¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El Dilema de no ser puro (por Carlos Serrano)

CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
editado agosto 2015 en Narrativa
En la no menos oscura carretera que era mi vida sonaba Rooting For My Baby mientras conducía cruzando aquellos campos de maíz (con aquel olor dulzón) que creía me acercaban a ese lugar, decían que extraño, de curioso nombre: Arkopalos. Sólo me acompañaba la luna llena de Julio y esos no menos extraños coros de la Cyrus…de pronto veo unos puntos rojos, un vehículo en el arcén, justo antes de la bifurcación, y tengo el tiempo justo (justísimo) para darme cuenta de que era una mujer la persona desamparada y en la cuneta…me detengo.


-¿Una avería?
-Eso creo. ¿Me puede llevar? No vivo lejos…


Sube, nos miramos, apago la música… (“no, no la apagues”). Dejo la música pero ahora es Morrissey y su larga versión de Moonriver quien nos acompaña. Y ella (la mujer desamparada) me sigue mirando mientras yo pienso qué hace una mujer en medio de la noche sin teléfono móvil ni… (“me encanta esta canción…”). A mí también me gusta, claro. Me indica a la derecha, justo por donde no iba a girar antes de conocerla. Seguimos recto hasta un camino que nos vuelve a hacer girar a la derecha y se supone que llega a su casa, un lugar solitario, rodeado de campos de maíz pero poéticamente acariciado por la luz de la luna llena. La dejo justo en frente de la casa (quizá una granja, no entiendo de cosas del campo) y se baja para luego asomarse por la ventanilla y decirme, como si me hablara al oído, “si tienes hambre tengo algo muy rico.” Y me hace gracia la palabra “rico”. Me echa una medio sonrisa entre misteriosa y pícara y la verdad es que tengo hambre, dejando aparte que no encuentro mejor razón para seguir acompañado. Y bajo del coche. Ahora yo también me dejo acariciar por la luna y ella me mira mientras me acerco hasta eso que parece un porche de casa de campo americana. Me abre la puerta y entramos y de repente aparece una niña descalza con cara de pocos amigos y nos mira, me mira, interrogándose y pensando por qué aquello no acaba de convencerla. Es muy guapa, la niña, como la madre, y empiezo a pensar en un padre que ponga fin a la fiesta. Pero no hay padre porque la mujer, la madre, dice que seremos tres para cenar (si no lo ha hecho ya la niña). Por un momento no sé qué hacer… y espero, en la entrada de la cocina. Y ella, la madre, me pone una cerveza fría en la mano. Antes de decir que no me va el alcohol ella me alza la mano, me sonríe de nuevo con misterio y bebemos casi al unísono. Hay una rara complicidad. Un silencio cómodo, muy cómodo. Ella se llama Kyra, me cuenta, de padres judíos y alemanes. Rubia, de cabellos medio rizados y con un rostro parecido a una tortuga sapiencial. Es hermosa, me temo. No es más alta que yo, luce un buen busto bajo la camiseta y tiene los ojos pequeños y duros. Inspira un raro respeto. Bebemos y se huele el pollo frito recalentado, ideal cuando tienes mucha hambre y poca paciencia. La niña anda por el salón, creo, una cría rubia, de ojos azules (me ha parecido atisbar) que descalza hace como que ve la tele mientras nos vigila echada en el sofá.


Hablamos de cosas, de esas que se olvidan rápido. Charla entretenida e intrascendente. Lo que sea con tal de estar juntos. Nos sentamos (y llama a la niña) y somos tres a la mesa. Pollo frito, algo de salsa, cerveza fría. Es como un paraíso perdido que da gusto (y miedo) conocer. De qué vamos a hablar. Mi vida, su vida, los aburridos problemas de la rutina diaria. Tenemos demasiada hambre como para perder el tiempo hablando mucho. Luego nos espera la luna fuera, para acariciarnos. Otra cerveza, otra sonrisa. Ya no está la niña (que a la luz de la mesa era más bonita de lo que creía) y es la madre la que se deja acariciar por esa luna de plata fría.


