_¿Te la comiste? Cuenta pues, Mendoza, por eso vine.
Espesas ráfagas difuminaron el ambiente: mesas de billar, sillones agrietados y un foco determinado en iluminar el cuartucho rebosante de jóvenes, hombres y ancianos. Estos, reyes del juego. Rodríguez apuntó al ocho.
_Qué crees, dime. Al acompañarla a su casa después de la fiesta –chupó ávidamente el cigarrillo–, ¿Eres o te haces, Rodríguez?
_ ¿Hace frío no? Ya serán las diez y tú, terco en acompañarme –cuchicheó Dávila, sobándose los brazos–. Pero como ya salimos mucho, te agarré confianza, Mendoza.
_Claro pues, Dávila. –dudó si ofrecérselo, Mendoza– ¿Quieres mi casaca?
_No seas huevón –maldijo a la amarillenta bola por errarle al negro–. Cuando las flacas preguntan ese tipo de cosas, uno debe ser mosca. Segurísimo que te negó.
_Ya, pero sí se la puse –sonrió al golpear al ocho Mendoza–, y no solo la casaca.
Era su casa, de un piso con ladrillos al desnudo, cerca del Mall Plaza. El porqué del estereotipo de chica pudiente. Y también, ostensible al primer vistazo, por su propicia estética. Dávila era “la morena platónica de corazones púberes”.
_No, así nomás –se decepcionó, Dávila. Un lerdo y el frío, vaya desasociego–. Ya llegaremos, falta poco.
_Está bien. Y buenaza la peli ¿no? –evocó inútilmente sobre la trama. Porque en la hora y media, no hizo más que acecharla de soslayo.
_No sé, prefiero las de terror. Pero cómo insistías con una de romance…
_Y seguías fregándola, cojudo. Si te dije que las de terror las enloquece. Así uno aprovecha para abrazarlas y manosear sus senitos. ¿Romances? Son huevadas –aplastó el cigarrillo al ver que perdió. Y execró Rodríguez–. Ta´ mare, parece que la única bola que metiste fue esa.
Rodríguez pagó la mesa. Entretanto, Mendoza guipó ese cielo aclimatado a la nostalgia. Disfrazaba al sol con grises nubes. Y vio su billetera con el último billete, se dijo que este derroche de dinero valdría la pena.
_Uyuyuy, andas generoso, Mendozita –carcajeó Rodríguez–. Siempre fui tu favorito entre Los malcriados.
Partieron del horno mezclado de tabaco y madera, y se refugiaron en el de cerveza y sudor. Zumbó una música de traición amorosa. Mendoza disimuló su fastidio. Cientos de músicas para cantinas, y tocaba una acorde a su caso.
_Y bueno –interrumpió el silencio, Dávila– ¿Cómo está Rodríguez? Ya no lo veo con ustedes en las salidas. A veces lo veo en los recreos, fregando a los profesores para que lo pasen de año.
_ ¿Cómo está Rodríguez? –repitió, costumbre arraigada en peruanos, Mendoza– Está trabajando en las tardes, con su papá en una ferretería. Ya sabes, para la universidad.
_Rodríguez universitario, no me la creo –sonreía dichosa y recordaba al castaño de grueza voz–. Me lo imaginaba como oficial de la marina o policía, como es muy alto y blanquiñoso.
_Parece pituco, pero solo eso, parece –intuía el porqué de su interés con Rodríguez– Su familia no es platuda.
_Y ¿sabes si tiene flaca? –le lanzó una maliciosa mirada Dávila.
_No sé, creo que sí –disimuló su irritación con una forzada sonrisa, Mendoza–. Ya estamos cerca de tu casa.
_Fatal que no haya podido ir al tono. Los dos hubiéramos tenido su cachada para presumirla a todos –suspiró Rodríguez y mentalmente: Haber con qué me sales–. Salud, por la rica desvirgada que te metiste, cholito.
Botellas destapadas y vasos espumeantes conformaban el hábitat de dipsómanos, juerguistas y afligidos. La charla del dúo continuó con chascarrillos. Insignificancias que servían de relleno para demorar la escena principal que Rodríguez ansiaba escuchar. Y como los novatos que eran bebiendo, se marearon al tercer vaso.
_Y, así pues. Estudiaré Arquitectura. Ingresaré a los dieciocho y trabajaré a los veintitrés –sacó las llaves, apurada–. Y tú para Derecho. Los abogados mienten tan bien que se la creen, dicen. ¿Sabes mentir, Mendozita?
_Sí, antes de entrar a su casa, en la puerta misma. Me elogiaba. Se notaba que ya estaba prendida –relató–. Tenía que seguirle el juego, también la endulzaba.
_Hay que ser mosca, un pendejo con las leyes. En las series vi que así es. Bueno –bostezó–, ya me entro a dormir.
_Me abrazó y me pasaba las manos por todo el cuerpo, y en el oído, para prenderme más. Y entonces… –gesticulaba, ansioso.
_Gracias por acompañarme. Ya quedamos una reunión con toda la promoción. Le avisas a Rodríguez que esta vez si vaya –cerró la puerta, y, a través del vidrio, le lanzaba una desdeñosa sonrisa.
