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LA METAMORFOSIS DE LA NOVELA
Siempre la primera novela es la más difícil y la que más tiempo ocupamos en hacerla… ¡En ocasiones, es la que más nos ha hecho sufrir, literariamente hablando!
Nuestros primeros bocetos que plasmamos en el papel son unos entes, unos monstruos o alienígenas, desprovistos de toda belleza, aunque para nosotros en este momento sean el enorme fruto de nuestra creatividad.
Dice el refrán: ‘Para toda madre, (o padre), no hay hijos feos’, y aunque algunas personas vean en nuestros primeros escritos que son unos adefesios, para nosotros son hermosos cisnes blancos.
Al final, cuando al fin hemos terminado nuestro primer borrador, éste se semejante a una oruga. ¿Pero qué cosa es la oruga? Es un bicho a veces repulsivo, sin gracia ni belleza, y lo mejor es apartarse de ella.
Todos terminamos nuestras orugas y las vemos como la criatura más maravillosa del mundo, pero, si se desea que realmente sean algo grandioso, nuestros bichos tienen qué pasar por La Metamorfosis de la Novela.
¿Y qué es esto? Un proceso muchas veces doloroso y que a muchos no les gusta, y es la autocorrección, pulir cada párrafo, cada frase, cada oración, página, capítulo, en fin, hasta sacarle brillo a las aristas de aquel diamante en bruto.
Por lo general, todo el tiempo que se ocupa en corregir la novela, es el doble o el triple que el que se empleó en su hechura. Es trabajo duro, en ocasiones tedioso hasta que por fin hemos encontrado las palabras y frases precisas.
Un pintor no solamente plasma sus paisajes y figuras humanas y al final dice: ‘Ya terminé’. Si hace esto es porque es un simple artesano, pero un verdadero artista trabaja en mejorar y pulir cada parte de su obra, como un Velázquez.
Un compositor crea una canción y dice: ‘Ya terminé’, pero un grande como Mozart, Bach o Beethoven, trabaja con cada partitura, cada nota, hasta conseguir la excelencia. Eso hace la diferencia entre el primero y el genio.
Así, si quieres lograr una novela que valga la pena, hay qué trabajar duro (trabajar, currar, chambear, laburar), para tener algo de calidad y que sea una obra que perdure. Detrás de la sencillez de El Principito hubo un trabajo arduo.
Por lo que la corrección de tu novela es algo obligado si quieres tener algo que valga la pena. Y todavía más, aunque la hayas corregido meticulosamente, siempre es bueno contar con los servicios de un corrector profesional.
Aprende de la sabiduría de aquel triste y menospreciado gusano que se oculta detrás de un capullo y ahí se queda encerrado durante un tiempo, sin dar señales de vida. Por lo que tu novela tiene qué madurar como los buenos vinos.
Pero en el vino, o en el interior de la oruga, sucede todo un proceso. Así, tu novela, con esa etapa de la metamorfosis que es la corrección, irá cambiando para ser cada vez mejor.
Es mucho más estimado un vino reposado que uno que como sale de la fábrica se embotella. Entre más añejo sea el vino, más sabor y más carácter tendrá… ¡Lo mismo le va a suceder a tu novela en su proceso de mejoramiento!
Por lo que, llegará el día en que el capullo se abre y de ahí saldrá la más hermosa mariposa, que en nada se parece al humilde y feo gusano que se metió ahí. Por lo que no debes de desdeñar el proceso de corrección de tu obra.
Tu novela tiene qué ‘metamorfosearse’ para que sea la mejor, para que la gente la lea con agrado y que no pase de manera desapercibida. Es mucho mejor que la gente admire tu mariposa y no que mire con asco a un simple gusano…
Comentarios
Hace unos cuantos años tuve un tallercito literario. La lucha más dura no era con las correcciones de los escritos, sino con las vanidades individuales.
Cierto es que cada texto es un hijo unigénito, y que a nadie le gusta que le mencionen que tiene un ojito vago o tres orejas.
Por ahí se encuentra un texto que titulé "Carta a un tallerista indeciso".
Corregir una obra es un acto de humildad. Con el tiempo, el autor comprende que también es un acto gozoso.
Borges y Castillo publicaban "para dejar de corregir".
Hemingway llegaba a escribir cincuenta veces una misma frase hasta dar con la más "adecuada". Porque eso es el santo grial de la escritura, hallar, no lo más sonoro o lo más preciso, sino lo más adecuado para el texto.
El "cómo se dice" debe potenciar "lo que se quiere decir".
Buen aporte, Charly.
Saludos,
Marcelo
La segunda está enterrada en un cajón y la tercera está planeada. Serán cuentos y ya tengo varios pendientes de corrección.
Muy acertadas tus recomendaciones. Yo particularmente soy un maniático de todo lo que expones, hasta el punto de que en ningún momento, ni siquiera en un simple mensaje de Whatsapp dirigido a un familiar o a un amigo, escribo incorrectamente. Igual en un foro, en este mismo, que respeto religiosamente las normas de la gramática y la ortografía; detesto leer algo y hasta me repele que las tildes, las comas, los puntos y comas, los puntos y seguidos y los puntos finales, no se encuentren ubicados en el lugar correcto. Hacer lo contrario en escritos banales, crea vicio y casi sin querer se comete cualquiera de esas faltas en un texto serio.
Con toda esa parrafada anterior pretendo decir que, cuando te lances a la aventura de escribir un libro, es necesario, por no decir imprescindible, contar con los servicios de un profesional en la corrección, o "un lector beta", como le llaman modernamente.
Sin caer en una enfermiza perfección, es crucial echar todo el mimo posible a todo lo que se escriba. Pero... "si no eres un asiduo lector, malamente serás un buen escritor" .
Repito las mismas palabras de Marcelo: "buen aporte, Charly".
Saludos
Antonio, has dado, dolorosamente, en el clavo.
He tenido muchas conversaciones con autores noveles, la mayoría adolece de una falta preocupante de lectura. Uno me conmovió con la siguiente pregunta-excusa: ¿Qué puede enseñarme Chejov, que yo no sepa? Le respondí que nada, si no se está dispuesto a aprender, y que sólo aprende quien quiere.
Pues leer con frecuencia, enriquece a tu pluma para cuando le toque escribir. Esa frase la he soltado al tun tun, pero me gusta.
Asi es, "sólo aprende quien quiere", que, sin pecar de petulante, le añadiría "aprender"; es decir: "sólo aprende quien quiere aprender" (y aquí, etimológicamente visto, tiene luz verde la redundancia).
Veo por la tele Lupin. Me leo todos de Maurice le Blanc
Encuentro uno divertido de Glenn Cooper, pues me leo varios.
Esto me sucede con varios y una o dos veces cada año. Ahora estoy en una de estas etapas. ¿Llegaré a los cinco en un mes?
Llevo varios años leyendo el Conde de Montecristo, ya no sé si llevo tres o cuatro lecturas.