Con el tazón de café muy caliente en la mano, accedió a la galería, su estudio, que ocupaba casi la mitad de la planta alta. Al cruzar la entrada estaba la zona de lectura, con su vitrina de libros y curiosidades, el antiguo sofá y la mesa de curas ovalada, el rincón donde tantos conocidos, entre amigos, vecinos y familiares, gustaban de sentarse a leer y mirar cómo trabajaba.
Dejó su café sobre un azulejo decorado que alguien había dejado en la mesa, devolvió a la vitrina dos libros que también habían quedado fuera de su sitio, y recorrió la pared del fondo subiendo una tras otra las cinco persianas de listones de madera. El día se presentaba un poco más nublado que los anteriores, así que las levantó un poco más de las marcas, abrió ligeramente la ventana central para que el aire de la mañana mitigase un poco el olor a aguarrás, aunque no le resultaba nada molesto, y miró a la pared contraria, fijándose en la estampa de Modigliani.
Desde alli distinguía bien la diferencia de matiz de los tres rojos en el rostro de la mujer, pero no llegaba a ver toda la línea que delimitaba el pelo sobre el fondo. Por lo tanto había calculado bien: la cantidad de luz era la adecuada.
Volvió a por el tazón, y lo cogió con ambas manos. Aún estaba muy caliente, así que lo dejó delante de la hilera de botes abarrotados de pinceles, entre las cajas abiertas y llenas de tubos de óleo. Miró el rostro de Laura en el caballete y le sonrió, como saludándola. Faltaba poco, quizá la sesión de hoy sería suficiente para terminar el retrato.
Aún faltaba más de media hora para que Laura llegase. Se sentó en el taburete delante del cuadro y acercó la mesa de ruedas, de esas que se utilizan en la cocina con su tabla de cortar, y que a él le servía para tener a mano la paleta, el aguarrás, algún trapo y los pinceles y espátulas de uso inmediato.
Comenzó a retirar con una espátula los restos de las mezclas del día anterior, en la paleta, pensando en que cada pintura tenía su personalidad, independientemente de que representasen objetos, paisajes o incluso –como en este caso– personas. Unas veces se rebelaban poniendo todo tipo de dificultades, mientras otras parecía que apenas necesitaran su intervención para ir convirtiéndose en la imagen deseada.
Afortunadamente, ésta era de las que se dejaban hacer, y le hacía meditar si el propio cuadro era una segunda Laura, distinta de la modelo. En los años que llevaba haciendo retratos ya había experimentado antipatía por imágenes de personas a quienes apreciaba mucho, o bien lo contrario: la sensación de entenderse, incluso de enamorarse, de rostros pintados de mujeres con las que no congeniaba en absoluto.
Tras limpiar la paleta de restos, fue tomando tubos para reponer aquellos colores que había gastado. Por orden: a la derecha del agujero de coger la paleta empezaba con negro y tierras, desde las oscuras hasta un Siena natural en la esquina superior derecha. Continuaba por el borde superior con los colores cálidos: ocres, amarillos, naranjas, rojos, carmín, y violeta en la esquina. Descendiendo por el borde izquierdo ponía los fríos: cuatro o cinco azules, un par de verdes y finalmente el blanco.
Volvió a coger el tazón con café y esta vez sí, estaba en su punto. El primer trago calentó su garganta sin llegar a quemarle, así que continuó, sorbo a sorbo, mientras miraba el cuadro.
Años antes había dejado de preparar los lienzos con base blanca, ahora aplicaba una imprimación de un gris cercano al negro; había comprobado las ventajas de pintar de oscuro a claro cuando utilizaba el óleo, ya que en general el pigmento de un color luminoso es más opaco y cubre sin problemas a otro más apagado. Para evitar que los tonos se ensuciasen perdiendo intensidad, sustituía casi por completo el pincel por la espátula. “Las mezclas mejor en la paleta”, decia, e incluso dejaba pasar días para no pintar sobre fresco.
