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El encuentro

ordetordet Pedro Abad s.XII
editado septiembre 2014 en Narrativa
PRÓLOGO: He esperado mucho para escribir esto. No quería volcarlo fuera de mí sin darle alquimia, sin cocinarlo hasta hacerlo comestible, comprensible. El recuerdo de lo que sucedió durante aquella semana tomó en su momento la forma de un ente indefinido, sinuoso, que habitaba en las cavidades de mi cuerpo como un parásito sin alma y me obligaba a revivir el laberinto de lo ocurrido. A veces, durante meses he mantenido la ilusión de ser libre, de no cobijar ya a este monstruo ciego que me consume el ánimo, pero él siempre regresa, lo siento ascender hasta mi corazón y mi garganta para cerciorarse de que sigo siendo su esclavo. Sé que nunca escaparé al sabor empalagoso y agrio de aquel episodio, pero he querido ordenar los hechos para conjurar, aunque sea débilmente, el demonio que me hostiga.

PRIMER ACTO: He ido a caer a un barrio apartado; mi oficio me lleva a lugares así. Quiero tomar un café pero no encuentro nada parecido a un bar, son las seis de la tarde y no se ve un alma. Desolación. Aquello parece una cafetería. El local es estrecho como un pasillo, solo un vejete al final de la barra. No sé qué toma, parece un vaso de leche. Me sirve un hombre calvo y muy miope. Mientras sorbo el café, el viejo sale del bar sin abrir boca. “Hasta luego, Vicente” dice el barman, y entonces siento un escalofrío. “Vicente”, repito para mí como un loro. El calvo me pregunta si le conozco pero cuando intento contestar siento que el pecho se me hunde y no salen las palabras. Corro al baño, que apesta, y expulso el café todavía caliente y el bocadillo del almuerzo. A la hora de pagar, indago: el viejo vive en la residencia geriátrica que hay junto al parque, viene cada tarde y se toma un Pernod, los parroquianos le llaman "el mosén" porque fue fraile o cura, pero se salió hace años. Cuando subo al coche, decido dirigirme al parque antes de abandonar el barrio. El geriátrico parece un edificio soviético en miniatura, su fealdad supera la fealdad del parque y del barrio. Me voy a casa.

SEGUNDO ACTO: He quedado con Pablo en el paseo marítimo, viene con su hija de cinco años y con el perro, y eso que le dije de hablar a solas. En fin. Pablo siempre tan sonriente. A su lado me siento un adefesio envejecido. La niña es muy guapa, como la madre; corretea por la playa con el perro mientras su padre y yo nos sentamos en un banco del paseo. Le describo el encuentro, las palabras del barman, el geriátrico de arquitectura delirante. Pablo se levanta de un salto y me mira de arriba abajo, parece como si un golpe de mar le hubiera borrado la sonrisa. Grita el nombre de su hija para que no se aleje. “Pobre viejo”, susurra, y la sonrisa regresa a su rostro. La niña viene corriendo detrás del perro. Antes de que llegue hasta su padre le tomo el brazo a Pablo: “Mira, con nosotros no pasó de manoseos y pellizcos pero sé que con otros fue más allá. Seguro que esos no le llamarían pobre viejo. Más de uno le cortaría el cuello si supiera que está vivo”. El perro llega antes que la niña, y Pablo le hace fiestas mientras me habla: “Allá tú. Métete en denuncias y juicios, si te apetece, pero no cuentes conmigo. El colegio me queda tan lejos como la guerra del catorce. Ya casi ni me acuerdo de toda aquella mierda. Ni quiero acordarme. Vámonos, guapa, dile adiós a Jorge”, y coge de la mano a la niña, que acaba de llegar a su lado. Pablo me mira, sonriendo, y me guiña el ojo. La niña alza la cabeza hacia su padre mientras se alejan: “¿por qué te tiembla la mano, papá?”.

