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El tesoro

Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
editado octubre 2015 en Narrativa
EL TESORO
..............
por Alejandra Correas Vázquez

Existen hechos inolvidables que se graban dentro nuestro y nos acompañan toda la vida, porque han iluminado el ensueño. Tal fue para mí el entierro de nuestro tesoro. La creciente fantasía aprisionada en tu espíritu, de niño fantasioso, aumentó su caudal y forjó ingenios.

Un verano completo bajo el inclemente calor de enero, a la sombra de algarrobales, fundimos el oro y la plata dándole la forma de monedas áureas y argénteas. Así construimos nuestro "tesoro". A fin de ocultar nuestra riqueza de la vista de todos, decidimos enterrarlo. Dibujaste el plano en papel y lo escondiste en un lugar sólo conocido por nosotros.

Nuestras monedas consistieron en círculos de cuero del tamaño de una yema de dedo, aunque para nosotros brillaban como el oro y la plata, que cortamos con la tijera de nuestra madre, robada a escondidas. Y el arcón donde las guardamos fue una obra artesanal tuya hecha en madera blanda, un cofre pequeño, quizás la más preciosa de cuantas nacieron de tus manos.

El plano mágico, que produjo delirio en mis sueños, y que aún me fascina por su prodigio, era un dibujo de nuestra casa visto desde la altura de un chimango a vuelo rasante. Su escenografía inigualable colocaba nuestra casa en el centro rodeada por la galería.

La larga avenida de algarrobos y la ubicación de todos los talas que nos rodeaban, contados uno a uno. En proximidad estaba el arroyo festoneado de sauces lacrimosos. Una cruz indicaba al pie del penúltimo algarrobo, aquel imborrable escondite.

Con él soñé. Con él me acuné en días de ensueño. Era su dimensión la de un gigante y ni el arcón de nuestra abuela, lleno de trajes antiguos, alcanzó grandeza semejante. Nada había en riqueza, superior a tu pequeño cofre con nuestro tesoro.
Yo misma a tu lado recorté las monedas de cuero. Presencié la manufactura del cofrecito tallado en madera. Vi dibujar el plano y me fascinó ante todo, en el momento que quemaste sus bordes para otorgarle un sentido de antigüedad. Finalizado este acto quedé como estática ante la magia final, y sus bordes chamuscados me dieron la sugestión de los siglos.

Los círculos opacos de cuero tuvieron y siguen teniendo para mí, destellos dorados. Los tuve entre mis dedos y su tamaño escasísimo, su reducido peso, cargaban mi mano con la pesadez del metal precioso.

Yo nunca les vi su color de tierra, su borde irregular, porque eran de oro y plata. Lo siguen siendo aún hoy, sin haber perdido nada de su destello. Con mis propios ojos veía como brillaban en sus luces áureas y argénteas. Y en este día que los retrotraigo del pasado, percibo como muchas veces lo he hecho, mi doble conciencia de aquel momento. Cuando percibía el cuero y el oro al mismo tiempo. Veía y pensaba por separado, porque para nosotros, fue la riqueza más fabulosa que tuvimos entre nuestras manos: Un Cofre del Tesoro.

Ni los adornos de nuestra sala, dentro de la casa coqueta de nuestra familia, brillaron con igual lujuria.

La ceremonia de su entierro durante una siesta de sigilo, duró muchísimo. Nuestro tesoro no podía ser violado por nadie, y por ello esperamos que todos siestiaran, para esconderlo. Ninguna amenaza sobre iguanas que corren a los niños cuando salen a la hora de la siesta, podía detenernos.

Pero era un secreto absoluto. Sin embargo algo escapó de aquel engranaje en secreto, único entre los dos. Porque a la hora de la cena de la cual los niños (habitualmente excluidos) participábamos en algunas noches muy cálidas, ante la visita de nuestro tío, acompañado por su elegante hija Sonia, sucedió algo extraño.

