El hombre se encuentra mal en su camino, el disgusto le acecha como presentimiento de ola que quiere devorar su horizonte.
Aterrado busca a lo que asir su mente; las nubes, el horizonte, hasta pájaros jugando, la belleza le hiere cómo un puñal que no entiende.
Trata de sobreponerse, indagando en derredor, un calambre frío y áspero le recorre la espalda y el cuello en todo su largo.
Pregunta al cielo, y el mal se derrama; invocando al averno mil demonios parecen sorprenderlo.
Se autoinculpa y prosigue su duelo, el orgullo no le permite el reposo; continua su marcha.
Pierde el equilibrio primero, perdiendo el juicio y después el habla, cómo un robot anda.
Son sus gotas de sudor cada vez más pausadas, ya no pregunta que le pasa.
Extenuado y aterido cierra los ojos, poniendo el último ladrillo a ese negro cerco que finaliza sus latidos.
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