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Reto Abril 2021: la decisión más difícil

AÑO 2034

Mañana no será un día como cualquier otro, mañana será el día en el cual tomaré la decisión más importante de mi vida. A veces pienso en la vida. Que concepto más ambiguo. Aun así, a pesar de su ambigüedad, hay una cosa que une la vida de todas las cosas habidas y por haber: su irrefrenable culminación. Y no solo sucede con seres vivos, sino también sucede con conceptos “no vivos”. Uno arranca una serie de televisión, por ejemplo, sabiendo que en algún momento la va a finalizar. Cuando culmina, nos sentimos tristes, vacíos, sin un rumbo aparente, pero comprendemos, con algo de dolor, que estamos presenciando el orden natural de las cosas. ¿Se imaginan una serie que dure eternamente? Sería tediosa e imposible de sostener económicamente. Sí, es un ejemplo medio soso, pero fue el primero que se me ocurrió. 

Sucede lo mismo en el caso de una relación amorosa, con un trabajo, con un emprendimiento, etc. Y claro, la vida misma no podría ser la excepción. O no debería serlo, mejor dicho. Nacemos sabiendo que vamos a morir. Tenemos hijos, nietos, bisnietos, sabiendo que ellos, algún día, van a perecer. El concepto es triste, es cierto, pero considero que la muerte, al fin y al cabo, es lo que agrega significado a cada cosa que hacemos. Abrazamos a nuestros seres queridos porque sabemos que algún día no los vamos a tener. Tratamos de disfrutar cada comida, cada tarde con amigos, cada canción, cada verso, como si fuese el último. Y efectivamente, algún día será el último. 

Incluso decisiones como estudiar una nueva carrera, tener un hijo, comenzar un nuevo proyecto o cambiar de trabajo, están atadas a un cierto «apuro» o un grado de «prisa» que nosotros mismos nos inculcamos. Sabemos que el tiempo no espera a nadie. Es como si se tratase de una regla no escrita, de una norma que todos conocemos, pero que resultan tan obvia y evidente que ni siquiera la sometemos a debate. Cuestionar la muerte es ridículo. Podemos creer que existe un más allá, una reencarnación, incluso dioses de todos los colores y tamaños, pero cada una de estas ideas estan atadas a un irremediable final.

Bueno, al menos así era hasta ahora. ¿Quién hubiese imaginado que nosotros, los seres humanos, fuésemos capaces de inventar la vacuna contra la mortalidad? Hasta hace unos años, el concepto de vivir para siempre, de no envejecer, se encontraba encapsulado en cuentos de ficción, en películas futuristas o en la mente de algún soñador. Eso ya no es así. Ahora se ha materializado ante todos nosotros, como un fantasma que adquiere una forma difusa pero palpable. 

La vacuna ha sido testeada con éxito tanto en animales como humanos. Este avance ha provocado un cambio rotundo del paradigma con el cual concebimos el futuro. El panorama mundial se encuentra al vilo, debatiendo los pros y los contras de este descubrimiento científico. Los expertos en la materia aún no se ponen de acuerdo, los debates son acalorados y existe casi la misma proporción de gente a favor como gente en contra. Y parece que aún estamos prescenciando la punta del iceberg.

Por mi parte, llevo semanas cuestionándome este asunto. Al enterarme de la novedad, lo primero que hice fue sacar un turno para vacunarme. ¿Perder la oportunidad de ser inmortal? «¡Ni loco!», esa fue mi primera reacción. Además, los turnos debían ser sacados con meses de antelación, ya que las listas de espera eran sumamente extensas. La espera me llevó a meditar sobre el «quid» de la cuestión. El primer mes no me desesperé demasiado, pude continuar con mi vida sin pensar demasiado en lo que se avecinaba. Al fin y al cabo, veía tan lejano aquel momento que ni me preocupé. 

Además, en cierta parte, no había comprendido lo que aquello significaba. Lo tomaba como un juego, como un motivo de charla con amigos, como si estuviésemos dialogando sobre el nuevo iPhone que iba a salir al mercado. Creo que mucha gente se lo tomó de la misma manera. Es que sonaba tan irreal, tan sacado de una película, que la mayoría de nosotros no logramos tomar dimensión del asunto hasta bastante tiempo después.

