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Demasiado corazón para tan poca tromepta (primera parte)

A mi amiga Clara, la voz.


“Tengo especial predilección por el Jazz. Por la libertad, por los sombreros bonitos, y los hombres negros. Y tengo un problema. Que soy mujer…y blanca. Corren malos tiempos para todos, y más para nosotras. ¿Pero qué digo problema? ¡¡¡es un placer ser mujer!!!.
Son los años 30 en Nueva Orleáns. Corren malos tiempos. Pero para mí…menos. Por mi honor que a pesar de no tener un dólar y de seguir siendo mujer por mucho tiempo…pienso disfrutar de todo lo que me haga vibrar.
Todo huele a romántico, a corazones rotos, a pianos llenos de quejidos, de alegrías, de esperanzas. Pretendo disfrutar de todos estos colores, noches sin dormir y atardeceres junto al Mississippi, para bien o para mal. Vivirlo o morirlo, pero sobre todo no perdérmelo. Como estoy tan segura de ello, no me va a importar las críticas, ni las zancadillas, ni los desprecios. Sólo vivir.
Estoy aprendiendo a tocar la trompeta clandestinamente. Aquí, en mi diario, escribo con soltura y del tirón, así que no me importa plasmar que me enamoré de este instrumento al ver soplar a un hombre con tanta fuerza...como la fuerza de mi corazón…”

Dios mío quiero morir, que caminos tiene mi destino que me hace cometer estos errores, que me hace morir, que no me deja ver la luz. Su luz. Pobre trompetista ciego.

Ahora me doy cuenta que hace 4 años que estas palabras se escribieron por mí. Por mi trompeta. Para mi corazón. Por mi culpa. Por aquel entonces me llamo la atención la forma que tenía de mirarme. Cada noche, en la misma mesa del destartalado club. Eran malos tiempos. Pero a ella parecía no importarle. Siempre sonriente, con un brillo especial. Llegue a pensar que imitaba mis muecas, pero después comprendí que disfrutaba tanto con mi música…que no podía reprimir esbozar algún gesto de placer. Los solos alcanzaban las notas más especiales y sus labios no paraban de hacer gestos descontrolados. Notas que yo forzaba con cierta maestría y experiencia para hacerla estremecerse.
El jazz llenaba cada rincón de esta ciudad, para hacer menos serios los asuntos mundanos.
Los acordes se tornaron mayores para evitar entristecer aún más el ambiente, y las doce de la noche era la hora de las botellas de wihisky, de los cigarrillos, del abandono del alma a los recónditos de la música que se clava en nuestras ensoñaciones.

