[OCULTAR]Se pueden compartir los momentos duros con los demás... y con poesía...[/OCULTAR]
Poema de Quinti dejado en otro hilo.
Con tu permiso y con todo el respeto, inagura este hilo...
Madre
Mañana con el alba, yo me iré, madre mía,
mascando mi secreto de sangre y de ironía.
Pablo Neruda
Madre
será que en tus mejillas
caen las manos de un huracán tendido?
Será que aún soportas la soledad de un niño?
Nace de tu piel el arroyo de mi sangre, Madre,
y camina en tus ojos, de frente en frente,
el dolor de tus espaldas
donde tus hijos aún lloran la tiza y el sueño.
Madre
es en tu sombra el aire del campo
es en tus pasos los caminos que me llevan
hasta detenerme en la semilla del rayo
y soportar la lluvia entre los plátanos del día.
Las fuerzas ebrias te remolcan en domingos ebrios
y quizá el cuerpo nos sacuda al son de la puerta,
chapa amarilla en la mentira,
como la tarde que te sajo el rostro que no fue un beso.
Ten cuidado de tu amor Madre Mía
que ya por mis venas sangra el odio
a las noches que nunca nos cuidaron Mamita.
Pero en las tardes los campos abren el surco
y en tu corazón abres un pecho.
Temprano despertaremos, Madre,
para tener cuidado de las rendijas de la puerta
y aprender a sembrar el aire
y alejar nuestro dolor de la tarde
aunque los vetustos tiempos mueran en tus brazos
me darás un beso Madre.
Padre muerto, enamorada muerta.
Tía muerta, hermano nacido muerto.
Primos muertos, amigo muerto.
Abuelo muerto, madre muerta
(manos blancas,
retrato siempre inclinado en la pared,
mota de polvo en los ojos).
Conocidos muertos, profesora muerta.
Enemigo muerto.
Hombre muerto. Luces encendidas.
Trabaja de noche, como si estuviera vivo.
¡Buen día! Está más fuerte (como si estuviera vivo).
Muerto sin noticia, muerto secreto.
Sabe imitar el hambre, y cómo finge amor.
Y cómo insiste en andar, y qué bien anda.
Podía cortar casas, entra por la puerta.
Su mano pálida dice adiós a Rusia.
El tiempo entra en él y sale sin cuenta.
Los rostros inmóviles
a todos besaré en la testa,
flores húmedas esparciré,
después... no hay después ni antes.
Frío hay por todas partes,
y un frío central, más blanco aún.
Más frío aún...
Una blancura que paga bien nuestras antiguas cóleras y
amarguras...
Sentirme tan claro entre vosotros,
besaros y ningún polvo en boca o rostro.
Paz de árboles delicados,
de montes fragilísimos allá abajo,
de orillas tímidas, de gestos que
ya no pueden irritar,
dulce paz sin ojos, en lo oscuro, en el aire.
Dulce paz en mí,
en mi familia que vino de brumas sin corte de sol
y por vías subterráneas regresa a sus islas,
en mi calle, en mi tiempo –al final— conciliado,
en mi ciudad natal, en mi cuarto alquilado,
en mi vida, en la vida de todos,
en la suave y profunda muerte de mí y de todos.
Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando ví que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.
Mañana con el alba, yo me iré, madre mía,
mascando mi secreto de sangre y de ironía.
Sólo quiero partir, irme, no importa dónde.
Mi vida, su alegría, todo aquí se me esconde,
mi corazón ... mis puños ... Yo tenía una fuerza
que esta ciudad astuta, comercial y perversa
la hizo fría y triste ... Mi bastón, mi sombrero,
nada más. El camino como mi alma es lijero.
Y de mejilla (hermana y de pan y carbón
¡mi corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
Maquinista o acróbata, marinero o ladrón
yo partiré mañana, madre mía. Es pasión.
Es instinto este loco deseo de partir.
He sufrido hasta el llanto que no sabe salir.
Mi alma está triste y huérfana, yo no quiero esta cara
de palidez de tísico, esta amargura rara
que mata el fondo vivo de mi ser arbitrario,
vagabundo, humorista, gozoso y visionario.
Poeta de las máquinas, del sol y de la tierra,
yo necesito todos mis nervios con su guerra.
Vivir es ir, pelear, vencer o destrozarse.
Quien lleva más la luz es el que más la esparce.
!Mañana ya os veré, cielos altos y plenos,
estaciones queridas, noche loca de truenos,
(cae una lluvia súbita de temporal. . . helado
de frío en una puerta miro el juego encantado
de los grandes relámpagos, ¡el pampero! ¡oh, frescura!
cruza llena de chispas, de fuerza y de locura
una locomotora ... ) Mañana yo os veré
amigos de las luces últimas del café.
Puerto de las calientes guitarras populares.
(Llegan tres marineros y una mujer. . . cantares
remotos ... Una súbita carrera de tambores
derrama una matchicha de frutas y de flores.
Y pasa la pareja movida como el mar,
¡trenza de sangre y alma! ¡trompo de luz! ¡altar!)
¡Mañana ya os veré mar de los grandes cielos
que lavan las heridas de los hombres. . . pañuelos
de los adioses finos. ¡Mar donde el corazón
hae más pura su alta y solitaria pasión!
¡Qué concordancias fuertes de mi ser con las cosas!
Mi alma se lanza en, todas sus ruedas misteriosas.
¡Qué salvajes y !frescas serenatas de luna!
Mis versos van sonando mi cálida fortuna.
Porque mañana, madre, mañana, madre mía,
me iré en el alba pura cuando se rompa el día.
Me lo escupió como una ofensa
y a mi, me supo a alabanza…
Tu madre… mi madre que ?
Las venas se me templaron
como cuerdas de guitarra,
como cuando alguien mete la mano
así nomas, sin saber tocarla.
Y suenas y vibras y lloran,
pero en su impulso interno
late un eco de venganza.
Así se me templaron las venas
al eco de sus palabras…
Tu madre… mi madre que ?
tu madre es una india…
India si, pero de muy buena raza,
todo el mundo puede verlo
lo lleva escrito a claras
en la tersa vitela del ovalo de su cara.
India mi madre, ¡ Muy india !
y larguisimas son sus faldas
que solo el viento
o la mano de mi padre
pueden levantarlas.
Tu madre… ¿mi madre que?
tu madre sirvió de india en mi casa
y fue para todo y para todos
como una bestia de carga.
Para todos si, lo admito;
pero no para el canalla de tu padre
que mil veces quiso venir a estrujarla
y poseerla cuando ya era mujer casada !
Para todo no, te lo juro,
te lo juro por tata Dios
y santa María del Pinche
mi virgen de la montaña.
Que si ella, que si ella fue copo de nieve
mi madre no le pidió nada
palmo a palmo de su cuerpo no hay mas huella
que la que mi padre borracho le propinaba
con su injuria de hombre pisoteada.
Borracho y todo así quiero a mi tata
y lo quiero con pasión emocionada.
Porque la borrachera de mi padre
mas cruda y mas amarga,
no es la del alcohol
la que llora en el trapiche de la caña.
Sino un zumo ensangrentado
de un racimo de mil lagrimas.
Ya no llores madre…
que nadie, que nadie ha de ofenderte el alma
te lo juro por esta palabra
que aspira a hacer un mundo mas grande
mas bueno y mejor.