Acabó el café, miró la hora y de nuevo el cuadro. El día anterior había pintado lo más importante: la mirada de Laura. Le gustaba el detalle pero no el hiperrealismo. Conocía bien la estructura de los ojos: el frunce del iris cerca de la pupila, y cómo en los ojos claros se deshilacha en forma radial con fibras de tonos fríos, con reflejos cálidos en el frunce. Pero le disgustaba hacer el mismo diseño en el cuadro. Ponía una base oscura, la acentuaba en la pupila, y antes de rematarlo con brillos luminosos, para darle humedad y vida, creaba un iris con toques arrastrados de pincel plano y punta cuadrada.
En el retrato de Laura lo había hecho con azul verdoso, con toques celestes, violetas y por encima algunas luces anaranjadas. Con este estilo lograba que de cerca fuesen evidentes las pinceladas, mientras que a un metro o más cualquier espectador veía una mirada viva, real. Se acercó, y algo le llamó la atención.
En el ojo izquierdo del rostro había un pequeño punto amarillo. Sólo era visible de cerca, pero le resultó discordante con el resto, y no recordaba haber colocado un tono tan contrastado. “La espátula debió rozar la pintura amarilla en la paleta”, pensó.
Dedicó los minutos que quedaban a tapar aquel punto con un toque naranja más acorde con el resto del ojo, y repasó, meticuloso, otros detalles en los ojos, el rostro, la ropa…
Sintió ruído en la planta baja, y se disponía a dejar la espátula y el pincel sobre la paleta cuando lo vio de nuevo: el mismo punto amarillo. ¿Será posible que me ocurriese otra vez? se preguntó, y fijándose en el montoncito de pintura amarilla vio que, en efecto, alguno de sus instrumentos había dejado allí su marca.
Lo estaba arreglando de nuevo cuando Laura entró. Respiró hondo, dejó sus herramientas y se levantó para recibirla. Era un momento incómodo, no se sentía dueño de sí mismo ante algunas mujeres especialmente bellas, como era el caso. Le dedicó un par de tópicos amables mientras ella se acercaba también al cuadro, sonreía con aprobación, y se iba a sentar al butacón donde posaba.
A partir de ese momento el mundo era suyo otra vez. Ya no era una mujer que lo turbaba, sino su modelo. Ya la veía con otros ojos, y no le causaba rubor fijarlos en su rostro o su cuerpo.
No se sentó en el taburete más que un segundo. Algo lo empujó a levantarse y acercarse a Laura. Ella procuró no moverse, y observó interesada cómo el pintor se fijaba en sus ojos. No supo por qué, el gesto de éste le hizo pensar que estaba sorprendido, como si hubiese visto algo nuevo. Se asustó pensando que quizá tenía una mancha, un grano o alguna otra cosa que le afease la cara. Pero él también se dio cuenta de su preocupación y sonrió para tranquilizarla.
—Esa pequeña mácula amarilla que tienes en tu ojo izquierdo, ¿ha estado ahí siempre?
—Sí.
Comentarios
La mirada subconsciente del pintor vio más que la consciente...
Como el pintor de tu relato, hay personas capaces de percibir más allá de lo obvio :rolleyes2: Entrando en la naturaleza misma, en la esencia desnuda... viajando hacia las entrañas de lo observado y llegando hasta las raíces...
Plasmar la mirada de alguien es muy muy difícil. Conseguir la tonalidad adecuada, la fuerza, la vida que pasa por unos ojos... Reflejar eso es de lo más complicado que recuerdo en mi experiencia de pintar un retrato (fue una de los retos más difíciles con los que me enfrenté al pintar el retrato de mi padre, y tengo pendiente volver a su mirada, porque el resultado no me fue satisfactorio. No conseguí transmitir su mirada al retrato )
Me ha gustado la familiaridad con la que describes el acto del pintor. Manejas los términos con soltura y me atrevería a afirmar que haces tus pinitos con la pintura, Nae ¿?
