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Nenúfares

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado febrero 2015 en Fantástica
Para sus moradores, la vida en los estanques suele ser bastante monótona. Al no correr el agua, las cosas casi no cambian, y por lo tanto siempre se habla de lo mismo.

Las únicas novedades ocurren cuando aparece en las cercanías algún pato migratorio, o cuando los huevos de Eloína, el pez dorado hembra, eclosionan. El resto del tiempo, todos (peces, nenúfares, ranas, mosquitos, lombrices, etc.) se ven unos a otros con cara de hastío, y aprovechan para molestarse entre ellos contando chismes fastidiosos.

Hace algún tiempo, no obstante, ocurrió en nuestro estanque algo insólito que todavía se recuerda, y que dio tema para muchas historias y rumores.

Antino era un nenúfar particular, que sufría mucho por la monotonía del lugar. Un día, Zoila, una pequeña rana del tamaño de una perla, al ser perseguida por un pájaro, logró saltar a donde Antino se encontraba, escondiéndose entre los pétalos de su flor. Finalmente el pájaro se dio por vencido y se alejó. Ese día surgió una gran amistad entre Zoila y Antino.

Él sufría por ser una planta con raíz. Su mundo era pequeño, pues no veía muy lejos y estaba condenado a vivir siempre en el mismo lugar.

Ella, en cambio, era una rana muy optimista y alegre, pues se movía brincando de un lugar a otro. Solamente lamentaba dos cosas: que por su diminuto tamaño sus brincos no eran muy grandes; y que aquel pájaro estaba obsesionado por devorarla.

Como sea, ambos pasaban mucho tiempo juntos. Ella le platicaba mucho acerca de cómo eran los alrededores del estanque, de los muchos moradores que por ahí existían. Él se ilusionaba por saber tantas nuevas cosas del mundo, pero se frustraba por estar enraizado en ese lugar tan monótono.

Un día, Zoila, que era todo optimismo, le hizo una loca propuesta a Antino: “¡Vayámonos a conocer el mundo! Tú volarás y me llevarás encima de tu flor. Yo te diré hacia dónde dirigirnos y así ambos seremos muy felices.”

Él respondió triste que su raíz estaba anclada al fondo del estanque, y que eso sería imposible. Ella insistió en que ésa era una actitud pesimista indeseable, que él debería hacer un enorme esfuerzo para desarraigarse.

Finalmente, Zoila convenció a Antino, y, después de varios días de enormes intentos infructuosos, él notó que su raíz ya estaba libre del fango del fondo del estanque. Lo primero que hizo para estar seguro de eso, fue desplazarse un poco flotando en varias direcciones. Eso en sí ya era maravilloso, pero Zoila insistió en que por la noche, cuando los demás nenúfares no pudiesen verlo, intentase volar.

Al ponerse el sol y declararse la oscuridad total en el estanque, Antino logró sorprendentemente salir del agua y volar unos metros, llevando a Zoila sobre su flor. Ella estaba feliz. Él tenía todavía algunos temores, pero finalmente se decidió y continuó su vuelo dirigido hacia el amplio mundo por la pequeña rana.

Al amanecer, los sorprendidos nenúfares del estanque se dieron cuenta de que Antino no estaba en su lugar. Eloína, el pez dorado, les contó que lo había visto volando, llevando a Zoila, la rana, montada sobre su flor. Las envidias y los malos rumores se soltaron enseguida.

Cuenta una hermosa leyenda de la región que en las noches de plenilunio, suele aparecer en el cielo estrellado un nenúfar volador que croa alegremente, como si llevase con él, escondida en su flor, una pequeña rana encantada.

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