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La terraza

editado agosto 2018 en Narrativa


Sueño con mi padre. Tiene 93 años y lleva una mochila en la espalda. Es una mochila como la que tenía yo para ir de acampada cuando era adolescente, pero mucho más grande, descomunal, unas 10 veces más grande que aquella. Ayúdale dice mi madre. Yo lo miro pasar y no digo nada. Él no me pide ayuda y yo no se la doy. Y aunque la pidiera, necesito saber qué estoy haciendo y él nunca explica nada, siempre va a la suya. Ayúdale, no ves que no puede, dice mi madre. Qué vas a hacer, le pregunto al fin. Ayúdame, dice. Primero tienes que contarme que vas a hacer con eso. Voy a cubrir la terraza grande, dice; en la mochila llevo las herramientas. Cuando me fui a vivir al campo mi padre me dijo que lo primero que debía hacer en cuanto pudiera era cubrir la terraza grande. Han pasado 25 años y la terraza sigue igual. Mi padre, de joven, era albañil. Disfrutaba haciendo casas. Ahora tiene 93 años y aparece en mi sueño para terminar lo que yo no terminé. No hace falta, le digo, voy a contratar a gente para que lo hagan. Me mira aquiescente. No me lo esperaba, así que cojo confianza y continuo. También voy a arreglar tu casa. Asiente. De pronto estamos en una habitación, mi madre está acostada en la cama y él camina a su alrededor, casi corre. Yo estoy sentado junto a mi madre. ¿Cómo están tus suegros?, me pregunta ella. Con achaques, le contesto, tienen mucha edad. Míralo, dice mi madre mirando a mi padre, con 93 años está mejor que nunca. Entonces la miro con ternura, dudo, y luego le digo: mamá, está muerto, los dos estáis muertos. Anda, no digas tonterías, dice mi madre. Yo permanezco en silencio y entonces ella me mira muy fija, como traspasándome. La verdad es que esta mañana he felicitado a mi biznieta y no me ha dicho nada, ni me ha mirado, hoy es su cumpleaños. Pienso en decirle que ella no conoció a su biznieta, mi padre sí, pero a ella no le dio tiempo. Pero no le digo nada. Como vuelva a felicitarla y no me conteste voy a empezar a dudar. Luego de nuevo mirar a mi padre, con esa mirada tan vital que ella tuvo siempre. Y sí, tiene razón, con 93 años mi padre está mejor que nunca. 


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