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Presagios… por oposición

faltan5faltan5 Anónimo s.XI
editado mayo 2016 en Fantástica
Les dejo un pequeño cuento. Saludos


Fernando Gomez, más conocido como el Tiqui en su Pehuajó natal, trabajaba de cajero en el Banco Nación de esa ciudad. Es, posiblemente, el hombre más previsible del mundo.
Fernando había conocido a Cintia a los diecisiete años, cuando ella estaba por cumplir los quince. Tres años más tarde se casaron. Una mañana Cintia viajaba en auto con su hermano Miguel cuando un tremendo accidente terminó con sus vidas. Fue un domingo en el cual habían decidido ir al campo de sus padres, a unos quince kilómetros, a visitarlos de manera sorpresiva. Tiqui jamás se recuperó de esa perdida. Se sumergió en actividades rutinarias, en total soledad.
Los amigos de siempre, sin querer, le agregaron un elemento más a la rutina. Para sacarlo de su encierro empezaron a obligarlo a juntarse a comer todos los viernes a la noche con ellos. Desde entonces es fue la única actividad social de Fernando.
El día de Fernando era una rutina incesante: Se despertaba a las siete de la mañana; se afeitaba y luego se bañaba. Tomaba su café con leche y tres tostadas con dulce de damasco mientras leía el diario; se terminaba de acomodar y caminaba al banco. A las cinco salía del trabajo y hacia las compras. Tomaba un Vermú a las siete y media de la tarde, mientras miraba algún noticiero. Leía algún libro antes de cocinarse algo. Cocinaba, comía, lavaba los platos. Si tenía ropa sucia la lavaba. Se metía en la cama y seguía leyendo hasta las once de la noche, donde apagaba la luz del velador. Los viernes, si le tocaba cocinar para los amigos, hacia tallarines caseros. Era su especialidad y eso de la carne y brazas no era lo suyo. Los fines de semana cortaba el pasto y se dedicaba a mirar futbol, carreras de autos y películas. Esa es la síntesis de su vida, desde la muerte de su esposa.
Todo en su vida estaba milimétricamente calculado. Sin embargo un viernes a la mañana, cuando iba por la mitad de la segunda tostada, su vista se puso en negro. Tiqui se asusto muchísimo. De su interior escucho una voz muy grave que le dijo –“El lunes va a morir un importante político”-.
Fernando recupero su visión y no podía creer lo que le había pasado. El resto del día estuvo distraído pensando en aquel asunto. Llegó la noche y en la cena con sus amigos les conto el suceso.
El gordo Pedotti casi se atora con un pedazo de asado al no poder contener la carcajada. Julio Velasquez le grito –“Para gordo, esto es serio. Tiqui no va a decir pavadas ¿No te das cuenta?”-. El gordo ya recuperado contestó –“Perdón, pero nunca esperé que el Tiqui tenga visiones. Si hay alguien, en este lugar, de quien nunca me lo hubiera imaginado es de Fernando”-.
El negro Ramirez era el dueño de la librería más importante de la ciudad y dio la solución rápidamente –“Muchachos, el martes a la noche nos juntamos en la librería. Si murió el lunes, en los diarios del martes va a salir”-. El martes el negro cerro la librería con todos sus amigos adentro. Revisaron cada diario, los nacionales, los provinciales, de la región e internacionales. En ningún diario apareció político muerto alguno. El asunto se hubiera olvidado si no fuera porque cuando se estaban yendo el gordo Pedotti tocó la mano del Tiqui mientas le decía –“Le erraste hermano. Otra vez será”-. En ese momento todos vieron como los ojos de Fernando se fueron para atrás y quedaron en blanco, por no más de unos tres segundos. Los presentes se quedaron duros ante la situación. Fernando recupero las formas y le dijo, con una terrible cara de felicidad –“¡Gordo, te sacas el loto el fin de semana!”-.
El fin de semana pasó y el gordo no se saco el loto. Sin embargo Fernando lo preveía. Días antes el gerente del Banco Nación lo había tocado y él había sufrido los mismos patrones de comportamiento (visión en negro y una voz grave en el interior). La voz le había indicado que ese hombre iba a morir, ese día, en un accidente automovilístico. Fernando, posiblemente por el dolor y sentimiento de cercanía que los accidentes viales le causaban, lo siguió todo el día. El gerente, Alfredo Monje, jamás se subió a un vehículo. Tampoco murió aquel día.
Tiempo después, Fernando dejó su trabajo en el Banco. Al pasar por su casa había un cartel que decía –“Venga a saber que NO le va a pasar”-. Se podían escuchar viejas que salían festejando –“!Dijo que me voy a morir este año!”- o parejas que se abrazaban y decían –“¡Este año no vamos a tener hijos!”.
Un día llegaron unos padres con su hijo, Ariel. El pequeño necesitaba, con suma urgencia, un trasplante de corazón. Al salir de aquella casa, entre abrazos, sonrisas y besos, gritaban –“¡Esta semana no va a aparecer un donante!”.
Esa misma noche el Tiqui, Fernando, mi querido vecino del séptimo B, se fue para siempre de Pehuajó. Trató de no dejar rastros y perdió todo contacto con sus amigos y gente querida. Jamás volvió a su ciudad.
Una noche me contó esta historia. Me quede callado, sin poder emitir palabra. Creo que el notó cual era mi pensamiento, porque después de un momento de silencio me dijo –“Ariel merecía morir con esperanzas Mariano. Ariel lo merecía…”-
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