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LA PARTIDA - Mi mejor amiga, Agnès

Ya no recuerdo qué estaba haciendo cuando recibí la carta de François. El papel tenía la tinta corrida, fruto del impacto de las lágrimas sobre él, pero se leía claro el mensaje. También el que no estaba plasmado en palabras. Agnès, luego de una larga agonía, comenzaba a transitar sus últimos días de vida.

Aquella noticia perforó mi pecho como si se tratara de una daga. ¿Cómo no sentirme así? Aun después de tantos años, mi retina todavía cree contemplarla como aquellos años en que la conocí.

Mientras el tren silba a mi alrededor, puedo ver a la pequeña Agnès. Tiene ocho años y su energía se asemeja con la de un torbellino. A veces me recuerda a una liebre que brinca libre por el jardín, incapaz de ser atrapada en su recorrido. Sus cabellos de oro relucen con el sol, aunque siempre están enmarañados. No importa cuántas veces al día lo peines, ella encontrará la manera de revolverlos, para luego mirarte con sus ojos de mar y pedirte que vuelvas a intentarlo. Agnès ha crecido mucho en altura, pero su rostro persiste fino y alargado, conteniendo una nariz habituada a descubrir aromas florales, a pesar de su pequeño tamaño. Sus mejillas, angostas, están acostumbradas a alojar una sonrisa que expone su dentadura en transición.

—Señora, ¿se siente bien? —La voz de un joven muy gentil me trae de nuevo a la realidad. Mis ojos están húmedos, y no he podido evitar sollozar al recordar a mi mejor amiga.

Afirmo con una sonrisa asimétrica, agradeciendo su gesto cordial. Luego mis pensamientos retornan a Agnès, a la mañana en que me comentó de su diagnóstico, con su mano prendida a la de François, su leal compañero de vida.

Por un momento, mientras veo a una muchachita acomodándose en el asiento junto al joven cortés que me habló, recuerdo el día en que Agnès conoció a François. Tenía apenas catorce años, los suficientes como para enamorarse profundamente y por primera vez. Luego sus años transcurren en mi mente como una película: su boda modesta, pero llena de amor; su primer embarazo y la llegada inolvidable de Aimeé. Finalmente, se detiene entre mis pensamientos la noche en que me accidenté frente a su casa y debieron trasladarme de urgencia al hospital.

Con el tren marchando a toda máquina, revivo aquella madrugada como si me hubiera transportado en el tiempo. Agnès está parada junto a la camilla del hospital donde reposa mi cuerpo traumatizado. A pesar del dolor de las fracturas, encuentro el cielo en los ojos de Agnès y en su cabello, el sol. Su piel me recuerda al terciopelo, su barbilla puntiaguda pone final a su rostro alargado. La observo y encuentro una mujer erguida, de carácter fuerte, en cuya boca ovalada siempre hay lugar para una sonrisa. Tiene la destreza para convertir la energía tan característica de ella en audacia: es osada para la amistad y determinada para el amor. Sus manos, dirimiendo con la perfección de su figura, está llena de cicatrices y callos que dejan entrever una vida atravesada por el esfuerzo y la entrega hacia sus allegados.

Las lágrimas comenzaron a resbalar por mi mejilla y yo ni siquiera lo noté. Mi mejor amiga continúa, hasta el día de hoy, captando mi atención por completo. Incluso cuando no está conmigo. Incluso cuando han pasado dos años sin poder coordinar un encuentro.

Cuando el tren se detiene frente a la estación indicada, me paro del asiento con una energía discrepante con mi cuerpo atacado por el paso de los años.

Mi mente está tan ansiosa por llegar a verla, por tocar su mano y besar su frente, que apenas tengo conciencia del trayecto hasta la casa de Agnès. Una vez allí, llamo a la puerta con desazón, con la sensación de que se ha hecho un nudo en mi garganta.

François me abre la puerta con los ojos hinchados y nos abrazamos de forma breve, pero intensa. Ambos cargamos con una pena incapaz de describir en palabras; en sus ojos logro reconocer la congoja que lo ataca en ese momento en el que está perdiendo al amor de su vida.

Intento recomponerme. Trago saliva, me acomodo las ropas. El corazón sigue latiéndome descontrolado, pero al menos mi semblante ha dibujado una entereza impostada. Subo las escaleras de madera, que crujen a mi paso, y atravieso el corredor angosto que conduce a la habitación de mi amiga.

El chirrido de la puerta no me distrae, mi atención está en la anciana que yace en la cama, con la cabeza hundida en la almohada y las sabanas cubriendo su cuerpo muriente.

No me resulta difícil reconocer a Agnès detrás de la mujer encorvada y de cabello color nieve. Ya no tiene la melena rubia tan característica, pero su mirada azul sigue transportándome al mar. Su energía, rebosante en algún momento de la juventud, ahora es como una llama que va perdiendo vigor. Los años consumieron sus mejillas, y su dentadura retornó a la transición. En su semblante, sin embargo, conserva la sonrisa incesante, exacerbando los trazos que el tiempo fue dejando en su piel.

—Clarice. —La voz de Agnès sale débil, como un suspiro, pero la luz de su rostro logra menguar la ansiedad que apresa mi corazón.

Me agacho a su lado con las pocas fuerzas que tengo. Toco su mano. Beso su frente. Ella me sonríe plácidamente antes de cerrar sus ojos durante un momento.

Me decido a no llorar mientras espero que me mire una vez más. Espero, espero, espero. No lo hace. Me lleva tiempo darme cuenta de que su mirada celestial se ha apagado ya, definitiva. En su semblante, sin embargo, brilla todavía su sonrisa incesante.

Agnès, mi mejor amiga, ha partido.



®Lourdes Vera Rueda

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Comentarios

  • Que bonito narras la partida de tu amiga,  hace poco se me fue una de mis amigas de la infancia y al leerte fue revivir lo que vivi en su compañia, la tristeza se siente, será dificil de olvidar.
  • Marcelo_ChorenMarcelo_Choren Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    Lo bueno de estos foros es que de vez en cuando aparece alguien que escribe bien.
    También aparecen (aparecemos) otros, pero de vez en cuando aparece alguien que escribe bien. La repetición no es casual.
    Me alegro de contar contigo, Lourdes. Ya comenté alguno de tus cuentos.

    Saludos cordiales,
    Marcelo
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Qué bien te las has compuesto para enlazar la infinita pena con la cero alegría. Al acabar de leer tu breve relato "La Partida", me ha dado la sensación de que he leído, casi sin pestañear, un libro de al menos doscientas páginas, por lo mucho que dices con tan pocas palabras.

    Felicitaciones, LourdesVeraRueda

     :)

     
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Suerte para este foro, y para las personas que lo componemos, que se haya inscrito en él una buena escritora: LourdesVeraRueda.

    En esto de la escritura, me gusta aprender de los escritores o de las escritoras que saben enseñar; tú, estimada compañera forera.

    Saludos

     :)

     
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