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Sospecha

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


Sospecha

Confieso que al principio no sospechaba nada, aunque debí hacerlo. Pero cuando la vi en la estación de ferrocarril de Santa Justa, de Sevilla, vestida con pantalón azul y jersey rojo, zapatos azules de medio tacón, y ama de una boca y de unos ojos de ensueño, que buscaban con ansia entre los pasajeros, la sospecha se reanudaba.

Nuestros abrazos y besos eran pasionales, como colofón de una angustiosa espera. Nuestro nerviosismo hacía que nuestras primeras palabras resultasen fútiles. Con mi brazo sobre sus hombros, caminamos despacio en busca de un taxi.

Camino hacia el lugar elegido, me cogía la mano y la llevaba a su boca. Un cúmulo de emociones se agolpaba en mi interior, que hacía acrecentar mi conjetura.

El cuarto del hotel que había reservado era acogedor. Nos instalamos, y enseguida nos enfrascamos en una conversación de reconocimiento, con un amor que parecía formar parte de nuestra vida. Como era de prever, nuestros cuerpos se buscaron. Y no tardaron en encontrarse…

Pero se nos fue el día en un abrir y cerrar de ojos. Ella se fue. Hora después, sonó el teléfono. Me extrañó. No había quedado con nadie más y nadie de mi ciudad sabía de mi viaje a Sevilla. Confundido, atendí la llamada. Era ella. Hablamos un rato, hasta la hora de adiós, pero, por su parte, con un ilusionante "hasta luego". En los dos días siguientes se repitió lo mismo; reíamos, hablábamos y recorríamos nuestros cuerpos en la dirección que nuestro amor y pasión nos iban dictando.

El tercer día volví a mi ciudad. Ya en ella no soportaba su ausencia; la añoraba, la amaba… En todo momento estaba en mi mente. Le pedí fotos suyas, con idea de disfrutar de su rostro en soledad. Se había convertido en mi obsesión. Atesoraba sus frases y mensajes. Tenía la peregrina idea de que pintando un imaginario cuadro de ella, podía corroborar mi premonición. Ya lo estaba, pero me enamoré más de ella.

A través de nuestros móviles hablábamos a diario y cruzábamos mensajes. Nos contábamos nuestras cotidianidades, y así pensábamos que estábamos juntos sin estarlo, y también para seguir el día-día de nuestras vidas, a pesar de las más de seis centenas de kilómetros que nos separaban.

En mi soledad repasaba mentalmente todo y, aunque ningún juez, con las pruebas que yo tenía podría condenarla, tenía la certeza de que iban tomando cuerpo mis presentimientos…

En mi segundo viaje empecé a observarla detenidamente, para así sopesar su actos, sus palabras, recolectar pruebas y aunar evidencias, aunque circunstanciales fuesen.

Mi perenne desasosiego me llevó a emigrar, en forma definitiva, para radicarme en su ciudad e iniciar una nueva vida en común. No soy ya un hombre joven; mis siete décadas cargan sobre mis espaldas un duro bagaje, y desde que la conocí he añadido un enigmático Damocles…

Empezamos juntos un proyecto, con ilusión. Ahora la tengo próxima todos los días, para conocerla a fondo. Dichos y hechos me han ido confirmando mis conjeturas al verla interactuar con amigos e incluso con desconocidos…

Me gusta mirarla, sin que lo advierta; sus palabras, sus silencios, sus gestos… Y sobre todo, su sonrisa. Invento chistes con el solo propósito de verla y oírla sonreír…

Y así transcurre el tiempo, con momentos dulces y amargos, etapas blandas y duras, dolores propios y ajenos, pero todo compartido. No obstante, aunque nuestro amor crece, intenso e inmenso, nunca he dejado de sospechar de ella…

Una tarde de primavera, apenas el sol se ocultaba, todo se hacía evidente a mis ojos.

El aire venía cargado de una calidez que a su vez regalaba el primer soplo estival. El jardín de nuestra casa lucía silencioso. Pero el silencio era roto por un grillo, que parecía anunciar el ocaso.

Mis dedos acariciaban las páginas de un libro, de un autor celebre sevillano; sí, aquella eminencia del siglo XIX "que hablaba en verso y vivía en poesía". Pero mis ojos estaban puestos en ella.

Los rayos del ya tenue Sol llegaban a su rostro, un halo rojizo la rodeaba. Y mi antigua teoría, muy reforzada por las últimas sospechas, se vieron confirmadas…

Afrodita había tenido la osadía y la valentía de reencarnarse en mujer y vivir en la Tierra enamorada de un mortal.

SLO ESCRITOS DE CIENCIA FICCIN Mnb12

Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2002


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