TERCER ACTO: Despierto sobrecogido; la noche ha sido un infierno. De nuevo mosén Vicente. Desde mi pupitre siento como se acerca por detrás, me pellizca la nuca, me soba el pecho con una mano rabiosa y encendida. Escucho su respiración; cólera y deseo confundidos. Después veo su rostro joven, rubicundo, la mirada vidriosa, la sotana ceñida, frente a un grupo de niños rígidos de espanto. Entre una pesadilla y otra me pregunto qué hacer. Quisiera no haberle visto en aquel bar, no saber que ahora mismo duerme en esa residencia junto a un parque de esta misma ciudad. Quisiera la sonrisa de Pablo, su sensatez, su espíritu de futuro, para neutralizar el horror de los recuerdos. Al amanecer concluyo que no me corresponde a mí destapar el cubo de basura. Sin el apoyo de otros testigos, sería penoso y posiblemente estéril. Además, me consta que otros infortunados sufrieron el acoso de un modo irreparable. En clase sabíamos quiénes eran. Se distinguían por un constante encogerse y una mirada sin vida. A ellos les tocaría actuar, pero a saber dónde paran.
Durante la pausa del desayuno ya corre la noticia – en una ciudad de provincias el boca a boca todavía se anticipa a la prensa – del hallazgo de un cadáver en un parque de las afueras. Los oficinistas saborean un detalle truculento: el asesino ha castrado a la víctima y ha encajado los genitales en su boca hasta asfixiarlo. Debo estar muy cansado o debo ser muy torpe porque mi cerebro no establece la asociación hasta que no escucho el nombre de la víctima en el telediario.

EPÍLOGO: Desde el mismo banco del paseo marítimo contemplé la estampa perfecta de Pablo y su familia sobre la arena. El esplendor de la mañana dominical me dolía como una herida abierta, y una sopa de culpa, perplejidad y asco me recorría las entrañas como un reptil; el universo se reducía a la imagen de un anciano mutilado entre los arbustos.

Pablo me saludó desde la playa para que me uniera a ellos y súbitamente pude ver a otro Pablo – que nunca quise ver – escondido tras una sonrisa elaborada; un niño encogido, sin vida en la mirada, un muchacho de hombros raquíticos y cuello frágil que parecía suplicar desde una esquina del aula. Supe entonces que yo le había mostrado a Pablo la puerta abierta de la venganza.
Publicado por ordet en

Comentarios

  • LilyJalileLilyJalile Fernando de Rojas s.XV
    editado septiembre 2014
    ¡Qué fuerte! A pesar de lo remanido del tema, la historia es sólida y transmite sentimientos encontrados, como el del narrador. Buen relato, Ordet. Tiene lo justo. No le sobra ni le falta una palabra.
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado septiembre 2014
    Gracias
  • odmaldiodmaldi Fray Luis de León XVI
    editado septiembre 2014
    Me pareció peculiar lo de divir cada párrafo en "actos", y luego al ver cómo cierra cada párrafo con una escena fuerte, sólida, que impresiona, entendí la calidad de lo que ahí presenta.

    Queda claro también el contraste, que aunque diga Jorge que desearía "la sonrisa de Pablo, su sensatez, su espíritu de futuro, para neutralizar el horror de los recuerdos", no percata a simple vista que Pablo no era uno de los manoseados, sino de los que sufrieron algo más allá; lo demuestra con el contraste de la inocencia de la niña y sus palabras, "¿Por qué te tiembla la mano, Papá?"

    Muy rico, gracias por compartirlo.
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado septiembre 2014
    Gracias a tí, por el comentario.
  • Nae SirudNae Sirud Juan Boscán s.XVI
    editado septiembre 2014
    Bueno, te diría algo parecido a los anteriores comentarios. Has cocinado los ingredientes de forma asombrosa. Un texto agridulce que viene a demostrar que nada es lo que parece. Referirse a algo tan sórdido contando una escena tan inocente, no ver el sufrimiento del amigo cuando se estaba produciendo, y verlo claramente cuando éste ha tenido su reparación... crear misterio con cosas tan a la vista... Muy bien.

    Saludos.
  • ordetordet Pedro Abad s.XII
    editado septiembre 2014
    Gracias
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