Autoflagelación de un atormentadoEste cuerpo mío sin pulso ya no merece ni el aire que inflama los pulmones, hasta que pare de robar de esta nefasta forma. Perdido en el laberinto de mi vida, deambulo en penumbra buscando mi camino, sin la más mínima idea de cómo distinguir la salida de otros intrincados pasadizos.
Tras muchos años de perseguir la luz de la coherencia, he pensado no refugiarme más en las abstractas y vívidas pesadillas del mundo de los sueños, donde me es fácil caer, frágil, y permitir que la ancestral herencia nebulosa rapte la frescura de mi piel y encanezca mis deseos. He de estar alerta y con los ojos bien abiertos, aun unos rayos del sol decididos a lidiar con los espejismos sociales, y así tal vez tenga la salida de mi laberinto.
¿Y cómo desvelar el fluido cristalino de mi mente, si en la cúspide de la mirada vertical se pierde la dimensión de todos los laberínticos muros entre la ciega luz de la conciencia?
En mis venas ladra, rabiosa y celosa, la sangre de una trágica raza de un animal en búsqueda obsesionada de razones para justificar su existencia. Siempre necesito ser necesitado.
Lo adoro, pero me avergüenzo del sexo, transformándolo en un conflictivo reo de mi vida, en la razón de mis flagelos. Soy autodestructivo, narcisista, ególatra, santo, mártir y contradictorio. Lo inmaculado lo admiro, porque, como otros hombres, he derrochado años de mi vida en adiestrarme en la mentira, un arma contra la ferocidad de los míos; y aun así, me estoy comiendo por dentro. Para este laberinto de mis problemas, no hay salida. El centro de mi mar interior es el cinismo.
No fui tuyo, porque nunca he sido mío. Soy una búsqueda, un accidente de una sociedad en donde las mayorías siguen a las minorías, y viceversa, sin atender a sus inquietudes, imparables, incansables... Mi amo es la vida.
Antonio Chávez LópezSevilla julio 2002