El maíz se mece y cruje ante la brisa de medianoche. Qué extraño y sin embargo qué familiar. Tengo un rumbo, un camino, un horario. Pero ahora estoy aquí. Sentado. Bebiendo. Me está emborrachando esta mujer que acabo de conocer y sería la excusa perfecta para no volver…a coger el volante. La escucho, en su murmullo, que se confunde con el del maíz. La noche tranquila y fresca, los rubios rizos no son de este mundo. Sé bien que no quiero que se acabe este momento. Nuestro momento.


El olor dulzón del aire, el alcohol que nos empapa, la cálida compañía humana…Kyra no se preocupa mucho por mi rumbo, mi camino. Yo tampoco. Ya no me preocupa todo aquello que tanto me preocupaba. Es culpa de Kyra. Este lugar. Los campos de maíz, la noche tranquila, la luna llena, la niña bonita. Ella se levanta y trae más cervezas. Con esos vaqueros y descalza me parece la mujer más sexy que haya visto nunca. Vuelve y no me importa este aliento alcohólico, el dulce mareo estimulante, la risa un poco tonta y sobre todo ese beso con inesperada lengua (a cámara lenta) que me da ella y que ha llegado muy pronto, así de ingenuo soy a veces. Ella no para y no paro yo entonces. Poco a poco mis manos buscan su cuerpo como las suyas hacen lo propio con el mío. Y aunque en realidad no tengo ni idea de a dónde nos lleva esto me dejo llevar porque no siento que esto deba terminar. Podría pensar en mil cosas para preocuparme pero decido no hacerlo (o ya lo ha decidido mi cuerpo). Al final me doy cuenta de que ella se está riendo, muy divertida, en nuestro dulce combate me he corrido de lo lindo, me he puesto perdido y pido disculpas con la mirada. Ella se sigue sonriendo pero me besa de forma maternal. No pasa nada. Me lleva la mano hasta sus bragas, que están algo más que empapadas, y mientras me mira a los ojos sé que está deseando que la toque ahí, que la acaricie, que ella también está a punto y mientras ella cierra los ojos concentrada en que todo llegue como tiene que llegar yo ya sé qué camino había que seguir y así seguí hasta que ella me abrazó muy fuerte y arrasó mi oreja con ese aliento cálido y alcohólico que me hizo tener una nueva y potente erección. Ella se deja caer en el suelo, jadeante aún, con los vaqueros por la mitad de los muslos. Yo la miro con la potencia de mi entrepierna y parece que fuéramos dos los que la miramos, hermosa con ese sudor que la luna aquilata. Ella se sonríe, me está acariciando con su pie descalzo el bulto de mi hombría (una palabra que me suena muy antigua) y se pone seria cuando ve que va en serio (y me observa casi desde la lejanía de su cuerpo estirado frente a mí). Me bajo el pantalón y dejo que la suavidad de su empeine se restriegue por la tersura de mi polla que creo que no puede estar más tiesa. No tardo en derramar la lefa sobre su pie caritativo. Y ella se incorpora con urgencia para aferrar mi polla y sacudirla como si quisiera arrancármela: “así suéltalo todo, cabrón, suéltalo hijoputa, que te quedes bien a gusto…” Y me quedé muy a gusto.


Salió el sol de la mañana y la dueña de la cama no está. La busco, medio desnudo, y entro sin contemplaciones (pero no a propósito) en lo que parece el cuarto de baño. Me quedo paralizado cuando descubro la bañera, rebosante de espuma, mientras el alegre chapoteo se calma y madre e hija me miran a los ojos. Carraspeo incómodo, pido disculpas con la mirada y cuando voy a marcharme la madre, Kyra, alarga el brazo. “No te vayas, tonto.” Me detengo y las vuelvo a contemplar, madre e hija, abrazadas, desnudas y rodeadas de espuma artificial que parece oler a días de infancia perdida…era, sí, el paraíso perdido. Cierro la puerta, del baño, porque ya no voy a seguir mi camino. Ya estoy, con ellas, totalmente perdido…


(Relato incluido en mi nuevo libro EL DILEMA DE NO SER PURO)


J1cVt2.png

Comentarios

  • PipelinePipeline Pedro Abad s.XII
    editado agosto 2015
    Me parece a mí que de allí no te sacan ni a tiros. Un relato amable, sin sordidez, que se lee de un tirón.
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com