Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!
Aquella última puerta
Y aquí estoy yo, sentado en el suelo en medio de la oscuridad y frente a una puerta que aún no sé si quiero o no abrir, mientras “eso” sigue buscándome sin cesar. Pero... ¿cómo he terminado metido en esto? ¿Mi nombre? Mi nombre es Dani. ¿Mis apellidos? Mis apellidos no vienen a historia a esta historia.
Todo empezó con la muerte de mi padre, un año y siete meses atrás. Nunca fuimos cercanos el uno con el otro. Desde que se divorció de mi madre, no volvimos a hablarnos; de hecho, su muerte fue lo único que me indicó que en estos últimos años seguía vivo.
En su funeral me dijeron que se había casado de nuevo y que tenía dos hijos, lo cual no me sorprendió; lo que me sorprendió, y mucho, es que después del funeral me informasen de que constaba en su testamento. Me había testado una caja de madera, que estaba cerrada, y una llave con una nota colgando en la que rezaba: “Hijo, tú eres libre de elegir”.
Una vez en mi casa, empecé a cuestionarme si abrirla o no. Por un lado, tenía curiosidad, pero algo en mi interior me decía que no debía hacerlo, y además aquel extraño mensaje... Finalmente, me fui a dormir.
A día siguiente desperté decidido a abrirla. Así que cogí la caja y la abrí. Dentro me encontré con un cuaderno con las hojas en blanco, salvo una escrita con la letra de mi padre, en ella rezaba la siguiente pregunta: “¿estás dispuesto a seguir?”.
En ese momento no me lo pensé, pero si hubiera sabido lo que iba a suceder, sin duda que mi respuesta hubiese sido no. En la última página del cuaderno había un sobre con una dirección.
El lugar escrito en el sobre era una librería. Fui a ella y me atendió un extraño anciano. Le enseñé el sobre, me miró fijamente a los ojos y me dio un libro viejo, que, al parecer, era un diario de la vida de alguien.
Salí hacia mi casa con el libro, y una vez en ella me puse a leerlo. El diario parecía de una persona trastornada que hablaba de un lugar oscuro, en el que se oían hablar a los muros y sus pasillos eran recorridos por los mismos demonios. La historia me pareció una locura, pero no sé por qué pensé que no era mentira.
Al final del libro había escrito un nombre con sus dos apellidos: José Gros Greta. Al indagar en internet encontré una noticia del año 1988 que decía que un obrero de una mina se volvió loco de repente y que asesinó a sus compañeros, uno por uno. Aquel tipo fue juzgado y declarado loco, con lo que fue encerrado en el manicomio “El Faro”. Ya allí pregunté en la recepción por él y encontré mi primer obstáculo: se había suicidado. Pregunté que quién había estado a cargo del enfermo y me comunicaron que el doctor López. Fui a hablar con el doctor López y me dijo que al principio consiguió detener su paranoia, pero que en los dos últimos meses su estado había decaído drásticamente, que fue lo que le llevó finalmente al suicidio.
En mi casa de nuevo, tuve tiempo para pensar sobre cuál sería mi siguiente paso, y entonces recordé el artículo del periódico que encontré en internet y, sin pérdida de tiempo procedí a examinarlo con más detalle. Descubrí que el autor de la noticia fue un tal Alejandro Orate Grillado, lo que me dio una nueva esperanza. Lo busqué en la guía telefónica y encontré su dirección.
Una vez en la puerta de la casa del señor Orate, pulsé el timbre y la abrió un tipo de unos 50 años. Después de darle los buenos días le dije que quería hablar con él. Me invitó a pasar. Ya dentro le hice algunas preguntas sobre lo ocurrido en la mina.
—Señor Orate, ¿puede decirme qué sucedió con Gros hace 30 años?
A lo que respondió:
—En la mina “Endemonio’”, Gros y ocho compañeros más estaban encargados de excavar en una nueva zona más profunda que las otras, porque se estaba buscando una fuente de minerales. Según dijo el propietario de la mina, a la semana, Gros empezó a enloquecer y decía que no podían seguir excavando porque la mina estaba enfadada con ellos. Pero él mismo no echó cuenta y siguió. A la segunda semana de excavación ocurrió la tragedia: Gros mató a sus compañeros. Pero lo más curioso es que cuando lo entrevisté negó los hechos. Y estaba por creer que lo que me dijo era verdad. Después de los asesinatos, cerraron la mina.
—¿Y usted no se convenció más tarde que él no los asesinó? -le pregunté.
—Esa interrogante me tiene nervioso estos últimos años -me respondió.
