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El parto del cuento

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado julio 2015 en Infantil y Juvenil
El cuento se negaba a nacer. Tenía ya un retraso de varias semanas y había mucha preocupación en el entorno.

La presión empezaba desde la librería, pues los asiduos lectores dependían obsesivamente del cuento de cada semana de aquel prestigiado autor. El gerente de esa empresa recibía muchas llamadas diarias, algunas francamente ofensivas y alarmantes.

Este hombre, consciente de la peligrosidad de los fanáticos lectores voraces que aquel autor había generado, descargaba su angustia con el director de la editorial, quien a su vez se sentía impotente ante lo que estaba ocurriendo.

Como su obligación profesional le indicaba, no pasaba un día sin que éste llamase por teléfono al autor, quien también estaba desesperado y presionadísimo, pero el cuento estaba de alguna manera atorado, a pesar de todo lo que esto implicaba para tanta gente.

El autor -también consciente de las implicaciones- presionaba a cada minuto a la impotente musa, quien ya estaba aburrida de buscar opciones, pero el cuento seguía atorado.

En el mundo creativo neuronal de aquel genial escritor (en donde los cuentos se gestan, algo así como el útero literario), el cuento ya estaba listo, pero algo extraño impedía su parto.

A modo de fórceps, el autor, la musa y la mayoría de los personajes del cuento pujaban y empujaban hacia afuera, pero algo muy poderoso anulaba sus enormes esfuerzos, y el cuento ni siquiera asomaba la cabeza.

Fue entonces cuando Joseph Marriot, el personaje que hacía las veces de brillante detective en el cuento, decidió investigar la causa del problema.

Empezó interrogando a varios personajes de la mala vida que figuraban en la trama, y esto enseguida lo llevó a Gregory, el turbio y mal encarado soplón que aparecía en la página 46 del cuento.

Lo que éste confesó tras un cuantioso soborno de Joseph, fue relevante: quien impedía el nacimiento del cuento era Matheus, el villano de la historia, quien recurría a todos sus cómplices para frenar el esperado nacimiento literario.

El detective decidió acercarse al barrio en donde Matheus vivía, y fue entonces que lo encontró en plena flagrancia: era efectivamente él quien no quería que la obra saliese a la luz…y sus razones tenía.

Tras un rato de mutuas amenazas de muerte y amagos con armas, Matheus hizo su confesión:

El autor del cuento le había asignado un papel de malvado que a él no correspondía. Él reconocía ser ladronzuelo y estafador, pero no era un asesino, por lo que no quería que la humanidad lectora lo recordase eternamente como un sicario inhumano.

Tras varias horas de negociaciones, Joseph, el detective, contactó al autor con una propuesta de solución:

El cuarto párrafo de la página 56 debería ser modificado para que los lectores comprendieran que Matheus era un buen hombre a quien la vida había llevado a cometer un asesinato; y en el tercer párrafo de la siguiente página debería aparecer su confesión ante su esposa con un profundo arrepentimiento por el asesinato cometido.

El autor aceptó las justas enmiendas, y Matheus, el asesino, fue reivindicado como un buen hombre acorralado por la vida.

En menos de un día, el esperado cuento estaba en la librería.

Matheus cambió completamente su semblante literario, y la mayoría de los lectores comprendió que a veces la vida resulta demasiado complicada para algunas personas.
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