Es como cuando se termina con una relación de muchos años. Al principio, uno se lo toma a la ligera. Empieza a salir a fiestas, a conocer nuevas personas, busca reencontrarse con uno mismo, recuperar esa intimidad que había considerado perdida. Pero el problema llega cuando tomamos completa dimensión de los efectos de dicha decisión. Cuando la cama se torna fría, cuando los cafés se vuelven solitarios, cuando te encuentras hablando solo frente al espejo, ahí empieza la preocupación. En esta ocasión, sucedió lo mismo. Solo cuando faltaba poco más de un mes y medio para que el turno llegara, fue cuando empezaron las reflexiones más profundas.

Pronto me vi envuelto en una vorágine de ideas, contradicciones y temores. Mi obsesión llegó a ser tan grande que tuve que armar una lista con las cosas positivas y negativas que tendría esta «inmortalidad relativa». La llamé de esta manera, ya que es menester aclarar, que la vacuna no te convierte en un superhéroe o en un ser invencible. Lo que hace, por el contrario, es evitar el envejecimiento de las células, haciendo que uno no se pueda morir por enfermedades ni tampoco por el mero desgaste de los años. Si uno se coloca en frente de un tranvía en marcha o se lanza de un décimo piso, las consecuencias son las mismas de siempre.  

Bueno, volviendo a la lista, es algo que me gustaría compartirles. Empecemos por lo positivo:

1) No veríamos nunca más a nuestros seres queridos consumirse por una enfermedad o simplemente por la vejez. Yo lo tuve que sufrir una vez y les aseguro que no es nada bueno. Ver a mi abuela fallecer en vida, gota a gota, por un cáncer terminal en los huesos. Primero fue el dolor, luego la caída del pelo, hasta que su cuerpo se fue atrofiando poco a poco. Fue devastador verla tendida en la cama, calva, con manchas en la piel, casi sin poder hablar o moverse. Sus últimos meses fueron los peores. ¿Qué nivel de sufrimiento puede soportar un ser humano hasta llegar al punto de desear su propia muerte? Bueno, créanme que ese límite existe. La “nona” pasó sus últimos meses rezando para que llegue el bendito día en el cual por fin pudiera descansar en paz.

2) Nuestros días en la tierra serían más felices. Ninguna enfermedad, mortal o no mortal, podría interrumpir nuestra paz. Obviamente, siempre está la posibilidad del accidente, como les mencioné anteriormente, pero las probabilidades de un sufrimiento prolongado se reducirían considerablemente.

3) Acumulación de experiencia y conocimiento. Imagínense las maravillas que lograrían los especialistas contando con siglos y siglos de experiencia. Astronautas, científicos, médicos, arquitectos, funcionarios, serían capaces de almacenar un conocimiento y una experiencia milenaria. No tendríamos que confiar a que el conocimiento se traslade de generación en generación, de padre a hijo, de maestro a aprendiz, sino que se conservaría y encapsularía en cada ser humanos durante siglos. Lograríamos descubrimientos que son impensados actualmente, nos convertiríamos en una civilización avanzadísima. ¿Quién nos impediría conquistar otros mundos? Incluso, saliendo de la esfera de las ciencias, también deportistas, pintores, músicos, escritores, lograrían una dominación de su disciplina ampliamente superior a cualquiera de sus predecesores. Como historiador, la posibilidad de descubrir nuevos mundos, de encontrar civilizaciones olvidadas, ¡podría cumplir uno de mis sueños! Que es, nada más ni nada menos, poder escribir un libro que recopile toda la historia de la humanidad en un solo lugar. ¡De solo pensarlo me estalla la cabeza!

Comentarios

  • Claro que en un primer planteamiento todo esto suena muy lindo. Ahora, ¿qué pasa con lo negativo? Porque, créanme, sí que hay cosas malas. 

