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(LISTA) Fragmento Braindead Año 1800

Hola! He elegido un fragmento de esta novela que estoy intentado publicar. Algo ameno, cosas de niños. El contexto es que hay una peligrosa criatura escondida en los bosques colindantes de una pequeña villa de apenas 100 habitantes, en el año 1800.

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Los niños, ya sin la compañía de Ana y Azucena, tuvieron la mala idea de sentarse en las escaleras de la iglesia a comentar la poca información nueva traída por sus progenitores durante la comida. El padre Claudio, al verlos ociosos y hablando de cosas que no podían entender, repartió escobas y palas entre la muchachada y les ordenó barrer el suelo de la iglesia, hasta el último rincón. El cura sabía que la tarea les mantendría entretenidos un rato, y era preferible que estuvieran dentro de la nave que en la calle, a salvo de criaturas del demonio. Por mucho que Jorge tratara el asunto como una enfermedad y se alejara de teorías relacionadas con la fe, él sabía que era el Diablo o cualquiera de sus esbirros el causante de aquel desastre. Trataba de mantener la compostura en todo momento, sabedor del daño que podía causar su carta, pero deseaba con anhelo recibir noticias del obispo Ródenas. El mal que se había afincado en su pueblo era demasiado grande para poder combatirlo él solo. Ninguno de sus vecinos tenía la fe y la fuerza de espíritu suficiente como para ayudarle.

La compañía de los niños le vino bien, pues estar pendiente de ellos evitó que pensara en asuntos que minaran su moral.

Para cuando terminaron de barrer y limpiar los bancos el cura ya no pudo retenerlos más. Intentó darles más faena, pero los tres muchachos y las dos chicas salieron de allí casi corriendo, haciendo oídos sordos a las órdenes del párroco. Fueron a toda prisa hasta la pequeña plaza donde Ana y Tomás, aparte de otros, tenían su casa. Pero antes de adentrarse en las calles del barrio apareció Ramón por una de ellas. Al verlos, el joven mostró una sonrisa triunfal en su rostro.

–Oh, no… –dijo Rafael, en voz alta.

–¿Dónde estabais? –preguntó Ramón.

–Ayudando al padre Claudio –contestó Rosalía.

–¿Habéis encontrado a esa cosa? –preguntó Antonio.

–No. Pero me ha parecido verla –admitió Ramón, dando un tono de intriga.

Los demás ya sabían que aquella información poco tendría de cierta. Solo era el pie para una de sus historias, en las que siempre quedaba como una especie de héroe. Juanito era el único que de verdad le prestaba atención.

–¿Sí? ¿Y quién más lo ha visto? –Rafael ya había adoptado su tono desafiante.

–Cuando he avisado a mi padre ya no estaba, ha sido muy rápido. Lo estoy diciendo en serio, así que háblame bien, idiota. Hasta hemos ido unos cuantos a mirar los alrededores, pero nada. Se escapó. He estado ayudando mucho, mi padre me ha dicho que está orgulloso, y que si esto se alarga, me dejará una pistola.

Rafael se rio abiertamente.

–Pero qué dices, cuentacuentos. Si lo único que llevas tú es el botijo. Te hemos visto rellenándolo y llevándoselo a todo el mundo. ¡Eres el encargado del botijo!

–¡En tus muertos me cago! ¡Ven aquí!

Rafael ya estaba preparado para echar a correr en cuanto empezó la frase. Ramón le persiguió a toda velocidad, y en unos segundos desaparecieron entre las calles del barrio que tenían enfrente. Los cuatro niños siguieron hacia la plaza. Estaban acostumbrados a ver lo bien que se llevaban Ramón y Rafael. Para ellos, Rafael tenía más mérito que Ramón, puesto que era cinco años más joven y nunca le temblaba el pulso a la hora de meterse con él. Si no estuviera Rafael en el grupo, Ramón haría con ellos lo que le diera la gana.

–¿Por qué no se le ha ido aún eso de la frente a Ramón? –preguntó Juanito.

–Porque a los tontos cuesta más que se vayan los granos –le contestó Rosalía.

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Comentarios

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