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17 - Crónicas de la Retaguardia II

Abril del año 2049.

Líbano es un país muy especial. Único entre los países árabes, su religión mayoritaria no es el islam sino el arxorismo, que es profesada por el 90% de su población de 10 millones de habitantes, los cuales viven en un territorio de poco más de 10 mil kilómetros cuadrados, convirtiéndolo, con una densidad poblacional de 963 habitantes por kilómetro cuadrado, en el país más superpoblado del Medio Oriente.

Aunque se sabe que el arxorismo existía desde hace miles de años, esta religión se desarrolló por primera vez en Fenicia, cuyas ciudades estado fundaron colonias por todo el Mediterráneo, extendiendo su religión por todo el mundo antiguo. Más aun, su colonia más famosa, Cartago, se independizó hasta convertirse en el primer imperio arxorista de la historia[1]. Esto convierte a esta religión en el principal hilo conductor que conecta al pueblo libanés con su pasado fenicio, del cual se sienten muy orgullosos.

Siendo las cuatro de la tarde, la Princesa y el Zar Carmesí caminan tranquilamente por las playas de Tiro, una de las ciudades más importantes del país, que entre otras cosas, es uno de los principales destinos turísticos del Mediterráneo, razón por la cual es posible ver a muchos extranjeros —principalmente brasileños— junto a los propios libaneses, disfrutando de las playas, ubicadas al sur de la ciudad:

—He estado en muchos países a lo largo de mi vida, algunos de hecho, ya no existen. Pero el Líbano siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. ¡Aquí hay de todo! Sitios nocturnos, lugares bonitos que visitar, hermosas vistas, playa, brisa, mar, y una religión que no abusa de sus creyentes —expresa con alegría la Princesa, ya que, entre otras cosas, es domingo y no tiene nada que hacer, salvo relajarse y descansar.

Debido a ello, viste únicamente un bikini blanco de dos piezas, que deja al descubierto su escultural figura, cultivada tras innumerables batallas, al tiempo que frota su cabellera pelirroja con puntas verdes, el cual lleva corto hasta la nuca. Ella tiene un elaborado tatuaje en su espalda, compuesto por un dragón tribal de tres cabezas, posado sobre una tablilla llena de runas alienígenas, siendo estas, iguales a las que estaban grabadas al interior del Palacio de la Revolución en Venezuela.

—Eso sin contar su particular historia. Quién iría a pensar que la tierra de los fenicios resistiría tanto. Lo cual, si me lo preguntas a mí, nos viene al pelo —menciona el Zar Carmesí con un toque de ironía, mientras toma dos latas de cerveza, una en cada mano, aunque solo está tomando la que está en su derecha.

Incluso cuando el país ha sido ocupado por toda clase de imperios variopintos a lo largo de su larga historia, desde el Imperio Persa hasta Francia —de quién se independizaría en 1943—, la religión arxorista ha permanecido como un aspecto prevalente de la identidad nacional libanesa. No es coincidencia que los principales centros de peregrinaje y lugares sagrados de esta religión se hallan en el Líbano.

—Así es, mi estimado amigo vampiro. Además de que Tiro es precisamente, la ciudad santa del arxorismo. Si hay una ciudad en el mundo que podría llamarse «la capital mundial de la magia», es esta —señala la Princesa, quien en un movimiento relámpago, le quita al Zar Carmesí la lata de cerveza que tenía en su mano izquierda, la cual empieza a saborear con gusto.

Tiro, ciudad portuaria al sur del país, es la ciudad santa del arxorismo, que acoge a los principales templos de esta religión, así como a su liderazgo religioso, razón por la cual no hay un barrio de esta ciudad que no posea un templo arxorista. Esto también ha causado que Tiro posea una de las mayores concentraciones de hechiceros per cápita de todo el mundo, con la práctica totalidad de sus 170 mil habitantes siendo practicantes, en mayor o menor grado, de algún tipo de magia, razón por la cual no es extraño ver a personas volando por los aires.

—No solo eso, podría decirse que Tiro es la tierra prometida: una ciudad segura, bien cuidada, no demasiado cara y con unas vistas espectaculares. —agrega el Zar Carmesí, quien está vestido solo con una pantaloneta playera y una camisa, ambas de color blanco, el jerarca de la orden disfruta del suave sol vespertino mientras saborea una cerveza enlatada y siente como la brisa marina recorre su larga cabellera y barba.

Al igual que las principales ciudades libanesas, Tiro es una ciudad rica, con una baja criminalidad, casas en muy buen estado, edificios pintorescos —la mayoría, hoteles de lujo— y calles bien pavimentadas por las que transitan muchos automóviles de fabricación brasileña, ya que la superpotencia sudamericana es el principal socio comercial del Líbano.

—Todo el Líbano es un paraíso —aclara la Princesa—. No podemos decir lo mismo de sus vecinos, que odian a muerte este país. En fin, la envidia los carcome.

Debido a que es el único estado arxorista del Medio Oriente, sus vecinos, gobernados en su mayoría por monarquías absolutistas y dictaduras corruptas, guiadas por una interpretación religiosa extremista del islam, han declarado en muchas ocasiones querer borrar a la «nación hereje» de la faz de la Tierra, la cual es, además, el país más desarrollado y estable del mundo árabe.

De hecho, la Princesa y el Zar Carmesí se detienen por un rato, a contemplar las ruinas de un buque de guerra cerca de las playas de Tiro, hundido hace un año cuando Siria intentó, con la ayuda de las monarquías del Golfo Pérsico, ocupar el país por tierra, mar y aire, con el pretexto de que el Líbano fue separado arbitrariamente por los franceses en 1923. La invasión fue repelida en un mes, seguido de un contraataque libanés que llegó incluso a bombardear...

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