    1) Empecemos por la más evidente: superpoblación. Para esto, he decidido traer algunos datos. En 1830, la población ascendía aproximadamente a unos 1000 millones de individuos. La cifra se duplica en cien años y alcanza los 2000 millones en 1930. En los próximos treinta años más se triplica, llegando a 3000 millones en 1960; en los quince siguientes se cuadriplica y se eleva a 4000 millones en 1975; doce años más tarde se quintuplica, situándose en 5000 millones en 1985. La población mundial alcanza los 6000 millones de individuos en 1999. Trece años después, en 2012, superaba los 7000. Actualmente, estamos entre los 9000 millones de habitantes, si mi información no es errónea. Es decir, en poco más de doscientos años, la población se multiplicó por nueve. En resumen, la demografía en nuestro planeta ha tenido un crecimiento exponencial. Ahora imaginemos que a esta ecuación le quitamos la principal causa de muerte de todas: ¡la muerte natural!. La comida, el agua o cualquier recurso se vería al borde de la extinción, habría guerras, canibalismo, se levantarían muros. Uno podría llegar a pensar que, ante semejante escenario, los gobiernos implantarían normas que controlaran la reproducción humana. Pero aun así, suponiendo un caso extremo de que cada persona en promedio tiene un hijo cada cincuenta años, cada persona podría llegar a tener decenas de hijos durante su vida. Hijos que, por su parte, ¡serían inmortales y también tendrían su propia descendencia! De solo pensarlo, se me revuelve el estómago.

    2) ¿Qué pasaría con las relaciones? Cuando nos casamos, por ejemplo, juramos proteger y amar a esa persona «hasta que la muerte nos separe». Hasta ahí todo bien. Ahora, ¿seríamos capaces de atarnos a una persona eternamente? ¿Qué nos asegura que vamos a amarla hasta el final de los días? Tal vez, algún romántico, encuentre atrayente esta idea. Sin embargo, ¿podemos asegurar que, sentimientos como el amor, duran para siempre? Si convivir con una persona durante cien años interrumpidos parece mucho, ¿se imaginan por quinientos años? ¿Y por mil? Con la amistad sucedería lo mismo. Luego de décadas y décadas de amistad con alguien, cualquier pequeño roce, cualquier diferencia diminuta, podría llevar a una confrontación y a un futuro distanciamiento. Ahora viene la pregunta más difícil. ¿Sucedería lo mismo con las relaciones familiares? ¿Seríamos capaces de convivir con nuestros padres, hijos, hermanos, durante cientos de años? La respuesta inmediata parece obvia: un rotundo sí. Ahora, esta respuesta, la hacemos bajo cierto contexto y bajo cierta mentalidad. Contexto y mentalidad desarrollada en un mundo en donde la inmortalidad no existe. Dejando de lado las culpas y los aspectos morales, ¿estamos diseñados para “aguantar” o convivir con otro ser humano durante el tiempo que dure una eternidad? Mi opinión es que no. Considero que, incluso cosas tan fuertes como el amor de una madre a un hijo, o el sentimiento que comparten dos hermanos, tiene un límite.

    3) Esta conclusión me lleva a un último punto, el cual diría que abarca a todas las demás problemáticas. Lo voy a resumir en una sola frase: el humano no está listo para realizar ningún hecho en cadena durante toda una eternidad. Y considero que esto abarca todo. Desde el trabajo, las reuniones familiares o con amigos, las épocas festivas, los vicios, el entretenimiento, el sexo, todo, absolutamente todo, dejaría de tener importancia tarde o temprano. No es algo que vaya a suceder a partir de ahora, claro, es un problema que existió siempre. Uno podrá sentir pasión por algo que hace, pero si realiza la misma actividad reiteradas veces durante un periodo prolongado, se termina desgastando. Es por eso que los músicos, tarde o temprano, se retiran, los obreros se jubilan, los matrimonios se terminan, los hijos se van de la casa, el sexo reiterado con una misma persona pierde efecto y así muchos ejemplos más. ¿Por qué creemos que va a ser diferente ahora? 

