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La LISTA 6ª edición (Fuera de concurso) De un día a otro, me convertí en invisible

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado marzo 2022 en El oficio de escribir


De un día a otro, me convertí en invisible
 
Ya está normalizada mi vida, pero aun no me puedo creer lo que me ocurrió hace dos años, nueve meses y veinte días y que me duró seis meses el calvario, pero lo resolví, temiendo por mi salud, a base de dar todos los pasos que tenía que dar.


Todo empezó una mañana del mes de mayo. Salía de la ducha cuando llamaron a la puerta de casa. La abrí y vi un hombre bajito, calvo y con bigote y con un traje gris marengo, una camisa blanca y una corbata verde de seda. Sostenía una carpeta azul en una de sus manos.
 
—¿Don Eusebio Miranda? -preguntó.
—Servidor.
—Soy inspector de FUSIÓN y vengo a traerle una notificación.
—¿FUSIÓN? Nunca he oído hablar de esa institución.
—Es un organismo nuevo. Se trata de la fusión de los departamentos del Censo y de Hacienda. El gobierno los ha fusionado en uno para poder solucionar, por ejemplo, casos como el suyo.
—No entiendo...
—¿Me permite pasar? Será más fácil para ambos si le entrego este comunicado y se lo leo tranquilamente sentados.
—¡Claro, por favor, pase usted, pase...!
- ¿Qué ha querido usted decir con eso de “casos como el mío”? –le pregunté, una vez que nos encontrábamos sentados en el sofá del salón.
—Hemos comprobado que lleva usted muchos años sin pagar sus impuestos. El total acumulado, junto con los intereses fijados, se eleva a una suma que no podrá pagar. Y lo sabemos a ciencia cierta porque lo hemos revisado. Aun vaciando su cuenta en el Banco y vendiendo todas sus propiedades, solamente cubre el 37% del total.
—¿Y qué va a hacer FUSIÓN, enviarme a la cárcel?
—No, eso no, por favor, meterle preso supondría que el Estado tendría que mantenerlo. Y, francamente, ya nos ha costado usted demasiado dinero.
—¿Entonces...?
—Le denegaremos todos sus derechos como ciudadano. Ya ha sido eliminado del Censo y de todos los organismos con las que mantenga o haya mantenido relaciones. Y todo esto es con carácter retroactivo. Es decir, oficialmente usted no existe ni ha existido nunca.
—¡Pero esto es grave! ¿No hay otra manera de solucionarlo?

El tipo no me respondió, se limitó a darme un papel mecanografiado que había sacado de su carpeta.

—Tenga usted. Ese es un documento donde se le comunica la pérdida de sus derechos y las gestiones que tiene que hacer para recuperarlos.

Cogí, temeroso, el folio que me tendía, sin saber qué decir.

—Y ahora, si me disculpa, tengo que entregar otros documentos y el tiempo se me echa encima.
 
Lo acompañé hasta la puerta de entrada y salida de mi casa y él desaparecía tras la del ascensor.
 
Pasado un rato, salí a la calle y entré en un bar para tomarme un whisky, y así empezar a digerir esa extraña visita.
 
 
Un tal Pepe Pérez estaba sentado en un taburete de la barra de un bar, bebiendo cerveza, cuando un desconocido se sentó frente a él en una silla de una mesa, con un vaso con whisky en la mano; miró a Pérez y comenzó a contarle su historia. Al principio, a Pérez le fastidiaba su presencia, porque no podía soportar a los borrachos que se ponen a contar sus penas al primero que pillan, por lo que se mostraba indiferente, pero, intrigando le estaba la historia, y fue por esto, que al ver el desconocido la expresión en su cara, se puso a observar cómo el hielo se iba derritiendo en su vaso con whisky.

Pepe Pérez lo miró y le preguntó:

—¿Y qué hizo usted después?

El desconocido levantó la cabeza de un golpe, como si se acabase de despertar de una pesadilla.