Si no, que las cañas nuestras milpas se vuelvan lanzas
Así que he tenido el honor que me haigas
concedido estas palabras
bien, temo que sean tus hijos
parásitos del mañana,
y que si llevan las trenzas
se ahorquen con ellas por no aguantarlas,
sigue tu camino pero mide tus palabras
pues me quisiste hacer una ofensa
y a mi, a mi me supo a alabanza.
Alta y de piel oscura
grande mitológica
peleadora y tierna era la mamá
sus ocho hijos todos aprendieron a leer
a creer en Dios
a entender lo que su madre amaba
ellos
todos con título de secundaria
profesores secretarias
todo
por aquellas manos carrasposas
agrietadas por manos de la angustia
y el abandono
-aquellos hombres que prometieron ayudarte
y se marcharon-
todo
por aquellas manos
rajadas por el olor putrefacto
-lugares donde ella buscaba el pan-
limpiando pisos
limpiando servicios
limpiando
todo
por un pan para sus hijos
porque sus hijos fueran a la escuela
porque tus hijos fueran alguien
por darles lo que vos nunca tuviste
una cama en lugar del petate
una casa en lugar del cuartito maltrecho
una vida en lugar del tormento
Mamá
¿No te das cuenta?
cambiaste el curso del sol
con tus manos
con tu enorme cuerpo lacerado
El sol en tu frente
cuesta abajo cuesta arriba
de vuelta al trabajo
asegurando el futuro en tus manos
(las mismas que hacían la ropa
más simple del universo)
-el amor encerrado en un cuerpo de mujer-
Mamá
no te das cuenta
cambiaste el curso del sol.
[OCULTAR]Madre no hay más que una, y yo te encontré en la calle.:rolleyes:[/OCULTAR]
NUEVOS MODELOS DE FAMILIA
Cuando yo vine al mundo,
cabeza, sangre y pelo,
año de 1940,
contaban la vida en despensas
vacías
y una escoba valía
por dos latas de atún.
Pero de nada vale
mi tío fusilado
y mi padre viudo
de un parto tan difícil.
Cuando yo vine al mundo
mi abuela fue mi madre,
mi tía fue mi madre,
porque mi madre se quedó
entre formol y gasas miserables
del hospital de San José.
Olor a jabón de Marsella falso,
estraperlo,
mi hermano camina de la mano de mi padre
hacia el manchón de las anclas, donde el paredón
dejó la frente de mi tío entre sangre y pelo,
y cogen cañaíllas
y bocas de la isla.
Yo miro la calle Real,
vestido de gitana colgado en el armario,
alcanfor, madera de pino
antiguo de Chiclana.
El vestido lo han hecho
mi madre y mi madre y la novia de mi padre,
porque mi abuela fue mi madre,
mi tía fue mi madre
y Elena, novia blanca de mi padre,
sabe coser.
¿Dónde aprendiste a borrar las lágrimas?
¿A soportar el dolor en secreto?
Ocultar en tu corazón la queja,
el sufrimiento, el llanto, el tormento...
¡Escucha el viento!
Desgañitado
brama en la garganta, en las montañas.
Mira el mar...
con ira destructora azota los dones de las rocas.
Toda la naturaleza se agita, tiembla.
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera,
anoche
sopló el viento del polo,
se rompieron los tejados,
se cayeron los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas.
Y ahora,
en la mañana de sol helado, llega
mi mamadre Doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose
encendiéndose
para que todos vean el camino.
¡Oh! Dulce mamadre
-nunca pude
decir madrastra-
ahora
mi boca tiembla al definirte
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil;
la del agua y de la harina,
y esto fuiste: la vida te hizo pan;
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua,
desgranando
el áspero cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
¡ Ay! Mamá ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido del pan que se reparte,
de aquellas dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía yo
sostenerme con los pies seguros,
se fue
cumplida, oscura,
al pequeño ataud
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.
[SIZE=+1] [/SIZE] [SIZE=+1] madre del tiempo[/SIZE]
tú me has visto llorar de memoria
cuando aún no era.
madre del tiempo tráeme la mirada desnuda del amado,
tráeme la mano de viento del amado,
tráeme su sexo de madera colérica,
tráeme su piel de sonido de tambores. madre del tiempo
tráeme la flor incendiada
que crece en la lengua de la muerte.
Alejandra Pizarnik escribió este poema en 1971, durante su estadía en el Hospital Pirovano. El texto fue mecanografiado y tenía correcciones a mano de la autora. No conocemos los datos de publicación. Alejandra Pizarnik nació en 1936 y se mató en 1972, en Buenos Aires.
Después de años en Europa
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,
Santillana del Mar, Marbella,
Segovia, Ávila, Santiago,
y tanto
y tanto
por no hablar de New York y el del West Village con ras-
tros de muchachas estranguladas
-quiero que me estrangule un negro -dijo
-lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con
vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté
en las mejores playas de Europa)
y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,
y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,
aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,
persuadiéndome día a día
de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des-
tino,
-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no
figura en el mapa dice:
-El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo
aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.
Nietzsche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser."
Strindberg: "El sol, madre, el sol."
P. Eluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven."
Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación
lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido
de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,
pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,
después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi
útero
(y como no puede, busco morir y entrar en la pestilente guarida de
la oculta ocultadora cuya función es ocultar)
hablo de la concha y hablo de la muerte,
todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí
orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo, la Ein-
stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino
entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la roña!
Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
¿se casarían con el leproso?
Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
sí de eso son capaces,
pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
ustedes:
-¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?
Y
sí,
aquí en el Pirovano
hay almas que NO SABEN
por qué recibieron la visita de las desgracias.
Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
la sala -verdadera pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-
rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-
guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
infancia.
Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
la mejoría.
Pero
¿qué cosa curar?
Y ¿por dónde empezar a curar?
Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es
casi tan bella como el suicidio.
Se habla.
Se amuebla el escenario vacío del silencio.
O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.
-¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?
No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina-
gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy humeda. Soy
una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y coger-
me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda
me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena
frigidez.
Húmeda.
Concha de corazón de criatura humana,
corazón que es un pequeño bebé inconsolable,
"como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)
Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honrarla con mi presencia
prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a anularla)
oh no es que quiera coquetear con la muerte
yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a
fuerza de prolongarse,
(Ridículamente te han adornado para este mundo -dice una voz
apiadada de mí)
Y
Que te encuentres con vos misma -dijo.
Y yo dije:
Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma enti-
dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de
de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en
la fusión de los contrarios.
El suicidio determina
un cuchillo sin hoja
al que le falta el mango.
Entonces:
adiós sujeto y objeto,
todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos
para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio
vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión
y del encuentro,
fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolu-
ción de sociedades de consumo,
y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-
te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
lejos de las ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar-
dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos
por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que
no has tenido madre (ni padre, es obvio)
De modo que arrastré mi culo hasta la sala 18,
en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación
de absoluta NO-ALIANZA con Ellos
-Ellos son todos y yo soy yo-
finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de
buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,
pero a veces -a menudo- los recontraputeo desde mis sombras in-
teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad,
cuanto más profunda, más indecible) y los puteo por que evoco a mi
amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será nin-
guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,
pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen
cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la
miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afron-
tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber
hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues las mone-
das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recin-
to lleno de espejos rotos y sal volcada-
viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos,
cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,
y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos
un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,
oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,
te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para
darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,
(vos, yo, a quienes la vida no nos merece)
Sala 18
cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,
15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar la herida?
El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan la herida que supura.