El relato lo siento como un elogio a todos los que son capaces de ver más allá de una envoltura, discerniendo lo superficial de lo profundo. A esas miradas capaces de analizar con el subconsciente... Y ahora me viene a la mente el zen y un relato sobre un maestro del tiro con arco y su discipulo... Extrañas asociaciones :rolleyes:
Gracias por el relato, Nae, me ha encantado la lectura... Si no fuera porque me estoy leyendo Sandalias de Bronce hasta te reñiría por no escribir más :-D:rolleyes2:
Respecto de la historia, me gusta que se deje algo de trabajo al lector; la falta de aclaraciones en el desenlace da mucho juego. Siento que no se trata de la perspicacia del pintor, sino que es el ojo mismo el que no está dispuesto a permitir ningún desliz en la pintura. El pintor nunca vio esa manchita amarilla; más aún, trató de eliminarla. Pero el ojo se impuso y la espátula obedeció... Me enganchó de principio a fin.
Bueno, habéis visto que el texto tiene un final con un pelín de misterio, y que admite varias hipótesis. Aunque en realidad tenía ganas de describir este estudio. Yo apenas pinto, pero he leído mucho en ese sofá (bueno, y si el sofá hablase...)
El pintor existe, ese retrato también, su manera peculiar de pintar...
Lo que sí he hecho muchas veces en ese lugar es ayudar a montar lienzos, "cocinar" la imprimación y cosas así.
Saludos.
¡Qué sorpresa! casi se me pasa este relatito.
Y digo qué sorpresa tanto porque lo hayas escrito como por la cantidad de artistas que lo han sobrevolado.
A ver qué nos cuentas de ese sofá, Nae. Porque cada cosa que tocas acaba teniendo su historia.
Arañazos! :cool:
¡qué relato tan bonito! Yo dibujo y pinto acuarelas, y me ha encantado.
No me ha parecido en absoluto largo, ni prolijo. Ha sido una delicia disfrutar de la preparación del pintor. Me parecía sentir el olor a pigmento, a aguarrás y a trementina. Y lo de la colocación de los colores en la paleta, ¡ soberbio! Tal vez te reirás cuando te diga que, para relajarme, me entretengo en ordenar los pasteles, los colores y otros materiales, desde el blanco hasta el negro.
Mientras he estado en Florencia, me dolían los dedos por no poder dibujar nada y hoy voy a comenzar, porque me has abierto el apetito.
En cuanto al tema, ¡ precioso! Los pintores - los de verdad- aportan su propia mirada a lo que el modelo les proporciona. Y saben ver lo que a otros se nos escapa. Hay una Natividad de Lippi en los Ufizzi en la que un ángel tiene cara de niño travieso, de ésos que andan por las calles haciendo de las suyas. ¡Te encantaría!
Pensé que habría algo misterioso detrás de la mancha amarilla. Aunque, pensándolo mejor, sí que es misterioso, en verdad, el arte de pintar.
De cara a un lector empedernido como yo, se hace corto. La descripción y las atmósferas anticipan un final más espectacular, sin embargo, me gusta el final que tiene múltiples lecturas, tanto que la realidad al final se impone o que la percepción del ser humano, incluso la del artista, es necesariamente limitada.
Y del sofá, mejor ni hablar.
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Tengo la seguridad de que ese sofá es un lugar especial para muchas personas. A mí me enseñaron a leer allí, me encontraron una mañana dormida después de buscarme toda la noche en los montes alrededor de la aldea, allí hice mis primeros dibujos, conocí a muchos autores y personajes, me aprendí de memoria la lista de los reyes godos, estudié la selectividad... era una especie de refugio; y creo que también perdí allí algo que no recuperaré (ni quiero)
Aclaro que no es el cuadro descrito en el texto. Yo soy mucho menos detallista pintando, aunque la forma de hacer el ojo sigue un orden parecido (más simple en mi caso).
Arañazos!
Acabado, ¿no? Si no, no lo hubieses posteado.
Mucha espátula, veo por las texturas. Gracias por ilustrar así el relato.