Pues Sonia era muy indiscreta, y advertimos que el secreto se había filtrado, quizás por intermedio de su hermanito, también visitante en aquel momento, que algo sospechaba y no participaba de él.

Sonia sobrellevaba una juventud ruidosa y parlanchina. Ella me sonsacó toda la noche de esa cena, sobre la existencia de un plano del tesoro. Como yo aún no había advertido dada mi edad, la hilaridad que nosotros despertábamos en los adultos. Y como mi conciencia sobre el silencio del secreto, no era absoluto, dado que nunca ocultaba nada y no sabía mentir, sintiéndome presionada entre el Sí y el No, respondí ante la insistencia de Sonia que estaba divertidísima:

…”sí”… casi en susurro y abatatada

Aquello bastaría para una ruptura contigo. Consiente como tú estabas de que éramos una especie de bufones de un reino familiar. Al día siguiente no querías jugar conmigo, aunque jamás ninguno de los adultos llegaron a ver el plano y nunca nadie de ellos supo en qué consistía el tesoro, ni de qué estaba compuesto.
La indiscreción de Sonia fue una parte más de todas sus célebres indiscreciones, con las cuales habría de lograr con el correr del tiempo, hacer de su vida una desarmonía total, entre ella y quienes la circundaban.

Movida por una permanente irregularidad en aquellos años (que fueron a pesar de todo los mejores de de su personalidad) cargados de juventud, hilaridad, comicidad y cantos, bajo el trino de su preciosa voz, Sonia lograba empero efectos negativos. Y ello debíase a su capacidad de señalar el ridículo ajeno, aunque lo hiciese con gracia. De ese modo se ensañó conmigo. Acentuó la hilaridad de nuestra aventura con el tesoro escondido, para que todos se mofaran esa noche.

En mi recuerdo de hoy, la tragicomedia de aquel tesoro tal como lo veo, la burla en los ojos de los otros, fue debida a la intervención de Sonia. La coronación de todo el cuadro que necesitaba, ante la solemnidad nuestra, su cuota de desenlace cómico, como sólo ella podía hacerlo…

Pero nosotros lo sentimos como una maldad. Los hechos siguientes en la vida posterior de Sonia, lo confirman.

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Unos años después, en los días que regresabas ya adolescente del Colegio Monserrat, en Córdoba, paseamos bajo el techo de los algarrobos en un enero semejante al primero. Habían pasado varios años de nuestra aventura infantil, y tu crecimiento físico te convertía ya en un proyecto de jovenzuelo.

Te detuviste junto al penúltimo algarrobo y con una navaja cavaste el suelo ...y... ¡Apareció el Cofre del Tesoro!

La madera se deshacía al levantarlo, pero de su interior cayeron las monedas de cuero que estaban casi intactas. No se había esfumado este tesoro casi por completo, y quedaría sublimado en adelante en nuestro recuerdo.

Sus destellos dorados y plateados pertenecían a una presencia inmortal, y mi recuerdo ha sido siempre de fosforescencias en oro y plata. Fue aquel un tesoro auténtico, y guardaba sus secretos ignotos sobre una procedencia de años, que sólo podía entroncarse en el escenario de una tierra de misterio creada por los niños.

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Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado octubre 2015
    Alejandra, grata sorpresa verte de regreso con tus cuentos fantásticos, este está lleno de ternura e ingenuidad:)
  • PerplejoPerplejo Fernando de Rojas s.XV
    editado octubre 2015
    Hace mucho que no comentó pero lo voy a hacer.

    A pesar de que el estilo es demasiado florido para mi gusto, la verdad es que funciona muy bien aquí. Le confiere una atmósfera onírica, como un filtro de Instagram. Me han gustado detalles como áureo y argénteo después de citar oro y plata, algo que normalmente me hubiera parecido aberrante... pues aquí me sorprendo a mí mismo; supongo que transmite la magia, la esencia fascinante de las cosas. Simplemente, lo sabes hacer, con propiedad, no es forzado; el virtuosismo acaba de epatarme y me rindo al postre. Una lección de humildad.

