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La infidelidad nunca fue santa de mi devoción, pero...

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado enero 2023 en Narrativa


La infidelidad nunca fue santa de mi devoción, pero...

Todos debemos reconocer que tenemos un lado oculto que nadie conoce, pero que forma parte de nuestra idiosincrasia. Mi lado oculto se llama Jorge: un sevillano moreno, guapísimo, de alta estatura y de 37 años, dos más que yo.

Ejercía yo de ginecóloga en Sevilla y Jorge de ginecólogo en Madrid. Aun lo que pueda parecer, nuestro punto de contacto no era la Ginecología. Lo había conocido a través de un videojuego, al que mi novio, con el que mantenía una larga relación llena a tope de altibajos, se había aficionado, cuando empezamos a vivir juntos, casi cuatro años ya.

Una noche de un viernes, sobre las once y media, me pedía mi novio que llamase a Jorge, que era uno con los que jugaba, para avisarle de que no podía conectarse porque teníamos problema con Internet. Jorge sabía quién era yo, y, tras breves y fútiles mensajes, finalmente le decía que podía llamarme “por si necesitaba algo de mí”. Pero, ni remotamente imaginaba que era en ese momento cuando empezaba a caer en una vorágine de dulce perversión y de la que no tenía posibilidades de dar marcha atrás, y tampoco sabía si me iba o no a arrepentir…
 
Algunos días después de eso, una madrugada de julio, que, como venía siendo costumbre no podía dormir, tenía el balcón de mi cuarto abierto, y la luz de la Luna lanzaba un destello plateado sobre el sudor que perlaba mi cuerpo desnudo. Hacía un calor sofocante. Junto a mí, en nuestra cama, mi novio, impasible, roncaba, y, para no variar de los dos últimos años, ni siquiera me había mirado. Cogía mi móvil, sin saber qué hacer para tratar de vencer mi insomnio, y lo que hacía era releer unos mensajes que habíamos cursado vía correo electrónico el jefe de Ginecología de mi hospital y yo.
 
Pero, de pronto, oí un clic. Alguien me pedía hablar por mensajería. Un escueto: “¿qué haces aún despierta?”, de Jorge, por supuesto. Jorge sabía que llevaba bastante tiempo que no dormía bien, y también sabía que mi novio me ignoraba sin darme ninguna explicación. Me levantaba e intentaba no hacer ruido, pero sin responder aún a Jorge. Tamborileaban quedamente mis pies descalzos sobre el parqué mientras caminaba sigilosamente hacia el salón.
 
Me tumbaba completamente desnuda sobre el sofá y tecleaba: “ya ves, sigo sin poder conciliar el sueño; hace mucho calor y tengo muchas cosas en que pensar”. Empezamos a cambiar futilidades, pero cuando el Cu-Cu del salón cantaba las tres de la mañana, me hacía una pregunta que era la que acababa por despertar al animal que había en mí. “¿Puedo preguntarte una cosa indiscreta?”. Intrigada, le decía que sí, que por supuesto, y entonces largaba: “¿qué harías tú si te dijese que pienso que estoy contigo?”. No captaba bien su pregunta, y por eso le preguntaba yo a su vez: “¿quieres decirme que fantaseas conmigo cuando tienes ganas de mujer?”.
 
Obviamente no podía ser otra cosa. Me sentía extraña: “¿Estar conmigo?”, pensaba, le agradecía su sinceridad y le decía que porqué me lo había dicho eso. Y, entonces, soltaba la segunda bomba: “porque ya estoy harto de que solo sea una fantasía; quiero que se haga realidad”. Un súbito rubor pintaba mis mejillas. Contenía la respiración un segundo. “¡Joder, me ha dicho palmariamente que quiere acostarse conmigo!”, pensaba, en una exclamación, soltando una risita nerviosa.
 
Iba a responderle que no, que no era yo de esa clase de chicas. Mi vida sexual, desde siempre, había estado reglada por una simpleza que rayaba en la mojigatería, y, aun mis 35 años, había mil mundos que aún no conocía. Pero una vocecita en mis adentros me decía: “¿y por qué no?”. Me mordía los labios, obviamente excitada. La idea me atraía, ¿pero estaba dispuesta a pasar por alto los convencionalismos sociales, los tabúes y las habladurías de los malsines?
 
Todavía esperaba Jorge mi respuesta y yo ya sabía lo que le iba a responder, solo que mi ego era incapaz de asimilarlo. Un ronquidos soez, que me sonaba a desdén, procedente de mi dormitorio, precipitaba mi decisión. “¿Es que no me merezco yo un algo diferente?”. Esta pregunta mía terminaba por convencerme. Tragaba dos veces seguidas saliva, y, decidida, tecleaba:

"Vale, cuándo y dónde".




Antonio Chávez López
Sevilla junio 2001
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