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Un final abierto

ordetordet Pedro Abad s.XII
editado julio 2015 en Narrativa
Blandito, aunque con humedades. De este modo describía Jonás el habitáculo donde había estado recluido durante los últimos siete días. Lo de la humedad era, por supuesto, el mayor problema; especialmente molesto a la hora de comer y durante los momentos de descanso, pues era difícil acostumbrarse al inconveniente de que una gigantesca bocanada de agua salada le empapara a uno hasta los huesos mientras degustaba la ración de sushi (así llamaba Jonás a las sardinas crudas) o justo en el instante de pillar el primer sueño.

Respecto a la iluminación, - o mejor dicho, a la falta de ella - Jonás la consideraba una molestia menor, ya que las dimensiones de aquella cueva carnosa - el interior de una ballena bíblica no excede en superficie los seis metros cuadrados - no cedían margen alguno a las posibilidades de extravío.

Otras incomodidades, como la dieta rutinaria - pescado y marisco crudos - o la absoluta privación de agua dulce, resultaban familiares al buen Jonás, asceta profesional, curtido en los más ásperos desiertos del Asia Menor.

A todas éstas, la ballena aceptaba con agrado al huésped, hasta el punto de que cuando éste acariciaba con gratitud las paredes carnosas, el cetáceo respondía con un bramido de complacencia; ambos en feliz simbiosis.

Jonás consumía el tiempo blandamente, ya fuera cantando alabanzas a Iahvé, dormitando o masticando con dificultad los frutos del mar. A menudo, se entretenía confeccionando objetos pintorescos - artesano en tinieblas -con espinas o restos de molusco.

Hay que decir que la añoranza de tierra firme no turbaba el ánimo del profeta, aunque a veces echara de menos las caricias del sol.

Una mañana, mientras intentaba dar forma de corazón a un percebe, la ballena abrió sus fauces y Jonás vio ante sí, a pocos metros, el contorno de la costa. Comprendió que aquella oportunidad tal vez no se repitiera en mucho tiempo y que debía decidir con celeridad: escapar o permanecer, las penurias de la vorágine mundanal o las estrecheces de la fláccida reclusión, las bondades del aire libre o la oscura calidez del monstruoso vientre, la renuncia a la amable reclusión o la renuncia a la vida secular con todas sus enriquecedoras vicisitudes.

Paralizado por la duda, Jonás oyó, de pronto, el bufido espectral de la ballena y supo, entonces, que no tenia elección.

Comentarios

  • pessoapessoa Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado julio 2015
    Muy bueno. En tono jocoso y muy bien interpretado el aire asceta de Jonás y lo que debió ser el encierro bíblico. La última elección muy elaborada con adjetivos adecuados. lástima que Jonás tuvo que abandonar tan austero lugar que tan bien le venía
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado julio 2015
    Gracias, Pessoa
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