El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
"Cambiar la vida" (Marx)
"Cambiar el hombre" (Rimbaud)
Freud:
"La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)
Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas
como:
"Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"
Algo solo estaba, ¿no?
(Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a Kafka
a quien le paso lo que a mí, si bien él era púdico y casto
-"¿Qué hice del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no exis-
te otra;
pero le pasó (a Kafka) lo que a mí: se separó fue demasiado lejos en la soledad
y supo -tuvo que saber-
que de allí no se vuelve
se alejo -me alejé-
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebrosa
ambigüedad del lenguaje
(no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
El lenguaje
-yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te la picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te la picás,
yo, por mi parte, no puedo más.
[OCULTAR]Cuanto sufrimiento debía portar a cuestas... y me hace preguntarme una vez más ¿en qué momento el sufrimiento sufre la transformación hacia la belleza de las palabras? ¿cual es el mecanismo que lo transforma? ¿Y por qué me siento mal al sentir belleza en tanto sufrimiento? ¿el sufrimiento no tendría que ser algo horrible al que fuera imposible encontrarle un ápice de belleza? ¿nos convierte en crueles, entramos en la crueldad al experimentar esta belleza a través del sufrimiento de otro? Porque el infierno de esta mujer tuvo que ser inmenso...[/OCULTAR]
Las mejillas coloradas de mi madre
En los inviernos
se hicieron más coloradas las mejillas de mi madre,
y brillaron vivamente, de especial manera,
aquel invierno del año cuando se perdió la Guerra.
En ese entonces por el golpe de la derrota,
se enfriaron aún más los corazones de la gente.
Ese frío hizo que la nieve fuera más intensa en la zona
semirural que está en las afueras de la ciudad de Yokohama.
Y a medianoche cuando vinieron a buscarla,
mi madre salió desafiando el viento glacial sobre su bicicleta,
amarró el maletín negro al portaequipajes,
y partió hacia la casa donde esperaba la encinta aguantando
sus dolores de parto.
Siempre vinieron a buscarla en las altas horas de la noche,
mi madre antes de salir averiguaba sin falta la hora del
pleamar. Mi hermano menor y yo, que éramos estudiantes
de primaria, nos aferramos a las ropas de la cama,
y abrazando el vacío que quedaba
después de la salida de nuestra madre,
le pedimos que nos jurara
que regresaría pronto.
Cuando empezaba a amanecer, en el crepúsculo,
percibía en la espalda la resonancia del primer vagido,
mi madre retornaba precipitadamente a casa por la carretera
de Hachiouji, y yo la estaba mirando en el sueño.
Alguna vez tuve la costumbre de atravesar la luz caminaba por ella
como por una puerta
linde a fin de cuentas se ocultaba turgente de futuro
como al fruta que alguna vez será para la sed y los dientes
colocaba sus umbral del lado del sonido y así crecía en ecos
de una impostergable nitidez
la historia del tiempo desplegada en el ruido
la fiesta de las calles creciendo como el hambre
los adioses entre incendios
su condición de límite y distancia
así las voces que recurrían al amor o a la ternura
al peso del polvo o a las sierpes
se hacían estanques en el brillo de una gastada superficie
cuando visitaba un parque nacían treguas
en mi cuerpo
corría con las flautas en la boca
abría los brazos como surcos
bebía el espacio inagotable
pero una mañana la señal escondida surgió a la transparencia
hizo temblar los cristales
concitó los gritos y los pasos
puso en el su corazón
/la ebriedad de la rabia
mis rodillas preguntaron y buscaron el suelo para detenerse
y fue su respuesta mi madre
el temblor de mi madre
su voz temblorosa diciendo
es una bomba
quédate agachado
no digas nada
esconde la cabeza
esa noche guardé debajo de la cama un papel con los bordes quemados
/que decía venceremos
me soñé debajo de un sol fulgurante que alimentaba como un fuelle el
/contorno de las cosas
su brillantez cercana y derruida
alzaba los ojos pero era imposible mantenerlos abiertos más de un
/momento
apenas suficiente para descubrir figuras en el cielo
grietas desnudas
gestos de larvas
el sueño se repitió después entre los sueños
y algo parecido a las fronteras abrazó la garganta
como el nudo que hacemos a las cartas de la espera en que entregamos
/todo
incluso aquello que nos harta
eso que odiamos lentamente
y se nos viene el nombre
y lo callamos
También podría ser una forma de dar cierto sentido al sufrimiento. O de verterlo y transmutarlo en algo, lo que vendría a ser lo mismo.
Madre
Mi madre es virgen. Su desnudez se arrastra tras ella.
El viento de su vientre despeja la maleza.
Las aguas se abren en dos. La luminosidad de sus pechos
empuja la blusa. Nada consigue penetrarla.
El vino cae fuera de su boca.
El chasquido de los falos retrocede.
Su hija nace lejos.
También podría ser una forma de dar cierto sentido al sufrimiento. O de verterlo y transmutarlo en algo, lo que vendría a ser lo mismo.
El caso es que, como por ejemplo me pasa con Pizarnik, la leo y no me puedo quedar impasible, y aunque te muestre su agonía de forma tan bella, no puedo disfrutarla porque su sufrimiento desorbitado sobrepasa los límites, me lo impide... Esa mujer (me olvido de la poeta) vivía un tormento...
Frío
Tan fría era la bola de nieve que chorreaba en mis manos
y, cuando la hice rodar por el suelo, creció
hasta que pude sentarme encima de ella, mirando para atrás, a la casa
donde hacía frío al despertarme en mi cuarto con las ventanas
tapiadas por el hielo y mi aliento desnudándose en el aire.
Frío, también, en mis brazos al levantar el torso para hacer
una muñeca de nieve, con los dedos de los pies ardiendo, fríos,
adentro de mis botas de invierno; con la voz de mi madre llamándome para
que saliera del frío. Y sus manos, frías, de pelar y
hundir las papas en un bol, parando para agarrar
la cara de su hija, un beso en cada mejilla fría y en mi nariz fría.
Pero nada tan frío como la noche de febrero que abrí la puerta
de la capilla ardiente donde estaba mi madre, ni joven ni vieja,
donde mis labios, al devolverle el beso en la frente,
supieron lo que quiere decir frío.
Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)
Sí ojalá pudiese dedicarme a todas esas madres negras
las que cargan con pezones desangrados y cuencos de barro en sus cabezas
las que nunca ponen limites a los sueños
aunque haya partos de tierra seca y dura bajo la manta
las que están allí porque nacieron con cuerpo de nube y a la vez de piedra
doblan rodillas que seguir desgastando
recogen la semilla para los hijos
su voz amanece detrás sin que se escuche
siempre descalzas
de colores son los vientos que proclaman en sus faldas
levantan las sombras con el brillo de las mareas de sus cuerpos
y enseñan al mundo las mismas danzas de protección y calma
hoy todo es suavidad en sus ojos que vigilan trenzas de espigas
manos que tiran de la cuerda y mecen penas
sacan a pasear el hambre y la espera
la lucha escondida y la fuerza
y unos cuantos soles dormidos a la espalda
Madre,
yo vi a los poetas caminando a través de los muros
ellos pagan a la salida y no preguntan el precio
yo no quiero ser como ellos
para vivir desgarrada en pedazos
un cuerpo entre paredes
ni siquiera una lengua para empeñar
yo los vi, ellos viven en una aldea
tan real que te hace poner los pelos de punta
pero yo soy una niña y sueño con llegar a ser una poeta
cuando crezca
en una rima entre los muros
hay algo ateo su picazón
algo vulgar su piel blanca
ensangrentada con grafito las huellas
de sus plumas acechan los muertos
secretamente de noche y pesan
palabra por palabra
como si la harina estuviera a punto de agotarse
si retuvieran su aliento penetrarían por entre
el muro finalmente no quiero
llegar a ser poeta, yo soy una niña
y sueño con llegar a ser poeta
cuando crezca con la escritura
es lo mismo que cuando dices “yo te amo”
para aliviar la emoción
excesiva, en vano, para aferrar la pelota.
