Para el inspector Rupert Von Kuyf no cabía la menor duda:
Clarabella, la vaca pinta, era la autora intelectual de aquel horrendo asesinato.
Era obvio que con su dulce mirada de rumiante amigable y su rítmico rabo espantamoscas, ella había convencido a Hans, el granjero, de que Klaus, el ordeñador, era amante de Klarisa, su amada esposa.
La prueba contundente de que Hans había asesinado brutalmente a la infiel pareja humana inducido por la perversa res, era un pedazo de alfalfa semimasticada en la escena del crimen.
El juez revisó el caso detalladamente, y encontró que la vaca tenía antecedentes criminales. Fue condenada a muerte.
Hans, el granjero, reconoció el crimen habiendo sido influenciado por Clarabella. Por considerarse un asesinato pasional inducido, su condena fue menor: veinte años de cárcel.
El inspector Rupert Von Kuyf recibió mención honorífica de la policía rural alemana, y el juez fue inmediatamente ascendido a magistrado.
La granja de Hans sin Hans, sin Clarabella, sin Klaus y sin Klarisa, es actualmente un desastre económico que ha dejado sin leche a decenas de hogares de la región, pero en ese aspecto la prensa alemana mantiene absoluto silencio por razones que aún están por esclarecerse.
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