    Debo destacar la finura psicológica, el detalle preciso de los personajes. La reacción del niño, enfadándose por la profanación del secreto, es encantadora y tiene sabor a verdad. El personaje de Sonia, genial. La forma en cómo la niña se doblega, buenísimo.

    Mi enhorabuena, espero llegar a escribir así de bien.
  • Alejandra Correas VázquezAlejandra Correas Vázquez Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado octubre 2015
    Amparo: un gusto de reencontrarte. Alejandra

    Perplejo: gracias por los detalles de tu observación, tu lectura muy completa. Alejandra
  • editado octubre 2015
    EL TESORO
    ..............
    por Alejandra Correas Vázquez

    Existen hechos inolvidables que se graban dentro nuestro y nos acompañan toda la vida, porque han iluminado el ensueño. Tal fue para mí el entierro de nuestro tesoro. La creciente fantasía aprisionada en tu espíritu, de niño fantasioso, aumentó su caudal y forjó ingenios.

    Un verano completo bajo el inclemente calor de enero, a la sombra de algarrobales, fundimos el oro y la plata dándole la forma de monedas áureas y argénteas. Así construimos nuestro "tesoro". A fin de ocultar nuestra riqueza de la vista de todos, decidimos enterrarlo. Dibujaste el plano en papel y lo escondiste en un lugar sólo conocido por nosotros.

    Nuestras monedas consistieron en círculos de cuero del tamaño de una yema de dedo, aunque para nosotros brillaban como el oro y la plata, que cortamos con la tijera de nuestra madre, robada a escondidas. Y el arcón donde las guardamos fue una obra artesanal tuya hecha en madera blanda, un cofre pequeño, quizás la más preciosa de cuantas nacieron de tus manos.

    El plano mágico, que produjo delirio en mis sueños, y que aún me fascina por su prodigio, era un dibujo de nuestra casa visto desde la altura de un chimango a vuelo rasante. Su escenografía inigualable colocaba nuestra casa en el centro rodeada por la galería.

    La larga avenida de algarrobos y la ubicación de todos los talas que nos rodeaban, contados uno a uno. En proximidad estaba el arroyo festoneado de sauces lacrimosos. Una cruz indicaba al pie del penúltimo algarrobo, aquel imborrable escondite.

    Con él soñé. Con él me acuné en días de ensueño. Era su dimensión la de un gigante y ni el arcón de nuestra abuela, lleno de trajes antiguos, alcanzó grandeza semejante. Nada había en riqueza, superior a tu pequeño cofre con nuestro tesoro.
    Yo misma a tu lado recorté las monedas de cuero. Presencié la manufactura del cofrecito tallado en madera. Vi dibujar el plano y me fascinó ante todo, en el momento que quemaste sus bordes para otorgarle un sentido de antigüedad. Finalizado este acto quedé como estática ante la magia final, y sus bordes chamuscados me dieron la sugestión de los siglos.

    Los círculos opacos de cuero tuvieron y siguen teniendo para mí, destellos dorados. Los tuve entre mis dedos y su tamaño escasísimo, su reducido peso, cargaban mi mano con la pesadez del metal precioso.

    Yo nunca les vi su color de tierra, su borde irregular, porque eran de oro y plata. Lo siguen siendo aún hoy, sin haber perdido nada de su destello. Con mis propios ojos veía como brillaban en sus luces áureas y argénteas. Y en este día que los retrotraigo del pasado, percibo como muchas veces lo he hecho, mi doble conciencia de aquel momento. Cuando percibía el cuero y el oro al mismo tiempo. Veía y pensaba por separado, porque para nosotros, fue la riqueza más fabulosa que tuvimos entre nuestras manos: Un Cofre del Tesoro.

    Ni los adornos de nuestra sala, dentro de la casa coqueta de nuestra familia, brillaron con igual lujuria.