Mi madre no recuerda el nombre de su madre.
Ha olvidado el camino de regreso a la vida,
no sabe usar el peine, ni la cuchara,
se pone, casi siempre, la chaqueta al revés
y revuelve los cajones en su memoria,
pero siempre sonríe al escuchar mi nombre.
Mi madre no recuerda si tuvo algún amante,
si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren,
dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa,
que le gustaba tanto el Chinchón y el café,
que las letras unidas tienen significado
y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes.
Mi madre me recuerda, sin amargura,
lo que yo he olvidado tan tontamente,
la oración de su abuela que me dormía
las canciones de cuna que me cantaba,
y unas romanzas moras que, en letanía,
desgrana mirando por la ventana.
Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados
como podemos, a veces con dolor,
otras con risas, siempre con esperanza.
Mamá cuándo vuelven los barcos
aquéllos que vimos alejarse en la niñez
y tú me dijiste
éstos ya no volverán mi niño
te estás haciendo un hombre y ya no volverán
y yo te dije
Mamá
sí que volverán los barcos
todo vuelve incluso los barcos
todo vuelve Mamá
todo vuelve Mamá
y lo repetía miles de veces enfadado
los barcos se marchaban por mi culpa
y mi Mamá se dormía y no había manera de despertarla
y las lágrimas se resbalaban de mis ojos
y yo con un dedo intentaba empujarlas hacia arriba
susurrando con los dientes bien apretados
has visto cómo todo vuelve Mamá
hasta las lágrimas a mis ojos
"Mater dulcíssima, ahora se levantan la nubes,
el Navío topa confusamente contra los diques,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve;
no estoy triste en el Norte; no estoy en paz
conmigo mismo, pero no espero
el perdón de ninguno; muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives
como todas la madres de los poetas, pobre
y según la medida de amor
por los hijos lejanos. Hoy, soy yo
quien te escribe" .Finalmente, dirás dos palabras
sobre aquel muchacho que huyó de noche con su chaquetilla
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan impetuoso
lo matarán algún día en algún lugar.
"Cierto, recuerdo, fue en aquella escalerilla gris
de los lentos trenes que llevaban almendras y naranjas
a la boca del Imera, el río lleno de urracas,
de sal de eucaliptus. Pero ahora te agradezco,
-sólo esto quiero- con la misma ironía que pusiste
en mis labios, igual a la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores.
No importa si ahora tengo alguna lágrima por ti,
por todos aquellos, que como tú esperan
y no saben qué. Ah, amable muerte,
no toquéis el reloj de cocina que golpea en el muro:
toda mi infancia ha pasado en el esmalte
de su esfera, en sus flores pintados;
no toquéis las manos, el corazón de los viejos.
es, Pero tal vez alguno responde. Ah, muerte piadosa,
muerte pudorosa,
Adiós, amada adiós dulcíssima mater".
una madre ha cambiado su leche por saliva
glándulas salivales, la tradición mamífera
la limpieza genética de las amas de casa es la saliva
es la lengua materna, traspasada
- la madre, amor, higiene, catatonia-
la saliva
en el pañuelo de la mujer decente
espera bajo el puño
junto a la calentura oculta de la vena
restriega
pantalones, las piernas
las caras de los niños, salivadas
con la nariz mojada, para siempre
pegados al olor de la saliva
es pura deglución:
no hay alimento
una vida
34.000 litros de saliva
también el que ha creído en la libertad de los recreos
y se llena con tierra los bolsillos
y con ella penetra en el colegio,
en su desinfección
domingo, el paseo:
salivación del padre bien vestido
saliva a sus zapatos, traídos hacia el rostro
como guantes
agarra las muñecas y escupe entre los pasos
la madre buena llora
los gritos del nacimiento de los dientes
la madre buena premia
la saliva gustosa de la parapléjica sonrisa
En la soledad de ella
me acompaña en días sin rostro conocido,
esperan su visita siempre.
Caminar por el borde
de su constelación es instrumento
de un amor que no supo.
El tiempo no resuelve nada, madre,
ahí estamos, vos allí, yo
huyo en silencio
de lo que no te pude dar cuando
las lágrimas lavaban tus mejillas.
Las batas del verano ciñeron
tus olvidos de vos, otras tierras.
Qué hermosa eras en tu desolación,
te parecías a
la palabra que no alcanzo a decir,
la línea negra de la pureza
que nadie sabe cruzar.
Voy a despedazar a mi Madre,
a introducirla delicadamente en mi vientre;
para estar nueve meses sin ella
y, sin embargo, llevarla conmigo a todas partes
hasta depositarla dolorosamente en el plano
Y depravar el círculo:
La madre ahora es hija
y el hijo ahora es madre.
Me siento en el balcón a mirar la noche.
Mi madre me decía que no valía la pena
estar abatido.
Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz.
Mi madre y yo éramos diferentes
y jamás llegamos a comprendernos.
Sin embargo, hay algo que quisiera contar:
a veces, cuando la extraño mucho,
abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar
después de largo viaje
me meto adentro.
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor
tengo la certeza de que nada nos separa.
Y ahora te veo entre las palmeras
durmiendo en un oasis del desierto
y a tu madre que vela tu sueño
bajo un cielo de nubes que huyen,
y ruega al viento que sacude las palmas
que no te despierte, que tienes el sueño ligero,
quién sabe por qué hacen tanto ruido
esta noche esas ramas en la noche,
la juventud del mundo está durmiendo,
tu madre ruega a los ángeles del aire
que hagan callar esas palmeras salvajes,
mañana el mundo te espera al despertar,
tu madre sabe, y yo también, que eres el día.
Comentarios
Poema de Quinti dejado en otro hilo.
Con tu permiso y con todo el respeto, inagura este hilo...
Madre
mascando mi secreto de sangre y de ironía.
Pablo Neruda
Madre
será que en tus mejillas
caen las manos de un huracán tendido?
Será que aún soportas la soledad de un niño?
Nace de tu piel el arroyo de mi sangre, Madre,
y camina en tus ojos, de frente en frente,
el dolor de tus espaldas
donde tus hijos aún lloran la tiza y el sueño.
Madre
es en tu sombra el aire del campo
es en tus pasos los caminos que me llevan
hasta detenerme en la semilla del rayo
y soportar la lluvia entre los plátanos del día.
Las fuerzas ebrias te remolcan en domingos ebrios
y quizá el cuerpo nos sacuda al son de la puerta,
chapa amarilla en la mentira,
como la tarde que te sajo el rostro que no fue un beso.
Ten cuidado de tu amor Madre Mía
que ya por mis venas sangra el odio
a las noches que nunca nos cuidaron Mamita.
Pero en las tardes los campos abren el surco
y en tu corazón abres un pecho.
Temprano despertaremos, Madre,
para tener cuidado de las rendijas de la puerta
y aprender a sembrar el aire
y alejar nuestro dolor de la tarde
aunque los vetustos tiempos mueran en tus brazos
me darás un beso Madre.
