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Mi último curso en mi instituto

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Mi último curso en mi instituto

Lo tuve clarísimo desde la primera vez que lo vi.

Sentado en el sillín de su flamante motocicleta de alta cilindrada: guapo, moreno, atractivo, alto, bronceado, esbelto, altivo, seductor, observador, y con una vanidosa expresión de triunfo, así era él. Un irritante niño de papá que hacía que todas mis hormonas se pusiesen en pie. ¡Joder, qué burra me ponía! ¿Hace falta decir que me encandiló a primera vista? En ese justo momento, miraba, un poco celosa yo, cómo rodeaba con su brazo musculoso la cintura de avispa de una de sus conquistas del Instituto.

Iba con su torso descubierto, en un exitoso intento por exhibir su forma física. Mis dientes se deslizaban entre mis labios para dejarme marca. “¿Cómo era posible qué con solo un día de curso, haya perdido el coño y la cabeza por un tío? ¿Y quién es ese tío?”, me pregunté para mi interior, a la vez que levantaba la cabeza con los ojos puestos en él.

Pues “ese tío” era un chico que cursaba en mi Instituto, pero yo, extraño en mí, no me había fijado antes en él. Sin embargo, era el prototipo ideal para aquella rubia aparentemente descerebrada. Y digo eso de aparentemente porque sabía yo de sus devaneos. Estaba ella en el aula A del último curso, y yo en la B. Lo que no dejaba claro era que careciese de mollera, y que su melena rubia era teñida. Sabía que no me quedaría sin respuesta por parte suya. Y así fue. No tardó en aparecer:

-¿Es que no lo conoces? Es Fonsi Milano
-¡Uf, pues está buenííííííísimo!

Alargué deliberadamente la primera de las “íes”, de modo que acabó convirtiéndose en algo jocoso.

Aquel curso no estaba yo muy animada para comenzar de nuevo las clases. Luego de un verano con ganas de sexo, acabé sin comerme una rosca. La coqueta casa en la playa de Rota (Cádiz) de mi abuela, no me dio el empujón que yo necesitaba para pasar las vacaciones que una chica sensual como yo debe tener. En cierto modo, me molestaba no poder contar a mis amigas algún rollo de verano. En mi mes de vacaciones, lo único que medio me mereció la pena era un socorrista sevillano, de 30 años; no estaba nada mal, pero era demasiado mayor para mí. Solo charlábamos algunas veces, achuchones y besos flácidos incluidos, pero sin llegar a más. Y no porque él no quisiera, que notaba que estaba deseando de meterme mano.

Empero, en este último curso estaba viendo las ventajas sexuales que me ofrecía mi Instituto de siempre.

La nueva conquista del tal Milanito era una chica de un aspecto físico similar al mío: ojos y boca, grandes, rostro sensual, además de dicharachera, pero su melena rubia le llega solo hasta los hombros. Y se pintaba más que yo. Siempre ocupada en ocultar sus pecas bajo un kilo de colorete. En pocas palabras, era la más alocada del Instituto.

Me invadían unas súbitas ganas, que quedaban solo en eso: en ganas de arrastrar por los pelos a aquella rubia, que ahora empezaba a contonearse delante de él. La tía vestía minifalda, que tapaba menos de lo que enseñaba, luciendo unas piernas bronceadas del Sol estival. Aunque su estatura no sobrepasaba la mía, me sentiría más segura de haber podido comprobarlo poniéndome a su lado, y así ver si medía medio centímetro más que yo.

Con lo que no podía competir con ella era con las dos o tres tallas más de sujetador que utilizaba. No podía negar que era una absoluta provocadora, de la que se sabía en el instituto que “se lo hacía” con tíos en el asiento trasero de los coches, en moteles y en discotecas, pero cobrando.

Pero yo, a lo mío, y lo mío era que tenía muy claras, cristalinas, las cosas: “antes de que termine este último curso, me voy a tirar bien a Fonsi Milano”.


Slo escritos erticos - Pgina 2 Instit10

Antonio Chávez López
Sevilla julio 2006



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