Ahora, aquí,
enhebrando palabras,
zurciendo en la blanca ausencia del papel
retales de ideas que van y vienen
como ausentes caballos afanosos
o ríos o torrentes,
o a veces pasos calmos
de amante que espera.
No sé qué espero.
Desborda la flor de la nada,
mi mente,
brota la imagen
y su palabra.
Escribo.
Divaga funámbula mi atención:
la mosca en la pared, el sueño,
la fotografía de la nieve y los amigos,
un niño que al través de mi ventana
roza con su cara en los cristales
y al verme corre.
Yo lo transformo en palabras
que aletean sin movimiento
tras su estela de ctónico esquife,
tan leve en el peso del mundo.
Y así, yo aquí,
embriagado en la espesura del tiempo
atento a su íntimo centro
circular, compacto;
al núcleo austero
donde ya solo importa
lo que no se puede decir.
La flor de la nada florecida,
y encima del monte...,
nada.
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