Buscando trabajo en Huelva
Soy Eloy y, como millones de
españoles, estoy sin trabajo. Me enteré de que podía lograr uno en Huelva. Pedí
una entrevista, que me concedieron. Cogí un autobús de la empresa “Damas”, y aquí estoy yo, en
Hueva, en el despacho de un empresario pescadero onubense, más bajito y más
poca cosa que un enanito de Blanca Nieves.
El
empresario me mira a los ojos y me dice:
— Hábleme un poco de usted.
— Verá, señor, necesito el puesto porque
llevo mucho en el Paro y hace veinte meses que se me acabó el subsidio. Mi
situación personal es desesperada.
— ¿Ha trabajado usted antes con pescado?
— No señor, nunca.
— Da igual. Aquí podrá usted aprender de pescado.
— Seguro, señor.
— ¿Tiene usted experiencia en almacenaje de
pescado?
— Fui mozo de la pescadería de un supermercado
durante quince días.
— Bien. Y dígame, ¿tiene usted algún problema
con el pescado?
— ¿Cómo dice, señor?
— Que si le causa algún problema el pescado.
— ¿A qué se refiere, señor?
— Que si a usted le molesta el pescado.
— No señor.
— ¿Siente usted escrúpulos del pecado?
— No señor.
— ¿Es usted alérgico al pescado?
— No señor.
— ¿Ha empaquetado usted alguna vez
pescado?
— No señor.
— Se lo digo porque, verá usted, no es igual
manejar cien lenguados que cien mil. Puede usted acabar harto de pescado. Y eso
no se lo consiento.
— Por supuesto, señor.
— Sepa usted, caballero, que estas instalaciones
son una fábrica de pescado, no un supermercado de pescado.
— Lo entiendo, señor. Descuide.
— Caballero, yo adoro el pescado.
— Lo imagino, señor.
— Caballero, el pescado es mi vida.
— Ajá.
— ¿Se acostaría usted con un pescado?
— ¿Eh?
— Yo sí.
— ¿Trabajaría usted con pescado por tres euros
la hora?
— Cuente con ello, señor. Señor, me ha parecido
entenderle antes...
— Pero usted no es el único candidato. Tengo que
hacer más entrevistas.
— Claro, señor- ¿Le importaría repetir lo que ha
dicho de acost...?
— Mire, caballero, si decido contratarle tiene
que prometerme algo.
— Dígame, señor.
— Amará al pescado sobre todas las cosas.
— Bueno, señor, quizá eso sea... no sé…, pero le garantizo
que haré lo que pueda.
— ¿Conoce usted a San Pescadito Santo y Mártir?
— San... Pescadito... ¿qué, señor?
— Santo y Mártir, caballero.
— No señor.
— Es el patrón de mi empresa. A él me encomiendo.
Venga aquí, caballero, y póngase esta pegatina.
— Señor, no sé si yo soy merecedor a...
— Póngasela usted en la solapa. Así, como yo,
mire... mire…
— Con que San Pescadito Santo y Mártir...
— Eso es. Y ahora, si me disculpa... Cualquier
novedad, le avisaré.
— Señor, no dejo de darle vueltas a lo que dijo
sobre que si se acosta...
— Soy un hombre muy ocupado, caballero.
— ¿Su esposa lo sabe, señor?
Se incorpora del sillón, con rostro y
cuerpo cansados, y responde:
— Mi esposa es una ballena, caballero.
Y entonces despierto sudando a mares y con olor a
pescado.