Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!
La pequeña Vania esperaba sus juguetes
Sólo le quedaban un caramelo de café. Había cogido un buen puñado de la bandeja, entre mantecados, alfajores, figuritas de mazapán, dulces de frutas y peladillas, pero a pesar de haberse comido casi todos esos caramelos, los párpados se le hacían cada vez más pesados.
Su deseo de abandonarse al sueño se agrandaba por segundo, pero tenía que aguantar. Este año sí, este año sí aguantaría hasta el final. No como los anteriores que, por unas cosas u otras, nunca cuajaba su aguante.
Pensaba que no quería volver a sentir esa horrible decepción cuando despertase. Esta vez lo vería, sí, vería entrar en su casa, ni más ni menos que a Papá Noel, y también vería cómo él dejaba los regalos, junto al árbol de Navidad. Aunque tuviese, por esos poderosos motivos, que morirse de sueño y expuesta a una buena regañina de su madre.
Si su madre se enterase de que a las cuatro de la mañana, su pequeña rubita, de tan sólo 4 años, estaba en el sofá del salón, arropada sólo con una sábana, traída de su cama, la regañina que le caería sería de órdago. Pero eso no le importaba a ella, porque sentía que era como un pago, con tal de ser testigo directo, por fin, de la llegada del gran Papá Noel.
Hacía un poco de frío esa noche, pero sentirlo en su carita la ayudaba a mantenerse despierta. No quedaría mucho ya para que su ilusión apareciera.
Desde su trinchera de tela, adivinaba las formas de su árbol de Navidad, junto al rincón, débilmente iluminado por una luz lunar que atravesaba, fría y silenciosa, el cristal de la puerta del balcón. Y por allí no sabía cómo -la puerta sólo se abría por dentro-, pero por allí debía entrar su queridísimo Papá Noel. ¿Se acordaría de todo lo que le había pedido? ¿Cómo sería ese mágico momento que estaba a punto de ocurrir? Tanto la embargaba la emoción que hasta el frío le quitaba.
Sin pestañear, atenta a los movimientos de la puerta del balcón, sentía el paso del tiempo. Nada ocurría oyendo el silencio, luchando por no caer bajo el sueño.
Pero, de pronto, su corazoncito daba un vuelco. Justo detrás de ella, dos enormes ojos azules la miraban desde lo más alto, con respecto a ella, desde arriba.
—¿Me esperabas, Vania?
Sólo acertó a asentir débilmente, aferrada a la sábana, sin poder separar la mirada de aquellos ojos magnéticos, profundos, que parecían brillar en la oscuridad con luz propia. Temblaba, peo no de frío, de emoción. Ahora, que lo tenía delante, no podía creérselo. ¡Era él! ¡Era Papá Noel
Sin dejar de mirarla, Papá Noel rodeaba la mesa-camilla y se iba hacia el árbol con un voluminoso saco sobre su espalda, sin hacer ruido. Vania lo veía gigantesco; tanto a él, con su traje rojo y blanco, como su saco. No le recordaba así en la mañana que lo había visto en el centro comercial. No era el mismo. Aquel parecía un niño a su lado. La barba era similar a la de su abuelito, pero era como de nieve. Y sus ojos eran increíblemente expresivos, que iban cambiando, a cada paso que daba, de color: púrpuras, grises, verdes, azules, y otra vez azules, y tenían un mirar que nunca había visto en nadie, entre bonachón y divertido; imposible no mirarlos, y menos aún olvidarlos.
—¿Te ha comido la lengua el gato? –le preguntó Papá Noel, tierno, sin borrar su amable sonrisa tras la barba.
—¿Por... por… dónde has entrado? –se atrevía, por fin, a preguntarle.
Papá Noel hacía un gesto con su mano libre, y a la vez la puerta del salón se
cerraba con un susurro.
—Por la chimenea.
—¡Pero si no tenemos chimenea! –respondía sonriendo por haber descubierto el truco de Papá Noel.
—Por la chimenea de tus sueños –matizaba, alzando una pícara ceja de algodón.
Vania no sabía qué decir, pero le sonaba bonito. Su sonrisa se agrandaba más aún entre los mofletes.
Papá Noel dejaba su enorme saco cerca del árbol de Navidad. A Vania le parecía que pesaba una tonelada, por lo menos.
—¿Y tú no deberías llevar algunas horas durmiendo? –ahora sus ojos eran de un verde amarillento.
En el salón desaparecía el frío. Vania se deshacía de su refugio de la sábana (hasta empezaba a sentir calor con ella), para apoyarse en el reposabrazos del sillón más cercano a Papá Noel.
—Es que… es que… yo tenía muchas ganas de verte.
—¡HO-HO-HO! –una grave risa resonaba en la cabecita de Vania como leve trueno-. ¡Pero si nos hemos visto esta mañana en el centro comercial!
Vania sudaba. Sabía que no podía ser el mismo del centro comercial, pero no quería contradecirle, porque corría el riesgo de quedarse sin sus juguetes. Y puede que fuese otro de sus trucos, como el de la chimenea.
