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Fragmento de mi novela

Nacho777Nacho777 Anónimo s.XI
editado marzo 2016 en Promociona tu obra
Una noche de azul zafiro de característico misterio, la princesa argentina recogía los trozos del espejo que cayeron luego de una bestial paliza de su marido, durante la cena en la vasta sala.
Con los vidrios en sus manos y harta de indignidad, los arrojó a la bolsa de la basura. Se desvistió y se metió a la bañadera.
Demoró más de media hora: oraba en voz baja.
Cuando sintió que ya era la hora, salió, se envolvió en una toalla celeste, impregnó su cuerpo con el sensual Chanel 5 y se acostó.
A baja voz rezó:
Vater unser
der Du bist im Himmel
Geheiligt werde Dein Name
Dein Reich komme
Dein Wille geschehe
Wie im Himmel als auch auf Erden
Unser täglich Brot gib uns heute
Und vergib uns unsre Schuld
Wie auch wir vergeben unsern Schuldigern
Und führe uns nicht in Versuchung
Sondern erlöse uns von dem Übel
Denn Dein ist das Reich und die Kraft und die Herrlichkeit in Ewigkeit
Amen
El cónyuge la insultó hasta dormirse.
El reloj, de una manera acompasada y como era de costumbre, el viejo y de caja estrecha, dio las doce de la noche.
Al notarlo, Mercedes Von Dietrichstein tomó el cuchillo de la cocina y se acostó al lado del marido.
Ella tomó envión con el brazo sosteniendo el cuchillo y se lo incrustó en la espina del homóplato.
Él no se quejaba, pero era fácil notar su dificultad para respirar. En sus ojos se hallaba una mirada de asombro, en sus labios un rictus tenebroso de tinte morado.
La muerte se lo quería llevar. Su cuerpo se amarraba del borde de la cama para escaparle a la parca.
Una mosca se posó en su frente. Desfiló por su cara hasta que la muerte logró el cometido con magna autoridad.
En ese momento Mercedes le dijo al oído:
“Die fast unlösbare Aufgabe besteht darin, weder von der Macht der anderen, noch von der eigenen Ohnmacht sich dumm machen zu lassen.”
Limpió la navaja. Lanzó el pañuelo por la ventana. Se sentó en el borde de la cama. Miró la foto que guardaba en la mesa de luz de sus dos hijos: Bartolomé y Merceditas, besó la foto, y deslizó el filo del cuchillo por el recorrido horizontal de las venas de su brazo izquierdo: de esa manera con seguridad moriría en veinte minutos.
A las diez y media de la noche; respiró por última vez. Huyó como ríos con agua sin movimiento y fangosa, sobre el pantano en que bulle la vida. ¿Qué tendrán en común los pantanos de los países del ensueño?
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