—Que dejé el papel que me dio sobre la mesa del salón y me marché. Era tarde para acudir a mi trabajo. Pensé que lo leería con calma al regresar a casa. Pero no me imaginaba, ni remotamente, el error que estaba cometiendo Y lo primero que hice, antes de coger el autobús que me iba a llevar a la oficina donde trabajo, fue pasar por el cajero de mi Banco a sacar dinero. Y allí empezaron mis desventuras. Una vez introducida la tarjeta y tecleada mi contraseña, aparecía un mensaje en pantalla que indicaba que mi tarjeta no era válida y que quedaba confiscada. Entré al Banco y me fui directamente a la caja. Isabel, la amable cajera, me recibió con una sonrisa y me preguntó en qué podía servirme. Le dije lo que había pasado, y ella me pidió mi talonario. “No lo llevo encima”. “No se preocupe, ¿me permite su DNI?”. Se lo di, y comenzó a teclear en su ordenador. "Lo siento, señor, no consta que usted tenga cuenta en este Banco". "¡Imposible", le respondí, confundido y contrariado. "¡Llevo gestionando mis transacciones a través de este Banco desde más de quince años! ¡Tú misma me ha atendido en numerosas ocasiones!". "Lo lamento, señor, pero no recuerdo haberlo visto en mi vida". "Por favor, Isabel, dile al señor López si puede atenderme". López, el director del Banco, que conocía desde que ocupó su cargo, años atrás, no solo me confirmó lo que me había dicho Isabel, sino que también me dijo no haberme visto nunca. Pedí, chillé, rogué... Todo inútil. Tuve que salir de allí, bajo la admonición de López de llamar a la policía si persistía en mi actitud. Cuando salí del Banco miré mi reloj. Era tarde ya y no llegaría a tiempo a la oficina. Eché mano de mi teléfono móvil para avisar que iba a ir más tarde, pero, tras marcar, una voz grabada anunciaba que el número desde el que llamaba no constaba registrado. Entonces me acordé de lo que me dijo el inspector del FUSIÓN: “oficialmente, usted no existe ni ha existido nunca”. “¡Por qué me han hecho esto!”, grité.

-sigue y termina en página siguiente-


Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    Me subí al autobús, y al abrir mi billetera para pagar el billete, vi que mi DNI no estaba. No era posible. Una cosa es que te hagan desaparecer administrativamente y otra cosa  físicamente. Recordé que había sacado el DNI en el Banco, y por esto pensé que lo habría dejado allí olvidado, y también pensé que estaba seguro de haberlo metido de nuevo en mi billetera. Me bajé del autobús y busqué una cabina de teléfono y llamé al Banco. ¡Ni siquiera recordaba Isabel que yo había estado allí! ¡Y eso que solamente había pasado escasamente media hora! No sabía qué pensar ni hacer, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando al entrar al edificio de mi oficina, Dani, el portero, me espetó: "disculpe señor, ¿a dónde va?". "¿Y a dónde quieres que vaya? A Sampedro SA, por supuesto". "¿Tiene usted cita?". "¡Por Dios, Dani, ¿es que no me reconoces?!". "No lo he visto nunca, señor". "¡Pero si llevo ya quince años trabajando en Sampedro SA y pasando todos los días frente a tu portería!". "Lo siento, señor". Se repitió el mismo episodio del Banco, y otra vez tuve que salir pitando, bajo la amenaza de la policía. “¡La mano de FUSIÓN es larga con cojones!”, grité de nuevo. “¡Claro! El papel que me dio el hombrecillo, seguro que explicaba cómo salir de este lío”, me dije para mí. Cuando llegué a la puerta de mi casa, vi, alucinado, que mi llave no encajaba en la cerradura. Frustrado, di puñetazos a la puerta, pero, para mi sorpresa, abrieron y me encontré, cara a cara, con un hombretón muy mal encarado. "¡¿Qué coño está pasando aquí y a qué vienen esos golpes?!". "¿Quién es usted y que está haciendo en mi casa?", le dije yo. "¡¿Su casa?! ¡No me gaga reír, esta es MI CASA, y llevo viviendo aquí cinco años!". Una nueva amenaza con la policía me hizo salir de allí a todo gas, no sin antes ver, medio loco, que no me había confundido de edificio. Debí caminar sin rumbo unas cuantas horas. La cabeza me daba vueltas. “¡¿Cómo lo hacen?" "¡¿Cómo pueden borrar así la existencia de una persona?!”. Me irrité de nuevo. Tenía que haber algún indicio o constancia de mi existencia en alguna parte; debía haber alguien que me recordase. “¡Carmen!”, pensé de pronto. Entré a una cabina y llamé a Carmen, mi novia "¿Sí?", escuché la voz de ella. "Carmen, soy Eusebio". "Hola, cariño". “¡Oh, me recuerda!”, me dije feliz, apartando la boca del teléfono. "Carmen, necesito verte inmediatamente. ¿Estarás en casa?". "No pienso salir. ¿Pero qué te pasa? Te noto extraño". "Te lo contaré todo cuando llegue. No te preocupes, estoy bien". Colgué y salí pitando hacia la casa de Carmen. Cuando llamé a su puerta, ella la abrió con la cadena de seguridad por dentro puesta. “¿Que desea?”, preguntó, después de mirarme. Eso me dijo mi novia, y a mí se me cayó el alma a los pies. "¿Es que no me reconoces?". "¿Debería?". "¡Carmen, que soy Eusebio, tu novio desde hace cinco años!". "Yo nunca tuve novio". Espantado y cabreado, salí de allí. Al llegar a la calle, vomité. Estaba mareado y todo me daba vueltas. “¿Cómo me puede pasar esto? ¿Es que nadie me recuerda? Tiene que haber alguien que... "¡Mi madre!”, pensé. Llamé a mi madre. Reconocí su voz enseguida. "¿Diga?". "Soy yo, mamá, Eusebio". "¿Quién?". "Eusebio, tu hijo". "¿Qué es esto? ¿Alguna broma de esas que hacen por la tele?". "No es una broma, mamá... yo...". "¡Oiga -me interrumpió, no tengo idea de quién es usted, pero no es mi hijo, y de eso estoy segura porque yo no tengo hijos!". Y me colgó. No sé cuanto estuve inmóvil dentro de la cabina, incapaz de reaccionar, hasta que un anciano dio un bastonazo al cristal, exigiéndome que dejase libre el habitáculo. He estado todo el día dando vueltas por la ciudad, caminando sin rumbo y sin prestar atención a nada y con la mirada perdida como si fuera un zombi. Hasta que he pasado por las puertas de una tienda de electrodomésticos que hay al lado de este bar.

