, que por supuesto concluye con un final extraído, tal vez, de una película policial.

    me gustó.

    betob
  • FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado agosto 2009
    Muchas gracias. Me alegra que te gustara.
  • MaxmaxMaxmax Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2009
    Me gustan las sorpresas, y este tiene un final desde luego inesperado: cuando todavía faltan por colocar piezas en el puzle, tú vas y “zas”, te cargas al prota… :D:D
    Por otro lado, yo lo encuadraría dentro de "negra".

    Mi enhorabuena, Frida.

    Max
    :)
  • FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2009
    Muchas gracias Max por tu comentario.

    Bueno, en realidad no sabemos exactamente qué ha sido del prota, de hecho es él mismo quien cuenta su historia desde no sabemos qué estado. Queda abierto para que cada cual piense lo que quiera. Por otro lado meterlo en "narrativa" me ayudó a no dar pistas sobre el desenlace. Gracias de nuevo.
  • MaxmaxMaxmax Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2009
    Ups!! Tienes razón Frida, esto pasa a veces por hacer una lectura más apresurada de lo que se mere un buen relato.

    Saludos
    :)
  • el rincon de los sueñosel rincon de los sueños Pedro Abad s.XII
    editado septiembre 2009
    un relato genial he disfrutado con su lectura
    sigue escribiendo,te seguiré leyendo,me gusta..
    besosss....
  • FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado septiembre 2009
    Muchas gracias, guapa.
  • SutilSutil Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2009
    Hola Frida me ha gustado mucho tu historia, como ya dije en otro post, pero e gustaria saber algo mas sobre el relato.
    ¡¡¡¿Porque lo matan?!!!
    Es algo que no llego a entender, será por la hora de mi lectura o por saltarme algo ( aunque lo he releido)

    GRACIAS
  • FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2009
    Sutil escribió : »
    Hola Frida me ha gustado mucho tu historia, como ya dije en otro post, pero e gustaria saber algo mas sobre el relato.
    ¡¡¡¿Porque lo matan?!!!
    Es algo que no llego a entender, será por la hora de mi lectura o por saltarme algo ( aunque lo he releido)

    GRACIAS

    Me gustan los finales abiertos y que cada cual piense lo que quiera, pero obviamente, como autora, conozco las respuestas a los porqués. Te respondo en privado para no desvelar mi "secreto" públicamente.
  • SutilSutil Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2009
    Oks, aunque si no quieres no me lo desveles.

    Te seguiré leyendo igual, saludos.
  • DorchyDorchy Fernando de Rojas s.XV
    editado octubre 2009
    Frida, mi más sincera enhorabuena. Un relato muy bien parido, con una sobria estructura y una contenida utilización de recursos narrativos y una trama que atrapa y desde luego sorprende en su final.
    Me gustan como a ti los finales abiertos o poco definidos, el juego de participación y colaboración entre autor y lector, la idea de que si bien para el que escribe suele haber poco más que una visión de su creación, puede haber tantas interpretaciones diferentes como lectores.
    Por otro lado me recuerda mucho el estilo de uno de los escritores españoles cuyo estilo narrativo y temático más admiro: Juan José Millás.
    Un hermoso regalo literario, en suma, el que nos brindas!!

    Besos
    Dorchy

    P.S. Negocia con la vida, dices estar muy ocupada, para poder escribir y tener la deferencia de mostrarnos tus trabajos, si puedes, si quieres...
  • FridaFrida Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2009
    Gracias, Dorchy. Con comentarios como el tuyo da gusto seguir intentándolo. Supongo que la lectura de Papel mojado cuando tenía 12 ó 13 años me marcó para siempre. En cuanto a mi falta de tiempo, lo intentaré pero está difícil. Ya sabes que lo de escribir no es cualquier cosa. Necesita tiempo, concentración y disciplina, cosas casi incompatibles con mi vida en estos momentos. Besos
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