Roger García Clavo
Le digo, dame de comer.
Me sirve rojas tunas en nopal espinoso.
Le digo, juguetea conmigo.
Me salpica la cara con gotitas de lluvia en día asoleado.
Le digo, asústame.
Me grita con truenos y me tira relámpagos.
Le digo, abrázame.
Me susurra, “Acuéstate aquí”.
Le digo, cúrame.
Me da manzanilla, orégano y yerbabuena.
Le digo, acaríciame.
Me roza la cara con su cálido aliento.
Le digo, hazme bella.
Me ofrece turquesa para mis dedos,
Le digo, cántame.
Me arrulla con sus canciones de viento.
Le digo, enséñame.
Y florece en el brillo del sol,
El desierto es mi madre.
El desierto es mi madre poderosa.
Pat Mora (El Paso, Texas, EE.UU, 1942)
Los rostros inmóviles
Padre muerto, enamorada muerta.
Tía muerta, hermano nacido muerto.
Primos muertos, amigo muerto.
Abuelo muerto, madre muerta
(manos blancas,
retrato siempre inclinado en la pared,
mota de polvo en los ojos).
Conocidos muertos, profesora muerta.
Enemigo muerto.
Novia muerta, amigas muertas.
Jefe de tren muerto, pasajero muerto.
Irreconocible cuerpo muerto: ¿será hombre? ¿animal?
Perro muerto, pajarito muerto.
Rosal muerto, naranjos muertos.
Aire muerto, ensenada muerta.
Esperanza, paciencia, ojos, sueño, mover de mano: muertos.
Hombre muerto. Luces encendidas.
Trabaja de noche, como si estuviera vivo.
¡Buen día! Está más fuerte (como si estuviera vivo).
Muerto sin noticia, muerto secreto.
Sabe imitar el hambre, y cómo finge amor.
Y cómo insiste en andar, y qué bien anda.
Podía cortar casas, entra por la puerta.
Su mano pálida dice adiós a Rusia.
El tiempo entra en él y sale sin cuenta.
Los rostros inmóviles
a todos besaré en la testa,
flores húmedas esparciré,
después... no hay después ni antes.
Frío hay por todas partes,
y un frío central, más blanco aún.
Más frío aún...
Una blancura que paga bien nuestras antiguas cóleras y
amarguras...
Sentirme tan claro entre vosotros,
besaros y ningún polvo en boca o rostro.
Paz de árboles delicados,
de montes fragilísimos allá abajo,
de orillas tímidas, de gestos que
ya no pueden irritar,
dulce paz sin ojos, en lo oscuro, en el aire.
Dulce paz en mí,
en mi familia que vino de brumas sin corte de sol
y por vías subterráneas regresa a sus islas,
en mi calle, en mi tiempo –al final— conciliado,
en mi ciudad natal, en mi cuarto alquilado,
en mi vida, en la vida de todos,
en la suave y profunda muerte de mí y de todos.
Carlos Drummond de Andrade
.
.
.
Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando ví que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.
Pia Tafdrup (Copenhagen, Dinamarca, 1952)
Juan Parra Del Riego
Mañana con el alba, yo me iré, madre mía,
mascando mi secreto de sangre y de ironía.
Sólo quiero partir, irme, no importa dónde.
Mi vida, su alegría, todo aquí se me esconde,
mi corazón ... mis puños ... Yo tenía una fuerza
que esta ciudad astuta, comercial y perversa
la hizo fría y triste ... Mi bastón, mi sombrero,
nada más. El camino como mi alma es lijero.
Y de mejilla (hermana y de pan y carbón
¡mi corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
Maquinista o acróbata, marinero o ladrón
yo partiré mañana, madre mía. Es pasión.
Es instinto este loco deseo de partir.
He sufrido hasta el llanto que no sabe salir.
Mi alma está triste y huérfana, yo no quiero esta cara
de palidez de tísico, esta amargura rara
que mata el fondo vivo de mi ser arbitrario,
vagabundo, humorista, gozoso y visionario.
Poeta de las máquinas, del sol y de la tierra,
yo necesito todos mis nervios con su guerra.
Vivir es ir, pelear, vencer o destrozarse.
Quien lleva más la luz es el que más la esparce.
!Mañana ya os veré, cielos altos y plenos,
estaciones queridas, noche loca de truenos,
(cae una lluvia súbita de temporal. . . helado
de frío en una puerta miro el juego encantado
de los grandes relámpagos, ¡el pampero! ¡oh, frescura!
cruza llena de chispas, de fuerza y de locura
una locomotora ... ) Mañana yo os veré
amigos de las luces últimas del café.
Puerto de las calientes guitarras populares.
(Llegan tres marineros y una mujer. . . cantares
remotos ... Una súbita carrera de tambores
derrama una matchicha de frutas y de flores.
Y pasa la pareja movida como el mar,
¡trenza de sangre y alma! ¡trompo de luz! ¡altar!)
¡Mañana ya os veré mar de los grandes cielos
que lavan las heridas de los hombres. . . pañuelos
de los adioses finos. ¡Mar donde el corazón
hae más pura su alta y solitaria pasión!
¡Qué concordancias fuertes de mi ser con las cosas!
Mi alma se lanza en, todas sus ruedas misteriosas.
¡Qué salvajes y !frescas serenatas de luna!
Mis versos van sonando mi cálida fortuna.
Porque mañana, madre, mañana, madre mía,
me iré en el alba pura cuando se rompa el día.
Buenos Aires, 1918.
Me lo escupió como una ofensa
y a mi, me supo a alabanza…
Tu madre… mi madre que ?
Las venas se me templaron
como cuerdas de guitarra,
como cuando alguien mete la mano
así nomas, sin saber tocarla.
Y suenas y vibras y lloran,
pero en su impulso interno
late un eco de venganza.
Así se me templaron las venas
al eco de sus palabras…
Tu madre… mi madre que ?
tu madre es una india…
India si, pero de muy buena raza,
todo el mundo puede verlo
lo lleva escrito a claras
en la tersa vitela del ovalo de su cara.
India mi madre, ¡ Muy india !
y larguisimas son sus faldas
que solo el viento
o la mano de mi padre
pueden levantarlas.
Tu madre… ¿mi madre que?
tu madre sirvió de india en mi casa
y fue para todo y para todos
como una bestia de carga.
Para todos si, lo admito;
pero no para el canalla de tu padre
que mil veces quiso venir a estrujarla
y poseerla cuando ya era mujer casada !
Para todo no, te lo juro,
te lo juro por tata Dios
y santa María del Pinche
mi virgen de la montaña.
Que si ella, que si ella fue copo de nieve
mi madre no le pidió nada
palmo a palmo de su cuerpo no hay mas huella
que la que mi padre borracho le propinaba
con su injuria de hombre pisoteada.
Borracho y todo así quiero a mi tata
y lo quiero con pasión emocionada.
Porque la borrachera de mi padre
mas cruda y mas amarga,
no es la del alcohol
la que llora en el trapiche de la caña.
Sino un zumo ensangrentado
de un racimo de mil lagrimas.
Ya no llores madre…
que nadie, que nadie ha de ofenderte el alma
te lo juro por esta palabra
que aspira a hacer un mundo mas grande
mas bueno y mejor.