    En fin, mi conclusión es que el humano no está preparado para la eternidad. Probablemente nunca lo esté. Entonces ustedes se preguntarán, ¿por qué aún conservo el ticket del turno? Para serles sincero, ni yo lo sé. Tal vez sea por el simple hecho de no querer perder semejante oportunidad, del miedo de quedarme afuera de tantas posibilidades. Al fin y al cabo, vacunarse significa poder elegir entre la eternidad y la muerte. Supongo que, en el momento que me abrume, siempre está la posibilidad del suicidio. Hoy lo veo inconcebible, pero en el futuro, quien sabe, ¿no?

    El pinchazo dolió menos de lo que me esperaba. La sustancia de color celeste, casi cristalina, recorrió el cilindro de la vacuna, salió por la jeringa, atravesó mi piel y ahora corre libre por mis vasos sanguíneos. Si les soy sincero, no me siento diferente. He escuchado que algunas personas han sufrido efectos secundarios, algunos sarpullidos, dolor de cabeza, mareo, pero nada grave.

    Ahora supongo que el pánico que antes sentía, va a ir desapareciendo con el paso de los días. La decisión está tomada, el veneno de la inmortalidad ya está en mi cuerpo. De ahora en más, intentaré llevar mi vida como antes. Veremos que me depara el futuro.


    AÑO 2421

    Como es costumbre durante los últimos años, nuevamente tardé en conciliar el sueño aquella noche. Me movía incómodo en la cama, intentando no pensar en el mañana. Pero como siempre pasa, el hecho de forzarme a no pensar provocaba que terminara pensando aún más en eso. De a poco, la realidad se fue mezclando con la fantasía de mi mente. Las puertas, las paredes y el techo se fueron tornando negruzcas, el piso desapareció para dejar paso a un abismo sin fondo. Mis objetos, mi ropa y mi escritorio se fueron desvaneciendo como humo llevado por la brisa. Pronto, solo quedaron mi cama, un vacío insondable y yo.

    En el medio de la sala apareció una gran esfera plateada. No sé por qué, pero supe de inmediato que estaba compuesta enteramente de acero. Era enorme, del tamaño de la tierra. No, creo que más, tal vez del tamaño del sol. ¿Cuánto mide el sol? No lo sé, aunque era contradictorio que pudiese verla en toda su extensión a pesar de ese tamaño.

    Al lado de la bola, apareció un reloj circular, que se acercó hasta estar a solo unos metros de mi cama. Allí se quedó suspendido en el aire. Sin embargo, no era un reloj como cualquier otro, no marcaba las horas y los minutos, sino que marcaba las décadas y los siglos. Cada tic tac era un año, cada vuelta completa era un centenar

    Mientras el tiempo avanzaba de manera vertiginosa, una mosca se posó sobre la gran esfera. Durante unos segundos, que en realidad fueron años, refregó sus delgadas patas sobre la superficie. Una vez que hizo su tarea, se fue volando y volvió para repetir la acción, luego de que el reloj había dado varias vueltas.

    Esta secuencia se repitió decenas de veces. Cada vez que el insecto se posaba y se restregaba sobre el metal, podía percibir como su contorno se iba desgastando. Aunque, por supuesto, este desgaste era ínfimo, microscópico, aunque era un desgaste al fin y al cabo. 

    Cuando ya estaba exhausto de ver solo mosca, bola de acero y un reloj avanzando, una voz profunda, proveniente de algún rincón del universo, me habló al oído.

              —En el momento en que la mosca logré desintegrar la esfera por completo, en ese preciso instante, la eternidad solo habrá comenzado.

  • Luego, todo volvió a la normalidad. Me encontré mirando el techo, con los ojos llorosos y con las manos temblando. Traté de no darle importancia. En ese momento, solo quería dormir. Mañana debía tomar la decisión más importante de mi vida. Más importante incluso que aquella que había tomado hace trescientos ochenta y siete años. Mañana sería el día en que toda esta miseria acabaría.

    Y ahora aquí estoy, parado en el borde de la terraza del edificio en donde vivo. Me tomo un tiempo para echar un último vistazo a la ciudad. ¿En qué momento creíamos que era buena idea volvernos inmortales? Que ilusos fuimos al creer que podíamos entender un concepto tan ambiguo como la eternidad, que podíamos llegar a medir su trascendencia. Quisimos ser dioses, dominar fuerzas universales, pero somos solo humanos, con nuestras limitaciones y nuestras imperfecciones.