-sigue y termina en página siguiente-
Comentarios
Tras esto me despedí de Orate y me fui a mi casa, y por primera vez relacioné esto con el diario, por eso, ahora estaba seguro de que el lugar que describió Gros en el diario era esa mina. Me puse a leerlo de nuevo, pero, desgraciadamente, las últimas páginas eran ilegibles, con lo que no pude saber que lo que para Gros había ocurrido allí abajo el día del asesinato. Me pregunté: “¿qué pasó realmente en la mina?”. Decidí finalmente entrar a la mina para averiguar por mi cuenta. Cogí lo que veía necesario y me fui hacia donde se encontraba.
Cuando llegué a aquel lugar, parecía deshabitado. ¡Pero ojalá eso hubiera sido verdad!
En la entrada de la mina vi un mapa sobre la pared; memoricé cómo llegar hasta el sector. Encendí mi linterna y me metí en la boca del lobo.
Los pasillos de la mina eran tétricos. Cuando llegué a la puerta del sector 7 tuve un escalofrío que me advirtió que no siguiese, pero la curiosidad me podía. Abrí aquella puerta y seguí mi camino. Una vez en el sector 7, empecé a sentir una rara sensación, como si “algo” estuviese mirándome. Por fin llegué al final del túnel, donde estarían excavando y allí, por fin, comprendía lo que hablaba Gros en su diario porque en mi cabeza retumbaba: “¡aléjate!”, y estaba seguro de que no era voz de mi interior. Miré a mi alrededor, como para darme una excusa de por qué no me atrevía a seguir, y a esto que vi una hoja de un cuaderno sobre el suelo. La cogí y la leí, y las palabras escritas me quitaron el aliento.
Escritas en rojo, deseando no fuera sangre, decía: “hijo me alegro de que hayas llegado hasta aquí, porque lo más seguro habría sido que ahora estuvieses muerto. Antes de nada, te ruego perdón por lo que te voy a pedir, lo que en realidad quiero. Por favor, haz lo que yo no pude hacer, coge una picota que dejé por ahí y mira lo que yo no me atreví a mirar”.
Por un momento quería pensar que no era mi padre, pero obvio que era él, sobre todo no quería creerlo. Sabía que una vez que avanzase más no habría vuelta atrás. Igual que antes, mi curiosidad venció a mi preocupación, así que busqué y hallé la picota y empecé a excavar, mientras la voz en mi cabeza insistía: “¡aléjate!”, y cada vez más fuerte. Finalmente, después de varios minutos, crucé la pared rocosa y vi que tras la mina había una construcción antigua, que estaba en mejor estado que la mina, como si aún estuviese en uso.
En aquel sector había un único pasillo que terminaba en una puerta. Seguí por él hasta la puerta, mientras la voz en mi cabeza era intensa, angustiante: “¡¡aléjate!!”.
Abrí la puerta y vi a un cuarto amplio con una especie de máquina en un costado y una puerta sin manilla al otro. Supuse que la máquina era para abrir la puerta, pero cuando me fui acercando a ella, mi linterna se apagó, a la vez que las voces en mi cabeza callaron de pronto. Eso me cogió desprevenido pero seguí ciego y en silencio hacia donde recordaba que estaba la máquina; me asustó el ruido de la puerta de la habitación, abriéndose a mi espalda. No estaba solo. No sabía qué hacer, lo que sí sabía era que tenía que esconderme. Así que me acerqué a la pared y me puse en cuclillas, esperando que lo que sea que hubiese entrado por esa puerta estuviese tan ciego como yo en aquella densa oscuridad.
Después de unos minutos, dejé de oír los pasos, y entonces me atreví a encender el tubo fluorescente que había traído para una emergencia. Y para mi alivio, “eso” ya no estaba allí. Más calmado, me acerqué a la máquina y tiré de la única palanca que tenía y como sospechaba se abrió la puerta del otro lado, así que no sé si por miedo de que “eso” volviese, o por ansiedad de conocer lo que me esperaba más adelante, corrí hacia la puerta. Una vez que la crucé, se cerró tras mía y supe definitivamente que las cartas estaban echadas. Llegué hasta el lugar donde estoy ahora: un cuarto completamente vacío, salvo por una enorme puerta al final de éste.
Me sentí más calmado, pero esta calma se rompió cuando oí golpes en el portal por el que entré. La puerta era resistente, pero podía ceder. Tenía dos opciones: o seguir adelante o quedarme allí y esperar que “eso” me encontrase. La sensación que esto me causaba era igual a la que sentía al recibir la caja con la llave.
En aquel atolondrado momento no sabía qué era lo que me llevaba a cruzar la puerta, lo que sí sabía era que al otro lado de la puerta estaba el final de mi camino.
Rota (Cádiz) julio 2024