Si no, que las cañas nuestras milpas se vuelvan lanzas
Así que he tenido el honor que me haigas
concedido estas palabras
bien, temo que sean tus hijos
parásitos del mañana,
y que si llevan las trenzas
se ahorquen con ellas por no aguantarlas,
sigue tu camino pero mide tus palabras
pues me quisiste hacer una ofensa
y a mi, a mi me supo a alabanza.
Edith Graciela Sanabria (Bolivia)
Alta y de piel oscura
grande mitológica
peleadora y tierna era la mamá
sus ocho hijos todos aprendieron a leer
a creer en Dios
a entender lo que su madre amaba
ellos
todos con título de secundaria
profesores secretarias
todo
por aquellas manos carrasposas
agrietadas por manos de la angustia
y el abandono
-aquellos hombres que prometieron ayudarte
y se marcharon-
todo
por aquellas manos
rajadas por el olor putrefacto
-lugares donde ella buscaba el pan-
limpiando pisos
limpiando servicios
limpiando
todo
por un pan para sus hijos
porque sus hijos fueran a la escuela
porque tus hijos fueran alguien
por darles lo que vos nunca tuviste
una cama en lugar del petate
una casa en lugar del cuartito maltrecho
una vida en lugar del tormento
Mamá
¿No te das cuenta?
cambiaste el curso del sol
con tus manos
con tu enorme cuerpo lacerado
El sol en tu frente
cuesta abajo cuesta arriba
de vuelta al trabajo
asegurando el futuro en tus manos
(las mismas que hacían la ropa
más simple del universo)
-el amor encerrado en un cuerpo de mujer-
Mamá
no te das cuenta
cambiaste el curso del sol.
Amanda Castro -Amanda Lizet Castro Mitchell- (Tegucigalpa, Honduras, 1962-2010)
NUEVOS MODELOS DE FAMILIA
Cuando yo vine al mundo,
cabeza, sangre y pelo,
año de 1940,
contaban la vida en despensas
vacías
y una escoba valía
por dos latas de atún.
Pero de nada vale
mi tío fusilado
y mi padre viudo
de un parto tan difícil.
Cuando yo vine al mundo
mi abuela fue mi madre,
mi tía fue mi madre,
porque mi madre se quedó
entre formol y gasas miserables
del hospital de San José.
Olor a jabón de Marsella falso,
estraperlo,
mi hermano camina de la mano de mi padre
hacia el manchón de las anclas, donde el paredón
dejó la frente de mi tío entre sangre y pelo,
y cogen cañaíllas
y bocas de la isla.
Yo miro la calle Real,
vestido de gitana colgado en el armario,
alcanfor, madera de pino
antiguo de Chiclana.
El vestido lo han hecho
mi madre y mi madre y la novia de mi padre,
porque mi abuela fue mi madre,
mi tía fue mi madre
y Elena, novia blanca de mi padre,
sabe coser.
Alfonso Salazar (San Fernando de Cádiz, 1968-)
.
.
.
¿Dónde aprendiste a borrar las lágrimas?
¿A soportar el dolor en secreto?
Ocultar en tu corazón la queja,
el sufrimiento, el llanto, el tormento...
¡Escucha el viento!
Desgañitado
brama en la garganta, en las montañas.
Mira el mar...
con ira destructora azota los dones de las rocas.
Toda la naturaleza se agita, tiembla.
Hannah Szenes -Chana Senesh- (Budapest, Hungría, 1921-1944)
La mamadre
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera,
anoche
sopló el viento del polo,
se rompieron los tejados,
se cayeron los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas.
Y ahora,
en la mañana de sol helado, llega
mi mamadre Doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose
encendiéndose
para que todos vean el camino.
¡Oh! Dulce mamadre
-nunca pude
decir madrastra-
ahora
mi boca tiembla al definirte
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil;
la del agua y de la harina,
y esto fuiste: la vida te hizo pan;
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua,
desgranando
el áspero cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
¡ Ay! Mamá ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido del pan que se reparte,
de aquellas dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía yo
sostenerme con los pies seguros,
se fue
cumplida, oscura,
al pequeño ataud
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.
Pablo Neruda
Me encanta de siempre: Gracias bella mujé.
[SIZE=+1] [/SIZE] [SIZE=+1] madre del tiempo[/SIZE]
tú me has visto llorar de memoria
cuando aún no era.
madre del tiempo
tráeme la mirada desnuda del amado,
tráeme la mano de viento del amado,
tráeme su sexo de madera colérica,
tráeme su piel de sonido de tambores. madre del tiempo
tráeme la flor incendiada
que crece en la lengua de la muerte.
La Pizarnik en 1959.
.
.
.
Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.
Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
Por eso aquella oscuridad me amaba.
No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las manos y la noche.
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez, sube el olvido
aún al corazón.
y tus manos son grandes; y la noche
viene otra vez, viene otra vez.
Antonio Gamoneda (España, 1931)
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,
Santillana del Mar, Marbella,
Segovia, Ávila, Santiago,
y tanto
y tanto
por no hablar de New York y el del West Village con ras-
tros de muchachas estranguladas
-quiero que me estrangule un negro -dijo
-lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con
vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté
en las mejores playas de Europa)
y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,
y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,
aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,
persuadiéndome día a día
de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des-
tino,
-una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no
figura en el mapa dice:
-El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo
aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.
Nietzsche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser."
Strindberg: "El sol, madre, el sol."
P. Eluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven."
Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación
lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido
de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,
pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,
después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi
útero
(y como no puede, busco morir y entrar en la pestilente guarida de
la oculta ocultadora cuya función es ocultar)
hablo de la concha y hablo de la muerte,
todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí
orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo, la Ein-
stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino
entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la roña!
Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
¿se casarían con el leproso?
Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
sí de eso son capaces,
pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
ustedes:
-¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?
Y
sí,
aquí en el Pirovano
hay almas que NO SABEN
por qué recibieron la visita de las desgracias.
Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
la sala -verdadera pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-
rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-
guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
infancia.
Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
la mejoría.
Pero
¿qué cosa curar?
Y ¿por dónde empezar a curar?
Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es
casi tan bella como el suicidio.
Se habla.
Se amuebla el escenario vacío del silencio.
O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.
-¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?
No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina-
gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy humeda. Soy
una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y coger-
me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda
me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena
frigidez.
Húmeda.
Concha de corazón de criatura humana,
corazón que es un pequeño bebé inconsolable,
"como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)
Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honrarla con mi presencia
prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a anularla)
oh no es que quiera coquetear con la muerte
yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a
fuerza de prolongarse,
(Ridículamente te han adornado para este mundo -dice una voz
apiadada de mí)
Y
Que te encuentres con vos misma -dijo.
Y yo dije:
Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma enti-
dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de
de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en
la fusión de los contrarios.
El suicidio determina
un cuchillo sin hoja
al que le falta el mango.
Entonces:
adiós sujeto y objeto,
todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos
para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,
ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio
vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión
y del encuentro,
fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolu-
ción de sociedades de consumo,
y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median-
te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,
lejos de las ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar-
dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos
por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que
no has tenido madre (ni padre, es obvio)
De modo que arrastré mi culo hasta la sala 18,
en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación
de absoluta NO-ALIANZA con Ellos
-Ellos son todos y yo soy yo-
finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de
buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,
pero a veces -a menudo- los recontraputeo desde mis sombras in-
teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad,
cuanto más profunda, más indecible) y los puteo por que evoco a mi
amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será nin-
guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,
pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen
cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la
miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afron-
tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber
hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues las mone-
das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recin-
to lleno de espejos rotos y sal volcada-
viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos,
cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,
y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos
un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,
oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,
te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para
darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,
(vos, yo, a quienes la vida no nos merece)
Sala 18
cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,
15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar la herida?
