Y ella había puesto música para animar el cotarro
Era poco más de las diez cuando se lo llevó a su apartamento, para fabricar una historia de música erótica clásica. Pero no podía fabricar una música erótica clásica, quizá solo una historia.
Él tenía 20 años, y ella tenía 45. Sigue siendo un clásico,
no tan corriente, o sí, pero quizá más excitante por el hecho de ser mucho mayor, hasta el punto de que podría ser su madre, pero era conocedora de la mayoría de edad del muchacho. Si no, presa por pederasta.
Y ahí van algunos rasgos significativos de cada uno::
Ella era una mujer tremendamente sexual, y tremendamente
ardiente, habituada y acostumbrada a la búsqueda de yogures, para así
satisfacer su ansia de sexo, a la vez que ir aliviando la permanente
fiebre que siempre había en su vulva. "Con esta nueva presa voy aumentando mi ya amplio listado", pensaba
Él era un chico tremendamente sexual, y tremendamente ardiente,
acostumbrado y habituado a la búsqueda de envases de yogures, para así satisfacer su ansia de retaguardia, a la vez que ir aliviando la permanente
fiebre que siempre había en la parte trasera de su cuerpo. Para él, una mujer significaba un descubrimiento nunca antes
experimentado.
Ella era una mujer exageradamente guapa y exageradamente bien hecha, pero no exageradamente engreída. Siempre usaba traslúcidas blusas, que daban ganas
de pellizcar esos mamelones que asomaban erectos y mirando hacia la
África "gruesa y larga", en ausencia de verdaderos machos ibéricos.
Él era un chico exageradamente guapo y exageradamente bien
hecho, y exageradamente engreído. Su virilidad imaginaba su pene dentro
de... Se relamía los labios, a la vez que movía su mano derecha dentro del
bolsillo del pantalón, propiciando en menos de un minuto un desgarro de placer.
Hasta que de pronto… ¡ah!, soltó un gemido, y sus pantalones se mojaban en la
parte de la portañuela
Ella se sorprendió al ver la cara de bobo excitado que tenía a su lado.
Súbitamente, él estiró el brazo derecho hacia el tocadiscos y
detuvo la música, y, sin explicación y ni siquiera un adió, salió precipitadamente del apartamento, ante la extrañeza de la hembra, que gritaba al
aire con toda la fuerza de sus pulmones:
¡Me has seducido, me has excitado y me has dejado cachonda, y al final tú te has masturbado, hijoputa, cabrón! ¡Detesto el haberte conocido! ¡Quítate de mi vista, maaaaariiiiiicóóóóón!
Pero, transcurridos unos diez minutos, se tranquilizó. Total, ya no había música ni pene.