Comentarios

  • editado febrero 2009
    ...hasta yo, desde lo alto del escenario, conseguía atontarme. Olvidar. Soñar. El ambiente cargado nos transportaba en los solos a lugares donde nuestra cartera no podía llegar, ni siquiera el razonamiento en las épocas de abundancia. ¿Y que era el jazz sino encontrarnos en algún rincón secreto y común?. Los músicos salíamos cada noche de puntos diferentes, para encontrarnos en algún momento de la noche en “aquel” lugar. Esa era la única verdad del jazz: el encuentro.
    Algunas veces no yo no podía acompañar a mis músicos a esos lugares porque su mirada me desconcentraba y me llevaba por caminos más lujuriosos. Pero yo siempre lo arreglaba todo con mis solos, que gustaban sobre todo a ellas, y por contacto…a ellos. Más de una vez tuve yo el privilegio de ver como mordían sus labios en los momentos álgidos, a los que con cierta avidez llegaba frecuentemente. Las fórmulas mágicas del atrevimiento, talento, experiencia y valor no tenían secretos para mí. Y ella bien que las disfrutaba.
    Sus coetáneos no entendían tanto libertinaje en una fémina. Tanta pasión en un cuerpo tan menudo, en un género tan cohibido, en un estado tan ordenado. Fuera de su mundo de humo y fantasía la realidad le iba comiendo terreno al ensueño. Pero a ella aquello parecía importarle tanto como mis desafines. Jamás torció su mirada para comprobar el terreno lamentable de la injustita. Nunca hizo caso de insultos, ni miradas de desprecio ni nada más que no fuera la música. Aquel comportamiento desesperaba a las profundas de las concienciadas conciencias. Su chulería innata e ingenua estorbaba y ofendía al gremio de los inseguros. En la parte que me toca, esa faceta exacerbada, me derretía hasta el punto de tener que aguantar ser llamado la atención por el dueño del local. Ogro insensible que se percataba de mis distracciones, no entendiendo la finalidad romántica de las mismas, y sobre todo bruto irreparable incapaz de visualizar el grado de excitación de sus feligreses, que consumían sin cesar.
    A ella la vida alegre de club le superaba. Podía con su entendimiento. Su gorro negro de corte moderno con alguna pluma, siempre fresca en lo alto, entraba mucho antes que ella por la puerta del club. Su vestido blanco con lentejuelas, tan insinuante y transparente como la transparencia de su corazón. Sus andares de estrella de la canción sin serlo, y sobre todo la increíble ansiedad desbordada por soplar mi trompeta me traía por los caminos misteriosos del jazz más complejo.
    Reconozco ahora que me intrigaba y me ofendía a partes iguales. A veces conseguía enfadarme. Todo por mi injusta inseguridad, que nacía de su divina seguridad.
    La primera vez que cenamos bebió vino hasta perder la vergüenza. Sonreía sin parar llamando la atención de todos los “carcas” tradicionalistas, más envidiosos que escandalizados. Entonces comprendí el poder de su inmensa boca. Labios rojos teñidos por el carmesí del vino. Blancos inmaculados sus alineados dientes, como alienado empezaban a estar las notas que se empezaban a desprender de razonamiento. Apenas tuve que hablar. Me sirvió el simple tarareo de nueva canción para que fuera ella la que me propusiera visitar tu destartalado apartamento. Ahora que recuerdo…confieso que me costo mucho aceptar su propuesta. No eran formas, ni horas, ni mi costumbre.
  • editado febrero 2009
    ...Por fuera su casa parecía recién salida de un reciente incendio. Pero por dentro aquello era mágico. Era la trastienda de un escaparate de moda: sombreros, plumas, y muchos libros, algunos de ellos subrayados, con signos de carmín como si hubieran sido besados. Como si hubieran hecho el amor. Alcanzo a ver uno especialmente magullado de Scout Fitzgerald, justo delante de una gran foto de la gran Louise Brooks que inunda todo el salón. Me temo que esta pequeña Lulú no se va a conformar con mostrarme el mobiliario. Este frívolo y sarcástico presentimiento cobra fuerza cuando desliza su vestido por el hombro.
    Admito que caí rendido a la evidencia de su belleza. La música en general es muy matemática. Son números en un contexto. Pero la estadística del amor es incomprensible para mi entendimiento. No consigo entender la ecuación de lo que siento, ni mi trompeta es capaz de expresar tanta confusión. Cuando soy yo el que maneja las coordenadas me resulta más fácil, pero cuando la incógnita resultante te viene dada con tanta intensidad…Fracaso.
    Ella le ponía tanta pasión. Yo tanto pesimismo. Era ella quien venía a recogerme en un Ford prestado de su padre. Era ella la que se lanzaba a mi cuello cuando decía que las clases particulares habían terminado. Ella levantaba la voz si veía algún rastro de injusticia. Ella sonreía dos segundo antes, y dos veces más fuerte que yo cuando le daba la gana. Ella, era ella quien lo vivía. Yo era quien lo sufría.
    Demasiada vida en aquellos tiempos. Demasiada atención.
    Yo sin vivir nada. Sin hacer nada. Nada cuando decidieron que ya era hora de terminar con tanta agitación endemoniada. Cualquier excusa fue buena. Una discusión, un mal ejemplo, una mirada desafiante, aquella pelea. Demasiado Corazón. Mi trompeta también muere.
  • GaudeGaude Pedro Abad s.XII
    editado febrero 2009
    Me ha encantado cómo escribes, aunque el título ....
  • revuerevue Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2009
    Yo lo he leído por el título...
    Fantástico.
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