El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan la herida que supura.
El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
"Cambiar la vida" (Marx)
"Cambiar el hombre" (Rimbaud)
Freud:
"La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)
Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas
como:
"Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"
Algo solo estaba, ¿no?
(Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a Kafka
a quien le paso lo que a mí, si bien él era púdico y casto
-"¿Qué hice del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no exis-
te otra;
pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos en la soledad
y supo -tuvo que saber-
que de allí no se vuelve
se alejo -me alejé-
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebrosa
ambigüedad del lenguaje
(no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
El lenguaje
-yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te la picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te la picás,
yo, por mi parte, no puedo más.
.
.
.
Las mejillas coloradas de mi madre
En los inviernos
se hicieron más coloradas las mejillas de mi madre,
y brillaron vivamente, de especial manera,
aquel invierno del año cuando se perdió la Guerra.
En ese entonces por el golpe de la derrota,
se enfriaron aún más los corazones de la gente.
Ese frío hizo que la nieve fuera más intensa en la zona
semirural que está en las afueras de la ciudad de Yokohama.
Y a medianoche cuando vinieron a buscarla,
mi madre salió desafiando el viento glacial sobre su bicicleta,
amarró el maletín negro al portaequipajes,
y partió hacia la casa donde esperaba la encinta aguantando
sus dolores de parto.
Siempre vinieron a buscarla en las altas horas de la noche,
mi madre antes de salir averiguaba sin falta la hora del
pleamar. Mi hermano menor y yo, que éramos estudiantes
de primaria, nos aferramos a las ropas de la cama,
y abrazando el vacío que quedaba
después de la salida de nuestra madre,
le pedimos que nos jurara
que regresaría pronto.
Cuando empezaba a amanecer, en el crepúsculo,
percibía en la espalda la resonancia del primer vagido,
mi madre retornaba precipitadamente a casa por la carretera
de Hachiouji, y yo la estaba mirando en el sueño.
Yutaka Hosono [Yokohama, 1936]
como por una puerta
linde a fin de cuentas se ocultaba turgente de futuro
como al fruta que alguna vez será para la sed y los dientes
colocaba sus umbral del lado del sonido y así crecía en ecos
de una impostergable nitidez
la historia del tiempo desplegada en el ruido
la fiesta de las calles creciendo como el hambre
los adioses entre incendios
su condición de límite y distancia
así las voces que recurrían al amor o a la ternura
al peso del polvo o a las sierpes
se hacían estanques en el brillo de una gastada superficie
cuando visitaba un parque nacían treguas
en mi cuerpo
corría con las flautas en la boca
abría los brazos como surcos
bebía el espacio inagotable
pero una mañana la señal escondida surgió a la transparencia
hizo temblar los cristales
concitó los gritos y los pasos
puso en el su corazón
/la ebriedad de la rabia
mis rodillas preguntaron y buscaron el suelo para detenerse
y fue su respuesta mi madre
el temblor de mi madre
su voz temblorosa diciendo
es una bomba
quédate agachado
no digas nada
esconde la cabeza
esa noche guardé debajo de la cama un papel con los bordes quemados
/que decía venceremos
me soñé debajo de un sol fulgurante que alimentaba como un fuelle el
/contorno de las cosas
su brillantez cercana y derruida
alzaba los ojos pero era imposible mantenerlos abiertos más de un
/momento
apenas suficiente para descubrir figuras en el cielo
grietas desnudas
gestos de larvas
el sueño se repitió después entre los sueños
y algo parecido a las fronteras abrazó la garganta
como el nudo que hacemos a las cartas de la espera en que entregamos
/todo
incluso aquello que nos harta
eso que odiamos lentamente
y se nos viene el nombre
y lo callamos
Eduardo Villalobos es poeta guatemalteco.
.
.
.
Madre
Mi madre es virgen. Su desnudez se arrastra tras ella.
El viento de su vientre despeja la maleza.
Las aguas se abren en dos. La luminosidad de sus pechos
empuja la blusa. Nada consigue penetrarla.
El vino cae fuera de su boca.
El chasquido de los falos retrocede.
Su hija nace lejos.
Natalia Litvinova
El caso es que, como por ejemplo me pasa con Pizarnik, la leo y no me puedo quedar impasible, y aunque te muestre su agonía de forma tan bella, no puedo disfrutarla porque su sufrimiento desorbitado sobrepasa los límites, me lo impide... Esa mujer (me olvido de la poeta) vivía un tormento...
Frío
Tan fría era la bola de nieve que chorreaba en mis manos
y, cuando la hice rodar por el suelo, creció
hasta que pude sentarme encima de ella, mirando para atrás, a la casa
donde hacía frío al despertarme en mi cuarto con las ventanas
tapiadas por el hielo y mi aliento desnudándose en el aire.
Frío, también, en mis brazos al levantar el torso para hacer
una muñeca de nieve, con los dedos de los pies ardiendo, fríos,
adentro de mis botas de invierno; con la voz de mi madre llamándome para
que saliera del frío. Y sus manos, frías, de pelar y
hundir las papas en un bol, parando para agarrar
la cara de su hija, un beso en cada mejilla fría y en mi nariz fría.
Pero nada tan frío como la noche de febrero que abrí la puerta
de la capilla ardiente donde estaba mi madre, ni joven ni vieja,
donde mis labios, al devolverle el beso en la frente,
supieron lo que quiere decir frío.
Carol Ann Duffy (Escocia, 1955)
En este instante idéntico a niña embarazada,
En este instante mismo en que la sangre se agolpa por mis sienes
En este instante, oh muerta!, en que navajas, tréboles,
O espartos moribundos dan sabor a tu boca,
En que huracanes trémulos, musgos recién nacidos,
O gusanos sin boca son dueños de tus senos,
En que la tierra inmensa te ahoga por la garganta
Por un instante no mayor que un beso,
En que lágrimas huecas o mechones de pelo perfectamente inútiles
No son lo que yo quiero: que es tu presencia misma,
Que es tu carne dorada donde yo me dormía,
Que son tus piernas tibias, tus muslos abarcados,
Tus fecundas caderas donde yo cabalgaba
Como un verano, hasta que te rendías,
Tus fortísimos brazos con que, toda desnuda,
Me levantabas sobre tu cabeza…
En este instante en que un dolor inmenso
Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,
Yo te prometo, oh dulce esposa mía asesinada,
Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,
Colgar tu atroz recuerdo cada noche de un pelo,
Y que desiertos de tinieblas moradas
O amargas noches de insomnio y sobresalto
Sean incapaces de ahogarme como a un niño.
Camilo José Cela
.
