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Elegías

ManuelManuel Pedro Abad s.XII
editado marzo 2008 en Poesía General

1

AL GENIL

( y al biznieto del Camborio)

Hoy ya no tiene el Genil agua para cante hondo.
El agua que lleva el río viste con traje de lodo.
Ya no tienen sus orillas juncos y lirios frondosos.
Sólo tienen como adorno flores de condones rotos,

espuma de detergente, cartones de vino rojo,
arrugados como viejas reliquias de sucios *****.
En los meandros del río, donde se remansa el lodo,
latas de cerveza huecas se arrejuntan de tal modo

que en su quietud asemejan siniestras flores de loto.
Y el río sigue corriendo, negras piedras sucio todo,
con orillas de cemento y con olores de foso
séptico, fétido, humano, añorante ruboroso,

de que en la noche de un día vistió limones redondos,
que hizo lucir a su aguas con tules y gasas de oro.


Ayer murió Paco Pérez,
primo de Manuel García,
hijo de José Medrano
nieto de Betania Heredia
y biznieto del Camborio.

Un hombre que sí vivió; pero no como gitano.
Vivió y murió asalariado;
de vida tanto te pago
de muerte tanto me has dado.
Agonizó en una cama,
dándole tiempo a La Muerte
a quitarle lo bailado.


Seguro que subió al cielo: fue sumiso como un perro,
esclavo del bien decir, esclavo del bien estar;
esclavo.
Hombre de amigos a cientos, renegado de la cabra,
renegado del arado y de las palmas de manos.
Amante de las farolas, ciudadano de este mundo,
buen padre, pésimo hermano.

De haber nacido mujer, de sobrenombre tendría
La Virgen de los Fulanos.

La noche que lo mataron, su bisabuelo llevaba
en el cuello una medalla: otro tiempo y otra virgen,
la de los Desamparados; la virgen de los gitanos.

Dios sabrá diferenciarlos, contándose bien los dedos,
si llega a estrechar sus manos.
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Comentarios

  • ManuelManuel Pedro Abad s.XII
    editado marzo 2008


    2

    (a Ángel Miguel Álvarez Merediz
    *1926
    +1908)

    ¿Sabes?

    Esta noche, en Guaxupé, han vuelto a poner las calles.
    Pienso que te echan de menos.Y pienso que algo les falta.

    Comenzaron a ponerlas, entrada la madrugada .
    Las pusieron con aceras,con árboles y con plantas.
    Y en las ramas de los árboles colocaron besaflores,
    de los que apenas si cantan.
    ¿Y ahora qué?¿Qué hago con ellas, si no estás para mirarlas?

    Otros pasos pisarán las aceras que pisabas,
    otros ojos mirarán los colibris en la ramas,
    otros, otros y más otros;
    y tú, yacente en la tumba, dándoles cortes de mangas.

    La muerte no te ganó ninguna de sus batallas.
    Porque a tu edad, ya la muerte, cuando gana,
    le pagan por su trofeo tres moneditas de agua;
    ni lo mínimo posible para afilar su guadaña.

    Llego y dijo: por ti vengo, Ángel Miguel.
    -Pasa, que estás invitada.
    No vienes- le respondiste-yo te acompaño, payasa;
    anochece y que no sea que te pase cualquier cosa,
    porque vas muy escotada y muy cortita de falda.

    La Muerte bajo los ojos y se puso colorada.
    Jamás nadie le había dicho tan lento y tan elegante:
    necia Muerte insoslayable, hija de la gran chingada.
    Y la llevaste a su casa, sabiendo que era la última
    vez que tú la acompañabas.

    -¡Anda, ciérrame los ojos; anda, púdreme la carne,
    anda chupa, muerde y come!
    Goza pudriendo mi carne, que mi gozo está en mi alma.

    Aquí al lado, Ángel Miguel,
    también pusieron las calles, con árboles y con plantas.
    Y además de calles, playa; la playa de tu Mar Cántabra.
    La pusieron con arena y la adornaron con algas.

    La mar se acercó despacio, extraña, desconfiada;
    pasó y repaso la arena con andares de gitana:
    ahora subo, ahora me bajo,
    ahora me convierto en ola; ahora me voy con resaca.

    Y así estuvo media hora, lame que lame la arena,
    mete y saca, hasta dejarla preñada
    de olores de mar batiente, de sabores de mar brava.

    En tu túmulo, en tu féretro,tierra adentro de otra mar
    en Brasil, en Guaxupe, descarnada ya tu cara,
    daba venia a que tus dientes sonrieran de añoranza.

    Tardará en morir un Álvarez, pensado para poder
    acompañar a La Muerte con sosiego y elegancia.
    Un Álvarez que, si llueve, pueda odrecerle un paraguas.

    Muerto:
    quiero verte andar
    en cada aurora que viole el blanco pulcro del alba.

    En cada cresta de nube, ¡escala!
    ¡Escala! Que ya sin cuerpo, los años no pesan nada.








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