A veces es difícil distinguir entre un fanático y un ser con determinación.
De alguna manera que jamás sabremos, la pompa de jabón de esta historia, desde que era parte del jabón original en un frasco irrelevante, supo de la bomba de Hiroshima y de todo el desarrollo posterior de la energía nuclear.
No era ingenua, y sabía de sobra que las pompas de jabón tienen una vida muy corta, y que revientan con el contacto de cualquier objeto con aristas afiladas, con afectaciones irrelevantes.
Ella simplemente no se resignaba acabar con su efímera existencia reventando y rociando de jabón a los objetos que estaban a unos cuantos centímetros a su alrededor. Sus pretensiones eran inmensas.
Desde pequeña conocía el significado de lo que hoy conocemos como megatones y de su enorme poder destructivo. ¿Por qué al reventar iba a ser ella menos que sus colegas, las bombas atómicas, nucleares y de fisión?
Fue así que se concentró en su esencia, que meditó su lugar en este universo, y así, al nacer como pompa de jabón, decidió ser grande y poderosa.
Cuando Juanito, en el Parque de las Rosaledas, sopló para conformar a nuestra pompa de jabón, jamás imaginó que en unos cuantos segundos la ciudad y buena parte de sus alrededores, quedarían totalmente destruidos. Cientos de miles de muertos fue el saldo de aquella inesperada e increíble explosión.
Sin embargo, la pompa de esta historia murió insatisfecha y frustrada, pues no llegó a su objetivo: ni siquiera se acercó al potencial destructivo de la bomba de nitrógeno recién anunciada por el Ejército de los Estados Unidos.
Cosas de la vida.