Cómic
Queda un minúsculo trocito de techo, allí en el rincón del cuarto de baño, al que le falta nueva pintura blanca.
Estiro mi brazo, que termina en una brocha impregnada de blanco Alaska, todo lo que puedo. Me falta tan poco para llegar...
Los dedos descalzos de mi pie izquierdo se retuercen con fuerza para aferrarse a la superficie lisa del bidet; los miro y pienso, durante un segundo absurdo, que debo pintar las uñas. Luego.
La otra pierna se eleva hacia atrás, como en un Arasbeque apoyado en demi-plié, para intentar mantener el equilibro.
Ya estoy bien tensada. Pequeños impulsos me ayudan a pegar la brocha al rincón; a base de toques voy depositando pintura.
Pierdo el contacto con el bidet cuando estoy a punto de terminar la lustrosa danza. Caigo intentando un grand écart que, por falta de espacio o por exceso de piernas, tropieza con todo lo esmaltado.
El moño se me deshace contra el lavabo y una línea roja baja hasta mi pómulo.
Me ha costado desencajarme; me duele la brechita casi tanto como me río.