—Bueno… verás –dijo mirándolo con esquiva timidez a los ojos, que eran circulares hipnóticos-: es que mis amigas dicen –y se interrumpía para tragar saliva.
—¿Qué es lo que dicen tus amiguitas?
—Que tú no existes, que eres un invento de nuestros padres para engañar a los niños pequeños, como yo. Dicen ellas que cómo una sola persona puede repartir millones y millones de juguetes por todo el mundo y en una sola noche –bajaba la mirada, temiendo la reacción de Papá Noel.
-sigue y termina en página siguiente-
Comentarios
—¿Y tú qué crees? –sus ojos eran dos pozos sin fondo.
—¿Yo? ¡Qué te quiero mucho! –dijo, saltando a su lado y besándolo- ¡Y ellas son tontas del culo! –se llevó la mano a la boca. Se le había escapado un pequeño taco. Y nada menos que delante de Papá Noel.
Comprensivo Papá Noel, se inclinaba para verla a la altura de los ojos, apoyando una mano, que parecía descomunal, por contraste sobre su hombro.
—Tus amiguitas no son tontas. Pero yo no puedo existir para ellas si no creen en mí. Por eso tú me estás viendo ahora en tu casa para dejarte tus regalos. Pero ellas no me verán; serán sus papás los que tendrán que suplir mi trabajo, dejándoles los regalos en mi nombre.
Vania se perdía en los ojos de aquel ser fantástico, mientras flotaba en sus dulces palabras sin sonido que impregnaban de regocijo su corazón. Eran como dos lagos con un agua etérea, mágica, cálida e infinita. Y nadaba en ellos, llena de felicidad, como si hubiese alcanzado todas las playas de un paraíso interminable.
—Debes irte ya a la cama o tus padres se enfadarán si descubren que aún no estás acostada y dormidita
Papá Noel se incorporaba, diluyendo parte del hechizo.
—¡Pero yo quiero ver cómo dejas mis regalos! ¿Me los has traído todos? –los nervios la recorrían de pies a cabeza.
—¿Sabías tú que muchos niños y niñas en el mundo, niños como tú, ni tan siquiera tienen agua para beber? –su expresión se tornaba a triste.
—Sí lo sabía, los negritos de África y otros, blancos y negritos, en otras partes del mundo. Pero yo sola no puedo hacer nada por evitar esa injusticia.
—Debes tener presente lo que muchas personas han trabajado duro para que tú puedas disfrutar de tus juguetes –la miraba, paciente.
Vania sentía el cambio. Con Papá Noel no valían las formas que utilizaba con sus padres y sus abuelos. Había en él un algo disímil, no sabía si superior, que lo hacía distinto al más entrañable de sus familiares.
—Sé que tengo suerte por todo lo que poseo –intentaba parecer menos excitada, sin conseguirlo-: solo quería preguntarte algo... ¿llevas en tu saco los juguetes para todos los niños del mundo?
Papá Noel ponía el saco, para que no se vertiese, hacia un lado; después miró a Vania por debajo de sus blancas cejas.
—Aquí llevo las ilusiones, los deseos, las promesas y las oraciones que los niños me demandan, junto con lo necesario para poderlas hacer realidad. Y como ves, es un saco muy grande –le guiñó un ojo.
—¿Puedo ver cómo lo haces? –Vania estaba fuera de sí-. ¡Porfi, porfi!
—Pssss qué vas a despertar tus padres–le dijo con un grueso dedo sobre la barba mientras cogía el saco-. Tus juguetes se están haciendo todavía, los verás mañana por la mañana, y ahora a la cama.
—¡No! ¡Enséñame uno, sólo uno, la casita y me acuesto!
—Entonces no tendrás todos tus regalos. Aún no están preparados.
—Me da lo mismo –y de pronto las mejillas de la niña se ponían rojas-. Es mi ilusión, ¿no lo ves?
—Acércate, pues.
Abrió el saco, que era como una inmensa boca de túnel. Un fuerte olor desconocido pero agradable le golpeaba la cara.
Y adentro, de todo tamaño y color, entremezclados con juguetes a medio hacer y fundiéndose con ellos en un intenso bullir, había una infinidad de cosas variopintas, que Vania, sorprendida, contemplaba...
Y todas ellas perfectamente bien clasificadas por continentes, países, ciudades, pueblos, aldeas, barrios, viviendas... y en base a las edades, los gustos, los caprichos, los deseos, y las necesidades, pero teniendo en cuenta Papá Noel el buen o el mal comportamiento, tanto en sus hogares con sus papás y sus hermanos, como en sus colegios con sus profesores y sus compañeros, de todos los niños y niñas que iban a recibirlas.
Sevilla marzo 2023
Me quedo con las ganas de saber qué regalos le dejó y qué regalos no llegaron.
Le llegaron todos los regalos que la niña le había pedido a Papá Noel