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Encuentros

faltan5faltan5 Anónimo s.XI
editado mayo 2016 en Humorística
En aquel bar estaban las mismas personas de siempre: Dominguez, el dueño, siempre en la barra; Agostinelli, el mozo; el Narigón Allende; el Rengo Ortiz; Felipe Romero y el Gringo Bergia. Eran casi la una de la mañana. Allende, sentado hasta entonces en la mesa central del bar con Bergia, toma su campera y al grito de:-“Hasta que el viento nos vuelva a juntar”- (como si todos los días el viento soplara para el mismo lado) se retira del bar. El gringo Bergia paga su cuenta y se toma, de un saque, aquel resto de licor de anís Ocho Hermanos que le quedaba.
Cuenta la leyenda que en esos instantes el aire del bar se puso espeso, casi irrespirable. Los vidrios de aquel antro se empañaron, logrando que toda visión al exterior se dificultara enormemente. Cuentan que en aquel momento hubo un silencio desconocido, como si el mundo se hubiera detenido. En esos instantes, cuentan los presentes, el tiempo pareció detenerse. Sus cuerpos se movían lentamente, cuadro a cuadro.
Se escucho un terrible estallido. El gringo Bergia se abrazó a la silla donde había estado sentado hasta hace instantes el narigón Allende. Los presentes se miraron entre sí con asombro. De pronto las cosas se aclararon. Bergia, entre susurros y palabras que no se alcanzaban a comprender dijo, claramente: -“¡Madre mía!”- Fue entonces donde los presentes entendieron que Bergia estaba siendo visitado por su madre, proveniente del más allá. La situación se extendió por no más de 3 minutos, intensos e interminables. Bergia lloraba, susurraba y, de vez en cuando, repetía: -“¡Madre mía!”- De un momento a otro, Bergia retomo la vertical, con cabeza gacha enfiló para la puerta, sin emitir palabras y con un llanto apenas audible.
Pasaron un poco más de dos meses. El gringo entró, después de un raro tiempo ausente, en aquel bar. Los clientes de siempre se miraron. Los nuevos clientes no sabían quién era aquel hombre y siguieron sus actividades sin más. Bergia pidió su, extrañamente incasable, anís Ocho Hermanos y esta vez se ubico en una mesa lateral.
No se sintió cómodo al ver nuevos clientes que, uno atrás de otro, pasaban por la mesa central del bar y tras tomarse un anís Ocho Hermanos, se abrazaban, gritaban, lloraba y hacían viejos reclamos a compañías visiblemente ausentes.
Fue entonces cuando Dominguez se acerco a Bergia y le dijo en voz baja:

-Dominguez:-“Buenas noches Bergia. Qué gusto tenerlo por acá nuevamente”-

-Bergia: -“Hola Dominguez. ¿Cómo le anda?”-

-Dominguez: -“Bien Bergia. Debo decirle que el negocio ha dado un giro inesperado desde hace unos meses. ¿Vio como son las cosas? Se corrió la bola y esa mesa y el anís Ocho Hermanos son furor”-

Bergia miraba extraño a Dominguez. El dueño de aquel bar no pudo descifrar, en ese momento, lo que venía a decir aquella mirada. Sin embargo no pudo con su genio y siguió con una confesión:

-Dominguez: -“Debo rebelarle, mi viejo amigo, que he de ser una persona de poca fe. Desde aquellos sucesos, cada noche al cerrar el bar, me siento en la mesa central, me tomo mi copa de anís y no logro encontrar a nadie en aquella silla. ¿Estaré haciendo algo mal? ¿Cuándo noto usted la presencia de su madre?”-

-Bergia: -“Lamento informarle, Dominguez, que no tengo la más remota idea de lo que me habla”-

– Dominguez: -“Vamos Gringo ¡No se haga el distraído! Estaban Ortiz, Agostinelli y Romerito cuando usted cayó rendido ante la presencia de ultratumbas de su madre”-. Agregando, casi en un susurro –“Qué en paz descanse”-.

-Bergia: -“¿En verdad ustedes creyeron que aquel momento fue un encuentro de ultratumba? No Dominguez, no. Las cosas son mucho más sencillas. Aquella noche la charla con el narigón Allende se fue larga. Entre anís y anís no supe darme cuenta que estaba en curda. Cuando quise hacer pie y tomar envión para llegar a la puerta, patiné y caí contra la silla vecina”-

-Dominguez: Casi desesperado y buscando algo de verdad en sus interpretaciones, objeta –“Pero Bergia, en ese golpe Ud. ha visto a su madre. Era evidente”-

-Bergia : Con mucha tranquilidad –“Mi querido amigo, mis palabras fueron de dolor. Mi caída fue tan justa que vine a dar mi boca contra el respaldo de la silla. He dicho madre mía al encontrar y levantar cada uno de los 3 dientes que pude hallar en el suelo”-.

-Dominguez: Entra en pánico –“¿Qué le voy a decir a toda esta gente que viene a visitar, de esa forma, a sus seres queridos?”-

-Bergia: -“Dominguez, no diga nada. Cada vez estoy más convencido de que todo acto de fe nace de un chiste o de un mal entendido”-


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