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(reivindicación de una hermosura)
Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)
"Poemas del manicomio de Mondragón" 1987
Leopoldo Maria Panero
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Sí ojalá pudiese dedicarme a todas esas madres negras
las que cargan con pezones desangrados y cuencos de barro en sus cabezas
las que nunca ponen limites a los sueños
aunque haya partos de tierra seca y dura bajo la manta
las que están allí porque nacieron con cuerpo de nube y a la vez de piedra
doblan rodillas que seguir desgastando
recogen la semilla para los hijos
su voz amanece detrás sin que se escuche
siempre descalzas
de colores son los vientos que proclaman en sus faldas
levantan las sombras con el brillo de las mareas de sus cuerpos
y enseñan al mundo las mismas danzas de protección y calma
hoy todo es suavidad en sus ojos que vigilan trenzas de espigas
manos que tiran de la cuerda y mecen penas
sacan a pasear el hambre y la espera
la lucha escondida y la fuerza
y unos cuantos soles dormidos a la espalda
todas nuestras madres negras
Violeta Castaño
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yo vi a los poetas caminando a través de los muros
ellos pagan a la salida y no preguntan el precio
yo no quiero ser como ellos
para vivir desgarrada en pedazos
un cuerpo entre paredes
ni siquiera una lengua para empeñar
yo los vi, ellos viven en una aldea
tan real que te hace poner los pelos de punta
pero yo soy una niña y sueño con llegar a ser una poeta
cuando crezca
en una rima entre los muros
hay algo ateo su picazón
algo vulgar su piel blanca
ensangrentada con grafito las huellas
de sus plumas acechan los muertos
secretamente de noche y pesan
palabra por palabra
como si la harina estuviera a punto de agotarse
si retuvieran su aliento penetrarían por entre
el muro finalmente no quiero
llegar a ser poeta, yo soy una niña
y sueño con llegar a ser poeta
cuando crezca con la escritura
es lo mismo que cuando dices “yo te amo”
para aliviar la emoción
excesiva, en vano, para aferrar la pelota.
Dostena Angelova- Lavergne (Plovdiv, Bulgaria, 1972)
Mi madre no recuerda el nombre de su madre.
Ha olvidado el camino de regreso a la vida,
no sabe usar el peine, ni la cuchara,
se pone, casi siempre, la chaqueta al revés
y revuelve los cajones en su memoria,
pero siempre sonríe al escuchar mi nombre.
Mi madre no recuerda si tuvo algún amante,
si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren,
dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa,
que le gustaba tanto el Chinchón y el café,
que las letras unidas tienen significado
y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes.
Mi madre me recuerda, sin amargura,
lo que yo he olvidado tan tontamente,
la oración de su abuela que me dormía
las canciones de cuna que me cantaba,
y unas romanzas moras que, en letanía,
desgrana mirando por la ventana.
Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados
como podemos, a veces con dolor,
otras con risas, siempre con esperanza.
Begoña Abad
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Y tú me dijiste éstos ya no volverán
Mamá cuándo vuelven los barcos
aquéllos que vimos alejarse en la niñez
y tú me dijiste
éstos ya no volverán mi niño
te estás haciendo un hombre y ya no volverán
y yo te dije
Mamá
sí que volverán los barcos
todo vuelve incluso los barcos
todo vuelve Mamá
todo vuelve Mamá
y lo repetía miles de veces enfadado
los barcos se marchaban por mi culpa
y mi Mamá se dormía y no había manera de despertarla
y las lágrimas se resbalaban de mis ojos
y yo con un dedo intentaba empujarlas hacia arriba
susurrando con los dientes bien apretados
has visto cómo todo vuelve Mamá
hasta las lágrimas a mis ojos
Óscar Aguado
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"Mater dulcíssima, ahora se levantan la nubes,
el Navío topa confusamente contra los diques,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve;
no estoy triste en el Norte; no estoy en paz
conmigo mismo, pero no espero
el perdón de ninguno; muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives
como todas la madres de los poetas, pobre
y según la medida de amor
por los hijos lejanos. Hoy, soy yo
quien te escribe" .Finalmente, dirás dos palabras
sobre aquel muchacho que huyó de noche con su chaquetilla
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan impetuoso
lo matarán algún día en algún lugar.
"Cierto, recuerdo, fue en aquella escalerilla gris
de los lentos trenes que llevaban almendras y naranjas
a la boca del Imera, el río lleno de urracas,
de sal de eucaliptus. Pero ahora te agradezco,
-sólo esto quiero- con la misma ironía que pusiste
en mis labios, igual a la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores.
No importa si ahora tengo alguna lágrima por ti,
por todos aquellos, que como tú esperan
y no saben qué. Ah, amable muerte,
no toquéis el reloj de cocina que golpea en el muro:
toda mi infancia ha pasado en el esmalte
de su esfera, en sus flores pintados;
no toquéis las manos, el corazón de los viejos.
es, Pero tal vez alguno responde. Ah, muerte piadosa,
muerte pudorosa,
Adiós, amada adiós dulcíssima mater".
Salvatore Quasimodo
una madre ha cambiado su leche por saliva
glándulas salivales, la tradición mamífera
la limpieza genética de las amas de casa es la saliva
es la lengua materna, traspasada
- la madre, amor, higiene, catatonia-
la saliva
en el pañuelo de la mujer decente
espera bajo el puño
junto a la calentura oculta de la vena
restriega
pantalones, las piernas
las caras de los niños, salivadas
con la nariz mojada, para siempre
pegados al olor de la saliva
es pura deglución:
no hay alimento
una vida
34.000 litros de saliva
también el que ha creído en la libertad de los recreos
y se llena con tierra los bolsillos
y con ella penetra en el colegio,
en su desinfección
domingo, el paseo:
salivación del padre bien vestido
saliva a sus zapatos, traídos hacia el rostro
como guantes
agarra las muñecas y escupe entre los pasos
la madre buena llora
los gritos del nacimiento de los dientes
la madre buena premia
la saliva gustosa de la parapléjica sonrisa
formol, placenta, sopa
hay un pueblo repleto de saliva,
feliz
María Solís Munuera (Madrid, 1976-)
.
.
.
En la soledad de ella
me acompaña en días sin rostro conocido,
esperan su visita siempre.
Caminar por el borde
de su constelación es instrumento
de un amor que no supo.
El tiempo no resuelve nada, madre,
ahí estamos, vos allí, yo
huyo en silencio
de lo que no te pude dar cuando
las lágrimas lavaban tus mejillas.
Las batas del verano ciñeron
tus olvidos de vos, otras tierras.
Qué hermosa eras en tu desolación,
te parecías a
la palabra que no alcanzo a decir,
la línea negra de la pureza
que nadie sabe cruzar.
Juan Gelman
Voy a despedazar a mi Madre,
a introducirla delicadamente en mi vientre;
para estar nueve meses sin ella
y, sin embargo, llevarla conmigo a todas partes
hasta depositarla dolorosamente en el plano
Y depravar el círculo:
La madre ahora es hija
y el hijo ahora es madre.
Willni Dávalos es poeta peruano (1988-)
.
.
.
Me siento en el balcón a mirar la noche.
Mi madre me decía que no valía la pena
estar abatido.
Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz.
Mi madre y yo éramos diferentes
y jamás llegamos a comprendernos.
Sin embargo, hay algo que quisiera contar:
a veces, cuando la extraño mucho,
abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar
después de largo viaje
me meto adentro.
Parece absurdo: pero a oscuras y con ese olor
tengo la certeza de que nada nos separa.
Fabián Casas
Y ahora te veo entre las palmeras
durmiendo en un oasis del desierto
y a tu madre que vela tu sueño
bajo un cielo de nubes que huyen,
y ruega al viento que sacude las palmas
que no te despierte, que tienes el sueño ligero,
quién sabe por qué hacen tanto ruido
esta noche esas ramas en la noche,
la juventud del mundo está durmiendo,
tu madre ruega a los ángeles del aire
que hagan callar esas palmeras salvajes,
mañana el mundo te espera al despertar,
tu madre sabe, y yo también, que eres el día.
Juan Rodolfo Wilcok (Argentina, 1919-1978)