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La cita (y II)

XocasXocas Pedro Abad s.XII
editado marzo 2015 en Narrativa
Apuntó aquella frase mentalmente mientras observaba los pómulos marcados, la boca de labios finos y largos, las ojeras delatando cierta falta de sueño y una mirada que un día había sido luminosa y azul. Definitivamente no le sentaba bien todo lo que se había puesto en la cara, pero tampoco llegaba a arruinar completamente la impresión. Una mujer que un día había sido hermosa y quizás no acababa de aceptar la idea de dejar la hermosura en el tiempo pasado.

Resultaba convincente y dominaba los temas de conversación sin situarse por ello en una posición de dominio. Pero irremediablemente entraban en asuntos más y más personales, como era de esperar. La expresión de la mujer se fue tornando dura por momentos, aunque de vez en cuando se permitía una sonrisa clara y abierta que disipaba la tensión con facilidad. Así fueron entrando en terrenos marcados por la dificultad, donde la comunicación depende de una transparencia que no se puede tener con todo el mundo, terrenos donde sólo se puede entrar corriendo el riesgo de salir más o menos herido. Hubo un instante de duda donde la conversación cesó, algo muy parecido a una tregua que, finalmente, dio paso al asalto final.

Antes de entrar en la refriega, el hombre hizo balance de las sensaciones previas al momento presente. Solía reflexionar acerca del paso del tiempo y de la soledad. Había acudido a la cita contradiciendo sus inclinaciones, su pasión casi enfermiza por la belleza femenina. En los últimos tiempos se le antojaba injusta aquella postura, injusta, irreflexiva y superficial. Y la superficialidad era algo que, teóricamente, nunca había podía soportar. Así se dispuso a entrar en la fase final del lance, abierto a la confidencia, con valentía y sinceridad, y abierto por tanto, definitivamente, a la derrota. Se había dado cuenta de que sólo afrontando la posible derrota se podía ganar realmente la batalla.

A medida que fueron profundizando en el conocimiento del otro, con decisión y cierta calculada transparencia, se encontró con lo que no esperaba. No había pensado que la derrota pudiera dolerle como parecía que iba a doler. De repente, de la boca de ella salían dagas de un filo inimaginable. Y su sonrisa no suponía ningún alivio, más bien todo lo contrario. Aquello fue en un "crescendo" que ni por asomo había previsto y llegó pronto a su final. Dolorosamente.

- Mira querido... no sé qué pensarás, y la verdad es que te encuentro algo confuso. Pero yo ya sé de qué va esto y lo sé hace décadas. Me temo que necesitas una actualización, como el Skype.

La risa que nació detrás de la frase no contribuyó a suavizar el mensaje precisamente. Ella lo observó con cierta pena, sonrió con gesto condescendiente, encendió otro de aquellos mentolados y continuó con un tono casi maternal.

- Lo habrás leído ya en alguna de esas frasecitas grandilocuentes de los libros de auto-ayuda, y es verdad. Si quieres hacer lo que te dé la gana, tienes que pagar un precio. Tu problema es que aún no sabes que es eso lo que quieres. Quizás tardarás aún un tiempito, pero desengáñate... Estarás solo.

Acusó el golpe bajando la mirada en un gesto instintivo de defensa. Pero ella continuó con aquel tono maternal tan poco coherente con la claridad del mensaje.

- Y en lo que a nosotros respecta, no habrá nada de lo acostumbrado, querido. Tampoco esos entretenimientos con los que seguramente contabas. Cuando los quiero, los pago, ¿entiendes?

La miró directamente a los ojos y no pudo observar ni el más mínimo rastro de la falta de piedad que el mensaje implicaba. Incluso podría decir que había ternura en aquella mirada. Aquello lo invitó a hacer la pregunta definitiva.

- ¿Qué buscabas en mí entonces?

- No sé por qué hablas en pasado, querido...

No tuvo fuerzas para contestar. Todo se había vuelto mezquino de repente y no cabía esperar un gramo de piedad de aquella boca armada de metralla.

- Escucha con atención. Ya he vivido tanto como he querido. Incluso más de lo recomendable. ¿Quieres saber qué busco?

Se levantó de la silla, y al instante tenía al camarero detrás de ella, sosteniendo el abrigo. Una vez lo enfundó, se acercó al hombre y se inclinó hasta que sus cabezas estuvieron tan cerca como para permitirle escuchar lo que murmuró en apenas un susurro.

- Ya sólo me emocionan las despedidas.

Se irguió de nuevo y le pasó una mano por el cabello, sonriendo con aquella ternura que resultaba ya francamente odiosa.

- !Ah! Y no intentes pagar. No te lo permitirán.

El camarero llegó a la puerta un segundo antes que ella y la mantuvo abierta mientras la mujer decía adiós con la mirada y el hombre permanecía en la misma postura que conservaba antes de que la conversación se transformara en algo parecido al juicio final. Hasta que por fin se levantó, inició apenas una sonrisa que no llegó a materializarse, e introdujo la mano en el bolsillo buscando la cartera. El camarero hizo un gesto breve que le recordó la imposibilidad de pagar y lo acompañó hasta la puerta. Una dama como pocas, murmuró mientras le franqueaba el paso. Sin duda, correspondió, y dejó un buenas tardes flotando exánime entre las viejas maderas.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2015
    Que cita tan rara:rolleyes:
  • CarlosSerranoCarlosSerrano Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2015
    Je,je...la verdad es que me ha recordado a una cita que tuve yo con una chica en el verano de 2011 (época en la que desesperado y desconsolado por la ruptura con mi novia de los últimos cinco años buscaba un clavo que sacara otro clavo...) que fue la peor cita de la historia! Creo que la chica era una psicópata y me lo hizo pasar mal (yo que tan idealista y romántico había acudido con un libro como regalo lujosamente empaquetado con papel de regalo y preparado un plan para pasar la noche paseando y visitando terrazas en la ribera del Guadalquivir...)

    En fin, me ha recordado a eso de las citas que es algo horrible...:D Porque al menos en mi caso el amor siempre ha llegado por accidente y feliz casualidad. Cuando lo busco los resultados son penosos o peores...:D

    Y bueno, yo odio el tabaco y el aliento a café y nada, el amor de mi vida era fumadora y cafetera...para que luego los hombres digamos que tenemos estereotipos de mujer elegidos...que va, el amor es siempre sorprendente...:rolleyes:

    El relato me ha gustado, quizá las dos partes deberías haberlas puesto en el mismo post, como yo he hecho a veces, para que no queden descolgadas. Saludos.;)
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