Tenemos gato pintor :rolleyes:
¿Sabíais que en los grandes museos se fotografían los cuadros desmontándolos del marco? Es para que aparezca ese centímetro que tapa la moldura, y ayudar a identificar las falsificaciones, pues esa fotografía completa no se hace pública. Las reproducciones que vemos en los libros normalmente están recortadas, y las fotos que puede hacer un falsificador para hacer una réplica también son incompletas.
Valga el ejemplo para cuando colguéis en la red alguna fotografía de la que queráis proteger la autoría. Subid siempre un recorte y a poca resolución.
Ehhh... (me he ido por el ramaje). Sí que hay mucha espátula, Nae. Todo el cuadro excepto los toques del ojo, pestañas y algún brillo en el labio, no hay más pincel. Así que coincide bastante con el relato. Bueno, no. Yo las tablas suelo pintarlas de claro a oscuro. En esta, la base era un gris pálido.
Rasck!
Oye, los dos trazos anti-robo, me parecen súper. Le dan a la mirada melancólica de la jovencita, un plus como de estar mirando a través de rejas, como si hubiera algo que le impide ser libre. Rejas de cárcel, sólo que estilizadas...
¡Congatuléishons, pintor! :-D
o primero, y como debe ser, lo visual y cromática que es la escena ¡cómo no! Se trata del taller de un pintor. Además el estudio de campo que has hecho ( a no ser que seas pintora), lo acertado de los pigmentos y herramientas de trabajo ( lo sé de buena tinta J), y además, y esto habla mucho a tu favor, no te has limitado a ser enciclopédica, quiero decir, hay escritores que dedican tiempo (como tiene que ser), a estudiar el tema sobre lo que pretender escribir, algunos de ellos se limitan a colgar los conocimientos sin ponerlos al servicio de su trabajo…siempre lo comparo con un edificio, que no debe dejar ver el andamio, las vigas que lo sostienen, los ladrillos, el cemento. Tú has hecho eso, los conocimientos los has puesto al servicio del pintor, y lo has hecho engarzándolo con naturalidad, sin jactancia. Hice una primera lectura sin ojo crítico, o sea, dejándome llevar, y esa fue la sensación que tuve, naturalidad.
Por ponerte un pero, y en una segunda lectura más calmada, y seguro debido más a un despiste que otra cosa, te falta algún acento, y en las primeras frases donde dice: …el antiguo sofá y la mesa de curas ovalada, el rincón donde tantos conocidos, ….supongo querrás decir curvas ovaladas, que me parece un reiteración innecesaria.
El final muy bueno. Trabajas bien en este relato el comienzo, ( enganchas), has trabajado bien el recorrido medio, manteniendo el interés en el lector ( la interesada lectora en este caso), y has cerrado el final con un golpe de efecto los franceses dirían golpe de ojo.
Gracias por enseñarme este buen gran trabajo tuyo Nae.
La mesa es casi redonda cuando está como en la foto. Pero tiene tres pares de patas, uno central y otros dos que se pueden separar con unas guías. Según se separan, se abre un espacio central en el que puedes acoplar una tabla supletoria. Si sigues abriendo, podrás incorporar ¡hasta seis tablas!
(Fue restaurada después de esta foto, pero sólo se le hizo una tabla extra)
Aquí en Galicia somos muy dados a la retranca. Antiguamente estaba mal visto si el cura párroco pasaba de visita que no se le invitase a comer. Total, que comían de balde donde querían. También se dijo siempre que los curas tienen mucha facilidad para encontrarse, que se juntan como las moscas. Por este tipo de cosas, a estas mesas que pueden ampliarse en muchas plazas, les llamamos "mesas de curas".
Saludos.
http://www.forodeliteratura.com/showthread.php/8802-Isabel-mirando-al-Este
¿Cómo es posible que alguien como yo que supuestamente ama el arte acabe odiando todo lo que tenga que ver con el teatro y la pintura? Supongo que es trabajo para un psicoanalista...:rolleyes::D
Saludos desde Madrid
Soy contradictoria y de humor cambiante, pero me fascinan tanto el teatro como la pintura.
Nae, he vuelto a leer tu texto y me ha encantado de nuevo.
Me acordé de tu mesa de curas Noe.