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Los pedagogos, esos grandes desconocidos.

VulliamyVulliamy Pedro Abad s.XII
editado mayo 2009 en Mundo literario
Saludos cordiales a todos (y todas).
Me he permitido la libertad de colgar esta columna de Andrés Ibáñez (publicada en ABC) acerca de esos ejemplares personajes que tanto -y tan bien- trabajan en pro de la analfabetización de las generaciones presentes y futuras: los pedagogos (y pedagogas). Lean y disfruten:
Pedagogía
Pedagogía. Enseñar a enseñar. La falacia dice que «no sólo es necesario saber de algo, sino que también es necesario saber enseñarlo». Este principio o axioma casi místico se basa, como el amable lector habrá visto enseguida, en una presuposición no menos axial y mística, y no menos falaz que la anterior: a saber, que todos aquellos que no son pedagogos, no son ni pueden ser nunca buenos profesores.
Pero entendamos la razón de esta falacia, o de ambas falacias. Sin ellas, los pedagogos no podrían existir. Para que exista un pedagogo, para que el pedagogo tenga una razón de ser, es necesario que exista un mal profesor. Si no hubiera malos profesores, no habría necesidad de pedagogos. Por lo tanto, para los pedagogos, todos los profesores son, por definición, malos. Para los pedagogos, los profesores son una pandilla de vagos y de anticuados reaccionarios que «se niegan a cambiar».
Usted se preguntará por qué tiene el pedagogo esa necesidad de denigrar una profesión antaño respetable (la docente) a fin de afirmar su propia existencia. En otras palabras, ¿por qué tiene el pedagogo tantas ganas de ser pedagogo? Hay una respuesta parcial para esta pregunta. Aunque parcial, resulta de lo más curiosa.
El hecho es que en todos los centros de enseñanza siempre hay personas muy interesadas en la pedagogía, en la metodología de la enseñanza, en los criterios de calificación, en la elaboración de exámenes, etc. Podríamos calificar a estos docentes de verdaderos enamorados de la enseñanza. Tan enamorados están, que en cuanto pueden dejan de dar clases e ingresan en la secta pedagógica: se meten en la Comunidad, en el Ministerio, en el Cervantes, quién sabe dónde. Y ya no vuelven a pisar jamás un aula. Los pedagogos son aquellas personas que, apasionadamente interesadas por la enseñanza, no dan clase jamás.
Millones de asignaturas. Los pedagogos acaban de ganar una gran batalla. El Curso de Aptitud Pedagógica (que duraba, no lo olvidemos, ¡nada menos que seis meses!) se verá sustituido por un interminable Máster con millones de asignaturas que robará todavía más tiempo de vida a los pobres desdichados que se metan, a partir de ahora, en esa trituradora de carne que es el sistema de oposiciones español.
¿Cómo han podido ganar esa batalla? Seguramente porque su discurso suena bien, y porque sus afirmaciones parecen inteligentes y sagaces. Por ejemplo, la idea de que es mejor que el alumno deduzca la regla que decírsela. Esto parece muy moderno y muy sensato, pero no lo es. Cuando aprendemos a conducir, el profesor nos explica qué pedal es el freno y cuál el acelerador. Nuestro aprendizaje no es menos «práctico» por eso.
La mayoría de los axiomas de los pedagogos son igual de vacíos y perogrullescos. En la enseñanza de idiomas, por ejemplo, se ve como una aberración el enseñar «gramática» (¡horror!) y se considera muy anticuado suspender a un alumno sólo porque diga y escriba cosas incorrectas. En confianza, amigo lector, si usted aprendiera una lengua extranjera, ¿no desearía aprender a hablarla correctamente? ¿No desearía escribir sin horribles faltas de ortografía, conjugar los verbos bien y utilizar las preposiciones de la forma adecuada? Los pedagogos no piensan así.
Creación mitológica. El gran enemigo de la pedagogía no es ese profesor vago, anticuado y que «se niega a cambiar» que es, en gran medida, una creación mitológica de esa nueva forma de fanatismo dictatorial que se llama «pedagogía». El verdadero enemigo de la pedagogía es el buen profesor, el profesor que tiene experiencia, amor por lo que enseña, un estilo propio y una personalidad carismática. Ya que el gran sueño de la pedagogía es la homogeneización radical y el control. Que todos hagan lo mismo, que todo sea «objetivo» y que todo esté controlado.
La pedagogía nada tiene que ver con la enseñanza, sino más bien con la burocracia y con la burocratización de la vida. Los pedagogos son burócratas enamorados del papeleo, de los procedimientos, de las ordenanzas, de las normas, de los memorandos, de las reuniones, de las encuestas, de las estadísticas, de la «estandarización», de la terminología pedante y rebuscada. Lo peor de la pedagogía es el horrible aburrimiento que causan todas sus memeces. Lo peor de los pedagogos es que han obtenido carta blanca para aburrir hasta la muerte a toda una generación.
Firmas Por Andrés Ibáñez. Comunicados de la tortuga celeste. ABCD, ABC cultural, 14 de febrero de 2009 - número: 890
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