Sus lenguas se fusionaban, se dividían y bruscamente se enrollaban. Mendoza, quien paseaba su espalda con recelo, al percatarse de esa hendidura del brasier, instintivamente dirigió su mano derecha hacia esas redondeces que, en solitarias noches, apuñalando la sábana, lo provocaban a estimular su pérfida imaginación. El índice, general que comprueba el terreno conquistado, invitó a sus oficiales a celebrar, abarcando todo el globo. Y la palma, presionando el duro y erguido pesón, inició el despegue del cohete. Dávila, extrechadoló contra sí, “entremos”. Viéndola cómo se apuraba, causaba que su deseo aumentase. Los muslos que anunciaban su grosor por debajo de la falda, impulsaron a la nave a recorrer esas inexploradas tierras. Estas fantasías instantáneas empujaron a Mendoza a abrazarla con furia. La puerta hizo ruido al estamparse, pagando por la impaciencia de los apasionados. Tornado en extranjero, alguien que nunca pisó esta casa y que le era difícil, por la oscuridad, corroborar el contenido de esta sala débilmente iluminada por los postes que, a su vez, atravesaban a las cortinas con navajas de luz. Dávila, guiándolo a su dormitorio, una pequeña cama, un ropero con cajas faltantes y un partido espejo. Prendió la lámpara. Mendoza, con los ojos llorosos porque lo que tanto veía en sueños, ahora era realidad. Dávila con lentitud coqueta, se bajaba la falda, y Mendoza vislumbró el que ahora sería su color favorito, el granate.
_Asu mare –ensimismado, como nunca en alguna clase, Rodríguez–, es como un rojo oscuro, ¿no? Increíble –silabeó y remataba con un suspiro–. Continúa, continúa.
Comentarios
Hola, LaloCama, bueno sería que te presentes al foro. Gracias.
Aquí:
https://www.forodeliteratura.com/f/categories/presentemonos
Saludos
Con la cabeza agachada, veía surgir una pierna y desaparecer la otra, debajo de estas unos zapatos que antes brillaban y ahora, maquinalmente, lo salvaban de la humillación. Su mente, ocupada por la vergüenza, trató de analizar. ¿En qué fallo?, ¿Fue el no haber preguntado?, ¿Qué pudo perder?, ¿La dignidad? No, pues, aún así, quedó frustrado. Luces naranjas independizadas por sombras y un silencio penetrante, le recordaban que es el complemento esencial para todos los crímenes callejeros, la víctima. Sacó la billetera, una angustia le hacia imaginar que era acechado, tres billetes de diez soles se presentaban y eran más que suficientes para frenar ese carro que se anunciaba con faros blancos. Sentado, con las rodillas separadas, guipaba el centro comercial carente de luces y gente. La velocidad del carro la dejó atrás. En ese mall ocurrieron las múltiples citas de cine, helado y chifa, en todas esas con la esperanza de lograr besarla o agarrarla de la mano. Aunque nunca se cumplían, y el dinero de cuantiosas tardes como mesero y ahorro de propinas se derrochaba, no se doblegó. Al contrario, creía que con cada salida las probabilidades ascendían y que en cualquier momento sería suya. Un “llegamos” lo hizo despertar del ensueño y alcanzando el billete le agradeció. Acostado al filo de su cama, aborrecíó todo lo que hizo para obtener nada, ni siquiera un beso. Con eso al menos se conformaría. La impotencia mojó sus mejillas y con una almohada cubriéndole el rostro, inició su plan. Evitar que Rodríguez y Dávila se juntaran. Limpiándose las lágrimas y mocos que afeaban su rostro, envió un mensaje a Rodríguez, “mañana en el billar a las tres, solo los dos. Para contarte como estuvo la tiradita”. Escribió todo lo que contaría, pasando de lapicero a lápiz, pues corregía su mentira erótica hasta que el bulto debajo del escritorio empezó a presionar. En tres horas siguió borrando hasta que llegó al punto final. Vio por sus cortinas como se filtraba la hora celeste. Y sus ojos pasearon por la hoja antes de que el sueño los ocluyeran.
Vaciando sus vasos, se callaron. Mendoza escarbó su memoria para detallar el embuste. Rodríguez, impaciente por no tener un cigarrillo, escudriñó con ahínco a otros fumar: “cuando sea ingeniero, me compraré los más caros”. Un hombre se acercó a llevarse una silla. Mendoza se inclinó en la mesa, listo para rematar la fantasía, sonrió. Rodríguez acercaba su cabeza, ameno, abstraído en prestar oídos, remojó sus labios.
En mi humilde opinión, creo que deberías de trabajar bien los guiones, que deberían de ser guiones largos y, en algunos diálogos, colocarlos bien porque hay partes que se hacen difíciles de seguir por ese motivo. También añadiría más puntos y aparte en las partes que no hay diálogos, al menos cuando publicas en internet.
Aparte de eso, creo que tienes un don para relatar las cosas que muchos no tenemos y esa parte, en tu caso, me parece mucho más que buena. De hecho me parece brillante.
Creo que si cuidaras la parte técnica, eres alguien que podría estar un nivel, o dos, o tres por encima de nosotros, los mediocres.