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Esmeralda protegiendo lo suyo

LegendarioLegendario Fernando de Rojas s.XV
editado diciembre 2014 en Romántica
El mundo de los ancianos tiene sus propias reglas. Cuando no queda mucho tiempo de vida, las cosas se ven desde ángulos muy diferentes.



Ricardo –de 85 años- era todo un veterano en la casa de asistencia para ancianos de El Roble. Llevaba ahí diez años. A pesar de su avanzada edad, se conservaba razonablemente bien, además de ser un anciano bien parecido.

Un día inesperado, apareció en el asilo Esmeralda, una dulce y graciosa ancianita de 80 años.

Ambos –Ricardo y Esmeralda- se gustaron desde el primer día. Decidieron ocupar lugares contiguos en el comedor y en la sala de la televisión. La vida para ambos cambió durante varios meses, entusiasmados por una inesperada amistad que se acercaba ya bastante al amor.

Luisa, la inteligente asistente responsable del orden general del asilo, se alegró por ambos, pues sabía mucho de ancianos, de la soledad en que vivían y morían, de sus frustraciones. Incluso- saltándose el riguroso reglamento del lugar- permitía que estos dos particulares amigos pasasen eventual y discretamente alguna noche en la habitación de Ricardo.

Todo fue bien en la casa de asistencia hasta que apareció Marina, una mujer de 75 años recién enviudada, que había decidido pasar sus últimos días en ese lugar. Ella era coqueta por naturaleza, y de verdad bonita.

Si bien Ricardo era un hombre serio y a esas alturas estaba muy encariñado con Esmeralda, los traviesos, vivarachos y buscadores ojos de Marina se atravesaron con los suyos.

Aquello fue un discreto pero gigantesco remolino de sentimientos que casi nadie en el asilo percibió, excepto los enamorados ojos de la desplazada Esmeralda y los expertos y siempre vigilantes ojos de Luisa.

Una mañana, Marina no llegó a desayunar. Luisa encontró su cadáver en su habitación, con elementos suficientes para darse cuenta de que había sido asfixiada. Revisó la habitación discretamente, y recogió y difuminó algunas evidencias que la inexperta Esmeralda había dejado sin darse cuenta.

Llamó a la administración del asilo, indicándoles que la anciana había muerto de un paro cardíaco antes del amanecer. El médico forense recogió el cadáver, aceptando sin más el dictamen de la confiable Luisa.

Marina fue enterrada al día siguiente sin autopsia ni sospechas.

La interrumpida relación entre Esmeralda y Ricardo renació al poco tiempo de desaparecida Marina.

Unos meses después, Esmeralda enfermó de muerte. Antes de morir, le pidió a Ricardo casarse con ella. Él lo hizo de buena gana. La madrina de la boda en el hospital terminal del asilo, fue Luisa, la discreta y sabia asistente, quien cerró los ojos de la fallecida, conservando para siempre el secreto del justificado asesinato de la provocadora e impertinente Marina.
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