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Estamos ante una historia pasional que más que zarandear golpea, que más que avisar actúa porque entiende de su necesidad e importancia. El Amor y la Revolución aparecen enredados como si fuesen una, quizás lo sean; nombrar el principio de uno o el final del otro resulta cuestionable. Por ambos mueres y por ambos vives, por ambos el hombre honrado y la mujer honrada llevan a cabo oscuros actos, tropieza u olvida su ética. Que la intensidad de la vida es distinta en la adolescencia, es algo que sabe todo aquel que haya cumplido los veintitantos, habiendo así pasado la brecha de tiempo más visceral. Imaginen el Amor y la Revolución estallando a esa edad tan molesta, enfocado principalmente en dos personajes que tratan de aprender sobre la marcha lo que nadie les ha enseñado. Enmarcado todo en las dimensiones de un pueblo pequeño, que actúa de olla a presión, acelerando hasta el vértigo lo que no necesita de vértigo para ser apasionante.
Arturo conoce el mismo día, a través de una de esas hermosas casualidades que trae la vida, a Manuela, y junto a ella, inseparables ambas, se encuentra con la Revolución. Ambos jóvenes, creyéndose ya adultos, se ven obligados a crecer, obligados a aprender a amar, y a ser revolucionarios. A mantenerse unidos sin olvidar la lucha. Se verán envueltos en batallas que no entienden, pero deben abordar, las batallas propias del día a día, y las batallas ajenas que traen la necesaria lucha por la justicia y la libertad. Además, el libro se estructura de un modo poco habitual, rompiendo la línea temporal clásica, creando un ente particular, parecido a un atractivo rompecabezas, que hará de su lectura una aventura mucho más embriagadora.