    Todo lo malo que podía suceder, sucedió. Las guerras y la escasez de recursos han puesto a la humanidad al borde de la extinción. Por mi parte, ya no tengo nada más por lo cual luchar. Hace décadas que he cumplido todos mis objetivos y mis sueños. Toda persona que he conocido en mi vida ha desaparecido, de alguna manera u otra. Tengo familiares y amigos que no he visto hace años, otros han muerto por algún accidente y otros tantos se han suicidado.

    Ya nadie tiene motivos por los cuales vivir. ¿Qué sentido tiene emprender un nuevo proyecto, conocer gente nueva, aprender una nueva habilidad, si todo se ha vuelto tan efímero e insignificante? La idea de que «siempre habrá  un mañana» ha pasado de ser un grito de esperanza a un grito de desesperación. 

    Pero no me siento triste. Sé que una vez que del último paso, volveré a ser un alma libre. Es más, ya puedo oler la libertad. Viene en forma de brisa húmeda y me acaricia el rostro como lo hacían las manos de mi madre. Ya no recuerdo a mi madre. Ya no recuerdo quien era.

    Doy un paso adelante y me lanzo al vacío. Empiezo a caer a una velocidad trepidante. Sonrío mientras lo hago. Espero que alguien me reciba del otro lado. Y que este ser sea capaz de perdonarme, y de perdonarnos a todos. Y si no es así, tampoco tiene demasiada importancia. Adiós mundo, Adiós humanidad.

  • Empiezo con el comentario de este buen texto de ciencia ficción.

    Gramaticalmente diría que es perfecto, o casi. Y el casi diría que son alguna coma miserable, o las típicas erratas a la hora de teclear, las cuales no voy a mencionar, pues sería un poco tiquismiquis por mi parte.  

    La temática la cumples a la perfección. Es, y además sin lugar a dudas, el texto perfecto para abordar el tema de la inmortalidad.

    En cuanto a la historia, me ha encantado; ciencia ficción además, y una historia tan bien contada. No se me ocurriría otra forma mejor de hacerlo.

    El final, pues es brutalmente lógico y triste; pero también me parece bello. No voy a hacer spoiler, pero merece la pena leerlo. Hasta matizas el tipo de inmortalidad, es decir, que aún después de recibirla, la gente puede llegar a morir... 

    Mis felicitaciones porque me parece un cuento muy bueno. 😁


  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    Coincido en que el texto está perfectamente escrito. Alguna comita o tilde de nada. Pequeñeces.  

    El tema de la inmortalidad perfectamente captado. Un debate interno del personaje muy bien elaborado. Pero a mi gusto le faltaría algo de acción. Todo muy reflexivo/filosófico.
    Para mí el final era esperable.

  • Como cosas buenas, como dice Gades el debate interno es buenísimo y le técnica de escritura me parece fantástica. Lo leo como si fuese real, casi hace olvidar que se trata de ciencia ficción. Cosa indispensable para mi, que necesito creerme la historia para disfrutarla.

    Como cosa a mejorar, se me hizo un poco largo o tedioso de leer en algún momento. Metiendo algún pasaje de acción o humor entre bloques, creo que mejoraría.

    Un saludo chiclanero
  • Me ha parecido que se ha utilizado de buena manera la temática del reto, con eso de los pro y los contras, se aborda de buena manera toda la complejidad que encierra un concepto como este.

    La premisa es sencilla, pero considero que cumple. Es cierto que en algún momento se ha tornado demasiado "teórico". El hecho de que no haya diálogos y el personaje sea uno solo, suele ser complicado de llevar si hay poca acción. No es que esté mal, pero resulta algo pesado en ciertas oportunidades. Habría que agregarle algún corte o algún cambio de ritmo.

    En cuánto a los errores de escritura he visto poco, tal vez una coma o un acento, pero no mucho más.

    ¡Buen trabajo!
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