    La ceremonia de su entierro durante una siesta de sigilo, duró muchísimo. Nuestro tesoro no podía ser violado por nadie, y por ello esperamos que todos siestiaran, para esconderlo. Ninguna amenaza sobre iguanas que corren a los niños cuando salen a la hora de la siesta, podía detenernos.

    Pero era un secreto absoluto. Sin embargo algo escapó de aquel engranaje en secreto, único entre los dos. Porque a la hora de la cena de la cual los niños (habitualmente excluidos) participábamos en algunas noches muy cálidas, ante la visita de nuestro tío, acompañado por su elegante hija Sonia, sucedió algo extraño.

    Pues Sonia era muy indiscreta, y advertimos que el secreto se había filtrado, quizás por intermedio de su hermanito, también visitante en aquel momento, que algo sospechaba y no participaba de él.

    Sonia sobrellevaba una juventud ruidosa y parlanchina. Ella me sonsacó toda la noche de esa cena, sobre la existencia de un plano del tesoro. Como yo aún no había advertido dada mi edad, la hilaridad que nosotros despertábamos en los adultos. Y como mi conciencia sobre el silencio del secreto, no era absoluto, dado que nunca ocultaba nada y no sabía mentir, sintiéndome presionada entre el Sí y el No, respondí ante la insistencia de Sonia que estaba divertidísima:

    …”sí”… casi en susurro y abatatada

    Aquello bastaría para una ruptura contigo. Consiente como tú estabas de que éramos una especie de bufones de un reino familiar. Al día siguiente no querías jugar conmigo, aunque jamás ninguno de los adultos llegaron a ver el plano y nunca nadie de ellos supo en qué consistía el tesoro, ni de qué estaba compuesto.
    La indiscreción de Sonia fue una parte más de todas sus célebres indiscreciones, con las cuales habría de lograr con el correr del tiempo, hacer de su vida una desarmonía total, entre ella y quienes la circundaban.

    Movida por una permanente irregularidad en aquellos años (que fueron a pesar de todo los mejores de de su personalidad) cargados de juventud, hilaridad, comicidad y cantos, bajo el trino de su preciosa voz, Sonia lograba empero efectos negativos. Y ello debíase a su capacidad de señalar el ridículo ajeno, aunque lo hiciese con gracia. De ese modo se ensañó conmigo. Acentuó la hilaridad de nuestra aventura con el tesoro escondido, para que todos se mofaran esa noche.

    En mi recuerdo de hoy, la tragicomedia de aquel tesoro tal como lo veo, la burla en los ojos de los otros, fue debida a la intervención de Sonia. La coronación de todo el cuadro que necesitaba, ante la solemnidad nuestra, su cuota de desenlace cómico, como sólo ella podía hacerlo…

    Pero nosotros lo sentimos como una maldad. Los hechos siguientes en la vida posterior de Sonia, lo confirman.

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    Unos años después, en los días que regresabas ya adolescente del Colegio Monserrat, en Córdoba, paseamos bajo el techo de los algarrobos en un enero semejante al primero. Habían pasado varios años de nuestra aventura infantil, y tu crecimiento físico te convertía ya en un proyecto de jovenzuelo.

    Te detuviste junto al penúltimo algarrobo y con una navaja cavaste el suelo ...y... ¡Apareció el Cofre del Tesoro!

    La madera se deshacía al levantarlo, pero de su interior cayeron las monedas de cuero que estaban casi intactas. No se había esfumado este tesoro casi por completo, y quedaría sublimado en adelante en nuestro recuerdo.

    Sus destellos dorados y plateados pertenecían a una presencia inmortal, y mi recuerdo ha sido siempre de fosforescencias en oro y plata. Fue aquel un tesoro auténtico, y guardaba sus secretos ignotos sobre una procedencia de años, que sólo podía entroncarse en el escenario de una tierra de misterio creada por los niños.

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    Hermoso relato! Muy emotivo! Bellas descripciones
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