A veces saco a mi madre que muere,
sumergida en la almohada
cada noche.
Y beso sus mejillas patológicas, un poco despacio,
disfrutando
como quien despilfarra una pingüe herencia.
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La carne maldita (I)
Me preguntabas por qué lloro todos los diciembres.
Porque todos los diciembres me nacen madres,
muertas
de color pardo azulado.
Y las veo a todas.
Y las huelo, con difuntos perfumes.
Son mis madres, muy elegantes, que yacían como adornos
feos, tan feos como el demonio.
Otras mis madres brotan con aspecto brillante y putrefacto.
Preciosísimas.
También las hay que germinan como flemas de tos,
emolientes, sobre mis párpados cerrados,
tan cerrados como féretros bajo la tierra fresca.
Y mientras escucho hablar a todas mis madres por la boca,
me dicen que me quieren.
Y cubierto con salivas de mil padres,
duermo diciembres cada noche.
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Comentarios
Veo la puerta pensativa
y debajo de la cama bailan los ahorcados.
Acaso lo que la boca esconde fue
un presagio, otra providencia
cuando orbitabas en esas sábanas blancas.
Blancas de dichosa desnudez, con la que se confundió
en una explosión de luz, como si el quicio de la luna reproductora,
ayer,
genitalizara nuestra velada de amor.
Tu boca arrodillada me hacía crecer los ojos.
Ahora,
siento que destacabas por encima de una muñeca fea.
Y siento que voy a cuidarte siempre,
con mi sexear por tu corazón de paso.
Dios no se olvida de ti, mientras muevo las cadenas
que nos ataban
Y nos liberan el uno del
otro.
Las quietudes, los fermentos nos succionaron la carne
enamorada, con sombras de cuchillos,
envolventes
como ramas del árbol de otra vida.
Cuando apenas salía el sol, pudimos llegar a ser felices.
te suplanto
entre paladares
rosas, dientes
y tinieblas.
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