     —¿Y qué pasó entonces? -preguntó Pepe Pérez al desconocido, mientras se sumía de nuevo en la cerveza de su vaso.

    —¿Conoce usted esa tienda? -le dije de pronto.

    —La conozco.

    —Entonces sabe que en el escaparate central hay una enorme pantalla, conectada a una cámara enfocada hacia la calle. De modo que todo que pase por delante, se ve reflejado en ella.

    —Así es.

    —Pues bien, cuando he mirado la pantalla he podido ver la calle, los autos y los peatones que pasaban, los árboles, los edificios. ¡Todo, excepto a mí! Yo no aparecía. Y como no he podido más, he entrado a este bar dispuesto a coger una borrachera.

    —Historia increíble la suya, que seguro debe tener una explicación razonable para todo lo que le está pasando.

    —¿Usted cree? ¿Se le ocurre alguna?

    —En este momento no.

    —Ya.

    —Empero, le diré lo que vamos a hacer. Pero ahora voy al baño. Esta es mi sexta cerveza y ya no puedo aguantar más. Cuando salga, pensaremos en ello.

    —Se lo agradezco muchísimo.

    Usted se levantó de su taburete y se fue corriendo a los servicios de caballeros. Estaría orinando un rato, porque seis cervezas dan para mucho. Cuando salió vio usted la mesa vacía y llamó al camarero.

    —Oye, Paco, ¿dónde se ha metido ese hombre que estaba hablando conmigo?

    —Más te vale que no bebas más por hoy, Pepe.

    —¿Por qué lo dices?

    —Porque has estado solo todo el tiempo.

    —¿Qué? ¿Entonces de quién es ese vaso de whisky a medio acabar que hay en esa mesa?

    —¡Vaya, no lo había visto! No sé de quien pueda ser.

    —Qué raro. Bueno, olvídalo y sírveme otra cerveza.

    —¿Seguro?

    —Estoy bien, tranquilo. Habré pegado un cabezadita y lo he soñado.

    Usted volvió a sentarse en el mismo taburete, mientras el camarero le servía otra cerveza y retiraba la jarra de la vacía y el vaso con whisky sin acabar. Se bebió un trago, frunció el entrecejo y dijo a media voz:

    "Qué raro. Parece que las cervezas se me han subido a la cabeza, porque por más que me esfuerzo, no logro recordar que estaba haciendo antes de entrar a los aseos".



    Antonio Chávez López
    Sevilla marzo 2022

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